DE LLAVES, PUERTAS Y LIBROS (El asombro agradecido)

Invierno de Ivan Shishkin (1832-1898).



«En el asombro hay siempre un elemento positivo de plegaria.»

G.K. Chesterton


Decía Robert Frost en uno de sus poemas que «amamos las cosas que amamos por lo que son». El problema con ese hermoso verso es que ¿sabemos lo que son de verdad las cosas? Creo que la respuesta es que no, que no sabemos. Al menos es mi respuesta. Y esto es así porque desconocemos una parte fundamental de la realidad, aquella que casa con nuestra otra mitad: el mundo espiritual en el que debería habitar nuestra alma.

Así que, si realmente no sabemos lo que son las cosas, cierto será que no podremos amarlas en la medida que merecen, ya que sin conocimiento no hay asombro, sin asombro no hay admiración y sin admiración no hay amor. Entonces, ¿qué podremos ofrecerles a los niños? ¿sobre qué vamos a instruirles? ¿qué pueden ellos esperar de nosotros si no conocemos aquello que deberíamos enseñarles?

Olvídense de la técnica, olvídense de la utilidad. Esos son subterfugios que esquivan intencionadamente la cuestión, impostores que propagan la impostura, disfrazados de corderos que tratan de hacernos creer que “eso” es lo importante, que educar es transmitir “eso”  y que lo “demás”, aquello que otrora fue la cultura occidental, la Cultura Cristiana, ya no importa.

Pero lo cierto es que ahí está la respuesta, en el centro de esa misma actitud despectiva y orgullosa; la respuesta es “eso” que se desprecia, “eso” que se arrincona. Debemos recomenzar recuperando para nuestros pequeños (y para nosotros mismos), lo que un día fue la Cultura Cristiana.

Y habrá que comenzar por la maravilla, por el encanto, por la reverencia, por todo aquello que un alma inocente recibe en su primer encuentro con lo creado y que la predispone para conocer la Verdad.  Tenemos que recuperar el asombro.

«El cielo es el pan diario de los ojos» decía Emerson en sus Diarios. Cierto, porque así es, aunque nuestros viejos y adormecidos ojos no puedan verlo por si solos. Pero ellos, nuestros pequeños, con su inocente mirada si podrían ¿no debemos entonces hacer lo posible para que esto suceda?

Recuerdo aquí un reciente anuncio televisivo que nos presenta una grabación deliciosa y sorprendente. La cinta recoge la admiración pasmosa, la emoción impregnada de maravilla que conduce a lo indecible y que estalla en el feliz llanto de una niña oriental, de unos tres años, que se deja empapar por su primera lluvia. Esa es la emoción primigenia ante lo creado; eso es lo que hemos perdido, esa estupefacción que nos debería dejar entre ateridos y azorados ante lo maravilloso que nos rodea. Y es labor nuestra que nuestros hijos puedan recuperarlo.

Viento del noreste de Winslow Homer (1836-1910).

Porque así es, porque ante lo creado lo natural es enmudecer, debemos decirle a nuestros hijos: «Nunca dejaréis pasar un día sin mirar tres cosas bellas y asombrándoos ante ellas, daréis gracias Dios».

Y los libros, los buenos libros, son una buena forma de empezar; tened por seguro que nos ayudaran a recuperar ese asombro perdido. Porque ellos guardan, como pequeños joyeros, las llaves de un sin fin de puertas que conducen, ellas todas, a preparar el alma, a través del sobrecogimiento y la maravilla, para el conocimiento de aquello que todavía podemos esperar del mundo. Por lo pronto podemos acceder a algunas de ellas; de las miles se me ocurren unas pocas:

-La puerta de la maravilla incognoscente, imprevista y mágica (Los cuentos de hadas y de fantasías: Los Grimm, Andersen, Perrault, Carroll, Macdonald, Barrie, Saint-Exupéry).
-La puerta deslumbrante del valor heroico (Las leyendas griegas y nórdicas, las leyendas artúricas y los romances de gesta, Shakespeare, las novelas de Stevenson, Dumas, Salgari, Sabatini).
-La puerta de los viajes extraordinarios e iniciáticos (Defoe, Swift, Verne, Ballantynne, Marriat).
-La puerta de la trascendencia mística, de la lucha y la entrega a algo mas grande que uno (las leyendas Artúricas, Lewis, Tolkien).
-La puerta del valor de la familia, el amor y la entrega a los demás (Alcott, Spyri, Collodi, Montgomery, Nesbit, Hodgson Burnett).
-La puerta de la aventura como liberadora de cadenas y fuente de lucidez (Ballantynne, Kipling, Burroughs, Stevenson).
-La puerta del encanto de lo cotidiano (Dickens, Cervantes, Grahame, Milne, Baroja, Chesterton, Ingalls Wilder).
-La puerta secreta de la poesía (Dante, Shakespeare, Wordsworth, Keats, Blake, Stevenson, Tennyson, Quevedo, Lorca).
-La puerta de la Verdad (Las Sagradas Escrituras).

A Chesterton le gustaba mucho lo de las llaves y lo de las puertas. Era un imagen que cultivó, no en vano la puerta  y su inseparable llave, fue imagen usada de forma magisterial por el único  y verdadero Poeta (p.e., Lu. 13:24).

Tormenta en las Montañas Rocosas de Albert Bierstadt (1830-1902).

Así Chesterton nos resalta esa relación entre el Cristianismo, la puerta y la llave: «Los primeros cristianos eran personas que poseían una llave diferente a todas las demás, y todo el cristianismo primitivo consistió en proclamar la posesión de esa llave única, que podía nada menos que abrir la prisión del mundo entero, para salir al día luminoso de la libertad». Pero no debemos quedarnos en esa llave, que es solo instrumento, pues «somos cristianos y católicos no por adorar una llave, sino por haber traspasado una puerta y haber sentido la brisa de la libertad sobre una tierra maravillosa». Hasta alguien como Deleuze, sin querer decirlo, lo dice: «quisiera hacer un libro que altere a los hombres, que sea como una puerta que los lleve a un lugar al que nadie hubiera consentido en ir, una puerta simplemente ligada con la realidad».

También es paradigmática la relación entre libros y puertas. Quizás la primera la del Génesis y la puerta del Paraíso perdido, guardada, desde la expulsión, por Querubines y la Fulgurante Espada (Gn. 3:23) o aquella a la que llegaba la escalera que subió Jacob (Gn. 28:17), y en relación con esto, los famosos versos que inician el Canto III de la Divina Comedia, inscritos en la Puerta del Infierno, así como el verso de Homero «rechinaron las Puertas del Cielo, que guardaban las Horas». El Templo de las mil puertas (sacado de La Historia Interminable de Ende), viene igualmente a mi memoria, por lo acertado de su descriptivo nombre, así como el relato de Wells titulado La puerta en el muro. Los eruditos podría seguir, seguro, horas y horas.

Pero los buenos libros no solo son puertas, también son llaves, más toscas, menos precisas; por esta razón no abren la Puerta, pero si nos permiten abrir las pequeñas cancelas que la rodean y la guardan, y de esta manera, nos ayudan a acercarnos, posibilitando nuestro acceso a la Llave que abre aquella Puerta, la única puerta que resulta preciso cruzar.

Los buenos libros causan asombro, y al asombrarnos nos preparan para el mayor de ellos, el único y verdadero sobrecogimiento, El Misterio que es Dios, y a su vez nos dan la medida de la única actitud posible al acercarnos: aquella en la que el hombre experimenta el sentimiento de su nulidad, de «no ser más que una criatura», de no ser más que «ceniza y polvo» (Gn.18:27). A partir de ahí todo es posible. Y nuestros hijos deben prepararse para ello. Los libros pueden ayudarles.

Y termino otra vez con Chesterton, en este caso su Autobiografía, donde dice:

«Esta convicción arrolladora de que hay una llave que puede abrir todas las puertas, está de nuevo, ante mí, (…). Y surge de nuevo, como hace tiempo, la figura de un hombre que cruza un puente llevando una llave: tal como lo vi cuando miré, por primera vez, en el país de las hadas, por la ventana del teatro en miniatura de mi padre. Pero sé que aquel, que se llama Pontifex, el constructor del puente, se llama también Claviger, el portador de la llave; y que esas llaves le fueron dadas para atar y desatar, cuando era un pobre pescador en una provincia lejana, junto a un pequeño mar un tanto misterioso».



Comentarios

  1. Qué preciosa, preciosa entrada. Y qué bien entendía Chesterton todas las cosas. Él mismo es una puerta, una gran puerta para seguir al Señor.

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  2. Como siempre impresionante artículo. Me encantan las citas de nuestro querido Chesterton y su alusión a la Cultura cristiana.

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    1. Chesterton es un pozo inagotable. Me congratulo que le guste.

      Un saludo afectuoso.

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  3. Gracias, de verdad. Qué bonito...

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    1. Es muy gratificante y todo un estímulo para seguir, que le haya parecido interesante y bello.

      Muchas gracias.

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