LOS DOS LIBROS

Por encima de la paz eterna de Issak Levitán (1860-1900).



«Y Natura, la vieja nodriza,
al niño coloca en su regazo,
diciendo: “Mi Padre te ha escrito
este bello libro de cuentos.
Ven a maravillarte conmigo
a nunca recorrida región,
leyendo lo jamás leído
en los ocultos textos de Dios.»

   H. W. Longfellow  






















La relación entre los libros  y el asombro ante lo creado, entre el asombro y el amor y entre el amor (caritas) y Dios, no me corresponde a mí establecerla, ni siquiera explicarla. Obviamente es algo que me supera en exceso. Lo único que sé es que existe. Tan es así que la metáfora bidireccional y ambivalente entre el libro y la naturaleza (como caminos ambos que conducen al mismo lugar sagrado, como formas intercambiables y entrelazadas que contienen la voz de la Palabra), es muy vieja y como casi todo lo viejo, muy sabia.

Decía Santo Tomas que «los escritos sagrados están encuadernados en dos volúmenes: el de la creación y el de las Santas Escrituras». Siguiendo al gran Santo, según Mallarmé, «el mundo existe para llegar a un libro», según Bloy, somos versículos, palabras o letras de ese libro y según Borges, el Universo será siempre una gran Biblioteca… de un solo libro, con una sola Palabra, que fue el Alfa y será el Omega, añado yo. Quizás un día nos sea dado leerlo y será un goce indecible.

Hay pues una relación intima y suprema entre los dos caminos, entre los dos libros.
Acantilados blancos en Rügen de Caspar David Friedrich (1774-1840) y  En el salvaje Norte de Iván Shishkin  (1832-1898).


Recuerdo que Senior y sus colegas, Nelick y Quinn, en su famoso y tristemente silenciado Programa Integrado de Humanidades Pearson (que tenía como objetivo ese algo que debe motivar toda vida: que la verdad existe y que podemos conocerla), tenían esto muy presente. No solo hicieron uso de los libros –con sabiduría inocente y límpida, libre de toda soberbia–, sino que vieron en la Natura creada el libro puro del saber primigenio. Así, estos sabios (sino santos) lucharon por restaurar esa naturaleza en el corazón de sus alumnos; «La fe necesita tener algo en la naturaleza del hombre sobre la cual trabajar. Y nuestra tarea fue restaurar esa naturaleza», dice Senior. Nadie duda que lo hicieron, y con ambos libros. 
Las montañas nos llaman de John Singer Sargent (1856-1925).

Haciendo honor a su maravilloso lema (Nascantur in admiratione –que nazcan en el asombro–), dieron a sus entusiastas discípulos lo que, sin saberlo, ansiaban: recordar cual era «el orden poético del conocimiento», como decía Nelick y salvarles de la devastación que la modernidad había causado en sus almas, desfigurando y masacrando su sensibilidad y su capacidad de asombro (recogiendo en cierto modo el diagnostico que ya Eliot había esbozado a principios del siglo, de que «la desintegración cultural» que contemplaba y la pérdida de sensibilidad que implicaba, era fruto envenenado de la radical separación entre religión y cultura predicada e impuesta por la modernidad). Así, entre buenos libros y grandes libros y un contacto con la realidad natural (bailes, canciones, contemplación de las estrellas, paseos campestres, amaneceres… el regocijo en la creación, en su música y en su poesía, en su misterio y en su asombro), estos profesores aunaron el libro de la Naturaleza y el libro impreso en tinta, en lo que ellos creían era lo único que podía revivir aquellas almas ateridas y moribundas, así como yo creo es lo único que puede evitar que nuestros chicos acaben de ese modo: la enseñanza poética que les permita un día leer en el libro de la Vida.
Detalles sobre Lupine Patch de William Wendt (1865-1946).


Pero mientras, en tanto luchamos, trastabillamos, y caemos y nos levantamos, tratando de acercarnos a ese, nuestro destino escrito en las estrellas, lo que nos es dado leer (a, para y con nuestros hijos) son otros libros, sea en hojas de papel, sea en hojas de arce, y así asombrarnos, y asombrándonos, admirar y admirando, amar, para amando, tratar de alcanzar la Gloria. 

Y en esta ardua labor que nos ocupa, no nos olvidemos de aquello que fue con nosotros creado y nos rodea con su maravilla. Sigamos a los libros, si, pero sigamos igualmente al sol y a las estrellas.

«Los cielos atestiguan la gloria de Dios;
y el firmamento predica las obras
que Él ha hecho.
Cada día transmite
al siguiente este mensaje,
y una noche lo hace conocer a la otra.
Si bien no es la palabra,
tampoco es un lenguaje
cuya voz no pueda percibirse.
Por toda la tierra se oye su sonido,
y sus acentos hasta los confines del orbe.»

(Salmo 19: 1-4)
                                        
Por que uno y otro libro son Su voz; y admirando y asombrándose con uno y con otro, han ido desde entonces caminado los cristianos, y al caminar cultura han hecho. Y es a esta, a la Cultura Cristiana (tan nuestra que no somos sin ella), a la que debemos regresar, por muy abandonada y perseguida que esté; es algo esencial e irrenunciable.  Retorno que debemos hacer de ese modo, leyendo los dos libros, con poesía, misterio y asombro. Senior la define magistralmente: «la cultura cristiana es el medio natural de la verdad, asistida por el arte, ordenada intrínsecamente –es decir, desde dentro– a la alabanza, la reverencia y al servicio del Señor nuestro Dios»; ¿La reconocen?  Pues pónganse a la labor, nuestros hijos esperan.       

Comentarios

  1. Excelente artículo... "Sólo el asombro adora".
    ¡Gracias!

    José Tomás

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  2. Magnífico, Miguel. Un abrazo
    Alex

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  3. Como siempre un artículo para pensar hacia donde nos dirigimos y qué podemos hacer.

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  4. Querido amigo: ¡Brillante!

    Muchas gracias,

    J.A.F.

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  5. Maravilloso, maravilloso. Alimento para el alma leer algo tan bello y algo tan cierto. Muchísimas gracias.

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