ALGUNAS RECOMPENSAS

Isla de Dogashima de Hasui Kawase (1853-1957).




«Ven hacia aquí trayendo contigo un corazón que mire y que reciba»

William Worsdworth





Todos los padres sabemos que educar es frustrante y que, si la educación es buena, debe serlo en las dos direcciones. Aún así, saberlo no ayuda tanto; es fácil descorazonarse porque la labor es a largo plazo y a veces, muchas más de las que quisiéramos, se nos hace largo. Y como parte que es de esa educación, la ardua tarea de ayudar a construir la formación literaria de nuestros hijos no es diferente: las más de las veces cunde en nosotros el desánimo y la desmoralización. Por eso necesitamos estímulos, necesitamos premios. Afortunadamente, de tiempo en tiempo surgen providencialmente sorpresas, regalos inesperados, pequeñas recompensas que contienen en si mismas la prueba de su merecimiento. Yo he vivido alguno de estos momentos y, si me lo permiten, quisiera contárselo a ustedes. Así que allá voy.

Crackers in Bed de Norman Rockwell (1894 –1978).

 Seguro que les ha pasado. Uno de estos momentos deliciosos, acontece cuando nuestros pequeños nos dicen: “Papá, ayúdame a encontrar un libro como éste”, “Mamá, porfa, ¿dónde puedo encontrar un libro que me guste tanto como el que acabo de leer?, ¡es que me encantó!” ¿Cómo estar a la altura de esa confianza? Se trata de una súplica que nos sitúa directamente frente a nuestras responsabilidades. Nos vemos impelidos a colmar ese deseo, y debemos hacerlo con criterio y solvencia. 

“Para esto me he estado preparando”, recuerdo que pensé la primera vez que mi hija mayor me sorprendió con una de estas peticiones; tenía entre sus manos, recién acabado, Peter Pan y Wendy. Por esta razón, también nosotros debemos leer, debemos informarnos, debemos preocuparnos; para estar preparados en momentos como estos.

Bed time history de Jack Welch (1905–1985).


Porque, habrá que estar a la altura ¿no?. Habrá que responder al niño con un grado de atención equivalente al grado de confianza que el niño deposita en nosotros. –“¿Otro como este?”– ¡Que felicidad! Si, ¡qué felicidad!, pero habrá que prestar atención, para que esa felicidad que nos embarga no disipe la responsabilidad que nos compete. No podemos defraudarles. Hacerlo podría suponer un paso atrás. Porque los buenos libros llevan a otros libros, tan o más buenos, y así, poquito a poco, al hábito de la lectura, pero se trata de un camino frágil, con un pavimento de cristal, sobre todo en su inicio, que hay que cuidar.

Sin duda, otro momento memorable es cuando recibimos premio a nuestros desvelos con situaciones, quizás inimaginables o sorpresivas, pero que colman con suficiencia nuestras ansias. Les voy a contar alguna anécdota que ilustra lo que acabo de decir.

Un sábado cualquiera, temprano. La casa está en calma; reina un inspirador silencio que abraza secretamente las cosas. Me dispongo a leer acompañado de una taza de café recién hecho, humeante y umbroso, cuando oigo un leve ruido. Parece provenir del pequeño baño anexo al dormitorio de mis hijas. Antes de abrir la puerta del baño echo un vistazo al dormitorio; la habitación está en penumbra y a penas se ve, sobre sus colchones, la ropa de cama está revuelta y parecen adivinarse dos pequeñas formas. De nuevo el pequeño ruido atrae mi atención. Me decido al fin a abrir la puerta y… ¡No puedo creerlo! Mi hija pequeña, J., descansa cómodamente postrada, ¡dentro de la bañera! Sobre varios cojines reposa su pequeña humanidad. Me sonríe. Hay un libro entre sus manos y varios a su alrededor. 

–Es que no quería despertar a L –dice como disculpándose. –Pero aquí estoy muy cómoda y además hay mucha luz– añade, como adelantándose a mis objeciones.

Tenía seis años. Cerré la puerta y suspirando satisfecho pensé: me merezco esa taza de café.     

Por último, no menos complacencia nos causan situaciones como la que sigue:

Mis dos hijas acababan de leer, L. Tom Sawyer y J. El viento en los Sauces. Como era y es su costumbre, de vez en cuando alternaban sus buenos libros con aquellas lecturas que he llamado “chuches”; en otras ocasiones sus buenas lecturas se veían, como todavía se ven, interrumpidas por inconsistentes lecturas escolares. Aquel día L. pasó de Tom Sawyer a un libro de su elección, escrito por Astrid Lidgren y titulado Madita, en el que se relata la infancia de dos hermanas en la Suecia rural de finales del XIX; una obra menor de Lidgren, pero un libro aceptable. J. había tenido menos suerte, pues no pudo elegir y debió sumergirse en una de las lecturas que los Colegios estiman como adecuadas e instructivas (aunque no suelen ser ni lo uno ni lo otro); su libro se titulaba El Tesoro de Barracuda, y se reveló como una historia de piratas sin sustancia.

Pequeña niña leyendo de Johan Gudmundsen-Holmgreen (1895-1966).

Llegada la noche y antes de apagar la luz, como es costumbre, me pusieron al día en el estado de sus lecturas. L., sumergida entre sabanas, me comentó que el libro era entretenido, “y mucho más fácil”. Le pregunté a que se refería y me contestó que todo era más simple y que se sentía, “menos atrapada”. En ese momento J. irrumpió en la conversación para hacer una reivindicación: 

–Papá, no entiendo por qué nos dan libros tan infantiles –dijo. –¿Por qué no nos han dado para leer La Isla del Tesoro? –He de aclarar que J. la había leído hacía no mucho. 

–A mi no me importaría volver a leerla –prosiguió. –Es también de piratas, ¡pero es muchísimo mejor! –dijo entusiasmada. 

–¿Notáis diferencias entre unos libros y otros? –les pregunté a las dos.

–Claro, papá –contestaron a unísono.  

         –¡Vaya si hay diferencia! –apuntilló L.


Rezamos nuestras oraciones y tras el preceptivo beso, les apagué la luz. Me acerqué a mi esposa con una leve sonrisa en mis labios y un sentimiento de deber cumplido. Ustedes me entienden.

Cuando crece el criterio y nace el gusto, cuando ellos comienzan a apercibirse de que el deleite y el gozo no proviene por igual de unos y otros libros, cuando todos los afanes y desvelos que nos han comprometido y con nosotros su futuro, se les revelan ciertos… las cuitas y preocupaciones se aligeran y el celo se relaja.     

Pero no me engaño. Todo es un regalo. Todo es una gracia, siempre inmerecida. Solo nos queda servir, seguir sirviendo. Si envanecemos nos perderemos y a ellos con nosotros ¿no creen? 



Comentarios

  1. Proverbios 22:6 "Instruye al niño en su camino y aun cuando fuere viejo no se apartará de él". Y así es.
    Las maravillosas anécdotas que nos ha relatado en esta entrada nos son muy familiares, siendo uno de los frutos más dulces que a los padres nos depara la educación de nuestros hijos. La sonrisa de complicidad que comparten los esposos cuando comprueban que la semilla de su amor ha caído en tierra fértil es, simplemente, maravillosa. Y ahí está una de las claves, creo, de la persecución sin cuartel que está sufriendo la familia en estos tiempos que tantas veces me evocan, aún sin pretenderlo, aquellas negras ardides del Señor oscuro y su Anillo de poder en el Señor de los anillos. Permítame una cita de Sador, el carpintero, consejero y amigo del joven Túrin, cuando le responde a este acerca de la esclavitud, antes de que este emprenda la partida en busca de su hermana:

    - ¿Qué es un esclavo? -Pregunto Túrin.
    - Un hombre que fue un hombre, pero es tratado como una bestia -respondió Sador-. Que es alimentado sólo para mantenerlo con vida, que es mantenido con vida sólo para trabajar, que trabaja sólo por miedo al dolor o a la muerte. (Los hijos de Húrin, J.R.R. Tolkien)

    La libertad que brota del amor en el núcleo sagrado de la familia, pienso, es incompatible con la sociedad de seres desarraigados y, por lo tanto, altamente volubles y manipulables que necesita ese Estado que todo lo ve; ese Big Brother orwelliano. Por eso necesitan esclavos. Y por eso intentan desnaturalizar y destrozar a la Familia Natural, contexto en el que nacen anécdotas como las que comparte y que podríamos firmar mi esposa y yo ahora mismo.

    Un cordial saludo

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  2. Buenas noches Jordi:

    Estoy seguro de que muchas personas, como usted y yo, tienen anécdotas que ilustran la manera maravillosa en la que Dios nos anima a seguir adelante y cumplir nuestra misión de padres.
    Coincido con usted en cuanto a que punto de mira del destructor está en la familia natural y que estamos en una guerra, luchando en territorio ocupado -que no enemigo-.

    Un afectuoso saludo.

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  3. Buenos días Miguel -estamos en zonas horarias diferentes, y además no se cuando leerás el comentario, pero en este sitio siempre es de día-.

    Me provoca gran deleite lo que escribís y la acertada utilización de imágenes con que lo complementas. Todavía no soy padre, pero ojalá pueda educar a mis hijos de tal manera que pueda recibir tales consuelos, son de los mejores que imagino.

    También agrego que pensé exactamente en lo mismo que Jordi, en los ataques a la familia. Justo ayer recibí unas fotos de una "feria del libro infantil" de Argentina que comprimen cualquier corazón (libros de niños trans, cuentos "infantiles" de hombres sodomitas y de "Ni una menos"). Permanezcamos unidos en esta gran tarea re-culturizadora (perdón el neologismo), ubicando a NSJC como la piedra angular.

    Gracias Miguel y Jordi. Saludos,

    José Tomás

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    1. Hago mías sus palabras, José. Estamos en medio de una guerra, pero a pesar de que perdamos batallas (y hoy son muchas, la verdad), tenemos con nosotros la certeza de saber quien vencerá al final. Y esa esperanza es, como sabemos, una de las grandes virtudes a conservar y vivir.


      Ánimo y un saludo cordial.

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