TIEMPO Y LIBROS. UNA CONTINUACIÓN

El río de las piedras de José María Fenollera Ibañez (1851-1918).





«En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos»

Heráclito



«El hombre no puede ni hacer ni retener un instante de tiempo; todo el tiempo es un puro regalo» 

C.S. Lewis 



«Et in arcadia ego»

Evelyn Waugh. Retorno a Brideshead




Dicen que los niños prefieren caminar por las calles secundarias y tortuosas en lugar de hacerlo sobre la limpia y despejada acera de la calle principal. Esto es así, dicen, porque en esas calles poco transitadas y algo salvajes, todavía pueden ver flores, encontrar insectos y animales y tropezarse con aventuras. A este pasear atento y activo, pero paradójicamente suspendido en el tiempo, lo llaman los japoneses disfrutar del Michikusa

Michikusa significa literalmente «césped al lado de la carretera», representándose con dos kanjis (ideogramas) con el significado de «calle» y de «hierba». Pero la idea a que realmente se refieren los signos es a un estado de dilación, concretamente al concepto «entretenerse en el camino», como un caballo que se va deteniendo, de tanto en tanto, para comer el césped. Ejemplos de Michikusa son muchos y variados: la batalla de espadas usando paraguas, el juego y persecución de los gatos, el correr detrás de las mariposas, el lanzar piedras a lo lejos, el chapotear en los charcos, etc. Todavía me congratula y esperanza ver cómo mis hijas, en los paseos familiares, se persiguen la una a la otra o saltan entre los adoquines, salvando los claros y pisando los oscuros.

Niños jugando de Victor Gabriel Gilbert (1847–1933).

La escala de tiempo de los niños disfrutando de su Michikusa es bastante corta, escasamente el intervalo inmediato entre salir de la  escuela y llegar a casa, por ejemplo. Un mar de discontinuidades, un flujo interrumpido por estados en suspenso de todo y de todos, un estado de inocencia y pureza al que volver.

Sin embargo, los adultos perdemos esa inocencia temporal y proyectamos nuestras expectativas más allá, mucho más allá, en un tiempo más dilatado; toda una vida, el curso de vida, un ciclo de vida, y es a medida que maduramos (o más bien envejecemos), que esta proyección se desplaza y llega a alcanzar, con mucha intensidad al final de nuestra existencia terrena, a la muerte misma... y esta perspectiva es lineal, se agolpa a cada instante, es ávida y voraz y es, fatalmente, irreversible.

En los niños esto no se da, ellos no son así. Son una suma de estados Michikusa, y cuando estos empiezan a escasear tengan por seguro que la infancia se apaga.

Siempre les he dicho a mis hijas que huyan del tiempo mientras puedan, de su tiranía, de su subyugación. Que no presten atención a eso que, engañosamente, no es nada y lo es todo y, por supuesto, que escapen del reloj, artefacto hecho para domeñar al tiempo pero que de inmediato se nos revolvió sometiéndonos a su amo (Lewis Mumford llega a la conclusión de que «el reloj es una maquinaria de poder, cuyo producto son los segundos y los minutos»).

 La confidencia de Henry-Jules-Jean Geoffroy (1853-1924) y Niños lanzando bolas de nieve de Arthur John Elsley (1860-1952).

Los griegos, como sabemos, eran muy lúcidos y si bien su luz no fue la Luz directa que recibieron los hebreos, supieron encontrar algunos rayos entre lo creado. Para ellos Kairós era el tiempo mítico, eterno y Chronos, su padre, el tiempo domesticado, mesurable. Curiosamente, Kairos es el término utilizado en el famoso pasaje sobre el tiempo del Eclesiastés (3: 1-8).

No muy lejos encuentra el niño su idea del tiempo. Todavía no ha cundido en él el peso de la caída. El tiempo es algo inasible, incontable, pero que, por esa misma razón, no pesa, no resulta una penosa carga. Recordemos que en latín, Kairós es expresado en la frase evangélica «in illo tempore», y su fórmula cotidiana más cercana es la del cuento de hadas: «Érase una vez».

Cuanto más joven es el niño, menos es consciente de lo que será el año próximo, o incluso de que significa ayer. Lo que un niño ve en una historia, otro no lo ve o quizás lo verá mañana. Los niños viven el tiempo en una escala original, no hacen caso de la trasformación de la sensación temporal en el fluido lineal y constante que es medible a través del artefacto denominado reloj. No, claro que no, ellos perciben la sensación temporal de un ahora, un antes y un después, a través de la experiencia de los sucesos, los acontecimientos, los eventos, a través de lo que les pasa. Así, cada cosa tiene su tiempo, claro está, y es entonces cuando la sabiduría ínsita en Eclesiastés se hace transparente: el tiempo no es el mismo, cada acción, cada acto, cada suceso tiene su duración, «todas las cosas tienen su tiempo …»

Algunos distinguen entre los relatos infantiles diferentes niveles o escalas, según como sea en ellos tratado el tiempo. Unos primeros textos retratarían la utopía de la infancia, la soñada Arcadia ―un idilio intemporal, o quizás un tiempo cíclico― en las que los personajes viven en un ambiente sereno y pastoral, no afectado por el mundo que pasa. En unos casos, el tiempo está detenido, o mejor, no existe; en otros, el tiempo transcurre, pero para repetirse cíclicamente, en una segura y confortable sensación de continuidad, como el día y la noche, como el ciclo estacional. Así, en Peter Pan, en El viento en los sauces o Winnie de Pooh. Por ejemplo, en Winnie, esta idea se expresa claramente en las siguientes frases: «Érase una vez, hace mucho tiempo, el último jueves» o (…) «Un pequeño niño y su oso jugaban desde siempre y para siempre». 

En las rocas de Jeffrey Larson (1962-).

Otro tipo de relatos, más propios de niños de mayor edad, describen un tiempo arcadiano interrumpido, con un interludio en lo desconocido. Este tipo de relatos se mueve libremente entre el realismo y la fantasía, revisando historias de viajes en el tiempo, fantasías secundarias con fondo en el mundo real o episodios de aventuras insertas en la cotidianidad. Como ejemplos podemos señalar a Tom Sawyer, Las Crónicas de Narnia, Vencejos y amazonas o Cinco niños y eso. Lo que les sucede a los personajes en estas novelas e historias, es que, de una forma u otra, consciente o inconscientemente, se les asegura regresar a casa, sin coste o desgaste, sin angustia o miedo. 

Por último tendríamos  el concepto lineal del tiempo, el concepto adulto, corrompido y degradado, alejado del Paraíso, que está perdido y que no se reconoce como Arcadia. En estos relatos el protagonista ―o los protagonistas―, experimenta un desarrollo personal que se inserta en una línea de tiempo. En la literatura arcadiana el desarrollo personal es inconcebible y en los relatos de interrupción se convierte en una posibilidad tentadora pero irrealizable. No así en este tipo de relatos que acaban siempre con un cambio. Responden a los relatos que contienen ritos de iniciación y al paradigma del héroe, con su peregrinaje, su prueba de vida y su viaje, del que retorna alguien nuevo y distinto o, tal vez, que no tiene retorno y que encierra la propia expiación. Como ejemplos podríamos señalar, Mujercitas, El Hobbit, El señor de los Anillos, La Casa de la Pradera o La isla del Tesoro.

Niña sobre alfombra roja de Felice Casorati (1883-1963).

Así que, demos a nuestros niños esos relatos, unos y otros, según su edad, y alimentemos de esta forma su percepción del tiempo primigenia y original, esa que traen consigo al nacer y que les hacemos perder nada más comienzan a balbucear; ¡Devolvámosles su tiempo! y nosotros, nosotros… ¡recuperémoslo! como parte, y no pequeña, de eso que hemos extraviado y que tan alejados nos mantiene de aquello a lo debemos tender y es nuestro verdadero destino. 

Schiller, por supuesto, también lo vio:

«También yo nací en la Arcadia,
también a mi la Naturaleza
prometió en mi cuna alegría,
también yo nací en la Arcadia,
y la breve Primavera solo me dio lágrimas»


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Comentarios

  1. No comparto su opinión de encasillar a ESDA en el grupo tercero.

    El tiempo de ESDA está organizado en círculos concéntricos interrelacionados. La aventura/maduracion de los personajes es sólo uno de esos tiempos, el más pequeño de todos, el caso particular.
    Alrededor se articulan otros, de manera que Sam se sabe insertado e una leyenda, de manera que Lothlorien está fuera del tiempo lineal, de manera que Faramir y los soldados se vuelven a "lo que era y sigue siendo, y más allá a lo que siempre es", de modo que Bárbol sabe que se reencontrará con las ents-mujeres y con Galadriel e los saucedales de Tassarinan.

    ¿Tiempo lineal en ESDA?

    No.

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    1. Estimado Sergio:

      Sus apreciaciones son bien recibidas; resultan aleccionadoras y sumamente interesantes. Ocurre que su enfoque no es el mío. Precisamente aquello que para usted es lo mas pequeño es para mí lo más grande: esa historia que usted llama de maduración y que contiene la esencia del peregrinar cristiano en esta vida terrena, es lo que me interesa (con sus elementos de entrega a lo que la providencia Divina nos tiene reservados, dación desinteresada a los otros, sufrimiento, sacrificio, tentación, caída y redención), y es a lo que hago referencia en esa mención ejemplificativa que usted comenta.

      En todo caso muchas gracias por el comentario.

      Un saludo cordial.

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  2. Maravilloso texto. Lo de «in illo tempore» y los cuentos de hadas me parece absolutamente brillante. Toda la entrada lo es. El tiempo en la infancia es poético y es evangélico también. Todos los que no la hemos perdido del todo (a mí me sigue divirtiendo jugar a lo de los adoquines...) lo sabemos muy bien.

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