INFANCIA, POESÍA Y LIBROS

Puesta de sol sobre el agua de Joseph Mallord William Turner (1775-1851) 



«En los sueños no hay mañana, es todo ahora... »

Antonio Machado



Los grandes poetas, ¿nacen o se hacen? Por supuesto no estoy capacitado para responder a tal pregunta, es más, intuyo que quizás no tenga humana respuesta. No obstante me gustaría traer hasta aquí cómo la lectura de buenos y grandes libros ayudó, influyó, estimuló o solo (¿solo?) estableció una relación, quizás inevitable, con algunos grandes poetas. Se trata de una llamada de atención –una más– sobre la importancia de establecer una relación temprana y constante con aquellos extraordinarios libros y de relevancia que los padres tuvieron en ese lance; este es, como sabéis, uno de los objetivos de este blog, y aunque es casi seguro que la mayoría de nuestros hijos no llegarán a ser grandes poetas,… ¿Quién sabe? podría ser… Así que vamos allá:


SAMUEL TAYLOR COLERIDGE  (1772-1834) 

El menor de 13 hermanos, el joven Samuel buscó refugio, como más tarde confesó al novelista y filósofo William Godwin, «en la lectura temprana e inmoderada, especialmente en de Las Mil y una Noches Árabes». Desde sus primeros años Coleridge fue, en su propias palabras, «un glotón de libros».


WILLIAM WORDSWORTH (1770-1850)

Wordsworth leyó intensamente en su infancia, tanto ficción como poesía, lo que tuvo una gran influencia en su obra, especialmente sus lecturas de Edmund Spenser, los cuentos de Las Mil y una Noches Árabes, John Locke, Platón, Cervantes y Horacio y otros poetas clásicos.


HENRY W. LONGFELLOW (1807-1882)

Longfellow confesó que Walter Scott, a quien leía con fruición cuando era niño, le introdujo en la balada y en los temas románticos e históricos que más tarde desarrollaría en muchos de sus poemas.


ALFRED TENNYSON (1809-1892)

Lo fundamental de su temprana educación provino de la tutoría que recibió de su padre, el reverendo George Clayton Tennyson, amen de su propia lectura sumergido en la biblioteca de 2.500 volúmenes de su padre. Además de la teología, la filosofía y la historia, hubo importantes volúmenes de clásicos, orientales y científicos entre sus manos, que influyeron profundamente en el joven Alfred. En esta selecta y extensa biblioteca leyó a Shakespeare, Horacio, Virgilio, Lucrecio y Homero. Así mismo leyendo a Thomas Malory, concibió la imagen del rey Arturo que lo conduciría a Los Idilios del Rey, aunque la lectura que le dejó mayor huella fue la de John Milton.

Vista a Venecia de James Abbott Mcneill Whistler (1834-1903)

EMILY DICKINSON (1830-1886) 

La Biblia fue el libro más influyente en la vida de Emily Dickinson. En su infancia, su padre comenzaba el día con una lectura de los Libros Sagrados seguida de la oración matutina, lo que causó intensa huella en ella, pues al parecer conocía en detalle casi todas las líneas de la Biblia, citándolas a menudo, y se refería a ella muchas veces y más a menudo que a cualquier otra obra. La biblioteca familiar era amplia y se dice que la Sra. Dickinson, junto con su padre y su hermano, leía omnívoramente. Así mismo, aunque hoy lamentablemente puede parecer extraño, la joven Dickinson consideraba su posesión más preciosa lo que ella denominaba su Lexicon,; resulta preciso aclarar que este su Lexicon no era en realidad otra cosa que el Noah Webster's American Dictionary.


WILLIAM B. YEATS (1865-1939) 

El entusiasmo poético de Yeats vino, según cuenta, de su padre, que desde temprana edad leía para él a Shakespeare, Homero, Balzac y, sobre todo, a su mayor influencia, Shelley.


Crepúsculo escarlata sobre ciudad con río de Joseph Mallord William Turner (1775-1851)


WILLIAM CARLOS WILLIAM (1883–1963)

Williams creció en una casa donde el español, el francés y el inglés eran hablados y leídos. Uno de sus primeros y más vívidos recuerdos fue su padre leyendo en voz alta poemas de Paul Laurence Dunbar. También fue su padre quien le presentó a Shakespeare. El estímulo de este para que leyera libros difíciles llevó a Williams a leer La Divina Comedia y Los Principios de Filosofía de Herbert Spencer. Su maestro de escuela dominical le leía a Kant y Los Diálogos de Platón y estaba impresionado con su lectura de los grandes poetas británicos, especialmente Keats y Milton a quienes le había acercado su padre. 


FEDERICO GARCIA LORCA (1898–1936)

El padre de Federico tenía abierta una cuenta en una librería local de Granada gracias a la cual el poeta y su hermano Paco acumularon una impresionante biblioteca. Se sabe de sus lecturas adolescentes y juveniles: El Candido de Voltaire, y los clásicos, como Los Diálogos platónicos, La Teogonía de Hesíodo y La Metamorfosis de Ovidio, así como La Biblia, La vida de Santa Teresa, los poemas de San Juan De la Cruz, ensayos de Unamuno, filosofía hindú, El Rubáiyát de Omar Khayyám y De Profundis de Oscar Wilde.


ROBERT FROST (1874–1963)

La madre de Frost, una escocesa presbiteriana, le leía en su infancia, en voz alta, a Shakespeare, Wordsworth y Emerson, a los que Frost citó como influyentes precedentes de su dicción musical. También reconoció su deuda con los antiguos, mencionado a La Odisea y los poemas de Catulo, leídos en su adolescencia, como «los libros que más han significado para él», justo detrás de La Biblia.


T. S. ELIOT (1888–1965)

De niño, Eliot disfrutó de la biblioteca familiar, con la lectura de los poemas de Macaulay, Charles Wolfe, y Tennyson. A los 14 años, leyó El Rubáiyát de Omar Khayyam; también leyó en su adolescencia La Divina Comedia, así como a los poetas metafísicos, los dramaturgos jacobitas y los simbolistas franceses, especialmente Jules Laforgue, del que dijo fue «uno de los que han afectado el curso de mi vida». Sin embargo nadie como Dante y su Divina Comedia influyó en Eliot, según declaró, su poesía es «la influencia más persistente y más profunda sobre mis versos». Esta precoz lectura de Dante precedió a su conocimiento del italiano; señala haber leído de muy joven La Divina Comedia con la traducción inglesa y el original italiano en paralelo y memorizar y repetir durante días fragmentos en el idioma original, hasta aprenderlos.


E. E. CUMMINGS (1894–1962) 

Cummings adquirió un conocimiento temprano de la tradición literaria occidental clásica en el seno de un ambiente familiar propicio a ello. Leyó a Henry Thoreau, Ralph Waldo Emerson y a Emily Dickinson, pero también a Esopo, Homero, los trovadores franceses, Geoffrey Chaucer, Dante Gabriel Rossetti, Catulo y Safo. Longfellow fue su primer ídolo, pero en su juventud se apartó del él para reemplazarlo por John Keats.


Vista de Venecia de James Abbott Mcneill Whistler (1834-1903)














DYLAN THOMAS (1914–1953)

Desde muy corta edad Thomas estaba bastante bien leído a causa de la extensa biblioteca de su padre. Respondiendo a una pregunta sobre sus primeras inspiraciones, Thomas comentó: «Yo quería escribir poesía desde el principio porque me había enamorado de las palabras. Los primeros poemas que aprendí eran rimas infantiles, y antes de que pudiera leerlas por mí mismo, llegue a amar sólo las palabras contenidas en ellas, únicamente las palabras». Señaló como influencia en su poesía temprana «los cuentos populares, las baladas escocesas, algunas líneas de himnos religiosos, Los Salmos y las historias bíblicas más famosas (su padre citaba con frecuencia La Biblia, en casa), Las canciones de la inocencia de Blake, y la incomprensible majestad, mágica y absurda, de Shakespeare, al que escuché y leí en casa». 


OCTAVIO PAZ (1914–1998)

Paz era un ávido lector, su abuelo tenía una extensa biblioteca donde el poeta leía de niño y joven, y entre cuyos volúmenes se incluían Simbad y otras historias de Las Mil y una Noches Árabes, El Romance del Mío Cid y el Robinson Crusoe de Daniel Defoe, así como las obras de Ezra Pound, Walt Whitman, T. S. Eliot, Pablo Neruda y Sor Juana Inés de la Cruz, que se revelarían después como notorias influencias en su poesía. 

Visto lo anterior, no se si hay relación de causa efecto entre libros y poetas, pero parece claro que relación haberla hayla. En todo caso, nada perdemos con favorecer el estrechamiento de lazos entre nuestros hijos y los libros, pues como decía Thomas Carlyle «los libros son amigos que nunca decepcionan», a lo que se une lo señalado por Cicerón, de que «mis libros siempre están a mi disposición, nunca están ocupados».






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