POR LAS SELVAS DE MEDIO MUNDO

Cascada, de Joseph Anton Koch (1768-1839).


«Soy tan libre como la naturaleza hizo al primer hombre,
antes de que las leyes básicas de la servidumbre se dictaran.
Cuando el noble salvaje corría indómito por los bosques».

John Dryden


«Estaba desnudo y veía al hombre desnudo desde el centro de su propio cristal».

T. S. Eliot


Hablaremos hoy de dos libros que tratan, de forma distinta, un tema similar, quizás el mismo tema, un tema que acerca al hombre a su estado natural y le enfrenta, desnudo, consigo mismo. Ambas obras poseen reminiscencias, no solo de nuestro primer padre, Adán, sino igualmente de muchos de los vestigios de su huella tras la Caída, hallados en la memoria de los hombres en formas tales como el mito del buen salvaje, encarnado en los homo agreste y homo sylvaticus recogidos por Hesíodo y Tácito, proclamado más tarde a los cuatro vientos por Rousseau y arrebatado finalmente de su aire romántico por Darwin y los suyos. Ahora bien, no vayan a suponer ustedes que se trata de dos opúsculos crípticos e insondables, no, antes bien, se trata de dos de las historias juveniles más apasionantes que se puedan leer. 

Les presento a Tarzán y a Mowgli.


EL LIBRO DE LA SELVA. Ruyard Kipling.

El primero y el segundo libro de la Selva en edición de Anaya.

El conocido vulgarmente por El libro de la Selva, es en realidad dos libros (uno –El libro de la Selva–, publicado en 1894 y el otro –El segundo libro de la Selva–, en 1895), dos libros que no encajan bien en el concepto de novela al uso, sino que ambos están constituidos por un conjunto de relatos, algunos de los cuales, además, no se desarrollan en la jungla india de Seeonee ni tienen como protagonista al conocido Mowgli, aunque su temática versa igualmente sobre animales en su ambiente natural. 

Los relatos protagonizados por el pequeño Mowgli (el grueso de los dos volúmenes y sus historias más conocidas), ponen de manifiesto una idea nuclear: así como los animales deben cumplir con su naturaleza, el hombre también. Y Mowgli, a pesar de haber sido criado en el corazón de la jungla entre lobos salvajes, es un hombre. Y el hombre, aun estando lejos de la sociedad, en el oscuro y apartado corazón de una selva, debe ser hombre, abandonar la ingenuidad, la puerilidad y la irresponsabilidad de lo salvaje y aceptar su lugar en el mundo. «El hombre vuelve al hombre en el último momento» nos dice Kipling.

Y será en el curso de ese camino en el que se desenvolverá la historia de nuestro protagonista, entre aventuras llenas de risas, lamentos, tristezas y alegrías, acechado y perseguido por Shere Kan, el tigre, y guiado y protegido por Baloo, el oso, y Bagheera, la pantera negra. Para contárnoslo se sirve Kipling de las fórmulas tradicionales de las fábulas, humanizando a los animales y creando un abanico de personajes inolvidables.

Ilustraciones del ucraniano Sergey Artyushenko.

Aunque los dos libros de la jungla afirman la necesidad de cumplir con el deber de la propia naturaleza, también celebran la libertad existente antes de asumir este deber. La posición de Mowgli en la selva es especialmente privilegiada a resultas de su condición de hombre. Es tanto el amigo como el amo de los otros animales. Y es que el poder de Mowgli es el resultado de su propia naturaleza; él es un hombre y la posesión de un alma le otorga, de forma natural, una superioridad sobre las demás criaturas: vive en un estado de compañerismo con los animales, de primus inter pares, a través de una relación de pura amistad, pero ejerciendo también sobre ellos de forma espontánea su superioridad.

Ilustración de William Henry Drake (1856 – 1926).

Los niños (de 10 años en adelante) disfrutarán de la lectura de estas historias magníficamente escritas y apreciarán el mundo natural donde habita Mowgli, y querrán ser como él, y tener amigos como Baloo y Bagheera.

Una buena edición en castellano (de hecho la que han leído mis hijas) es la de  Anaya, colección Tus libros, que posee las estupendas ilustraciones de John Lockwood Kipling, William Henry Drake y Alexander Koshkin. Muy recomendable.


TARZÁN DE LOS MONOS. Edgar Rice Burroughs.

Primera edición en español de Gustavo Gili y la edición de Edhasa.

Edgar Rice Burroughs era reacio a identificar fuentes específicas de su opus magnun, la novela Tarzán de los monos (1914). De hecho estaba particularmente dolido por las comparaciones que se hacían entre su historia y los libros de la selva de Kipling (hay que decir que el propio Kipling creía que el Tarzán de Burroughs derivaba de su Mowgli; por su parte, Burroughs declaró públicamente que el origen de su historia podía encontrarse en la leyenda de Rómulo y Remo). Sin entrar en mayores disquisiciones, lo cierto es que no puede evitarse apreciar alguna que otra coincidencia entre ambas historias, sobre todo temática (el niño criado en la selva entre los animales) y filosófica (la idea, latente en ambas obras, de resaltar la especial naturaleza del hombre que, no obstante ser puesto a la altura de los animales y aislado de los demás seres humanos, se eleva de manera magnífica de entre ellos por sus propios medios y ejerce su dominio).

En todo caso, estas ideas son mucho más antiguas que Kipling e incluso que las leyendas romanas. No puedo dejar de pensar que desde muy antiguo, como reminiscencia de nuestros primeros padres, habitó en la imaginación de los hombres la fascinante idea de que naturaleza íntima del hombre precede a lo salvaje y que, en cualquier circunstancia, hasta la más extrema, termina imponiéndose sobre toda otra criatura, condición y circunstancia.

El Tarzán de Russ Manning en plena efusión salvaje.

La historia no puede ser más apasionante, mezcla de drama, aventura y romance. El protagonista, nuestro Tarzán, es un vástago de una noble familia inglesa, nacido en el corazón de las selvas del África tropical de finales del siglo XIX, hasta donde el destino, tras trágicas tribulaciones, lleva a sus padres, los cuales fallecen cuando él tiene apenas un año. El bebé es encontrado y adoptado por una enorme simia (Kala), y crece entre un grupo de feroces antropoides que le bautizan como Tarzán, «el de piel blanca». A partir de este momento asistimos, entre atónitos y apasionados, al crecimiento físico, emocional e intelectual del rudo protagonista, cuya existencia salvaje se verá alterada por el descubrimiento de los hombres y la aparición de una joven norteamericana, Jane Porter, de la que terminará enamorado (nuestro héroe cree que a ella «la habían creado para que (él) la protegiese y que a él le habían creado para protegerla») y con la que terminará contrayendo matrimonio.

El Tarzán de Foster y el de Burne Hogarth.

Este contraste, entre la influencia de la herencia genética y el medio ambiente y el leiv motiv de la lucha por la supervivencia que recorre toda la novela, nos pone ante un relato de poso post-darwiniano, lo que no es extraño dada la época en la que se publicó, 1914 (lamentablemente tampoco lo sería hoy). No obstante, este enfoque es sepultado bajo las toneladas de emoción, riesgos y aventuras que encierra la historia.

Es precisamente su posesión de la razón humana lo que le permite a Tarzán educarse, sobresalir, y finalmente, dominar a las bestias. Y en tanto lo hace y regresa hacia su origen civilizado, Tarzán no deja atrás su amor por la naturaleza; podemos ver en él un doble status, de hombre apegado a la tierra y de hombre cultivado, con retención de lo mejor de ambos mundos.

Todo ello rodeado de peligros, tensión, aventuras y amor. Una novela apasionante que cautivará a sus hijos.

El Tarzán de Manning y el Kubert.

En español, la novela (y las subsiguientes 23 que constituyen la serie, de menor valor literario) fue editada por primera vez en 1929 por Gustavo Gili Editor en Barcelona y recientemente por Montena, El Círculo de Lectores y Edhasa (esta última es la edición que acaba de leer mi hija mayor), aunque ninguna de ellas viene convenientemente ilustrada. La verdad es que en cuanto a la ilustración, el cómic le ha ganado aquí el pulso a la novela, pues siempre serán recordadas las historietas del personaje iluminadas por el arte de Harold Foster y de Burne Hogarth (y en menor medida, Russ Manning y Joe Kubert).

Para niños de 13 en adelante.



Comentarios

  1. Miguel: una vez leí a cierto crítico católico que decía algo así como que Tarzán es "rousseaunismo para las masas", en alusión al "buen salvaje" del ginebrino. ¿Habrá algo de eso?.

    Velocilector

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  2. No lo creo. Al parecer, Burroughs nunca había oído hablar del buen salvaje de Rousseau y aunque poseía una copia del "El origen del las especies", tampoco se le conoce comentario alguno sobre esta obra. Sin embargo, parece que si estaba muy interesado en jugar con la idea de un concurso entre herencia y medio ambiente ¿Qué pasaría? ¿Quién resultaría vencedor? En todo caso en las ultimas páginas del libro (como la culminación de un proceso) vemos a un Tarzán civilizado y cultivado, pareciendo que el autor nos dijera que la cultura y educación unidas a la cuna han hecho mella en el salvaje, mejorándolo, El buen salvaje de Rousseau es por tanto abandonado. El mensaje de Burroughs podría ser, más bien, que cuna y ambiente, cultura y naturaleza, aportan cosas y de su mestizaje puede surgir algo bueno.

    Un saludo cordial.

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  3. Gracias Miguel.

    También alguna vez leí en otra fuente una tesis parecida (tampoco sé qué tan certera) respecto de "El último de los mohicanos": para Fenimore Cooper el hombre ideal sería la conjunción de la inocencia del salvaje y la moral del cristiano.

    Cordiales saludos.

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  4. ¡Muy buenas noches, Don Miguel! La historia de Tarzán me parece muy aleccionadora y también una buena lectura para los hijos a partir de una cierta edad. Tarzán, criado por monos y alejado de cualquier vestigio de civilización, es un Hombre, y esa dignidad que lo diferencia de los animales pulsa en su interior y termina por salir a la luz. En cierto modo, me recuerda al magnífico relato que hace Chesterton del hombre de las cavernas, aunque quizá me aparte un poco del texto que nos trae en esta entrada. Decía Chesterton (en su libro El hombre eterno) que ningún animal ha producido arte ni tampoco es posible rastrear una evolución del arte animal al arte de las cavernas. Los de Altamira, por ejemplo, eran hombres con todos los atributos espirituales de los actuales. Del mismo modo, Tarzán es un hombre aún criado entre animales y apartado del resto de los humanos. Me parece un paralelismo notable.

    Un abrazo

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    Respuestas
    1. Muy cierto Jordi. Y ello nos ha de dar esperanza ante esa regresión a cierto bestialismo (y paralelamente cierta humanización de los animales, a los que se les otorga derechos que no se les reconocen a los humanos más desvalidos). Aún a pesar de esa ingeniería demoníaca, hay esperanza, e historias como las de Tarzán pueden ayudar.

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