SECRETOS, LIBROS E INFANCIA

Nuestro Señor Jesucristo bendiciendo a los niños, de Henryk Hektor Siemiradzki (1843-1902).


«Yo te bendigo Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque has ocultado a
los sabios y has revelado a los pequeños».

Mt 11, 25-27.

«Tú eres para mí un refugio que me libra de la angustia».

Salmos, 31, 7.

«No cesaremos en la exploración,
por más que su final sea llegar donde comenzamos
y conocer el lugar por primera vez».

T. S. Eliot.


Parecería, al menos para la mente adulta, que la infancia es un tiempo de secretos. Pero los secretos de los niños no son necesariamente del tipo que los adultos albergan. Son menos siniestros, menos oscuros (los mayores los hemos usado con frecuencia para la mentira, la opresión o el abuso; eso no suele ocurrir en la infancia). En la niñez, el término secreto adquiere un significado cercano al origen etimológico de la palabra, que deriva del latín secretus y significa apartado, escondido, y, por lo tanto, se encuentra alejado de sus significados peyorativos o negativos, como prohibido, oculto o pecaminoso.

El secreto, de Lawrence Alma-Tadema (1836-1912).

Todos recordamos la fascinación que despiertan juegos como el cu-cu, tras o el escondite, o la eterna pregunta definidora de confianzas y lealtades: «¿sabes guardar un secreto?», y tan relacionada con aquello de que un secreto que se cuenta ya no es un secreto (aunque, como todo niño sabe, si bien es conveniente compartir tus propios secretos con los amigos de verdad, los secretos de tus amigos nunca deben compartirse con otros). 

Probablemente, como relata Edmund Gosse, el secreto nos permitió, en una edad temprana, descubrir nuestra conciencia y escuchar por vez primera su voz: 
«Había un secreto en este mundo y me pertenecía a mí y a alguien que vivía en el mismo cuerpo, conmigo. Había dos en mí, y podíamos hablar».
En nuestras vivencias infantiles y en las que observamos de nuestros hijos, está siempre presente el secreto: lugares en los que esconderse, lugares donde enterrar un tesoro, pasadizos y refugios ocultos de las miradas adultas y de las de los otros niños, cajas, cajones y rincones donde esconder nuestras más preciadas posesiones, cofres, roperos, armarios, casas en los árboles, cuevas, túneles, escondites secretos, diarios secretos, juramentos secretos, contraseñas secretas, clubes secretos… lugares, palabras, pensamientos, acciones, en los que y a través de los que participar en la creación y vivencia de historias imaginadas. Y es que el secreto para el niño va siempre asociado a la fascinación. Los lugares secretos son su pequeño reino.

Quehaceres de la granja, de Alfred van Muyden (1818-1898).

Me detengo y leo a mis hijas lo que llevo escrito; ellas me recuerdan, en tono de reproche, que hay otros lugares secretos a no olvidar; otros lugares aislados que ofrecen a los niños espacios privados, confortables y seguros: el recinto cubierto creado por una manta tendida entre los árboles o arrojada sobre tablas, el espacio oscuro debajo de una cama o tras las escaleras, o el fondo tenebroso y silencioso de un gran armario. La imaginación infantil trasforma todos estos espacios en guaridas, refugios o fortalezas, pero eso sí… siempre secretos.

¿Cuál es la contraseña?, de Edmund Adler (1871-1957).

Desde luego, no hay duda de que la infancia es patria de secretos. Y no piensen que se trata de una cuestión baladí, no. Al parecer tales espacios juegan un papel clave en el desarrollo de los niños y conservan un poder simbólico que resuena a lo largo de la vida adulta (Bachelard). Investigadores prestigiosos han señalado la importancia de la creación de lugares secretos para el juego de los niños; hablamos del juego imaginativo, claro, no del mecánico y automatizado de las maquinitas de hoy.

En todo caso, se trata de un fenómeno valorado, pero quizás mal comprendido. Hay una diferencia entre la privacidad y la ocultación, propia del concepto adulto de secreto, y el secreto infantil, propio del juego de los niños. Porque la privacidad es más bien un retiro deliberado de los demás, mientras que el secreto infantil se refiere probablemente a las relaciones con aquellos de quienes se guardan los secretos o con quién los secretos son compartidos. En suma, el secreto es para los niños algo anudado fuertemente al juego y a la imaginación; se crea con otros niños y frente a otros niños. Es cierto que los pequeños buscan sus refugios ocultos como lugar de consuelo donde poder retirarse temporalmente de un mundo de adultos con normas y figuras de autoridad, pero es cierto también que lo hacen con la finalidad de crear un estado de ánimo de ensueño en el que jugar sin las limitaciones del mundo real.

Jugando al escondite, de James Tissot (1836-1902) y El escondite, de Charles Burton Barber (1845-1894).

Por eso no es extraño que los secretos, sean personas, lugares o confidencias, hayan sido objeto y sujeto de relatos infantiles. 

Sabemos de El Jardín secreto de Frances Hodgson Burnett, ya comentado aquí (enlace), y de las vivencias y angustias de Ana Frank y su refugio oculto, la Achterhuis, como ella lo denominaba; sabemos también del poder transformador de los espacios secretos para reconectar literal y metafóricamente a los niños huérfanos con un hogar y con su propio sentido de identidad. Sabemos del cobertizo de Guillermo y sus Proscritos, de Crompton; de la cueva, el invernadero del jardín, el cobertizo o la cabaña en el árbol de Los Siete Secretos, de Blyton; del armario que los hermanos Pevensie usan como puerta de acceso a Narnia, de Lewis; de El Jardín de medianoche, de Pearce; del bosque donde está el reino imaginario de Terabithia, de Paterson; del Valle del Arco Iris para los hijos de Ann Shirley, de Maud Montgomery; del Bosque de los siete acres para Winny de Pooh, Christopher Robin y los demás, de Milne; del interior del Árbol del Ahorcado para Peter Pan y los niños perdidos, de Barrie; del hogar subterráneo del Tejón en El viento en los sauces, de Grahame, o de La puerta maravillosa de Tony, de Howard Fast; también la idea del secreto y la ocultación flota sobre todas las páginas de La Isla del Tesoro.

Portadas de algunos de los libros mencionados.

Así que no hurtemos a nuestros hijos estos lugares especiales, estos espacios, tanto imaginativos como físicos, de los que como adultos carecemos. Facilitémosles su disfrute. Ellos deberían gozar (como nosotros gozamos) de la oportunidad de escapar y ocultarse jugando, sea en el patio trasero, en el bosque, en el parque o en casa, tras la escalera o bajo la mesa, sea con su imaginación, enfrascados en la lectura de alguno de esos libros. Es algo que, según J. M. Barrie, los adultos podemos recordar ,pero no habitar: 
«Nosotros también hemos estado allí, todavía podemos escuchar el sonido del oleaje, aunque no volveremos jamás». 
Creo que Barrie se equivocaba, pues algunos sí que podrán volver. Está escrito. Y probablemente ocurra como cantó Eliot en los versos que encabezan esta entrada, y entonces estos afortunados, a pesar de volver, conocerán «… el lugar por primera vez». 

Por eso los libros citados y muchos otros son, junto al mero juego natural, espontáneo e imaginativo, un buen medio de preservar esos secretos. 

Demos libros y secretos a los niños; ellos nos lo agradecerán. 




Comentarios

  1. Los secretos de los niños: un pequeño reino... ¡qué magnífico! No había reparado en este otro tesoro de infancia. Habrá que cargarlo en la alforja.
    Un abrazo don Miguel. Y muchas gracias.

    J.A.F.

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    1. Muchas gracias José. Sobre los niños y su mundo sabe usted mucho y recientemente ha tenido la gratitud de compartirlo. Pronto hablaremos de eso en este blog.

      Un abrazo.

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  2. Mi gran duda es la edad de sus hijas... enriquecen a todos con sus aportes!

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  3. Disculpa Miguel si este comentario más bien correspondía a la entrada anterior, pero vi lo siguiente en internet y supuse útil conocer tu opinión (si es que deseas emitir una, claro):

    http://www.abc.es/ciencia/abci-ritos-chamanicos-origen-leyenda-santa-claus-201712221831_noticia.html

    Velocilector

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    1. No voy a hacer comentarios sobre este tipo de noticia (y más colocadas en una sección pretendidamente científica de un periódico pretendidamente conservador, antaño católico), aunque lo mereciera. Simplemente te remito a otra dirección web, donde se ponente las cosas en su sitio (aunque, sin duda al santo Nicolas lo han venido deformando desde hace más de un siglo).
      http://es.catholic.net/op/articulos/21046/la-verdadera-historia-de-santa-claus.html

      Además te remito a dos textos de Chesterton que pululan por la red titulados "On Santa Claus" y "Santa Claus and Science", que son muy hermosos.

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