EL JARDÍN DE MEDIANOCHE


Ilustración de Levi Pinfold, con los protagonistas del libro,  Hattie y Tom, en su jardín.



«A veces, los cuentos de hadas pueden decir mejor aquello que se debe decir».
C. S. Lewis


Todas las cosas cambian, pero permanecen. Sufren mudanza, pero ello no afecta a su sustancia y a su identidad. E igual que con las cosas, esto sucede con los hombres. Esta tensión es uno de los problemas ontológicos por excelencia. Pero no voy a hablar de filosofía (no podría), sino de un libro que toca, aunque sea tenuemente, esta cuestión. 

Este libro es El jardín de medianoche, escrito por Philippa Pearce en 1958 y considerado como «una de las novelas infantiles más importantes de todos los tiempos en cualquier idioma», según el Oxford Companion to Children's Literature (ganó la prestigiosa medalla Carnegie en 1959). Se trata de una seductora historia de viajes en el tiempo que lleva al lector pausadamente a lo largo de cada capítulo a un final que, paradójicamente, se encuentra en el principio. Al igual que los personajes de los libros de Narnia de C. S. Lewis, el protagonista de la historia entra a través de una puerta en un maravilloso jardín para viajar así en el tiempo 80 años atrás.  

Tom Long es un niño solitario que ha sido enviado a vivir una temporada al apartamento que sus estrictos tíos poseen en una vieja casa de campo. Cada noche, cuando el viejo reloj de pie de su abuelo marca las 13:00 horas, Tom observa con asombro que, en vez de una, el vetusto reloj toca trece campanadas. 
«—¿Trece? La mente de Tom dio un salto ¿Había dado las trece? Ni los relojes viejos y locos hacían algo así».
Una noche, el chico descubre una puerta que le da acceso a un jardín anclado en el pasado de la casa. Allí encuentra a una niña victoriana llamada Hattie con la que traba amistad.

Cada medianoche, al entrar en el jardín, Tom encuentra a Hattie un año mayor. Así, noche tras noche, la niña se va creciendo y el chico se hace más distante y fantasmal. Finalmente, el pasado se pone al día con el presente: Hattie llega a la edad adulta y Tom tiene que dejarla ir, en una hermosa escena, cuando los dos patinan por un río helado ¿Es un adiós para siempre? No, por supuesto que no. 

Solo al final de la novela, descubrirá Tom que el viejo jardín no existe sino suspendido en el pasado, y que la señora Bartholomew, la anciana dueña de la casa que que habitan sus tíos y que vive en el último piso, es en realidad Hattie anciana. 

Portada de la primera edición de la novela, obra de Susan Einzig (1922-2009) e ilustraciones de Barbara Brown (1942-2005). 

Este juego con el tiempo, y el viaje que a su través emprende el chico todas las noches, es algo más que un técnica para sugerir el pasado y hacernos llegar a él; indica una continuidad temporal a pesar del paso de las generaciones y nos sugiere cómo todos nosotros, vivos, muertos y por venir, niños y ancianos, permanecemos conectados por encima de la muerte y del tiempo terrenal. 

El jardín en el cual Tom se encuentra con Hattie es soñado por ella en su vida pasada, en su infancia: ¿esto significa que también Tom está soñando? Sí, él también sueña, y ambas ensoñaciones coexisten durante un intervalo de eternidad en el que semejan ser una realidad más donde existir. El libro nos muestra que en este mundo podemos degustar el encuentro pleno y atemporal que el amor fragua para nosotros en la eternidad, pero fugazmente, pues al final la relación de Tom y Hattie en el jardín soñado (¿el Edén?) se van espaciando y diluyendo hasta desaparecer. 

El libro enseña que nuestro viejo conocido, el tiempo lineal, que tan bien medimos en nuestros relojes digitales, puede no ser único, y que nuestra existencia, sea o no material, puede acontecer tanto en el recto y unidireccional sentido del tiempo terrenal como en la eternidad. No es mala enseñanza en un mundo que no ve más allá de la materia y en el que todo anhelo de trascendencia se va apagando poco a poco.

El encuentro final y sorpresivo entre Tom y Hattie (la señora Bartholomew) transmite al lector un clímax emocional que evoca una experiencia familiar. Los que son padres saben que lo allí relatado retrata lo que sucede cuando encontramos en nuestros hijos o nietos parte de aquello que fuimos y que, seguramente todavía somos; todo lo cual es a la vez natural y misterioso. Uno contempla la cara de su hijo y ve su propia infancia mirándole, y el niño, sin saberlo, ve su madurez en el rostro de sus padres, aunque a veces ni unos no otros seamos conscientes del todo y solo sintamos morriña de un no sabemos qué. Lo efímero y lo permanente se confunden en una paradoja que nos hace sospechar que ahí se encuentra algo de verdad. 

Resulta conmovedor y bello descubrir que fueron las historias contadas a Phillipa Pearce por su padre y su abuelo, relatando sus juegos infantiles en el jardín de la casa familiar, lo que la inspiró para escribir este libro. En una entrevista la autora señala lo siguiente:

«Yo fui la hija menor de un molinero del río Cam, a ocho kilómetros al sur de Cambridge. Vivíamos en la casa del molino. Era un hermoso hogar de principios del siglo XIX. Ves construcciones como esta por todas partes en East Anglia, casas de labranza y molinos que corresponden a un período de gran prosperidad agrícola, probablemente durante las guerras napoleónicas. Mi padre había nacido en aquel hogar porque mi abuelo también era molinero. Esa es la casa y el huerto de El jardín de medianoche. De hecho, ese huerto fue la viva imagen del jardín amurallado del libro: una estampa de seguridad fijada en un tapiz medieval; afuera, un desierto con bestias salvajes; dentro, la seguridad y armonía que proporcionan amparo a los niños».

Ediciones de la novela realizadas por El círculo de lectores, SM, Alfaguara y Siruela.



Russell Kirk escribió sobre la novela la siguiente recomendación: «Y hablando de la eternidad, busca, si puedes, un libro para niños poco conocido en Estados Unidos, escrito hace apenas unos años, en Inglaterra, por Philippa Pearce: “El jardín de medianoche. Esta historia del trascender del Tiempo es insuperable; también es conmovedora, e incluso este viejo estoico se sorprendió sollozando con feliz simpatía cuando llegó el final».

En verdad se trata de un relato cautivador y delicado. Sigan el sabio consejo de Kirk,  y que sus hijos lean el libro en cuanto cumplan 12 años.

Comentarios

  1. Muy bueno el artículo Miguel, a la altura del tema sin duda.
    ¿Has visto esta película?:
    https://www.youtube.com/watch?v=RYOrj4kEI8c

    Creo se trata del mismo tema de la entrada, y a mi juicio es una obrita más que notable del Hollywood "clásico" (si puede llamárselo así), que solía dar de vez en cuando alguna de estas gemas.

    Velocilector

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    1. No conozco la película, pero parece muy interesante. Me la apunto para verla pronto.
      Muchas gracias por sus comentarios; son muy enriquecedores.

      Un cordial saludo.

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  2. https://sample-7cab07a5c5c06e9aa26f5b6d7d0ad0c7.listen.overdrive.com/?p=_eyJzbHVnIjoidG9tcy1taWRuaWdodC1nYXJkZW4iLCJmb3JtYXQiOiI2MjUifQ== en ese enlace puede escucharse un fragmento .

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    1. Una referencia interesante.
      Muchísimas gracias.

      Un cordial saludo.

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  3. Una cosa es que cuente un poco de qué va y otra totalmente diferente es que te destripe el final...que es lo hacen aquí...muy mal

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