UNA RACIÓN DE TONTERIAS NUNCA VIENE MAL

Santa Maria de la Salute, Venecia, acuarela de Edward Lear (1812-1888). 



«Hay dos maneras de tratar con tonterías en este mundo. Una forma es ponerlas en el lugar correcto; como cuando la gente pone tonterías en las rimas infantiles. La otra es ponerlas en el lugar equivocado; como cuando se las pone en recomendaciones educativas, críticas psicológicas y quejas contra las rimas infantiles».

G. K. Chesterton


«El sinsentido es una variedad de la fantasía literaria; se dirige al adulto implícito en el niño y al niño escondido en el adulto».

Harold Bloom



El sentido de lo sensato, de lo correcto, de lo apropiado, la apreciación de lo conveniente, la aplicación racional y útil del tiempo y del espacio; todas esas cosas horribles con las que la adultez impregna nuestra alma, se encuentran ausentes de la de los niños.  
Todos sabemos la irritación que supone el constatar tal hecho: la falta de adecuación de nuestro pensamiento racional y sensato con el irrelevante, episódico e incoherente de los niños.  
Pero los niños son así. Y es mejor saberlo y saber que es algo pasajero (¡qué pena!), y que, en tanto dura, merece atención y cuidado. La vivencia de ese absurdo e irreflexivo mundo infantil es buena, y, paradójicamente, también ayuda a que algún día adquieran esa aburrida capa de sensatez que nos caracteriza a los adultos. No tengan duda, esta ración prematura de disparates ayudará a algunos a evitar en su vida adulta esa insensatez malsana y problemática que asiste a aquellos que, no siendo ya niños ni en cuerpo ni espíritu (sobre todo por falta de inocencia, ilusión y fantasía,) insisten en serlo feroz y forzadamente.
Además, en estos tiempos de confusión conceptual, de simplicidad argumentativa y de errores recibidos con jolgorio y alborozo, creo que sería bueno que el nonsense en la literatura (y para más precisión, en la literatura infantil y juvenil), las tonterías, vamos, volvieran a cobrar protagonismo, pues  podría servir de remedio a tanta deriva.
No soy de los que creen que las tonterías sean algo más que tonterías, a pesar de que la postura que domina entre los críticos y académicos que estudian el género es la búsqueda (¿no será quizá imposición?) de un significado analógico, simbólico, biográfico, lingüístico, psicoanalítico o cultural en la obra. No, no creo en eso de dar un falso (e interesado) sentido al sinsentido. Al contrario, pienso que la tontería, por razón de su excentricidad, sin trasladarnos ningún significado expreso, se limita (y a fe que es bastante) a sacarnos de la monotonía de una vida mecánica y vacía para llevarnos a un mundo nuevo, ¿incomprensible?, puede ser, pero de por sí suficientemente conveniente. Chesterton decía que los disparates tenían que ser preciosos y sugerentes y que si así fuera se trataría de “señalizaciones fantásticas a lo largo de un camino salvaje”. Quizá sea así o quizá se trate solo de desengrasantes mentales, no lo sé; pero lo que si sé es que es una lectura divertida y fresca, y que hasta esto, tan banal, es provechoso. 
«—Si no tiene sentido —dijo el Rey—, nos ahorraremos un sinfín de molestias, ya que en tal caso no es preciso indagar nada». 
Alicia en el país de las maravillas. Lewis Carroll
Y en esta tarea de dar a los niños estólido alimento de sanas necedades y disparates nos pueden ayudan algunos talentosos autores. 
Hoy voy a hablar de lo que los británicos bautizaron como Literary Nonsense, y de los dos principales representantes de dicha tendencia literaria: Edward Lear y Lewis Carroll. Dice al respecto de ello Chesterton: 

«Es abominablemente estúpido llamar a la edad victoriana meramente cómoda y convencional y olvidar el hecho de que en ella se produce un nuevo tipo de poesía sumamente salvaje y sumamente inocente. Hablo de la poesía del absurdo puro, que nunca antes se había conocido en el mundo y nunca podrá ser conocida después».

Entre 1865 y 1875 todo el curso de la poesía juvenil fue alterado por dos escritores solteros que tenían poco en común, excepto un brillante y excéntrico ingenio y un amor por los hijos de sus amigos. En 1846, Edward Lear (1812-1888) publicó Un libro de tonterías (A Book of Nonsense), y en 1865 Lewis Carroll (1832-1898) presentó su Alicia en el país de las maravillas. George Orwell los califica del siguiente modo: «El humor de Lewis Carroll consiste esencialmente en burlarse de la lógica, y el de Edward Lear en una especie de interferencia poltergeist del sentido común». 

Edward Lear (1812-1888).

Lear no era realmente un escritor; era un pintor paisajista que luchó toda su vida por subsistir y tuvo una vida profesional irregular (al parecer dio algunas clases de pintura a la reina Victoria). El verso sin sentido que le ha hecho pasar a la posteridad no fue más que un accidente y probablemente le sirvió como refugio ante las rudas pruebas e inconveniencias que sufrió a lo largo de su vida (epilepsia, bancarrota y cierta tendencia a la depresión). La ironía y el estilo sardónico y ácido de muchas de sus composiciones versan sobre un mundo convencional del que el poeta probablemente anhelaría escapar: «Mi vida es un aburrimiento en este estanque desagradable / Y anhelo salir al mundo más allá». Y el enfoque de esa verborrea poética hacia los niños y la amistad que estos le brindaban pudo haber sido para él un bálsamo de fierabrás.


Algunos libros publicados en español de Edward Lear.

Lear hizo uso intensivo de una forma poética particular, el limerick, poema humorístico de cinco versos de origen popular irlandés al que el poeta dio fama. Los demás poemas de Lear son más extensos, pero al igual que los limericks, son de contenido absurdo y humorístico y, como aquellos, vienen acompañados de un dibujo caricaturesco hecho por el propio autor, que retrata al protagonista y sus circunstancias o la situación en la que se encuentra. Según George Orwell, sus rimas «expresan una especie de chifladura afable, una simpatía natural hacia todo lo débil y absurdo». John Ruskin las calificó de «inimitables y refrescantes».  
Tengo que decir que estos poemas (la lírica leárica, como parece pensó bautizarla el autor) gustan mucho a mis hijas, que se divierten mucho con los absurdos y estrafalarios personajes y las delirantes situaciones en las que se encuentran, a lo que ayuda en gran manera las deliciosas y, en ocasiones, grotescas ilustraciones del propio poeta.
De él señaló T. S. Eliot:

«Su sinsentido no supone vacuidad de sentido, sino parodia del sentido: ese es su sentido. "The Jumblies" es un poema de aventuras y de nostalgia del romanticismo del viaje al extranjero y la exploración;  "The Yongy-Bongy Boy" y "The Gong with a Luminous Nose" son poemas de pasión no correspondida; de nostalgia, en realidad.  Disfrutamos de la música, que es de altísima calidad, y disfrutamos de una sensación de irresponsabilidad frente al sentido».

Edward Lear escribió solo seis libros. No es que fuera reacio a publicar, sino que al parecer, sentía que su talento lúdico/poético debía estar al servicio de quien lo requiriera, y así sus publicaciones, lejos de buscar recompensas en el mercado literario, solo ansiaban dar placer y entretenimiento a los niños. El búho y la gatita (1871), la primera de las canciones de tonterías que fue publicada, fue escrita para la hija del poeta John Addington Symonds, mientras que muchos de sus otros trabajos de nonsense fueron destinados para entretener a niños con nombre y apellidos, familiares e hijos de amigos y conocidos. Por ejemplo su primer libro, El libro de tonterías, fue creado para los hijos de Lord Derby (de este libro Ruskin comentó: sin duda, el más benéfico y inocente de todos los libros [sin sentido para los niños] que nunca se hayan hecho”). 

Un par de los limericks de Edward Lear.

Lewis Carroll (1832-1898).

Sobre Lewis Carroll ya he hablado (La Alicia de Carroll). Allí ya señalé que «en el siglo XIX era unánime la opinión de que los libros de Alicia constituían una dosis saludable de diversión y tonterías» y que esta era la manera en que las novelas de Carroll debían ser puestas en manos de los niños de hoy. Pues apliquen el cuento a su poesía, tan llena de absurdos sinsentidos como de locas tonterías. Por ello voy a ser más breve e incluso me serviré (hoy casi hasta el abuso) del señor Chesterton para situar al autor en nuestro escenario de hoy. Decía Chesterton de Lewis Carroll y la literatura del absurdo:

«Se trataba de algo nuevo: el absurdo por el absurdo, de acuerdo con el principio del arte por el arte. Sin duda, nadie se habría sorprendido más que el señor Dodgson (que el era verdadero nombre de Carroll) de que lo incluyeran junto a los artistas anarquistas que hablaban de "l'art pour l'art". Pero, a pesar de sí mismo, era un artista mucho más original que ellos. Se había dado cuenta de que ciertas imágenes y argumentos podían sostenerse a sí mismas en el vacío merced a su desafiante locura, a la congruencia de la incongruencia, a la mismísima aptitud de la inaptitud. Y no sólo era algo muy nuevo, sino también muy patriótico. Podemos incluso decir que por un tiempo fue un secreto de los ingleses. (...). Fue el fruto descabellado de un pueblo y una época, como lo prueba el hecho de que la única otra persona que lo profesó, el Edward Lear del "Disparatario", fuese también inglés y también victoriano».  

Carroll muy probablemente no alcanzó la originalidad de Lear, sino quizá en un número limitado de poemas. De hecho la mayor parte de sus mejores versos está contenido en las dos novelas de Alicia y en Silvia y Bruno (1889); su colección de versos, ¿Rima?, ¿y Razón? (1883), que creo no está traducida al español, es al parecer sorprendentemente aburrida y La caza del Snark (1876) es muy compleja. Pero ese limitado número de poemas es magnífico, destacando el brillante y sugerente poema del Jabberwocky y el de La morsa y el carpintero, recogidos ambos en A través del espejo. El primero de ellos es probablemente el más famoso, pero también el más incomprendido poema de Carroll, tanto es así que tras su lectura Alicia comenta:

«—Parece muy bonito —dijo cuando terminó de leerlo—, ¡pero es algo difícil de entender! —(Es que no quería confesar, incluso a sí misma, que no había entendido nada en absoluto.)—. De alguna manera, parece llenar mi cabeza de ideas, ¡sólo que no sé exactamente qué son! No obstante, alguien mató algo: al menos eso está claro».

El poema es todo un poema. De traducción intraducible, o al menos trabajosa (como en todo el verso del sinsentido), el mismo título ha recibido equivalencias en nuestra lengua de lo más dispares: “Chacaloco”, “El Dragobán”, “Galimatazo”, “Jerigóndor”, “El Fablistanón”, “El Baraúndo” y “Yaberguoko”, entre otros. Sin embargo, es una delicia “sugerente y preciosa”, como exigía Chesterton, que sus hijos no deben perderse.

El Jabberwocky y La morsa y el carpintero, ambos ilustrados por John Tenniel (1820-1914). 

No duden entonces en dar a sus niños esa ración de salud mental que la lectura de estos versos supone; acérquenlos a un lugar donde el lenguaje pone a prueba sus propios límites y las palabras dan rienda suelta a su magia. Les aseguro que se divertirán, y de paso y por unos momentos se sacudirán de encima este mundo insano y asfixiante. Que gusten de estas rimas y terminen amando a sus autores en la forma en que el propio Edward Lear nos sugiere con estos versos:
«Qué placer conocer a este señor
Que ha escrito tanto libro disparatado
Algunos piensan que es raro y malhumorado
Pero unos cuantos lo ven encantador».  

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