LOS LIBROS DE CAPA Y ESPADA

El duelo de los mignones, de Cesare Auguste Detti (1847-1914).



«Cuando llegue el momento, si tú no vienes a Lagardere, Lagardere llegará hasta ti».

Paul Feval. El jorobado



No hay mejor descripción de un héroe de capa y espada que el famoso inicio de la novela de Rafael Sabatini, Scaramouche (1921): «Nació con el regalo de la risa y la idea de que el mundo estaba loco». La frase recoge el espíritu aventurero y burlón de que suelen hacer gala los protagonistas de estas historias y califica, con cierta ironía, el escenario donde tienen lugar sus peripecias, infortunios y tribulaciones, que en el caso de Scaramouche no es otro que la Francia de la Revolución (por cierto, dicha frase fue también, con el tiempo, el epitafio de Sabatini).  

Ilustración para Scaramouche, de W. Smithson Broadhead (1888-1960).




Este género literario hizo su aparición en Francia en la primera mitad del siglo XIX, combinando los rasgos de la ficción histórica con los de la novela de aventuras. A menudo publicado en forma de folletín por entregas, la intriga y los enredos fueron elemento necesario e impuesto por este particular modo de publicación que, para enganchar el público a la entrega siguiente, precisaba de una acción exultante y plena de emoción.

Todas las novelas de espadachines retoman el tema del héroe clásico y de su traducción medieval, el caballero andante. Como en estos dos tipos de historias, los protagonistas de las novelas de capa y espada responden a un arquetipo de héroe que a lo largo del relato habrá de sufrir las vicisitudes de un viaje, a modo de camino de revelación o liberación, o de ambas cosas. 

Cierto es que los protagonistas no son héroes legendarios y se muestran más próximos y humanos que Aquiles, Hércules, el rey Arturo o Rolando. Pero siguen siendo valiosos ejemplos de hombre, recios y cabales, caballeros y soldados y, en su escala, se someten igualmente a pruebas y retos. En todo caso estos héroes son personajes intrépidos, hábiles con la espada, valientes y, es verdad, algo fanfarrones. Usualmente deben enfrentar una empresa dificultosa que suele descansar en una causa noble, siempre a favor del rey o de la reina y contra un enemigo implacable, decidido, poderoso e intrigante, que se rodea de un ejercito de esbirros, espías, matones y traidores. 

En cuanto a su estructura narrativa, estas novelas no responden al esquema de la tragedia, sino más bien al del drama, o mejor al del melodrama, pues la vibrante y agitada acción siempre termina felizmente, con grandes dosis de riesgos altruistas, atrevimiento enamorado y no poca abundancia de honor.


Ilustración de Bosch Penalva (1925-), para Enrique de Lagardere de Paul Feval, en la portada del volumen adaptación/comic de la novela, editada por Bruguera en su colección Historias Color.

Ahora bien, si hay un elemento característico y propio de este tipo de relato, este es la presencia del duelo. En el momento histórico en el que suele desarrollarse la acción, las disputas, sobre todo de honor, se resolvían privadamente mediante duelos. De este modo el duelo se convierte en la piedra angular de la trama (y a veces el causante directo del desenlace), lo que concede a la espada derecho propio para dar nombre al género. 

Si bien estas novelas suelen estar preferentemente ambientadas en la Francia del siglo XVII (pensemos en Los tres Mosqueteros, de Alejandro Dumas, o El jorobado, de Paul Feval), en ocasiones se desplazan de siglo, de continente, e incluso, más modestamente, de país; así nos encontramos con obras tan fundamentales para el género como la propia Scaramouche de Sabatini, ambientada en la Francia revolucionaria; o con los duelos de El capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte, en la España de los Tercios del siglo XVII; o si navegamos atravesando el Atlántico nos encontraremos con las aventuras de El Capitán Blood, también de Sabatini, y las historias de piratería de El Corsario Negro, de Salgari. Incluso podemos vernos desplazados a países imaginarios, como la Ruritania que Anthony Hope nos dibuja en El Prisionero de Zenda.


El duelo entre John Blumer y Cazaio, óleo de Howard Pyle (1853-1911).

En sucesivas entradas hablaremos de algunos de estos libros (de algunos otros ya hemos hablado, por cierto, como por ejemplo de El Prisionero de Zenda), pero para abrir el apetito termino con dos pequeñas muestras entre las muchas que podríamos escoger: el inolvidable y tierno fanfarrón de Cyrano de Bergerac, de Ronstand, y el más desconocido, pero igualmente bravucón, Capitán Fracasa de Gautier:

Cyrano de Bergerac (1897). Edmond Ronstad.

Portada de la adaptación efectuada por Anaya.

Cyrano, un mosquetero gascón que maneja con excelencia tanto las palabras como la espada está locamente enamorado de la hermosa Roxane; sin embargo, a causa de su enorme nariz, no se cree merecedor del amor de la bella dama. Ella, que desconoce los sentimientos del protagonista, prefiere a Cristian, joven soldado de bella faz y alma de pocos vuelos, quien no se atreve a confesar su amor a la beldad. Cyrano decide ayudar a su joven rival a encontrar las palabras correctas con que expresar su amor, escribiendo para él hermosas cartas dirigidas a la bella. Roxana, extasiada por el florido verso del gascón, cae enamorada, si bien del hombre equivocado, pues cree que el autor de las románticas misivas es Cristian. Cyrano decide mantener su anonimato, aunque ello suponga renunciar a su amor, por preferir la felicidad de Roxane a la suya propia. El final es triste y hermoso a la vez, como la vida.  

Es precisamente la postura sacrifical que muestra Cyrano ante el amor, de entrega ciega, sin espera de premio o recompensa, lo que destaca notoriamente en la pieza. En la famosa escena del balcón (en la oscuridad, la bella doncella escucha las declaraciones de su amado, pero debajo de ella, quien habla no es Cristian, sino Cyrano), el protagonista refiere a su amada los caracteres del verdadero amor:

“Este sentimiento, terrible y celoso que me invade, es verdadero amor... Tiene todo el furor triste del amor y sin embargo, no es egoísta ¡Ah! por vuestra felicidad yo daría la mía, aunque nunca llegarais a enteraros de nada. ¡Si alguna vez pudiera, aunque de lejos, oír la risa de la felicidad nacida de mi sacrificio!... ¡Cada mirada vuestra suscita en mí una virtud nueva!... ¡me da más valor! ¿Os dais cuenta? ¿Entendéis ahora lo que me pasa? ¿Sentís en esta sombra subir hasta vos mi alma? En verdad, esta noche es demasiado bella, demasiado dulce... Yo os digo todo esto y vos... ¡vos me escucháis! ¡Es demasiado! ¡Incluso mi esperanza más atrevida, nunca osó esperar tanto! Ahora sólo me resta morir. ¡Es por mis palabras por lo que ella tiembla entre las hojas como una hoja más! ¡Pues tembláis ... porque, lo queráis o no, he sentido bajar, a lo largo de las ramas de jazmín, el temblor adorado de vuestra mano.” 

Pieza de teatro originalmente escrita en verso, la obra de Rostand (una de las creaciones teatrales francesas más populares de todos los tiempos) se encuentra adaptada al público juvenil en varias versiones en prosa, lo que facilita su acceso a los más jóvenes, pero hace perder la musicalidad y belleza de la obra original.


El Capitan Fracasa (1863). Theophile Gautier.

Portada e ilustración de Gustave Doré (1832-1883), en una de las ediciones del Club Internacional del Libro. 

Ambientada en la Francia de principios del siglo XVII, bajo el reinado de Luis XIII, esta novela nos cuenta las tribulaciones del Barón Sigognac, un noble sin dinero que por el amor a una joven actriz, Isabelle, abandona su ruinoso castillo en el fondo de la Gascoña para unirse, disfrazado de actor, a una compañía de teatro ambulante que se dirige a París. Pronto conoceremos de sus problemas con el duque de Vallombreuse, que codicia, como él venera, a la delicada Isabelle ... Fanfarronadas caprichosas, deliciosos equívocos, amor amable, duelos...  todo eso y mucho más. 

Su final feliz, sus descripciones ostentosas y los personajes cómicos que atraviesan sus páginas hacen de la novela un grato homenaje a la época barroca y un apetitoso bocado literario lleno de evasión y aventuras, donde el honor, la lealtad y el amor trazan el destino de los protagonistas.  El libro fue elogiado por Henry James, quien señaló que “en esta deliciosa obra, [...] Gautier se superó a sí mismo y creó el modelo de los romances pintorescos.” 

De ella ha dicho la crítica: "Gautier crea, en definitiva, un mundo maravilloso. Evoca escenas pintorescas de una fantasía copiosa y a veces de un romanticismo impenitente. Coloca a sus personajes en admirables decorados que brillan ante nuestros ojos y permiten un cambio perpetuo de escenario; (…). Para sus héroes, incluso los desheredados, él presta sentimientos generosos. Algunos, nobles por sangre, mantienen una distinción nativa que los preserva de cualquier reparo. Los otros, pobres diablos o compañeros patibulares, destacan por defender su lealtad, su desinterés y el respeto de su profesión."

Traducido el título en España como Capitán Fracasa, Fracaso o Estruendo (nombre que proviene de un personaje clásico de la Commedia dell'Arte, bajo cuya máscara se oculta el protagonista), de las diferentes versiones publicadas en castellano quizá las más fácil de localizar sea la del Club Internacional del Libro en alguna de sus distintas ediciones.

Pero esto son solo dos aperitivos. Así que equípense con capas y espadas y con miriñaques y velos, pues, a buen seguro que 
sus hijos se los pedirán para proseguir en sus juegos las aventuras que les esperan en estas páginas. Acepten ustedes el desafío, les aseguro que sus hijos no dudarán: ¡En garde!




Comentarios

  1. EXQUISITO...COMO SIEMPRE.

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  2. Gracias Miguel por el artículo.
    Por si pudiera interesar, dos apostillas.

    El Cyrano real era muy probablemente un cultor de la alquimia, algo de lo que vine a saber hace poco; principalmente en "Los Estados e Imperios de la Luna" y en "Historia de la República del Sol" la simbología alquímica parece evidente y profusa:
    https://www.publico.es/culturas/existio-realmente-cyrano-bergerac.html


    Respecto del duelo, en la tradición argentina el llamado "duelo criollo" a facón (cuchillo de cierto tamaño típico del gaucho en una mano, en tanto usaba a modo de escudo el poncho con que se envolvía la otra) fue casi una institución, acaso reminiscencia humilde de su más elaborado antepasado europeo de capa y espada.
    Ya a fines del siglo XIX y principios del XX, tal forma de lucha pasó al "compadrito", el "orillero", habitante de las "orillas" de la ciudad de Buenos Aires donde se mezclaba lo urbano y lo rural. De este personaje y su duelos a cuchillo Borges hizo una cuasimitología, que se manifestó principalmente en su libro "Para las seis cuerdas". Una muestra ya clásica:
    MILONGA DE JACINTO CHICLANA

    Me acuerdo. Fue en Balvanera,
    En una noche lejana
    Que alguien dejó caer el nombre
    De un tal Jacinto Chiclana.

    Algo se dijo también
    De una esquina y de un cuchillo;
    Los años nos dejan ver
    El entrevero y el brillo.

    Quién sabe por qué razón
    Me anda buscando ese nombre;
    Me gustaría saber
    Cómo habrá sido aquel hombre.

    Alto lo veo y cabal,
    Con el alma comedida,
    Capaz de no alzar la voz
    Y de jugarse la vida.

    Nadie con paso más firme
    Habrá pisado la tierra;
    Nadie habrá habido como él
    En el amor y en la guerra.

    Sobre la huerta y el patio
    Las torres de Balvanera
    Y aquella muerte casual
    En una esquina cualquiera.

    No veo los rasgos. Veo,
    Bajo el farol amarillo,
    El choque de hombres o sombras
    Y esa víbora, el cuchillo.

    Acaso en aquel momento
    En que le entraba la herida,
    Pensó que a un varón le cuadra
    No demorar la partida.

    Sólo Dios puede saber
    La laya fiel de aquel hombre;
    Señores, yo estoy cantando
    Lo que se cifra en el nombre.

    Entre las cosas hay una
    De la que no se arrepiente
    Nadie en la tierra. Esa cosa
    Es haber sido valiente.

    Siempre el coraje es mejor,
    La esperanza nunca es vana;
    Vaya pues esta milonga,
    Para Jacinto Chiclana.

    El libro no tiene desperdicio -aunque quizá no muy recomendable para adolescentes, por el estoicismo crudamente pagano con que Borges dota a sus compadritos y gauchos-:
    http://www.literatura.us/borges/cuerdas.html

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    1. Muchas gracias otra vez por sus contribuciones, siempre tan enriquecedoras.
      No sabía lo que usted cuenta del Cyrano personaje real (y también literato).

      Por lo que respecta al duelo y a Borges; agradecido el aporte del poema. Sabía de la "afición" de Borges por el tema a través de alguno de sus relatos ("El hombre de la esquina rosa" y "el duelo"). Y cierto, Borges no tenía muchas simpatías por el cristianismo, sino más bien –en este caso de los pendencieros y corajudos orilleros–, por "la dura y ciega religión del coraje, de estar listo a matar y a morir".

      Un saludo cordial.

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    2. "(...) Borges no tenía muchas simpatías por el cristianismo, sino más bien –en este caso de los pendencieros y corajudos orilleros–, por "la dura y ciega religión del coraje, de estar listo a matar y a morir".

      Así es, Miguel; la siguiente estrofa de "El gaucho" también es ilustrativa:

      "Dios le quedaba lejos. Profesaron
      La antigua fe del hierro y del coraje,
      Que no consiente súplicas ni gaje.
      Por esa fe murieron y mataron."

      https://poematrix.com/poetas/borges/el-gaucho

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  3. Un estupendo homenaje a las novelas de capa y espada. Muchas gracias.

    Para los fans de este género, les informo que acaba de publicarse un Ebook, disponible en Amazon, que es la traducción al castellano de la novela titulada La heroína, de Michel Zévaco. Ésta es la primera obra de una colección de novelas clásicas de capa y espada (algunas de ellas totalmente inéditas en España), escritas por los viejos maestros del género: Alexandre Dumas, Paul Féval, Michel Zévaco, Rafael Sabatini, Baronesa Orczy, Paul Mahalin...
    Véase el enlace https://www.amazon.es/dp/B0972KRFDM

    ¡Un saludo!

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