LA PRIMERA NOVELA DE DETECTIVES: LA PIEDRA LUNAR

El sargento Cuff en los acantilados. Ilustración de William Sharp (1900-1961).


“No hay nada más engañoso que un hecho evidente”. 

A. C. Doyle. El misterio del valle de Boscombe


“––¿Sabe usted cómo abrir una cerradura? 
––No, en absoluto, me temo. 
––A menudo me pregunto para qué vamos a la escuela, dijo Lord Wimsey”. 

Dorothy L. Sayers. Veneno mortal



Soy abogado, hijo de abogado, nieto de abogado y tengo tras de mí un pasado familiar en el que la profesión jurídica se hace notar. Quizá por ello le tengo cierto cariño a la novela sobre la que voy a hablar, porque en ella veo representada, entre otras muchas cosas, una forma de proceder que me es muy familiar: la indagación que precede y acompaña al litigio; el modus operandi judicial. Me refiero a La piedra lunar (1868) del amigo y colaborador de Dickens, Wilkie Collins. Según Borges “Collins (…) pone en boca de los diversos protagonistas la sucesiva narración de la fábula. Este procedimiento, (…) permite el contraste dramático y no pocas veces satírico de los puntos de vista”. Lo mismo hace el abogado: primero con su cliente (que, por lo regular, le cuenta la mitad de la verdad) y luego con su proceder en los sucesivos interrogatorios a que debe someter a los testigos propios y ajenos. Todo en aras de, primero, acercarse a la verdad (vaya problema, ¿no? “Quid est veritas?”) y luego, articular la mejor defensa posible del cliente (pero siempre, sin dejar de lado la primera finalidad). La fórmula de Collins conduce al lector a actuar como un abogado y, en último término, como un tribunal (abogado, fiscal y juez a un tiempo), todo con vistas a averiguar la verdad de lo sucedido y desenmascarar al culpable, a fin de darle su merecido castigo y así restaurar en lo posible la dañada justicia.  

Pero la novela de Collins también es mucho más. Y así, es considerada una precursora. De la misma manera que Edgar Allan Poe escribió la primera historia de detectives y el primer misterio en un cuarto cerrado (Los crímenes de la calle Morgue, 1841) o Christianna Brand fue la pionera en el thriller médico (Verde es el peligro, 1943), suele decirse que La piedra lunar es la primera novela policíaca de larga duración en lengua inglesa. 

Tres portadas de la novela.

No obstante, críticos conocidos como Jacques Barzun no la consideraban una verdadera novela de detección: “El punto es la revelación de un misterio físico de una manera física por medio de una evidencia plausible. 'Hamlet' y 'La piedra lunar' son grandes misterios de asesinato que me apasionan, pero no hay una detección real en ellos”.

Pero esta es una opinión que otros, a los que soy más afin, no comparten. Por ejemplo P. D. James dice ––y de paso nos pone al tanto del argumento de la novela––: “Pero si uno va a otorgar la distinción de ser la primera novela policíaca a una sola novela, mi elección -–y creo que la elección de muchas otros–- sería 'La piedra lunar', que T. S. Eliot describió como 'la primera, la más larga y la mejor' de las novelas policíacas inglesas modernas. En mi opinión, ninguna otra novela de este tipo se adentra más claramente en lo que se convertiría el género. La piedra lunar es un diamante robado de un santuario indio por el coronel John Herncastle, dejado en herencia a su sobrina Rachel Verinder y llevado a su casa de Yorkshire para serle entregado el día del decimoctavo cumpleaños por un joven abogado, Franklin Blake. Durante la noche es robado, obviamente por un miembro de la familia (…)”.

Siguiendo con los elogios, Borges señaló que es en Inglaterra donde encontramos las mejores novelas policiales que se han escrito, y para él las dos más destacadas son La dama de blanco La piedra lunar, ambas de Collins. Por su parte, Dorothy L. Sayers escribió: “Nada humano es perfecto, pero 'La piedra lunar' se aproxima tanto a la perfección como cualquier cosa de ese tipo podría hacerlo” y G. K. Chesterton calificó la novela como, “probablemente, el mejor cuento de detectives del mundo”. Según T. S. Eliot, “es un libro el doble de largo que los thrillers que nuestros maestros contemporáneos escriben, pero mantiene su interés y el suspense en todo momento. Y lo hace con mecanismos dickensiano; pues Collins, además de sus méritos particulares, era un Dickens aunque sin genio”. Es verdad que la obra tiene el mérito extraordinario de mantener a lo largo de sus más de 500 páginas el interés de los lectores sobre el paradero de un diamante. Pero aún más, conforme a su subtítulo (La piedra lunar: un romance), el misterio del diamante corre parejo a una trama romántica que implica a la heroína Rachel Verinder y a su enamorado Franklin Blake, lo que, no solo aumenta la complejidad narrativa, sino el propio interés de la novela. Mi hija mayor, L., que acaba de leerla, me lo ha comentado (lo que, por otro lado, es bastante lógico, porque tiene quince años).

El libro tiene todo lo que se suele exigir a una lectura de playa y vacaciones: misterio, romance, suspense y comedia, y como dice Borges: “no solo es inolvidable por su argumento también lo es por sus vívidos y humanos protagonistas. Betteredge, el respetuoso y repetidor lector de Robinson Crusoe; Ablewhite, el filántropo; Rosanna Spearman, deforme y enamorada; Miss Clack, 'la bruja metodista'; Cuff, el primer detective de la literatura británica…”. Por lo tanto, además de ser una excelente recomendación para los aficionados a las historias de detectives, es un libro aconsejable para cualquier persona que sólo quiera leer una buena novela, y La piedra lunar, lo es, se lo aseguro a ustedes.

Para chicos de 14-15 años en adelante.


Comentarios

  1. Yo creo que aquí la palabra inglesa "romance" se trata de un falso amigo. Si bien hoy en día en inglés la palabra tiene el mismo sentido que en castellano (aludiendo a lo amoroso), en tiempos de Wilkie Collins (y hasta no hace mucho) aludía a literatura referida a sucesos inusuales, insólitos o fuera de lo ordinario que daban lugar a una aventura. Nuevamente, lo felicito por su magnífico blog.

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  2. Gracias por la ilustración y la corrección. Como usted dice, me he dejado llevar por un remoto “falso amigo” (por cierto, muy ilustrado), aunque, lógicamente, como en muchos errores nacidos de estas “falsas amistades”, no va del todo mal. De hecho hay otros ejemplos (en los que he reparado a causa de su comentario), como “Ivanhoe: un romance” (1819) de Walter Scott, en el que evidentemente la trama principal no es un romance, pero que, llevando ese subtítulo, contiene ––como “La piedra lunar”––, elementos de romance en la historia. Por lo tanto, ciertamente se trata de una inexactitud técnica o académica, y es, también, en parte causado por la seducción de un “falso amigo”, pero el resultado contiene un elemento de verdad (aunque su encuentro haya sido debido a un error). Quizá al tipo de novelas al que se refiere es al género, típicamente victoriano, conocido como “sensation novels”, y definido como aquel tipo de novelas que encierran un secreto o misterio y que resultan de una combinación de elementos de melodrama, romance (aquí en el sentido moderno del término) y novelas góticas, en el que Collins fue un maestro y en el que también encajan “La piedra lunar” y “La dama de blanco”. En todo caso gracias por estar al quite.

    Un saludo cordial.

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  3. La verdad que tanta recomendación, me llevó a buscar la novela y ya la estoy leyendo (el Kindle resultó una bendición dentro de la tecnología moderna que tanto tiendo a detestar).

    Hará un mes y medio leí "El expediente 113" de Émile Gaboriau, cuya recomendación en la contratapa se adjudicaba el mismo título que el del título de esta entrada (y no soy redundante): primera novela de detectives. Aunque una es francesa y la otra inglesa.

    Según veo en Wikipedia, "La piedra lunar" se publicó en 1868, y "El expediente 113" en 1867.

    Sobre la novela de Gaboriau, puedo decir me resultó entretenida, aunque para explicar la solución, el autor se embarca en una novela interna que por momentos me resultó demasiado extensa y que le quitaba el aspecto detectivesco a la obra. El detective Lecoq es un adelanto de lo que fue después Sherlock Holmes, pero sin llegar a su genialidad.

    Alfonso Jesús Vivar

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