tag:blogger.com,1999:blog-19321958469237514352024-03-29T09:30:39.791+01:00De libros, padres e hijos«De libros, padres e hijos» es un blog que pretende acompañarles en la aventura de dar a sus hijos, a través de los libros, las bases de una educación estética y moral que les proporcione un pilar firme al que asirse durante toda su vida.Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.comBlogger287125tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-41184959795344719462024-03-22T23:16:00.000+01:002024-03-22T23:16:29.566+01:00DIEZ BUENOS CUENTOS LLENOS DE BUEN HUMOR<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg47vaJO3jF0obVDOV-VqMBvZDkLYW_ZW2lsIjNplGcWdVw89_fDGVJ_mrtiRigy_frkBR9xnnsA6fKG6qBfGudDC2bAG25Jdzn0YWz_gbEAAQRd9CTEhFTcyqjy7GF2DpFh76M3nuKzrwxjcnlDbvJ-ifkhdbTs0ZA8lumsHbJrUW4Z1SbFApyyVgfSc8/s3712/The_Experts_MET_DT209332.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="2679" data-original-width="3712" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg47vaJO3jF0obVDOV-VqMBvZDkLYW_ZW2lsIjNplGcWdVw89_fDGVJ_mrtiRigy_frkBR9xnnsA6fKG6qBfGudDC2bAG25Jdzn0YWz_gbEAAQRd9CTEhFTcyqjy7GF2DpFh76M3nuKzrwxjcnlDbvJ-ifkhdbTs0ZA8lumsHbJrUW4Z1SbFApyyVgfSc8/s16000/The_Experts_MET_DT209332.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Los expertos». Alexandre-Gabriel Decamps (1803-1860).</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p><br /></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«No hay nada en el mundo tan irresistiblemente contagioso como la risa y el buen humor».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Charles Dickens</span></p><p><br /></p><p><br /></p><p><br /></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Lo pequeño es hermoso. Esta frase llena de verdad proviene del título de un famoso ensayo cuyo tema transitaba entre filosofía, sociología y economía (e incluso algo de teología), escrito en el año 1973 por el economista alemán, E. F. Schumacher, y que se convirtió en un éxito de ventas el año de su publicación, sin que desde entonces haya dejado de venderse. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero aquí, no voy a hablarles se ese estimable y muy recomendado libro. Con la frase anterior me estoy refiriendo de nuevo al cuento como género literario, al relato, a la historia corta. Y es que, el tamaño en muchos casos no importa; y uno de estos casos es cuando tratamos de arte. Los buenos cuentos son un compendio de belleza y encanto fabricados con un reducido número de palabras y una gran abundancia de talento. Y en el concreto caso de este post, no solo lo pequeño es hermoso, sino que también es divertido. Y es que vuelvo a ustedes con una lista. Una lista con algo de lo mejorcito –en mi opinión–, pero que, como toda selección, es necesariamente injusta y, justamente por eso, se expone a ser criticada y discutida. Hoy le toca al humor.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LA OBRA DE ARTE.</b> Antón Chéjov. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Se dice que Anton Chéjov realmente no contaba nada en sus cuentos, ya que simplemente se limitaba a mostrar. El escritor Vladimir Korolenko recordaba una conversación que mantuvo al respecto de este tema con él:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«”¿Sabes cómo escribo mis cuentos?” –Me preguntó Chéjov– “Así".</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>"Miró alrededor de la mesa, cogió lo primero que le llamó la atención, en este caso un cenicero, lo colocó delante de mí y dijo:</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>"Si quieres, mañana te enseñaré una historia .... titulada “El cenicero”. Y, mientras lo decía, sus ojos brillaban alegremente. En su mente ya estaban germinando vagas ideas, imágenes, aventuras sobre este cenicero, aún no revestidas de forma alguna, pero ya llenas del espíritu del humor...».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Algo de esto tenemos aquí.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">León Tolstoi, un escritor normalmente muy parco en elogios, declaró sobre Chéjov: </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Su lenguaje es extraordinario. Desde el momento en que lo empecé a leer, me sentí totalmente cautivado por su lenguaje». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Humor y perfección técnica a pares dan como resultado un sencillo pero magistral relato lleno de comicidad, que arrancará en ustedes una sonrisa.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LA VIDA SECRETA DE WALTER MITTY.</b> James Thurber.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Thurber es probablemente con S. J. Perelman, el literato norteamericano del siglo XX que más y mejor ha tratado con el humor. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En este relato, el más famoso de Thurber, publicado en el <i>New Yorker</i> en el año 1939, el protagonista, Mitty acompañado de su fértil imaginación, es todos nosotros alguna vez; ataviado con los sueños más conmovedoramente humanos, ingenuos e inocentes, Mitty va saltando de unos a otros, a través de todo el relato. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero el tono de suave humor con que es elaborada la historia no oculta su crítica velada sobre la moderna vida urbanita, materialista y consumista, así como tampoco su reivindicación de la necesidad para el hombre de evadirse de esa alienante vida hacia algo más elevado; y ello aun cuando ese algo sea ficticio, como es el caso del protagonista del relato.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Todo lo cual no es óbice para que el breve cuento también deje adivinar, sobre todo en sus últimas líneas, el horror que esperaba a los hombres como Mitty apenas unos meses más tarde.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>HIJOS NORUEGOS.</b> Miguel Mihura.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Uno de los relatos absurdos y disparatados de Mihura, calificados por el escritor madrileño y algún otro colega, como Antonio de Lara,<i>”Tono”</i>, de humor nuevo. Un nuevo humor que llega a España a principios del siglo XX de la mano del precursor y maestro de toda una generación de humoristas –entre los que está Mihura–, Ramón Gómez de la Serna. En este relato divertidísimo, Mihura hace uso de su forma de hacer humor, partiendo de una realidad absurda que rompe las reglas de la lógica y del sentido común de principio a fin. En este caso, que un matrimonio de Albacete esté en disposición de traer al mundo niños, no es nada extraño, más bien es lo natural; el caso se hace preocupante cuando los niños que conciben y traen al mundo no son albaceteños, ni incluso españoles; son noruegos de pura cepa.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LOS MCWILLIAMS Y EL TIMBRE DE ALARMA.</b> Mark Twain.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El sentido mordaz del humor de Twain se muestra aquí en su máximo esplendor. La lógica es usada por el escritor norteamericano para pervertir su fin de que prevalezca el sentido común. Si usted no ha comprado aún un sistema de alarma de esos que proliferan por ahí en estos tiempos de okupas, pero tiene intención de hacerlo, no lea el relato. Y si ya lo ha comprado, tampoco. Solo a aquellos que puedan vivir al margen de tales tecnologías les conviene reírse con el relato. En serio, no me tomen en serio lo que acabo de decirles, y lean todos ustedes el cuento. No se arrepentirán. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL RATÓN.</b> "Saki".</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Héctor Hugh Munro, más conocido como <i>“Saki”</i>, es uno de los cuentistas más celebres del idioma inglés. En ocasiones grotesco, siempre irónico y sutil, en esta historia, tan económica en palabras como en argumento, <i>"Saki"</i> parece decirnos, de forma divertida, que no hay beneficio alguno en preocuparse por lo que piensan los demás. Un hombre, una mujer, un ratón, y una desnudez son los elementos con lo que juega el escritor inglés para delicia de todos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL CAMARADA BINGO</b>. P. G. Wodehouse.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">No podía faltar aquí un relato del genio Wodehouse. Una difícil tarea el elegir un solo cuento entre su prolífica producción. Pero se ha hecho. Y el elegido, tras muchas dudas, ha sido un relato del ciclo Jeeves y Wooster. Aquí, uno de los tantos amigos de Bertie Wooster en dificultades amorosas, Bingo, ve mezclado su romance con las duras directrices de una ideología tan poco romántica –a pesar de los esfuerzos de John Reed– como es el comunismo. Divertidísimo como todo Wodehouse, con esa profusión, casi insultante, de metáforas y comparaciones desternillantes e imaginativas, marca de la casa de este genio del humor. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>UN MARIDO SIN VOCACIÓN.</b> Enrique Jardiel Poncela.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Junto con el ya citado Miura, otro de nuestros grandes humoristas del absurdo, pertenecientes ambos a la que se dio por llamar, parafraseando a la conocidísima generación de poetas del 27, la generación de humoristas del 27. En este cómico relato, Jardiel Poncela hace un alarde estilístico y de imaginación al contar su historia por medio de un lipograma (RAE: <i>«Texto en el que, por artificio literario, se omiten deliberadamente una determinada letra o un grupo de letras»</i>). En esta ocasión la letra no utilizada es la <i>“e”</i>, la de más uso en español. Jardiel hizo este ejercicio en cinco cuentos, eliminando en cada uno de ellos una vocal, que fueron apareciendo en el diario <i>La Voz</i> entre 1926 y 1927. Este es quizá el más famosos de todos ellos. Les aseguro que se divertirán.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>UN ACCIDENTE ABSURDO</b>. Graham Greene.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Un atípico cuento del, según él, mejor de los escritores malos. Greene no escribió muchas historias de humor, pero tras leer esta no puede decirse que fuera ajeno a la tradición humorística británica, de la que este relato es una magnifica muestra. La historia, como mucho en Greene es moral. En este caso el autor nos dice que no importa lo terrible, grotesco o ridículo que nos suceda, todo puede arreglarse si encontramos a la persona adecuada, que la mayor parte de las veces, al final, es aquella cuyo pronombre se ha de escribir con mayúscula. No es este el caso, por cierto. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LA NARIZ</b>. Nicolás Gógol. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Gógol tenía un verdadero don para caricaturizar a los burócratas más mezquinos y codiciosos y transformarlos en personajes literarios grotescamente divertidos. Sin embargo, la razón de ser de sus relatos no era simple divertimento. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La nariz se trata precisamente de lo que parece decirnos su título, de una nariz. El protagonista se despierta un día sin su apéndice nasal y descubre que este se ha emancipado de él, y que disfruta de su nueva independencia caminando por las calles de San Petersburgo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por supuesto, nuestro héroe pretende recuperar su nariz porque, como decirlo... un hombre sin nariz simplemente carece de toda dignidad.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Ahora, bien, no es solo la pérdida de tan precioso apéndice lo que angustia e irrita al héroe. Es que ademas, la liberada nariz tiene la desfachatez de vivir de acuerdo a un nivel social y económico mucho más alto que aquel en el que malvive nuestro hombre. ¿A dónde llevará todo esto? Lean el relato, y luego me cuentan.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL COCODRILO</b>. Fiódor Dostojevski.</span></p><p style="text-align: justify;"><span><span style="font-size: x-large;">¿</span><span style="font-size: x-large;">Dostojevski</span><span style="font-size: x-large;"> escribiendo un cuento humorístico? Parece extraño, y ciertamente lo es. El argumento es tan simple como grotesco: un pobre hombre es comido vivo por un cocodrilo pero, contra toda lógica, permanece vivo en su interior, y los intentos de los periódicos, plenos de fallas y errores, para informar sobre el acontecimiento, no hacen más que sumirnos en una disparatada y cómica lectura. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Dostojevski en su autobiografía confesó que con este cuento pretendió escribir una historia satírica y fantástica a imitación de <i>La nariz</i> de Gógol, al que admiraba. El objeto de la sátira son </span><span style="text-align: left;"><span>los círculos políticos liberales y a sus publicaciones, con los que Dostojevski solía polemizar.</span></span><span> </span></span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-16071930513783972442024-03-15T13:40:00.000+01:002024-03-15T13:40:39.848+01:00DE LA REALIDAD PERDIDA Y DE LA TIRANÍA DE SU SUCEDANEO, LA MAL LLAMADA REALIDAD VIRTUAL<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-IPT88rNtgKHfbz95cn1V9ok5Df9eSUGMXz1NQF0VHjw3r0tmfJdjwFEDuhNkSCSjUqhood-SDB8XxcUNhFzM5G58AWSiFra-giRV29OyTOqSbc4Vk9m-fDQIfMCFZvv48FTD9S6pezXe8Nqq32umekdGHN6Ex2BT3Zdu3aUDbLmQPLO9nea_NuaD-Js/s1449/811YH0KavdL._AC_SL1500_.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="953" data-original-width="1449" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-IPT88rNtgKHfbz95cn1V9ok5Df9eSUGMXz1NQF0VHjw3r0tmfJdjwFEDuhNkSCSjUqhood-SDB8XxcUNhFzM5G58AWSiFra-giRV29OyTOqSbc4Vk9m-fDQIfMCFZvv48FTD9S6pezXe8Nqq32umekdGHN6Ex2BT3Zdu3aUDbLmQPLO9nea_NuaD-Js/s16000/811YH0KavdL._AC_SL1500_.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Rápidos». Obra de Hiroshi Yoshida (1876-1950).</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p><br /></p><p><br /></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Deja que la realidad sea realidad».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><b>Lao Tse</b></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Hablemos de la realidad. Una realidad creada que, por supuesto, no puede tratarse aisladamente de la belleza, la bondad y la verdad, porque, como dice <b>Tomás de Aquino</b>, todo lo que existe, aunque en forma derivada, <i>es</i>, y, dado que <i>«el primer bien... es bueno en virtud de su propia existencia; entonces el bien secundario, puesto que se deriva de aquello cuya existencia es en sí misma buena, es en sí mismo bueno».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Aunque aquí entraría, irrumpiendo con estruendo, la pregunta, <i>¿qué es la realidad?</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Para el mundo moderno postcristiano la realidad es una mezcolanza de sin sentidos, que lanza a viva voz las siguientes proclamas, sin que la mayoría seamos conscientes del absurdo al que conducen al existir humano: la idea de que el universo <i>está hecho de números</i>, o que <i>nada</i> realmente existe, o que la conciencia produce la realidad al estilo del gato de <b>Schrödinger</b>, o que estamos viviendo en una simulación por computadora tipo <i>Matrix</i>, o tal vez que el solipsismo es cierto, o quizá que todo es materia y energía.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Frente a esa panoplia de vacuas y desesperanzadoras elucubraciones, mi entendimiento de esta importante y crucial cuestión es el cristiano, próximo al de <b>Aristóteles</b>, el mismo que el de <b>Tomás de Aquino</b>, y más cercano a <b>Platón</b> que a <b>Ockham</b>. Un entendimiento según el cual (a diferencia de <b>Ockham</b>) las esencias de las cosas existen, pero (a diferencia de <b>Platón</b>) no habitan en el mundo de las Ideas, sino en las cosas mismas. Las esencias son pues intrínsecas a las cosas; son los que hacen que las cosas sean lo que son.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, nuestra capacidad para conocer esa realidad (la esencia de las cosas, que va más allá de cada cosa concreta) es precaria y muy imperfecta. Como dice mejor que yo un viejo manual tomista: </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Gracias a la unión substancial del compuesto humano, dotado a la vez, de sentidos y de un entendimiento, conoce el hombre el doble aspecto de las cosas, lo que hay en ellas, de individual y mudable, lo que hay en ellas de universal e inmutable, y en el juicio efectúa la síntesis de esos diversos datos para afirmar que tal objeto concreto realiza en tal momento tal tipo general de ser. Nuestros conocimientos son, pues, inadecuados a la realidad, fragmentarios, progresivos (…), mas no por esto son erróneos. El entendimiento humano ocupa, sin duda, la última categoría entre, los entendimientos (…); mas no por esto deja de ser un verdadero entendimiento, que eleva al hombre a un grado muy superior a la bestia, a la categoría de persona libre, y abre ante su mirada, más o menos penetrante, la inmensidad del ser, tanto de los seres creados, como del Ser por esencia que es Dios»</i>. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Así que, más allá de nuestra particular experiencia sensible podemos aprender algo más, algo que está en las cosas, pero que trasciende su individualidad, concreción, y hasta su contingencia. De esta manera, la experiencia de lo real a la que me refiero, que conduce a una participación intuitiva y simpática en las cosas, por con naturalidad con ellas, es más que sólo <i>“estar ahí"</i>, es mucho más que simplemente percibir el mundo exterior a través de los sentidos. No puede reducirse a impresiones sensoriales, sino que implica una receptividad al misterio existencial de las cosas (a su esencia, y algo más también), un misterio que se encuentra ahí fuera, pero velado y escondido. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y para colmo, además de la naturaleza velada de esa realidad, y de nuestra consustancial limitación cognitiva e intelectiva para captarla, nosotros tampoco nos ayudamos mucho, con todas nuestras banales preocupaciones prácticas, ya que miramos al mundo sólo en términos de cómo puede ser manipulado o utilizado, de lo cual resulta una evidente ceguera a la maravilla y al misterio de lo creado.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por tanto, si ese contacto directo a través de nuestros sentidos con la realidad creada, con nosotros mismos, con los demás hombres y con el resto de la creación, es en sí mismo insuficiente ¿hay otro medio de acercarse a la profundidad de esa realidad? La respuesta es que sí, y la respuesta tiene un nombre: la belleza a través del arte. Pero de la belleza ya les he hablado en laguna ocasión. Hablemos ahora del arte.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El arte ––al que va asociada la habilidad y la técnica, fusión del talento con el trabajo––, como acción humana que persigue alcanzar la belleza, y que los escolásticos definían como <i>«la expresión reflexiva de la belleza, bajo una forma sensible»,</i> sujeta a una <i>«recta ratio factibilium»,</i> es para los cristianos, como cualquier otro don, un regalo de Dios, algo que por tanto no pertenece al hombre y que, por ello, el hombre está obligado a usar con gratitud y humildad. De esta manera, ser artista conlleva responsabilidades sagradas, ya que la misión de su arte no es celebrar la expresión egoísta de sus propios sentimientos por medios, sean toscos y burdos, sean sofisticados y exquisitos, sino propagar la bondad y la belleza haciendo frente a la fealdad del mal. Incluso si el artista trata con los sufrimientos y las dificultades, sus obras deben transmitir esperanza. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Toda la tradición artística cristiana sigue esta estela y está imbuida del concepto de realismo, un realismo simbólico y sacramental, por el que se hace referencia, tanto a la relación entre el arte y la realidad creada como parte de la revelación divina, cuanto a los sacramentos con los que nuestro Señor nos obsequió, como signos visibles que nos transmiten su gracia invisible. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Este realismo sacramental descansa en la doble idea del signo manifiesto y tangible, representado por la realidad física o material, y de su relación directa con una realidad misteriosa y sobrenatural. <b>Santo Tomás</b> en su <i>Suma Teológica</i> nos dice algo que podríamos sospechar apenas prestásemos algo de atención: que los seres humanos, como criaturas sensoriales, tenemos una propensión natural a los signos y símbolos sensibles como medio para ilustrar las realidades, particularmente las espirituales, abstractas e intangibles, que de otra manera permanecerían más allá de nuestro entendimiento. Estos símbolos funcionan a través de alguna relación reconocida entre el significante y el significado. Pero esta relación no es arbitraria ni contingente; no puede ser construida o reconstruida por el hombre. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como dijo el poeta <b>Samuel Taylor Coleridge</b>, el mejor símbolo <i>«siempre participa de la realidad que hace inteligible».</i> El agua simboliza la limpieza porque limpia. La rosa simboliza la belleza porque es hermosa. Y es por ello que el artista, en esa búsqueda por expresar la verdad, no debe trastocar el delicado equilibrio de estos significados. Su creación artística debe tener las correspondencias correctas. Debe apuntar a la realidad última de las cosas. Debe responder realmente a la verdad. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Dios, con su creación ––entre la que está la propia realidad humana, hecha a Su imagen y semejanza––, nos dio un modelo y una pauta a seguir. Y así, cada cosa creada ha de ser vista como un símbolo de su propia esencia interior, convirtiéndose de esta manera el mundo en un radiante libro de símbolos para ser leído con ojos sensibles a su luz reveladora. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Dijo <b>san Buenaventura</b>:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«A lo largo de toda la creación, la sabiduría de Dios brilla desde Él y en Él, como en un espejo que contiene la belleza de todas las formas y luces».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y si ahí está la belleza, en esa realidad creada, el artista debe tratar de acercarse a ella, para imitarla sin presunción ni orgullo, al modo de un simple aprendiz, creando, como dice <b>Tolkien</b>, <i>«según la ley en la que fuimos creados». </i>De esta manera, un artista ha de tratar de mostrar esa verdad, honrándola con su arte y con su estilo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El problema de hoy es que hemos roto esta relación sagrada entre el símbolo y su significado, apartándolo de lo real, y en último término de lo sagrado, y hemos dejado de crear <i>«según la ley en la que fuimos creados»</i>. Dios mismo nos dio un código, reflejado en su propia creación (de la que somos parte), y nosotros nos hemos apartado de él, intentando sustituir su obra por la nuestra, contraviniendo el sentido de armonía y de belleza escrito en nuestros corazones y en la misma naturaleza, y puesto de manifiesto en una milenaria tradición artística. Por ello, este apartamiento de la belleza de lo real puede ser calificado de demoníaco. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y no solo eso, sino que también, en ese nuevo camino emprendido, ya no se trataría solo de crear un nuevo código simbólico y artístico, o un nuevo concepto de belleza, sino de, haciendo uso de ello, dar paso a una nueva realidad. Una realidad falsa de toda falsedad, pero presentada de forma seductora y poderosa.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>Jean Braudrillard</b>, el filósofo existencialista francés, tratando de esta cuestión, hablaba de un estado de <i>«simulación»</i> ––que se correspondería con la actual situación de realidad virtual y total relativismo––, en el que ya la imagen no tiene relación con ninguna realidad en absoluto, y donde las imágenes artificiales son <i>«asesinas de lo real»</i>. No en vano, el poeta simbolista <b>Arthur Rimbaud</b>, en una línea profética, había escrito: <i>«ahora es el tiempo de los asesinos».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">También <b>John Senior</b> nos relata este camino de perdición estética y ontológica. Así, escribe que la moderna filosofía fenomenológica, <i>«afirma que una imagen es una realidad, es decir que la imaginación podría construir una vida real propia».</i> Pero, como él dice, <i>«por supuesto que no puede. cualquier sensación divorciada de su objeto se marchita».</i> Y termina concluyendo:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Según la filosofía perenne invocada al principio, el universo comienza con el ser. ahora debo añadir, además, que según esta tradición también, el ser es bueno. "ens et bonum convertuntur". Ser y bueno son términos convertibles. Por lo tanto, el mal es el no ser. El mal es, como dije, la privación del bien. De ello se deduce que en la medida en que uno está cortado según el patrón del ser, está cortado de acuerdo al bien. Existe lo que podríamos llamar una ley de la gravedad de la artificialidad. El universo de la alucinación no puede ser bueno. Es inevitablemente el infierno que el artífice construye. Por eso en el panteón de los ídolos, lo horrible predomina inevitablemente». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La raíz de nuestros males proviene de un absoluto apartamiento de la verdadera realidad, y en la creación de un mundo simulado, de una vida focalizada en la vacuidad de lo simulado, fruto de una voluntad orgullosa que pretende ser omnipotente (y aquí la fuerza demoniaca se instala en el centro de la existencia). Es el deseo de ser dioses que nos ciega y que arrastrará a muchos a la perdición. <b>Senior</b> continúa diciendo que <i>«hay algo destructivo ––destructivo para el ser humano–– en apartarnos de la tierra, de donde venimos, y de las estrellas, los ángeles y Dios mismo, hacia donde vamos».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Todo este sermón no está construido en el vacío. No es mero fruto de la especulación, ni el resultado de mentes amordazadas por el <i>pasado</i>. No. La perversa semilla de maldad que anida en esa novedosa y fascinante seudo realidad está dando ya sus podridos frutos. Pero, aun así, seguimos sin darnos cuenta.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Y es que, aunque cerremos los ojos y sellemos nuestros oídos, la corrupción ya está ahí, dentro de nuestras casas. Y así, el alejamiento de la realidad, y su sustitución por ese sucedáneo que es la <i>realidad virtual</i>, el <i>metaverso</i> y toda esa retahíla de artificios, trae sus consecuencias, no muy buenas, por cierto: l</span>as enfermedades cibernéticas, la obesidad, la radiación, los trastornos del sueño y los problemas visuales están al orden del día, y no solo entre nuestros niños y jóvenes. Los problemas más frecuentes en relación al desarrollo cognitivo se refieren a la atención, al aprendizaje, a la cognición general y a la cognición espacial. Y respecto del desarrollo psicosocial, serias preocupaciones se centran en la adicción, la ansiedad, los efectos emocionales, los trastornos de los juegos de Internet y el comportamiento prosocial y social. ¿Qué tipo de hombres estamos criando? ¿Cuál será el resultado de esta imprudente tendencia?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">No tengo la respuesta, pero serios y oscuros nubarrones en el horizonte anuncian una gran tormenta. Por ello, para tratar de restañar estas heridas en el alma de los más jóvenes con algo de belleza, para ayudar a volvernos hacia lo real, hacia lo que es bueno y verdadero, es por lo que escribo este blog y he escrito mi libro, para brindarles a ustedes una pequeña ayuda, por modesta y precaria que ella sea. </span></p><p><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-13124140083808662082024-03-11T10:28:00.001+01:002024-03-22T14:55:00.214+01:00DIEZ CLÁSICOS, Y MUY ACTUALES, CUENTOS DE CIENCIA FICCIÓN<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg10KU46LX5DEidI8Y8Tz4gzFmfNB1N8bC0APxGYDIZLxJyEOTabRl2o5fNIj2QzQAvXyYulQu6uluwiUW-QPwhi0IT2THQRs5EtCKCEgi7cjTc-vtFeZ2hlxySzoctPChxAW4XTxnHYyschA-gnzQKW6OJawZ7nPzJQWNEcX54ippc7PUhAO573NnUsek/s1280/1280px-John_Martin_-_The_Great_Day_of_His_Wrath_-_Google_Art_Project.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="826" data-original-width="1280" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg10KU46LX5DEidI8Y8Tz4gzFmfNB1N8bC0APxGYDIZLxJyEOTabRl2o5fNIj2QzQAvXyYulQu6uluwiUW-QPwhi0IT2THQRs5EtCKCEgi7cjTc-vtFeZ2hlxySzoctPChxAW4XTxnHYyschA-gnzQKW6OJawZ7nPzJQWNEcX54ippc7PUhAO573NnUsek/s16000/1280px-John_Martin_-_The_Great_Day_of_His_Wrath_-_Google_Art_Project.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«El gran día de Su ira». John Martin (1789-1854).</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p><br /></p><p><br /></p><div style="text-align: left;"><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Todo se está convirtiendo en ciencia ficción. De los márgenes de una literatura casi invisible ha surgido la realidad de hoy».</i> </span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">J. G. Ballard</span></div></div><p style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LA MÁQUINA SE DETIENE </b>(1909). E. M. Foster. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">¿Nos encontramos ante uno de los relatos más proféticos del siglo XX? Probablemente.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Publicada en 1909 por Foster con la intención, no solo de mostrar su desdén por el avance tecnológico, sino también de lanzar una advertencia sobre la forma en que, en su opinión, este empobrecería nuestras vidas, la historia volvió a atraer la atención de muchos lectores en 2020, cuando la denominada <i>Pandemia</i> cambió la vida de tantas personas tornándola virtual.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Todo se halla aquí: internet, videoconferencias, auto aislamiento, e incluso el miedo a otros seres humanos. Y supervisando y controlando todo, la <i>Máquina</i>, una misteriosa entidad tecnológica adorada como un dios por la totalidad de los habitantes de esta futura Tierra. ¿O quizá no por todos?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>ANOCHECER </b>(1941). Isaac Asimov. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Este cuento, escrito cuando Asimov tenía poco más de veinte años, es ampliamente considerado como uno de los mejores relatos de ciencia ficción de todos los tiempos. De hecho, en 1968 los escritores de ciencia ficción de Estados Unidos lo votaron como el mejor del género escrito antes del establecimiento de los premios <i>Nébula,</i> en 1965.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La historia trata sobre un planeta que no tiene noche, excepto una vez cada 2.049 años, momento en el que tiene lugar un eclipse que oculta a los seis soles que, de ordinario, iluminan el planeta. Los científicos están preocupados por el caos que podría producirse cuando caiga esa inesperada noche. ¿Se producirá un colapso social? ¿Se volverán locos los hombres? ¿O acontecerá lo vaticinado por Ralph Waldo Emerson?: </span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Si las estrellas aparecieran una noche cada mil años, ¡cómo creerían y adorarían los hombres y preservarían durante muchas generaciones el recuerdo de la ciudad de Dios!»</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Quizás deban leer el cuento.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL RUIDO DEL TRUENO </b>(1952). Ray Bradbury. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Otra historia clásica de viajes en el tiempo, esta vez de un retorno al pasado. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La historia se publicó por primera vez en la revista <i>Collier’s</i> en 1952 y comienza en un futuro, alrededor del año 2055. Una empresa estadounidense de safaris para viajes en el tiempo, <i>Time Safari Inc.</i>, ofrece a los cazadores desplazarlos hasta un pasado remoto con la promesa de poder dar caza a animales extintos hace millones de años, como los dinosaurios. Un hombre llamado Eckels aparece dispuesto a emprender su safari… con resultados desastrosos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Una temprana muestra de la teoría del caos y del conocido <i>efecto mariposa</i> (nunca mejor dicho en este cuento) en relación con las posibles paradojas de los viajes en el tiempo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>HARRISON BERGERON </b>(1961). Kurt Vonnegut. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Se trata de una actualización futurista (ya no tanto) y en tono satírico y mordaz, de las clásicas advertencias contra el totalitarismo igualitario, algo que nunca viene mal. Sobre todo, porque, aunque hace miles de años que tales peligros fueron denunciados por Platón en su <i>República</i>, siguen sin parecer causar efecto alguno en las almas de los hombres. El terrorífico y espeluznante espectáculo al que conduce siempre el vano intento de igualar <i>por abajo</i>. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>UN PLATILLO DE SOLEDAD </b>(1953). Theodore Sturgeon.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Una hermosa metáfora sobre la incomunicación en las relaciones humanas, y uno de los grandes relatos de Sturgeon. La mayor de las oportunidades (una joven recibe un mensaje extraterrestre a través de su contacto con un minúsculo platillo volante) puede convertirse en la mayor de las maldiciones (es repudiada por la sociedad y tildada de espía). Ninguna historia ha descrito mejor que <i>Un platillo de soledad</i> los sentimientos de un apestado social, algo muy de nuestros días de <i>cancelación</i>. Nos hallamos ante uno de los mejores relatos del más brillante hacedor de historias que ha dado la ciencia ficción y uno de los más grandes cuentistas estadounidenses del siglo XX.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LOS QUE SE ALEJAN DE OMELAS </b>(1973). Ursula K. Le Guin. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Un relato distópico inolvidable. Con una concisión demoledora, la autora disecciona nuestra sociedad occidental en apenas diez páginas de mera descripción, sin ninguna trama aparente. La historia está ambientada en la ciudad ficticia de Omelas, en la que reina una increíble prosperidad, pero a un costo terrible. Toda la idílica comunidad pende del sufrimiento de un niño pequeño que es mantenido en condiciones miserables en un recóndito habitáculo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Cuestiones éticas profundamente inquietantes y muy pertinentes hoy y siempre (el chivo expiatorio en toda su extensión, filosófica, sociológica y teológica) planteadas lacónicamente a través de la hermosa y elocuente prosa de Le Guin.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>ARENA </b>(1944). Fredric Brown. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Asistimos a una guerra interplanetaria entre humanos y una raza alienígena, los<i> Intrusos, </i>u<span style="text-align: left;">na extraña forma de vida extraterrestre, esférica y con tentáculos retráctiles</span>. Carson, soldado terrícola, es abducido por una entidad desconocida con el objeto de representar a la humanidad en una suerte de lucha de gladiadores frente a uno de los <i>Intrusos. </i>Tal combate dirimirá el destino de sus respectivos mundos, ya que la especie del perdedor será exterminada. Un remedo de los tiempos romanos en medio de la inmensidad de las galaxias.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>ESCLAVO EN GALERAS </b>(1957). Isaac Asimov.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Uno de los relatos de la famosísima serie <i>Robots </i>(el considerado </span><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">favorito por el autor entre sus historias de robots protagonizadas por el personaje de Susan Calvin). </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span style="text-align: left;">En todos los relatos de esta serie,</span> Asimov juega hábilmente con una hipotética interacción humano/robot bajo, las denominadas por él, tres leyes de la robótica, a saber: 1. Ningún robot dañará a un ser humano o permitirá, por inacción, que este sufra daño. 2. Un robot obedecerá las órdenes de un ser humano siempre que estás no contradigan la Primera Ley. 3. Un robot salvaguardará su propia existencia, siempre que tal hecho no entre en conflicto con la primera o segunda de las leyes. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En esta historia, Asimov nos cuenta un entretenido drama judicial en el que entra en juego la primera de las leyes citadas. Lectura, en todo caso, muy actual, pues pone de manifiesto el temor de que la automatización robótica del trabajo académico (o de cualquier otro) pueda destruir la dignidad y humanidad del mismo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LOS DEFENSORES </b>(1953). Philip K. Dick. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El mundo se halla sumido en una guerra tan devastadora, que los pocos supervivientes se ven obligados a vivir en ciudades subterráneas, mientras que sofisticados robots, inmunes a la radioactividad (los defensores), continúan librando la guerra en la arrasada superficie. Sin embargo, algunos hombres consiguen salir al exterior, descubriendo que el conflicto no es más que una ficción urdida por los robots para mantener su control sobre los seres humanos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Apocalípticas guerras futuras, robots, y la duda sistemática sobre qué es real y qué no lo es, confluyen en este relato, de irónico título. Una historia tremendamente actual al tratar el asunto de la realidad virtual y la I. A. junto con los peligros y tentaciones de dominación que ambas encierran.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LOS SUPERJUGUETES DURAN TODO EL VERANO </b>(1969). Brian Aldiss. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Un ya célebre relato cautelar sobre esa nueva frontera tecnológica, que a modo de oscuros nubarrones, se perfila ya en el horizonte: la mal denominada inteligencia artificial. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Los eventos tienen lugar en una sociedad distópica, superpoblada y tecnológicamente avanzada, en la cual el autor explora temas como la desigualdad social, el aislamiento y la soledad, así como la relación entre los seres humanos y la inteligencia artificial. Stanley Kubrick seleccionó en su día este relato para su nunca finiquitada segunda película de ciencia ficción, finalmente realizada en el año 2001 por Steven Spielberg, bajo el título, <i>A. I. inteligencia artificial.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"> </span></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-55802894279500561562024-03-02T13:39:00.002+01:002024-03-22T22:50:13.649+01:00DIEZ CUENTOS CORTOS DE TEMA RELIGIOSO<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgeajr2f_pf-kWYo9IPUTBesml12npUMDlpepYYBCk_rHBA-taW0ZfFxrg47YGIp_B0QqKi2hJBOlcWyw_IAN0oaM8-Wo5mprWU5CGIywI7Fg6ff4WmF7Rj5mUjQ0P5CxTL1AAomWzccqwg1YDeQUVsGZ9nzAU2VkfZlfD_VuJVRiEaMzmqhfX4SO7E_eY/s2047/Franz_Ludwig_Catel_Mo%CC%88nche_im_Hof_eines_Klosters_am_Meer.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="2047" data-original-width="1538" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgeajr2f_pf-kWYo9IPUTBesml12npUMDlpepYYBCk_rHBA-taW0ZfFxrg47YGIp_B0QqKi2hJBOlcWyw_IAN0oaM8-Wo5mprWU5CGIywI7Fg6ff4WmF7Rj5mUjQ0P5CxTL1AAomWzccqwg1YDeQUVsGZ9nzAU2VkfZlfD_VuJVRiEaMzmqhfX4SO7E_eY/s16000/Franz_Ludwig_Catel_Mo%CC%88nche_im_Hof_eines_Klosters_am_Meer.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Monjes en el patio de un monasterio junto a un mar tormentoso». Franz Ludwig Catel (1778 – 1856).</td></tr></tbody></table><p><br /></p><p style="text-align: center;"><br /></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;"><br /></span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«Hay algo en nosotros, como narradores y como oyentes de historias, que exige el acto redentor, que exige que a lo que cae se le ofrezca, al menos, la oportunidad de ser restaurado. El lector de hoy busca esta moción, y con razón, pero lo que ha olvidado es su coste».</span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;"><br /></span></i></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Flannery O´Connor</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span><b>SEMANA SANTA<i>. </i></b></span><span>Emilia Pardo Bazán. Breve relato de la escritora gallega en el que </span></span><span style="font-size: x-large;">se narra la conversión de un pecador gracias a un sueño en el que se le representan los padecimientos de Jesús en su Pasión. La acción se desarrolla en una tarde de viernes santo. A partir de ahí se nos presenta a un anciano moribundo; a una indigna </span><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">pareja que ha violado la confianza del enfermo y se nos hace testigos de un sueño inducido por un narcótico, que transporta a uno de los protagonistas hasta la Jerusalem del primer siglo </span></span><span style="font-size: x-large;">y le hace participar vívidamente en el Vía Crucis de Nuestro Señor.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span><span><b>EL RIZO DEL NAZARENO<i>.</i></b> </span><span>Emilia Pardo Bazán. La </span><span> acción transcurre en el día de Jueves Santo. Un hombre, siguiendo a una atractiva mujer, entra en un templo donde queda encerrado accidentalmente. Duerme cerca de la capilla del Nazareno, y en el sueño, se ve convertido en uno de los sayones que atormentan a Jesús con consecuencias que adivinamos trascendentes para él. Un relato de un retorno a Dios a través de la compasión, que culmina con un efecto final sorpresivo que guarda relación con el título</span></span>. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span><span><b>EL SEÑOR DOCTORAL.<i> </i></b></span><span>Emilia Pardo Bazán. </span></span>Una historia sobre un sacerdote pobre e ignorante, pero bondadoso. La humildad, manifestada en la sencillez y bondad del cura, se ve ensalzada al final del cuento en un acto redentor, en el que la caridad y el sacrificio evangélico del sacerdote logra llevar a un moribundo impío a una conversión postrera. Un último episodio, lleno de humor, nos traslada al mismo Cielo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span><span><span style="font-weight: bold;">EL VIERNES DE DOLORES.</span><i style="font-weight: bold;"> </i></span><span>Luis Coloma. publicado en 1887 en un volumen de <i>Lecturas recreativas</i>, en cuya acción interviene una generosa anciana que resulta ser<i> </i>finalmente, <i>Fernán Caballero,</i> con la que Coloma mantuvo una estrecha y cálida relación. La habilidad narrativa de Coloma luce aquí, y le permite, como en casi toda su obra, destilar una enseñanza moral que pasa casi desapercibida en medio de </span></span>un rico diálogo, una gran economía en las descripciones, y un agradecido dinamismo en la acción relatada. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL ESTUDIANTE</b>. Anton Chéjov. Esta es una historia brevísima publicada en 1894. De hecho, es una las historias más cortas del autor, de solo unas pocas páginas. Conforme al estilo del escritor ruso, sucede muy poco en cuanto al desarrollo de la trama, y lo poco que sucede, se desarrolla a lo largo de un viernes santo. El propio Chéjov consideró a <i>El Estudiante </i>el favorito de entre todos sus cuentos. En él nos habla al corazón desde la tristeza y amargura de la semana santa, pero para llevarnos a la esperanza y felicidad de la Pascua.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LA ESPALDA (O LA VUELTA) DE PARKER</b>. Flannery O´Connor. Un nombre que marca un destino: Abdías Elías. </span><span style="font-size: x-large;">Un tatuaje de Cristo en la espalda, que proclama ese destino y su vuelta él. El protagonista oculta sus nombres ya que le parecen ridículos. Abdías significa: <i>«Siervo de Yahweh»</i> y Elías significa <i>«Yahweh es Dios» </i>o<i> «Él es Dios». </i>Sin embargo, hay algo que le impulsa a recuperar el orgullo de esos nombres, aun cuando obtenga a cambio la burla de los demás y el maltrato de su esposa. Alegoría de que Dios nos sigue, nos persigue y nos termina atrapando a poco que nos volvamos hacia Él.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL JUGLAR DE NUESTRA SEÑORA</b>. Anatole France. Una vieja leyenda medieval sobre los pobres de María. Surgida a mediados del siglo XIII en Francia, era contada por los predicadores populares y fue transcrita por el escritor Anatole France con ese título: <i>Le Jongleur de Notre Dame</i>. Un relato recomendado por el Papa Juan Pablo I, que nos dice de él: </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span><i>«Quien quisiera narrar el pequeño cuento de Anatole France, hoy, cuando la gente tiene sed de auténtica sencillez, debería subrayar que corresponde a la imagen más verdadera de María, que en su </i></span><span><i>cántico dice: “Dios ha derribado a los poderosos de sus tronos y a los pequeños los ha ensalzado”».</i></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span><span><b>LA LEYENDA DE SAN JULIAN EL HOSPITALARIO</b>. Gustave Flaubert. </span><span>Ambientada en el siglo XII, la historia comienza con el nacimiento de Julián y con las dos profecías que lo acompañan: Mientras que una proclama que Julián se convertirá un día en un </span>santo, la otra predice un futuro de gran gloria relacionado con una estirpe real. Un matrimonio principesco, un parricidio, una peregrinación penitente y un encuentro providencial con un leproso (que resulta ser la encarnación de Jesús), conducen al protagonista a la santidad profetizada. La historia, explica el autor, recogida en la <i>Leyenda áurea</i> de </span>Santiago de la Vorágine, se encuentra plasmada en las vidrieras de una iglesia que conoce bien (la catedral de Chartres).</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Una esperanzadora respuesta a la vieja cuestión de la predeterminación y el libre albedrío, y a la relación entre la fe y las obras.</span></p><p><span style="font-size: x-large;"></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>PECADO CONFESADO.</b> Giovanni Guareschi. Uno de los cuentos del conocidísimo cura, <i>Don Camilo</i>. Guareschi se hizo internacionalmente famoso con las historias de ese <i>Pequeño Mundo</i> por el que deambulan, ya para siempre, el belicoso y apasionado sacerdote, y su antagonista, el alcalde comunista Don Pepone. Sin olvidarnos de Nuestro Señor y de la sencilla pero buena e impecable teología que se trasluce de sus páginas. </span><span style="font-size: x-large;">Por supuesto, en este cuento –como en todos los demás de la serie–, Don Camilo termina ganando o empatando moralmente la mayoría de las disputas (y en las que no, termina corregido caritativamente por Nuestro Señor), dejando clara la posición cristiana y anticomunista del autor.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL PESCADOR Y SU ALMA.</b> Oscar Wilde. Incluido en el libro de cuentos <i>Una caja de granadas</i>, del que Wilde dijo una vez </span><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">que no fue planeado ni para los niños británicos ni para el público británico. Como todos los relatos del autor, un poema en prosa por la belleza de su escritura. En él, Wilde, apuntando ya a su conversión final, nos habla del </span></span><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">pecado y del sufrimiento redentor, que purifica y trae al hombre de vuelta a Dios.</span></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-14954950932400243722024-02-19T10:45:00.006+01:002024-03-22T22:50:30.439+01:00DIEZ CUENTOS CORTOS PERFECTOS (SI BIEN, NO TODOS LO QUE SON PERFECTOS) <div style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjj3FgPrLOI9v4U_PbKRUQ6x9BIgQs2ihVZg4Vswqjjf4Sb1hrhTyTk0XERh3lMSRj2sN99xl2WPZdcF6VEKwqsIOFIG66ExXkZzWTakKqJJs_HHkyimU3qAbAPjmTLcYXbbBZgpJbbqz62v89Lz6qt3E1fwreDgJIO10nSPAwvSameIBe-VvArLwOZXxA/s2048/ABELENDA,%20MANUEL%20%C2%B7%20Ri%CC%81a%20de%20El%20Burgo%20%5Bojo%2072ppp%5D%20sm%201024%20300ppp.jpg"><img border="0" data-original-height="1790" data-original-width="2048" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjj3FgPrLOI9v4U_PbKRUQ6x9BIgQs2ihVZg4Vswqjjf4Sb1hrhTyTk0XERh3lMSRj2sN99xl2WPZdcF6VEKwqsIOFIG66ExXkZzWTakKqJJs_HHkyimU3qAbAPjmTLcYXbbBZgpJbbqz62v89Lz6qt3E1fwreDgJIO10nSPAwvSameIBe-VvArLwOZXxA/s16000/ABELENDA,%20MANUEL%20%C2%B7%20Ri%CC%81a%20de%20El%20Burgo%20%5Bojo%2072ppp%5D%20sm%201024%20300ppp.jpg" /></a>«Ría del Burgo». Obra de Manuel Abelenda Zapata (1889-1957).</div><br /><p><br /></p><p><br /></p><p><br /></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Una historia corta debe tener un solo estado de ánimo, y cada frase debe construirse hacia él».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Edgar Allan Poe</span></p><p><br /></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;"><b>William Wilson. </b>Edgar Allan Poe. Como siempre en Poe, suspendan la respiración cuanto puedan. Y no se angustien con esta historia de un hombre acosado por la presencia constante y pertinaz de quien parece ser su doble. Un supuesto doble que es una imagen exacta del yo corrupto y sin escrúpulos del narrador. Al lector le tocará decidir si se trata de un ser real, o si, por el contrario, lo que el autor trata de presentarnos es el escenario onírico de un cuento dentro de un cuento en el que, como parábola o alegoría, se nos habla de una inquietante encarnación de la conciencia personal. Quizá su final aclare algo. Léanlo y decidan.</span></span><span style="font-size: x-large;"> <b> </b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>El collar. </b>Guy de Maupassant. Nos hallamos ante uno de los grandes maestros del cuento. Sagaz conocedor de la condición humana, Maupassant solía colocar a sus personajes en situaciones incómodas, para demorarse luego en describir unas conductas y reacciones del todo inapropiadas. Este es el caso de <i>El collar</i>, una breve historia, donde el orgullo y la codicia se alían para darnos una lección ejemplar, al revelarnos que la riqueza o la posición social son algo innecesario, e incluso dañino, para lograr una vida bien vivida. <b> </b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>El incidente del puente del Búho. </b>Ambrose Bierce. Incluido en su libro <i>Cuentos de soldados y civiles</i>, la historia se enmarca en la Guerra de Secesión norteamericana. El punto de vista del narrador y el tiempo son aquí un juguete en manos de la maestría narrativa de Bierce. El autor prefiere seguirle la corriente a la conciencia del protagonista, que relatarnos la secuencia lineal de lo acontecido. Un comienzo suave y un final explosivo nos dicen algo, pero no mucho. Hay que leer el cuento.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>El capote. </b>Nicolás Gógol. Según Fiódor Dostoyevski, <i>«todos surgimos de debajo de “El capote” de Gógol».</i> Un cuento en la nevada ciudad de san Pedro sobre un desdichado escribiente al que roban su capote nuevo, rodeado del asfixiante ambiente de una burocracia deshumanizada. La búsqueda de la notoriedad y la justicia se hermanan, bajo un áurea sobrenatural, en un relato magistral e imperecedero. Según Vladímir Nabókov, se trata de la única obra <i>«sin grietas»</i> de la historia de la Literatura Universal.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>La dama del perrito. </b>Antón Chéjov. La infelicidad e insatisfacción de los protagonistas revela, quedamente, la suave perversión del adulterio, y la trampa subyugante de un sexo desprovisto de su propósito. Chéjov, como siempre, desbroza delicadamente las pequeñas piezas deterioradas de nuestro imperfecto corazón, y con los golpes de su <i>martillo</i> literario, nos recuerda lo verdaderamente importante, alejándonos de lo trivial. Máximo Gorki dijo de Chéjov que <i>«era capaz de revelar el humor trágico presente en el tenue mar de la banalidad»,</i> y creo que estaba en lo cierto. <b> </b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>Araby. </b>James Joyce. La brevedad de un relato y la efímera sensibilidad del primer amor, se aúnan en una historia sobre la adolescencia, esa etapa juvenil, tan perdida como añorada hoy. Independientemente de nuestro sexo, todos fuimos el pobre narrador (probablemente, una evocación del propio Joyce), y tras leer el cuento, todos nos reconoceremos en él. Joyce era un maestro de la evocación y la recreación de atmósferas, y este cuento es un buen ejemplo. Según nos dice Ezra Pound, esta pequeña obrita <i>«es mucho mejor que una «historia», es escritura viva».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>Estricnina en la sopa. </b>P. G. Wodehouse. Son muchos los relatos de <i>«Plum»</i> que nos provocarían carcajadas. Esa abundancia es una de las virtudes que le agradecemos, pero, que aun tiempo, dificulta nuestra elección en casos como este. Todo sea por una buena causa. En esta ocasión, se trata de una incursión, atípica del genio inglés, en el mundo del crimen. Una historia animadísima, suave parodia de los misterios detectivescos de la Edad de Oro, y cuyos protagonistas son, el sobrino de Mulliner, Cyril, y su enamorada, la señorita Amelia Bassett. Un relato que viene recomendado por el mismísimo Evelyn Waugh. Cuiden de su diafragma. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>El regalo de los Reyes Magos. </b>O. Henry. El cuento más famoso de un gran cuentista. Según Harold Bloom, <i>«mantiene vigente su palpable sentimentalidad».</i> Los dos protagonistas están basados en O. Henry y su esposa y, quizá por eso, son presentados y tratados con delicadeza y compasión. El amor, según observaba Samuel Johnson, es la sabiduría de los tontos y la tontería de los sabios, y posiblemente este cuento sea una magnífica recreación de esa máxima. Una historia que ilustra el poder de la generosidad desinteresada.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>De lo que aconteció a un deàn de Santiago con don Illán, gran maestro que moraba en Toledo. </b>Don Juan Manuel. El cuento al que vuelven todos. Como todos los <i>exemplos</i> del libro de <i>El Conde Lucanor</i>, el relato culmina en una moraleja cautelar que nos advierte de que, <i>«A quien mucho ayudares/Y no te lo agradeciere,/Menos ayuda tendrás de él/Cuando a gran honra subiere». </i>Léanlo para averiguar por qué. Borges, fascinado por el cuento, intentó suprimir la enseñanza moral con una reelaboración de la historia, titulada, <i>El brujo postergado</i>, a mi modesto juicio, infructuosamente.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>El caballero de París. </b>John Dickson Carr. Un rompecabezas histórico con un testamento, un detective de origen francés, y una desconocida heredera. <i>«El mejor cuento del mundo»,</i> según lo calificó el padre Castellani, quizás llevado de un entusiasmo nada religioso. Aun así, una historia corta de un maestro de la detección, del misterio y de los problemas imposibles, muy recomendable. Un relato que es tan perfecto como un copo de nieve, e intrincado como el nudo del zapato de un niño de 7 años.</span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-68855321860941638002024-02-12T21:22:00.003+01:002024-02-12T21:30:21.891+01:00EL CUENTO. UN GÉNERO DE SIEMPRE, MUY NECESARIO HOY<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgG_DW4hdb2rv_tNzUBAxLds3OZvBZ_kJAkPcf5zRaT-Lx8a2y2WJGqyJ583dKgNp5RBmA40h7s4zJBLcrudlEQVv_hEq7V8naKCYU1fI6ZkcrjioCAFssalFO4vkjkqD7QwZC_pqkOXWm56MdnochHXvSYvIv_5ONLHDHWpNkPARamvrsZjv5LZvg0kng/s2048/4903%20LLORENS,%20FRANCISCO%20%C2%B7%20Costas%20Gallegas.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1226" data-original-width="2048" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgG_DW4hdb2rv_tNzUBAxLds3OZvBZ_kJAkPcf5zRaT-Lx8a2y2WJGqyJ583dKgNp5RBmA40h7s4zJBLcrudlEQVv_hEq7V8naKCYU1fI6ZkcrjioCAFssalFO4vkjkqD7QwZC_pqkOXWm56MdnochHXvSYvIv_5ONLHDHWpNkPARamvrsZjv5LZvg0kng/s16000/4903%20LLORENS,%20FRANCISCO%20%C2%B7%20Costas%20Gallegas.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Costas gallegas». Obra de Francisco Llorens Díaz (1874-1948).</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p> </p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Los cuentos son pequeñas ventanas a otros mundos, a otras mentes, y a otros sueños. Son viajes que puedes hacer al otro lado del universo y, aún así, volver a tiempo para la cena».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Neil Gaiman</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Habiendo sido todo cuento al empezar las literaturas, y empezando el ingenio por componer cuentos, bien puede afirmarse que el cuento fue el último género que vino a escribirse».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Juan Valera</span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El cuento es efímero e incompleto por naturaleza. Que le vamos a hacer. Esa es su esencia y su virtud, pero ese es también su defecto. Y por tal razón, goza de baja estima entre los entendidos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Aun cuando se concentre en determinados sucesos muy concretos de un acontecer humano, y los amplifique y magnifique, siempre parecerá insuficiente. Por su cortedad, por su encorsetamiento físico a unas pocas páginas, por su carácter fugaz. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero estas características suyas no constituyen una limitación, como de entrada podría parecer. No, en absoluto. En manos de un verdadero poeta, la narración breve es una puerta que se abre ante el lector, y que, de ser traspasada, le conduce a una íntima colaboración con el autor que va más allá de lo que este ha plasmado en el texto. Una tarea que guarda un cierto sabor de amistad, y que excede a ambos, apoyada en el mensaje, expreso, y, sobre todo, subliminal, tácito, o cuasi mudo, que algunos genios artísticos logran transmitir a sus obras. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El atento lector, entonces, partiendo de esas pistas, de esos trazos breves y siempre escasos, reconstruye, cuál, si una deshilachada tela de araña se tratase, pasajes de esas vidas ficticias que se bosquejaron en tenues líneas en el libro; y si acaso, solo si acaso, tales trazos podrán despertar en él anhelos o cuitas quizá olvidadas. Es, por tanto, un género colaborativo como pocos. Aunque, cierto, eso requiere un evidente esfuerzo para el lector. Pero, si el autor es genial, ¡oh, sorpresa!, la carga es ligera, y parece sobrellevarse sola.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Flotando entre la poesía y la novela, el cuento es como la música de cámara de la literatura, delicado y potente a un tiempo, a la par que ligero y profundo. Ha llegado a decirse que es una forma literaria difícil, que exige más atención al control y al equilibrio que la novela, si bien, menos dependencia de las musas que la poesía. Quizá la confluencia entre su brevedad y, por tanto, su aparente simplicidad, y esa quintaesencia que busca –y que no siempre se encuentra–, hace que sea un género muy frecuentado, pero, a un tiempo, poco cortejado por la genialidad. No obstante, no se preocupen, grandes y buenos cuentos, como se dice en mi tierra, hay <i>dabondo</i>. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Además, se trata de una fórmula que parece adecuada para estos tiempos y para las almas juveniles que los habitan, ya que puede conducirlas de la mano a las alturas del Olimpo literario, o al menos, a hacerles deseable y, hasta prioritaria, la buena y verdadera lectura, con todo el bien que eso puede darles. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y es que, esa brevedad suya, encaja como un guante en nuestra cultura de la distracción, en la cual resulta problemático el mantenimiento de la atención, el tiempo suficiente siquiera para pensar. Ese laconismo, esa concisión, esa pequeñez del cuento, encierra sin duda un atractivo para el hombre de hoy, distraído y sin tiempo a penas. <span style="text-align: left;">De esta manera,</span> los cuentos pueden, de entrada, ser <span style="text-align: left;">lecturas atractivas a causa de su cortedad, muy capaces –por su estructura y condición– de llamar y mantener la atención y el interés del joven lector novel.</span> Unas cualidades de intensidad y brevedad muy adecuadas a nuestra época, pero que, como nos recuerda Horacio Quiroga, son consustanciales al género y vienen con él desde siempre:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Los cuentos chinos y persas, los grecolatinos, los árabes de las Mil y una noches, los del Renacimiento italiano, los de Perrault, de Hoffmann, de Poe, de Merimée, de Bret Harte, de Verga, de Chéjov, de Maupassant, de Kipling, todos ellos son una sola y misma cosa en su realización. Pueden diferenciarse unos de otros como el sol y la luna, pero el concepto, el coraje para contar, la intensidad, la brevedad, son los mismos en todos los cuentistas de todas las edades».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Porque, el cuento es de hoy y de siempre. Las narraciones a la luz y el calor de una hoguera, lo que se denomina el cuento popular o folclórico, no desaparecerá jamás. Puede que, como sostiene el filósofo coreano Byung-Chul Han, estemos instalados en una modernidad tardía que hace uso del natural impulso humano de contar y escuchar historias, pervirtiéndolo, abusando de <i>márquetines</i> y <i>storytellinines</i> con fines comerciales y crematísticos. Puede. Pero, la necesidad de historias con sentido y propósito, y la facultad de contarlas, pervivirán. Y, de esta manera, los relatos del Conde Lucanor, las contadas por Scheherezade, y las relatadas por los jóvenes florentinos que nos transmitió Boccaccio, seguirán editándose, leyéndose y contándose. Porque así lo necesitamos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Ya les he hablado de los cuentos populares, y, en especial, de los cuentos de hadas, sobre los que vuelvo a insistir en su conveniencia para todas las edades. Pero, aquí me detendré en los cuentos literarios, esos que quizás nacieron con Poe, o con Gógol. Esos que siguieron haciéndose grandes con Chéjov, Joyce o Borges, y que exploraron las brumosas tierras de la fantasía, los soleados prados del romanticismo, y las duras estepas del realismo. Sobre algunos de esos relatos –los que estimo mejores–, les hablaré brevemente en una especie de antología personal para jóvenes de toda edad y condición. </span> </span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-16303605485340015902024-01-23T22:45:00.003+01:002024-01-23T22:50:11.196+01:00LOS SUPERHÉROES COMO «CHUCHES»: ¿SEGURO?<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8YZTnRPMsXpBxKegYxTCe6hl2luDpefajTeNORP_g1422EcCCK2DuiRKN1JHKEehpNcKfZulq-tIwzarsFXtKvtWJwqa-MIj4ZDtywDM6MjQFuJfiZvQ5nEk6zZR4QkV1-95p6bt61QcrYaYCafa9hyphenhyphenOjUqeDVe4qexX04NbvPczluX3QYzOJfArXZu0/s1382/Los%20Vengadores.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1382" data-original-width="939" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8YZTnRPMsXpBxKegYxTCe6hl2luDpefajTeNORP_g1422EcCCK2DuiRKN1JHKEehpNcKfZulq-tIwzarsFXtKvtWJwqa-MIj4ZDtywDM6MjQFuJfiZvQ5nEk6zZR4QkV1-95p6bt61QcrYaYCafa9hyphenhyphenOjUqeDVe4qexX04NbvPczluX3QYzOJfArXZu0/s16000/Los%20Vengadores.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Los Vengadores». Julia Sanmartin Sesmero (con 12 años).</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p><br /></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Ponte en pie y mantén tu inocencia infantil.</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Lee todas las críticas de los pedantes;</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Pero no creas en nada</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Que no se pueda contar con dibujos de colores».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">G. K. Chesterton</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Un gran poder conlleva una gran responsabilidad».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Stan Lee. <i>Spiderman</i></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Tenemos que trabajar con lo que nos ha sido dado. Y debemos examinarlo todo para quedarnos con aquello que sea bueno, aunque sea precario o insuficiente. Puede ser duro. Puede ser imperfecto. Puede ser difícil. Pero no hay opción sí queremos hacer lo correcto.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Algo así pasa con los comics de superhéroes, y hoy, mayormente, con alguna de las películas inspiradas en ellos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">No es alta literatura, no es siquiera buena literatura. Es una parte de la denominada cultura popular y, consecuentemente, no podemos exigirles demasiado. Pero, aun así, han aportado algo. Algo que, aunque pequeño, puede ser valioso.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">De forma imperfecta, y hasta tosca, con una simpleza ramplona a veces, los comics de superhéroes han hecho su trabajo. Y utilizo el verbo en pasado porque creo que sus continuaciones de hoy –quizá ya desde los años 70– no llegan a la altura, y han ido corrompiéndose con el tiempo, como tantas otras cosas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Mi tesis es que en los superhéroes hay una enseñanza moral, una educación que ha sido transmitida a generaciones de chavales; yo, como muchos otros, crecí con ellos. Por eso quiero romper una lanza en su favor; porque, aun teniendo en cuenta esas deficiencias, ya señaladas, el resultado final puede ser muy aceptable. Por supuesto que esa educación es escasa e imperfecta; este tipo de comics no presentan recreaciones, ni de la Biblia, ni de las grandes obras clásicas grecolatinas. Pero han bebido de ellas, y de eso hay huellas. Al menos en sus más puros orígenes. Y voy a tratar de exponerlo en esta entrada.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Podríamos empezar por diferenciar el distinto enfoque llevado a cabo por las dos grandes <i>fábricas</i> de superhéroes, Marvel y DC comics; una mirada distinta que ha imprimido su sello diferencial, hasta el punto de que hay seguidores de una, enfrentados con seguidores de la otra, tal si fueran mundos incompatibles.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En las historias de Marvel la condición de héroe suele ser auto-referencial e interna, más personal e íntima. Así, es tan importante la resolución de un conflicto que quizá afecte a la seguridad de la ciudad, o incluso del mundo, como los problemas y vicisitudes del héroe en su vida cotidiana. El verdadero heroísmo es averiguar cómo equilibrar ese trabajo de salvador, de caballero desfacedor de entuertos, con hacerlo bien en tus clases universitarias, tener una relación normal con Mary Jane, u obtener dinero extra del <i>Daily Bugle </i>para ayudar a tu tía May a pagar el alquiler, como es el caso de <i>Spiderman</i>. Sus habilidades arácnidas han de superponerse y combinarse con sus habilidades como ser humano normal.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Frente a ello, en los relatos de DC hay un enfoque diferente. Sus héroes tratan de llevar el peso del mundo sobre sus hombros de una manera que los aproxima a la mitología griega o nórdica. Hay más grandeza, más tragedia, menos cotidianeidad. Los problemas que afrontan son muchas veces cósmicos, las personas a las que han de proteger se cifran en el género humano en su totalidad. <i>Superman</i> es un guardián de la humanidad. De hecho, no importa si no conocen a casi ninguna de esas gentes, o si todas y cada una de tales personas merecen su sacrificio y lucha. Ellos están ahí y no hacen acepción de personas. Porque en lo más profundo de su corazón late una base moral y virtuosa sólida que los mueve al combate contra el mal. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>Capitán América</i> y el <i>Hombre de Hierro</i> son los líderes carismáticos de los cómics de Marvel, y <i>Superman</i> de los de DC.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>Superman</i> (Clark Kent) es una especie de Sansón y Hércules a un tiempo. Después de su debut en 1938, no tardó mucho en convertirse en un icono cultural. Como Sansón y Aquiles, su fortaleza tiene un punto débil; como Hércules, no cesa nunca de superar pruebas. No es en absoluto el "superhombre" de Nietzsche, transgresor de la moral convencional. Por el contrario, <i>Superman</i> –un alienígena, procedente del planeta Cripton– es un defensor de la paz, de la justicia y de la Tierra misma, que acepta y defiende frente al mal, el código moral enseñado por sus padres adoptivos, el matrimonio Kent. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por su parte, <i>Capitán América</i> (Steve Rogers) y el <i>Hombre de Hierro</i> (Tony Stark), representan a seres humanos comunes que, bien por un accidente providencial o bien a causa de un diseño de ingeniería brillante, han recibido un poder que deciden emplear para combatir el mal y proteger a los más débiles. Stark es, inicialmente, un científico y hombre de empresa exitoso, asertivo, y con gran confianza en sí mismo, pero que deja que todas esas cualidades sean mal llevadas por su vanidad y su egoísmo. Rogers, por el contrario, es el soldado perfecto, el caballero perfecto, que es impulsado, demasiado rígidamente, por un sentido del deber hacia su país y el mantenimiento del orden social, quizá excesivamente ingenuo, dispuesto a sacrificar por ello, incluso su propia felicidad y su propia vida. Ambos recorren un camino de perfeccionamiento (al modo del viaje del héroe), que les hace converger en la búsqueda del bien común.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, a pesar de esas notables diferencias, en ambos casos, tanto los héroes de DC como en los de Marvel comparten algo que los define: Los verdaderos superhéroes usan sus dones para hacer lo correcto, para poner en práctica el primer principio de la ley natural: <i>«hacer el bien y evitar el mal»</i>, y para erradicar y combatir ese mal. Pase lo que pase. Les sea fácil o no, les convenga personalmente o no, les perjudique o no. Y esa es una valiosa enseñanza. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Sin embargo, no quiero terminar sin comentar la peligrosa y nefasta evolución, que en mi opinión, han sufrido estos cómics. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Los nuevos cómics –como los nuevos tiempos– son nihilistas, perversos, indebidamente oscuros y sádicamente violentos. Han pasado a reflejar, forzadamente, una mayor diversidad y corrección política, con toques de feminismo, ideología de género y progresismo en general, en un experimento que ha dado como resultado una dramática disminución de las ventas. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y es que, desde hace un tiempo, tanto la academia como los medios de comunicación social, vienen concentrando su potente fuego mediático y dialéctico sobre los clásicos superhéroes: que si las palabras <i>sexo</i> y <i>género</i> no aparecen en sus historias; que si los enfoques feministas están del todo ausentes, sin que siquiera las heroínas ejerzan reivindicación alguna contra el patriarcado; que si no se exploran las dimensiones homoeróticas de las amistades masculinas entre los héroes; que si no se hace frente a los estereotipos étnicos; que si no se hace lo suficiente para combatir un posible fomento del militarismo, y algunos otros temas, a cada cual más paranoico. Y, claro, la industria del comic y la del cine se ha adaptado rápidamente a esa situación.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">No hace falta decir que no les recomiendo tales cómics. Quizá, como lo qué está en juego es mucho dinero, las cosas vuelvan a su estado original. Aunque mucho esperar me parece. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Mientras, los viejos superhéroes, con sus viejas historias, seguirán enseñando los rudimentos de una vida moral, al modo de unos modernos cuentos de hadas. Muy posiblemente, con simpleza y superficialidad, pues no son más que <i>chuches</i>. Pero, aunque no haya en ellos otra cosa que la gozosa intrascendencia de aquellas «<i>novelas de medio penique» </i>que ensalzaba Chesterton, o la aparente sencillez de los «<i>buenos malos libros»</i> de los que hablaba George Orwell, aun así, estas historias en colores, como dice Chesterton, nos dicen la verdad. Como escribió al respecto, Stratford Caldecott:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Los superhéroes y supervillanos de los cómics son los ángeles y demonios de esta guerra espiritual cósmica, reinventada para la imaginación secular, y resuenan con nosotros porque en algún nivel sabemos que los necesitamos. (...). Las hordas alienígenas y los falsos dioses están ahí fuera, esperando su oportunidad; esperando a que alguien les abra la puerta. Hay una batalla espiritual a nuestro alrededor, y la vida cotidiana es parte de algo mucho más grande, algo cósmico. ¡Vengadores, todos unidos!». </i></span></p><div><br /></div>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-42434542809994003852024-01-18T21:15:00.000+01:002024-01-18T21:15:03.110+01:00LA MÚSICA Y LA LITERATURA. UNA ESTRECHA RELACIÓN<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj30SMd29DG6gLanO_jHOp6xK3qCKqfTDwYxGkR9L1XHdMpilii1hx_F-GqF7AhrQ9j0JolQMs37hCq5fhH9gHSzVaShuCZX0yesQCJ1TAmf-BsptdzbmdZwawntay-zmKY4Ij__LXzJnjQ62SlU_7fX5_U4wODLo3kJdAL_B0FAKpz8QW3fz4TLKyqbPo/s2560/Waterhouse,_John_William_-_Saint_Cecilia_-_1895.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1586" data-original-width="2560" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj30SMd29DG6gLanO_jHOp6xK3qCKqfTDwYxGkR9L1XHdMpilii1hx_F-GqF7AhrQ9j0JolQMs37hCq5fhH9gHSzVaShuCZX0yesQCJ1TAmf-BsptdzbmdZwawntay-zmKY4Ij__LXzJnjQ62SlU_7fX5_U4wODLo3kJdAL_B0FAKpz8QW3fz4TLKyqbPo/s16000/Waterhouse,_John_William_-_Saint_Cecilia_-_1895.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Santa Cecilia». Obra de John William Waterhouse ()1849-1917.<br /><br /><br /></td><td class="tr-caption"><br /></td><td class="tr-caption"><br /><br /></td></tr></tbody></table><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«La música expresa lo que no se puede decir y sobre lo que es imposible guardar silencio».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Victor Hugo</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Donde las palabras fallan, la música habla».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Hans Christian Andersen</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Tú eres la música mientras la música dura».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">T. S. Eliot</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En su <i>Didascalicon</i>, el monje medieval Hugo de San Víctor nos cuenta que hay tres clases de música: la del universo, la del hombre y la instrumental, y también nos dice, siguiendo a Boecio, que esta última tiene varios tipos:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Una se encuentra en la pulsión, como en los tímpanos y en las cuerdas; otra, en el aliento, como en las flautas y en los órganos; otra en la voz, como en los poemas y en los cánticos. También son tres los tipos de músicos: uno es el que compone los cantos; otro, el que toca los instrumentos; el tercero, el que emite su juicio sobre la ejecución de los instrumentos y de los cantos».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y es de la música instrumental como una de las artes de lo que voy a hablarles. Una de las más grandes artes, sin duda. Con una singularidad muy particular que la distingue de todas las demás. La pintura, la escultura, la declamación (que incluía clásicamente a la poesía, que hoy, con el teatro –entonces parte de la música–, conforman la literatura), la danza y la arquitectura (incluso el cine, como modernamente se ha pretendido), juegan, de una manera u otra, con la palabra, una palabra que, con el paso del tiempo, ha dejado de ser oral y se vuelto gráfica. De esta manera, todas las demás artes han terminado volviendo su cara hacia la imagen (hoy, más que nunca). Sin embargo, la música, aunque apartada, conserva su pureza y flota en el aire, resistiéndose a ser engullida por la insaciable imagen; es algo intangible, inmaterial; no puede encerrase, ni medirse ni pesarse, y por eso se resiste a transmutarse en imagen. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Lo que si puede hacerse o quizá mejor, intentarse, es su archivo y guarda. Al menos, de algo parecido a la música –permítanme dudar que lo sea–. No obstante, es ese almacén o caja lo que se mide y se pesa, no lo que pretende contener. Y así, una vez abierta la caja, tal cual la de Pandora fuese, la música vuela libre, a allá donde el espíritu la lleve. Esta particularidad, la hace única. Siendo esto algo que siempre ha acontecido así.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, esta, su naturaleza especial, no la ha impedido relacionarse con las demás artes. Y la relación entablada con la palabra, con la literatura (más bien con la poesía, con la que guarda estrecho parentesco) ha sido una de las más fructíferas. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Veamos cómo, aunque haya sido sometida –al igual que la literatura y la poesía–, al abandono, la marginación y la degradación.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Desde el principio de los tiempos lo musical ha estado presente junto al hombre, incluso en el hombre mismo, y ha jugado un papel decisivo en su modo de vivir. Existe una larga tradición que atribuye poder a la música, un particular poderío para confrontar, aprender y controlar las cosas que nos rodean. Y es en su relación con la poesía dónde esto se manifiesta de la mejor y más clara de las maneras.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Cuenta Álvaro Cunqueiro, que, en el <i>Kalevala</i> (el poema nacional de los fineses), hay un momento en el que el gran héroe Wainamoinen, acompañándose de un instrumento llamado <i>kantele</i> (una especie de arpa de madera), canta a viva voz desde una de las colinas de la <i>Montaña de oro</i>. Todos los seres vivos que pueblan la Tierra acuden a escucharlo, desde el lobo gris al salmón plateado. El canto del héroe llega hasta las profundidades de los mares, y, de esta manera, el dios del mar y de las aguas, <i>Ahto</i>, lo escucha. Y dice la vieja Runa finesa que <i>Ahto</i>: </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Antiguo como el océano, el de la larga barba, asomó fuera de las olas, y su fértil mujer, que se estaba peinando con un peine de oro, al oír el canto, se estremeció de placer, y el peine le cayó de las manos; y saliendo del abismo verde se acercó a la costa y se echó de bruces sobre una roca, escuchando la voz del kantele mezclada a la voz de Wainamoinen. Y lloró».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El <i>Kalevala </i>no es una excepción, sino, más bien, la regla. Como he dicho, tradicionalmente se han reconocido al canto poderes de encantamiento. De hecho, la misma palabra <i>«encantamiento»</i> en latín significa <i>«cantar»</i>. Se cuenta que cuando las Sibilas griegas enunciaban sus profecías, lo hacían cantando. Los griegos no creían que los oráculos simplemente predijeran el futuro, sino que realmente ayudaban a determinarlo. Para ellos, la música tenía así el poder de atar al destino y conformarlo y condicionarlo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">A su vez, y paradójicamente, si buceamos en la etimología de la palabra música vemos como esta proviene del latín <i>musicus</i>, y este, a su vez, del griego <i>moysikós</i>, que significa <i>«músico»</i>, o más propiamente, <i>«arte de las musas».</i> Así que música sería en su origen <i>«el arte de las musas». </i>Y como nos dice sobre las musas Dennis Quinn, colega de John Senior en el famoso programa de Humanidades Integradas de la Universidad de Kansas:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Son diosas del misterio. Algunos piensan que en realidad su nombre comienza con la misma raíz que la palabra misterio —y mudo y mito, que también comienzan con la misma raíz—. “Mu”, significa silencio, lo que no es o no puede ser dicho llana y directamente, o que ni siquiera puede ser dicho. Y así, ante los misterios, el hombre cae en silencio para poder escuchar la voz de las musas». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Esto hace la música. Pero hemos de puntualizar que no cualquier música puede hacerlo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Ya les he hablado en alguna ocasión de que tanto en <i>La República</i> y <i>Las Leyes</i>, como en el libro VIII de la <i>Política</i>, Platón y Aristóteles, respectivamente, resaltan la importancia crucial de la música en la educación del alma. Este principio educativo deriva con toda probabilidad de la idea de origen pitagórico de que existe una conexión misteriosa entre el mundo de los sonidos y el alma humana. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Según los filósofos clásicos, la música es capaz de imitar las actitudes y cualidades morales; y lo hace por medio de ritmos y armonías. Estos poseerían la propiedad de impulsar a imitar, o lograr inferir en el que escucha, disposiciones éticas, ya sean estas virtuosas o viciosas. Por eso la elección de qué música escuchen los educandos no sería indiferente. Y por eso, esta particular <i>paideia</i> no se habría de llevar a cabo por medio de cualquier tipo de música. Estaríamos hablando de un estilo de música muy determinado: uno cuyos ritmos y armonías deberían poseer una cualidad mimética que habría de conducir al niño y al joven hacia la verdad, la belleza y la bondad. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Toda esta sabiduría fue recogida por la Roma clásica y, a través del método educativo del <i>trívium</i>, siguió siendo estimada en la Cristiandad medieval. Los cristianos tenemos hasta una santa como patrona de la música y los cantores, Cecilia, la virgen y mártir romana, que cantó en silencio, desde su corazón, a Dios. Porque el corazón puede ser, misteriosamente, instrumento y guardián de melodías y tonadas inaudibles, aunque siempre sentidas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La filósofa María Zambrano escribió al respecto: </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Aunque no preste atención el hombre al incesante sonar de su corazón, va por él sostenido en alto (...). Y así́ los pasos del hombre sobre la tierra parecen ser la huella del sonido de su corazón que le manda marchar</i> (...) <i>[El corazón] está a punto de romper a hablar, de que su reiterado sonido se articule en esos instantes en que casi se detiene para cobrar aliento. Lo nuevo que en el hombre habita [es] la palabra». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Este impulso del corazón a la palabra, es la poesía, que tiene mucho de canto, de ritmo, de armonía, de música, en suma.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y este poder de encantamiento de la música se ve reflejado en la literatura, incluso en la infantil y juvenil.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Ya hemos mencionado el <i>Kalevala</i> finés, pero en el cálido mediterráneo también la música y su poder es consagrado en más de un relato. Por ejemplo, en el del Orfeo, quien, con su canto y su laúd, hizo que los árboles y las cimas de las montañas se inclinaran para escucharle. Y provocó el lloro de las Furias, y que los árboles recogieran sus raíces y las rocas rodaran hacia él solo para poder oírle. Siendo tan hermosa y conmovedora su tonada, que casi logró devolver la vida a su amada Eurídice. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">También, en el viaje de Ulises que nos contó Homero, y en la historia de Jason y sus argonautas relatada por Apolonio de Rodas, podemos contemplar el fatal poder hipnótico que también puede tener la música, representado por el canto de las sirenas. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En la literatura infantil también encontramos rastros de esos mágicos efectos musicales. En la obra de George MacDonald, <i>La princesa y los trasgos</i>, el pequeño minero, Curdie, asusta a los duendes cantando una canción que para el oído humano es divertida y burlona, pero que infunde miedo en los corazones de aquellos. Sus canciones tienen el efecto literal de un repelente de trasgos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En el <i>Legendarium</i> de J. R.R. Tolkien encontramos más ejemplos, comenzando por el <i>Silmarillion</i>, donde <i>Arda</i>, el mundo en el que existe la Tierra Media, fue literalmente creado por el canto de los <i>Ainur</i>, raza de seres angélicos creados por la deidad <i>Eru Ilúvatar</i>. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Igualmente encontramos muestras en <i>El señor de los anillos</i>, cuando Frodo y Sam, que han dejado la Comarca y atraviesan el <i>Viejo Bosque</i>, se detienen junto a un arroyo para descansar. Después de que ambos se hayan quedado dormidos, Sam se despierta y encuentra a Frodo parcialmente tragado por el viejo <i>Willow,</i> un árbol antiguo con un espíritu maligno que crece en las orillas del arroyo. Sam clama desesperadamente pidiendo ayuda, esperando contra toda esperanza que alguien lo escuche. De repente, aparece el alegre Tom Bombadil, el amo del <i>Viejo Bosque.</i> Y le canta al árbol de la misma manera que Curdie le cantaba a los duendes. Y para maravilla y sorpresa de Sam, el árbol cede inmediatamente en su pretensión y deja ir a Frodo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y en la obra más querida por Tolkien, <i>Beren y Lúthien</i>, encontramos a Felagund, un elfo, hermano mayor de Galadriel, que se bate en duelo con Sauron cantando canciones, aunque finalmente no consiga derrotarlo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Un hecho pone de manifiesto la importancia dada por Tolkien a esa relación entre la música y la literatura. En <i>El señor de los anillos,</i> uno de los índices, ¡enumera canciones o poemas! ¿Un índice para canciones o poemas? Pues sí; hay tantos que se necesita un índice. El filósofo católico Peter Kreeft nos lo resume en un breve párrafo:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Cuando la Comunidad entra en Lothlorien, Sam dice: "Siento como si estuviera dentro de una canción, si entiende lo que quiero decir". Y así es como nos sentimos cuando entramos a este gran libro».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por su parte, en <i>Las Crónicas de Narnia</i>, de C. S. Lewis, en el libro titulado, <i>El sobrino del mago,</i> Aslan crea Narnia con una canción:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«El león iba y venía por aquel territorio vacío y entonaba una nueva canción. Era más dulce y melodiosa que la que había cantado para invocar a las estrellas y al sol; una suave música susurrante. Y mientras andaba y cantaba, el valle se llenó de hierba verde que se desparramaba a partir del león como un estanque. La hierba ascendió por las faldas de las pequeñas colinas como una oleada, y en pocos minutos trepaba ya por las laderas inferiores de las lejanas montañas, convirtiendo aquel mundo joven en algo cada vez más mullido».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y en el cuento de <i>El flautista de Hamelín</i>, el flautista toca su flauta para atraer primero a las ratas de Hamelín a la muerte, y luego hace uso de la misma melodía para encantar y llevar secuestrados a los niños de la ciudad, cuando la gente se niega a pagar por sus servicios. Así nos lo cuentan los hermanos Grimm:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Furioso por la avaricia y la ingratitud de los hamelineses, el flautista, al igual que hiciera el día anterior, tocó una dulcísima melodía una y otra vez, insistentemente.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>Pero esta vez no eran los ratones quienes le seguían, sino los niños de la ciudad quienes, arrebatados por aquel sonido maravilloso, iban tras los pasos del extraño músico.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>Cogidos de la mano y sonrientes, formaban una gran hilera, sorda a los ruegos y gritos de sus padres que en vano, entre sollozos de desesperación, intentaban impedir que siguieran al flautista.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>Nada lograron y el flautista se los llevó lejos, muy lejos, tan lejos que nadie supo adónde».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Finalmente, en el <i>Mercader de Venecia</i>, Shakespeare nos habla del poder de la música para cambiar el carácter de un hombre. Al igual que una bestia salvaje puede ser domesticada por el sonido de una trompeta, un hombre puede transformarse por causa de la música:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Puesto que no hay nada tan terco, duro y lleno de cólera que la música no lo cambie de naturaleza por algún tiempo. El hombre que no tiene música en sí mismo y no se mueve por la concordia de dulces sonidos, está inclinado a traiciones, estratagemas y robos; las emociones de su espíritu son oscuras como la noche, y sus afectos, tan sombríos como el Erebo: no hay que fiarse de tal hombre. Atiende a la música».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por supuesto, hay muchos más ejemplos, pero esta pequeña muestra nos servirá como ilustración.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como vemos, la música encierra propiedades mágicas y misteriosas. Peter Kreeft, nos dice por qué:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«La música es claramente el lenguaje de la creación; Dios y sus ángeles cantan el mundo en el ser. (...). Esta es la "música de las esferas", en la que todo es. Este es el "Cantar de los Cantares" que incluye todas las canciones. Toda la materia, todo el tiempo, todo el espacio, toda la historia, todo está en este lenguaje primordial.</i> (…). <i>Nada es más importante para la buena sociedad, para la educación, para la felicidad».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Así que atiendan a la música, como prescribió Shakespeare. Pero, tal y como Aristóteles y Platón nos advirtieron hace más de 2000 años, recuerden: tengan cuidado con la música que escuchen, tanto ustedes como sus hijos. </span></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-12471266951033361582024-01-08T14:09:00.000+01:002024-01-08T14:09:52.938+01:00UN FIRME PROPÓSITO: CONJUGAR LOS INTERESES DE LOS NIÑOS Y LA LITERATURA<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj7Ico1l6M_L3-zASs8nEF5nO1v5K_fefmYwdyZfLUHX_lo2iQlmV3l7-a_BTg7kjDrAruRWWS4WY-gFMjVh6Mu0sdi9tWIFWcXV9LqFCvEoKnbygpl7tSKMgmaIys9jrkc8_raiefdqh8lhmEF30HuHWvUiKdt0aoI3ULjJ3GGB4VIIbAnhK9HIhETKZU/s1831/Captura%20de%20pantalla%202024-01-08%20a%20las%2013.13.02.png" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1463" data-original-width="1831" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj7Ico1l6M_L3-zASs8nEF5nO1v5K_fefmYwdyZfLUHX_lo2iQlmV3l7-a_BTg7kjDrAruRWWS4WY-gFMjVh6Mu0sdi9tWIFWcXV9LqFCvEoKnbygpl7tSKMgmaIys9jrkc8_raiefdqh8lhmEF30HuHWvUiKdt0aoI3ULjJ3GGB4VIIbAnhK9HIhETKZU/s16000/Captura%20de%20pantalla%202024-01-08%20a%20las%2013.13.02.png" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Lección de astronomía». Obra de Steven Christopher Seward (1958-).</td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: center;"><br /></div><div><br /></div><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«El arte de enseñar es el arte de ayudar al descubrimiento». </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Mark Van Doren</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;"><span>«No emplees, pues, la fuerza para instruir a los niños; que se eduquen jugando y así podrás también conocer mejor </span>las inclinaciones y disposiciones de cada uno de ellos». </span></i></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Platón.<i> La República</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Pues la mente no necesita llenarse como un vaso, sino que, como la madera, sólo necesita encenderse para crear en ella un impulso de pensar con criterio y un ardiente deseo de encontrar la verdad».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Plutarco. <i>A la escucha</i></span></p><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Muchos de nosotros, a primeros de año, hacemos buenos propósitos. Como si no supiéramos –como bien sabemos– de la conveniencia y necesidad de hacerlos constantemente y en todo momento. Pero, aun cuando lo sabemos de sobra, lo del primero de año tiene el atractivo de todo nuevo comienzo. Y estando pues donde estamos, yo les presento un propósito adicional a los que se dispongan ya a emprender (aunque quizá sea un propósito que algunos hayan ya hecho suyo). Lo que les planteo es estimular en sus hijos la lectura, lectura de la buena, atendiendo y alimentando sus intereses personales y despertando alguno de sus anhelos más humanos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Los padres lo sabemos bien. Los niños invertirán una inmensa cantidad de energía en las cosas que les interesan y en los objetivos que realmente les importan. Eso es así.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">También es del conocimiento de todo estudioso de la naturaleza humana que, a los hombres, lo que nos mueve y nos impulsa a actuar es aquello que despierta nuestro interés. Y los niños viven desbordados en esta cuestión, rebosan en intereses, de muchos y variados tipos, nacidos de su innata curiosidad. Pero, como también sabe cualquier observador atento de lo humano, los intereses se amplían y crecen cuando hay oportunidad de vivirlos y material vital del que puedan nutrirse.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">No obstante, y aunque hoy parece que el catálogo de experiencias y vivencias es mayor que nunca, existe el riesgo cierto, asociado a esa cultura reinante de la superficialidad fugaz, de que los niños se contenten con ser meros degustadores de toda esa enorme oferta, y que se limiten a rozar la superficie de las cosas sin profundizar nunca en ellas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por otro lado, como también sabemos, los intereses no surgen en el vacío. Los estimula la experiencia, como hemos dicho. Y si los padres no nos preocupamos de que en las vidas de nuestros niños haya bocados de realidad de la buena, de la que les ayuda a crecer, y nos olvidamos de despertar en ellos sanos intereses que les lleven a florecer como personas, otros ocuparán nuestro lugar, y les facilitarán las experiencias y vivencias que ellos consideren pertinentes, las más de las veces, no en pro del interés de los niños o del bien común, sino al servicio de sus muy particulares conveniencias. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por ello, es imperativo que nosotros, los padres, ofrezcamos a nuestros hijos algo más que smartphones, portátiles o videoconsolas. Que les demos una porción de realidad, de la pura y dura, de la que se exhala en los campos, de la que se respira en las calles y los parques, de la que se transpira en toda convivencia familiar sana. Y, que, además, como complemento vitamínico, a modo de reconstituyente o estimulante, les facilitemos la lectura de buenos libros, pues ellos, no solo serán uno de los destinos naturales de esas inquietudes, curiosidades e intereses nacientes, sino que los retroalimentarán en un sano círculo virtuoso que no tendrá fin. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y es que los libros son de capital importancia en esta cuestión.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Sabemos, por experiencia personal, que los intereses de cada niño se limitan, la mayoría de las veces, a aquello que ha tenido oportunidad de vivir o experimentar. Por supuesto, también sabemos que hay muchas cosas que podrían interesarles si tuvieran la ocasión de conocerlas. La tarea de los padres es, por lo tanto, no sólo alimentar los intereses que el niño ya posee, sino también abrir ventanas y puertas a su imaginación y conocimiento, creando para él nuevas vías de interés.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y aquí, además de la fundamental experiencia vital del contacto con lo real, con la vida misma (tal olvidada hoy), está, para ayudarnos y ayudarles, la lectura. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Los libros no solo ayudarán a los niños a responder a las preguntas que les asalten sobre lo que ven a su alrededor, sobre aquello que viven cada día, sino que, también, por razón de ese círculo virtuoso del que les hablé, podrán hacerles interesarse por cosas y personas ajenas a su propia experiencia. Y ayudarán a obrar en ellos un cambio, abriéndoles nuevos caminos de conocimiento y despertando en ellos nuevos intereses, que, a su vez, los libros ayudarán a colmar. Libros que, desde la aparente soledad de sus páginas, les susurrarán, en voz queda y suave, que la vida puede ser más de lo que parece a simple vista, ayudándoles, quizá, como decía el rey Lear, a <i>«asumir el misterio de las cosas/Cual si fueran espías de Dios». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como padres, por tanto, no habrán de hacer otra cosa que aquello que aconsejaban sabiamente Plutarco y Platón: ayudar a sus hijos a descubrir las inclinaciones peculiares de su genio, encendiendo en sus corazones y sus cabezas un brillante fuego que haga nacer en ellos un amor por la verdad, la belleza y la bondad.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Así que, comiencen el año poniéndose a la tarea, porque es urgente y necesaria. Y no abandonen. Aparten a los niños de las pantallas; sáquenlos a la realidad; jueguen con ellos; ofrézcanles buenos libros; y lean, lean, ante, por, para y con ellos. Una tarea, por demás, apasionante y enriquecedora, que ellos siempre les agradecerán.</span></p><p style="text-align: left;"><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-35805472088095489452023-12-22T14:42:00.002+01:002023-12-30T14:01:06.015+01:00POESÍA Y NAVIDAD<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="border-collapse: collapse; border-spacing: 0px; color: black; font-family: "IM Fell DW Pica"; font-size: 16px; font-variant-caps: normal; margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="padding: 0px; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjknFSBA2Q7GN3A73gNxnjvfMjfBSd2pO0FHPhgc4FiomUwpl7rFy99ACU7eiJnc37E1UYHx8PszGg5BwW1pX-ypLYRw2G743InA4kBDGhYvJ7tlJle8SxyfTylIkWxGyQLpzFYPOmjy88rMiBAjvNDZm-6Q0YBm1BUJytloWcIm81LXXFaNbNXQ9bu_24x/s957/4347790691_1c89e7850f_o.jpg" style="background: repeat; color: #729c0b; display: inline-block; margin-left: auto; margin-right: auto; text-decoration: none;"><img border="0" data-original-height="800" data-original-width="957" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjknFSBA2Q7GN3A73gNxnjvfMjfBSd2pO0FHPhgc4FiomUwpl7rFy99ACU7eiJnc37E1UYHx8PszGg5BwW1pX-ypLYRw2G743InA4kBDGhYvJ7tlJle8SxyfTylIkWxGyQLpzFYPOmjy88rMiBAjvNDZm-6Q0YBm1BUJytloWcIm81LXXFaNbNXQ9bu_24x/s16000/4347790691_1c89e7850f_o.jpg" style="border: 0px; height: inherit; max-width: 100%;" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="color: #424242; font-feature-settings: normal; font-kerning: auto; font-optical-sizing: auto; font-size-adjust: none; font-size: 1.1em; font-stretch: normal; font-style: italic; font-variant-alternates: normal; font-variant-east-asian: normal; font-variant-ligatures: normal; font-variant-numeric: normal; font-variant-position: normal; font-variation-settings: normal; line-height: normal; padding: 0px; text-align: center;">«La estrella de Belén». Obra de Margaret Tarrant (1888-1959).</td></tr></tbody></table><br style="font-family: "IM Fell DW Pica"; font-size: 16px;" /><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; font-size: 16px;"><br /><br /></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; font-size: 16px;"><br /></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«Y así, las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles la noche que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires: «Gloria sea en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad».</span></i></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Miguel de Cervantes. <i>El Quijote</i></span></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;"><br /></span></i></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica";"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica";"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Hay un género</span><span> único en la literatura occidental, exclusivo de la cultura cristiana, que se hace eco del extraordinario acontecimiento que estamos a punto de celebrar. Jesús es el único hombre en la historia cuyo nacimiento ha sido ampliamente celebrado a lo largo de los siglos por los más grandes poetas. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span><span style="font-family: IM Fell DW Pica;">El conjunto de la poesía navideña es de una riqueza enorme, tanto en extensión como en calidad. Las primeras tonadas de las que se tiene constancia –el comienzo de la gran e inacabada corriente de cantos en honor al nacimiento de Cristo– se remontan a finales del siglo primero. Luego, tras un silencio de unos doscientos años, comienzan a oírse voces en Oriente y Occidente, cantando en siríaco, griego y latín el acontecimiento de Belén. De san Efrén o Efraín de Siria, que vivió </span></span><span style="font-family: IM Fell DW Pica;">en el siglo IV </span><span style="font-family: "IM Fell DW Pica";">como asceta en una cueva cerca de Edesa, se conservan magníficos poemas navideños. Más tarde, los villancicos e himnos se volvieron en la Edad Media en casi innumerables, y desde entonces ningún siglo ha carecido de su abundante corona de canciones navideñas. </span></span></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Lo que san Efrén escribe es a menudo solo doctrina versificada, con la que él esperaba, por medio de esta forma alada que es siempre la poesía, poner en fuga a los enjambres de herejes. Y así nos canta: </span></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«¡Bendito sea el Niño, que ha hecho joven al hombre de hoy!». </span></i></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Una vez más, con una ternura que apenas esperamos en el austero ermitaño, clama: </span></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«¿A quién te pareces, niño feliz, hermoso pequeño, cuya madre es una virgen, cuyo Padre está oculto, a quien ni siquiera los serafines son capaces de mirar?».</span></i></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Él inicia la tendencia, constante y mantenida en el tiempo, de colocar como temas centrales navideños, tanto el contraste entre la madre y su hijo, como la desemejanza entre la pequeñez del recién nacido y la inmensidad del Dios hecho hombre. Así hace decir a María: </span></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«¿Cómo te abriré la fuente de leche, oh Fuente?</span></i></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;"> ¿Cómo te daré de comer a Ti, que alimentas a todos con tu mesa? </span></i></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">¿Cómo llevaré a los pañales al que está envuelto en rayos de gloria?» </span></i></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Desde entonces, lo curioso y extraordinario de los versos y villancicos navideños es cómo la profundidad de su tema se alía, sin padecimientos ni mermas, con la rima y el ritmo populares; cómo la lírica y la épica, propia de todo poema, se elevan hacia el Cielo sin que apenas se note, para cantar, como se ha venido cantando desde el primer verso de san Efrén y se seguirá cantando por los siglos de los siglos, la expresión poética de un principio teológico, de una sutileza metafísica inefable.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span style="font-family: IM Fell DW Pica;">Sea a través de adustos ermitaños como san Efrén, de recoletas monjas como santa Teresa o santa Hildegarda, de silenciosos monjes como san Juan de la Cruz, de sesudos estudiosos como santo Tomás, de inquietos humanistas como Juan de Encina, de enormes literatos como Lope de Vega, o de la fecunda y apasionada fe popular, lo cierto es que la lírica navideña no ha dejado de florecer para nuestro deleite y para gloria de Dios. </span></span></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">A continuación, les dejo unas modestas, y muy particulares, antologías de mi cosecha. </span></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; font-size: 16px; text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: justify;"><a href="https://mega.nz/file/21JjxJSK#5PiAWJ8ccEEAtmnKHCwA5JJvtzGgLicrjc0KAc6Tu8k" style="background: repeat; color: #729c0b; text-decoration: none;"><span style="font-size: x-large;">POEMAS PARA EPIFANÍA Y REYES</span></a></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: justify;"><a href="https://mega.nz/file/ygwG3AAC#sLheSAAI4Eovel_u6tEus-wPElgjgBehGk1I5IybJvc" style="background: repeat; color: #729c0b; text-decoration: none;"><span style="font-size: x-large;">MÁS POEMAS PARA NAVIDAD, ADVIENTO Y REYES</span></a></p><p style="font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: justify;"><span style="background: repeat; color: #729c0b; font-size: x-large; text-decoration: none;"><a href="https://mega.nz/file/ygBxXQJC#pex7hZuUMrtdJv28HRG7f2YuHt67ILJCUCBLr57z1MI" style="background: repeat; color: #729c0b; text-decoration: none;">POEMAS PARA NAVIDAD</a> I</span></p><p><span style="font-size: x-large;"><a href="https://mega.nz/file/6x53Da5Z#Fro03Xh-Yqi7F6L7JrvEt5rcHiKKL-C4fOdVwqGzudk" style="background: repeat; color: #729c0b; font-family: "IM Fell DW Pica"; text-align: justify; text-decoration: none;">POEMAS PARA NAVIDAD II</a> </span></p><p><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-62123500621137214772023-12-15T12:03:00.004+01:002023-12-20T13:53:44.414+01:00NAVIDAD Y REGALOS. ALGUNAS RECOMENDACIONES<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjaTVk5_j3C70bwYF5szfmRGIfP3EbtwLmGXgk3zWCFgiLm4v4hu8BuT41O7Us215N8QIbMhc3Fn6Mz-fHpoD9F_FmJQYaUTIGr6RUolbjFDQ4nFKaPALf-wEFeMB63c6nRjicFCE_Kt9un9Kxtms7rrYBJOU2iAieT6lLPO1JeV9XRMnlJcQ2HQaZCYNE/s2160/1692px-Bartolome%CC%81_Esteban_Murillo_-_Adoration_of_the_Magi_-_Google_Art_Project.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="2160" data-original-width="1692" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjaTVk5_j3C70bwYF5szfmRGIfP3EbtwLmGXgk3zWCFgiLm4v4hu8BuT41O7Us215N8QIbMhc3Fn6Mz-fHpoD9F_FmJQYaUTIGr6RUolbjFDQ4nFKaPALf-wEFeMB63c6nRjicFCE_Kt9un9Kxtms7rrYBJOU2iAieT6lLPO1JeV9XRMnlJcQ2HQaZCYNE/s16000/1692px-Bartolome%CC%81_Esteban_Murillo_-_Adoration_of_the_Magi_-_Google_Art_Project.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«La adoración de los Magos». Obra de Bartolomé Esteban Murillo (1617–1682).</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p style="text-align: center;"><br /></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«</i></span><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;"><i>El ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente».</i></span></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Benedicto XVI. <i>Caritas in veritate</i></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Sabemos que el regalo es una muestra de amor y generosidad. Y también de gratitud. Podríamos pensar que la gratitud es una virtud amparada bajo las inmensas alas de la caridad. Pero según Aquino esto no es así. Para él, la gratitud está relacionada con la justicia. La razón radica en el hecho de que la gratitud tiene que ver con Dios, se origina y finaliza en Él, pues Él nos da todo lo que somos: de Su voluntad depende nuestra existencia, y de Su gracia nuestra salvación. Sobre el efecto en nosotros de esa gratuita donación divina, Romano Guardini escribió lo siguiente:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Dar y agradecer, que elevan al hombre por encima del funcionamiento de una máquina o del instinto de los animales, son realmente el eco de algo divino».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y si la gratitud es uno de los <i>«ecos»</i> de Dios, y el regalo es su más pura expresión, no nos costará pensar que, en esta época navideña, en la que celebramos y recordamos el más increíble y esperanzador de todos los regalos –la encarnación de Dios mismo y todo lo que eso supone–, debamos de corresponder, no solo, y por supuesto, dándonos a Él por entero y a los demás como reflejo de esta entrega absoluta, sino, incluso, y mucho más modestamente, por medio de obsequios materiales y precederos a regalar entre nosotros, en imitación al oro, incienso y mirra que Él recibió de los Magos. Hay aquí una profunda teología que va más allá de lo que se puede expresar en estas pocas líneas. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y lo cierto es que, los libros, los buenos y los grandes libros, que han sido siempre un buen regalo, se revelan hoy como un obsequio imprescindible. Así que ahí van una serie de sugerencias. Algunas, obvias, otras menos previsibles. En todo caso, les remito, como siempre, a mi blog y a mi libro, <i><b>De libros, padres e hijos</b> </i>(Rialp). Quizás allí encuentren algo más de ayuda. Porque, sé que, tanto en uno como en otro sitio, faltan muchos títulos, y, quizá para algunos, sobren otros tantos. En todo caso, hay tanto donde elegir que no debemos inquietarnos: encontraremos seguro aquello que buscamos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y, por supuesto, les deseo a todos una feliz y santa Navidad. </span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>PARA LOS MÁS PEQUEÑOS (LECTORES U OYENTES) </b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>TODOS LOS LIBROS</b> de Edith Nesbit, con su acertadísima combinación de aventura, misterio y fantasía. Una propuesta atemporal, en sabia respuesta a las naturales demandas del alma infantil, necesitada como nunca estos días de inocencia, asombro y maravilla. <i>Los seremosbuenos, Los buscadores de tesoros, Los chicos del ferrocarril, La ciudad mágica, Historias de dragones</i>, o la trilogía de la extraña criatura conocida como <i>Psammead</i>, (<i>Cinco chicos y eso, La historia del amuleto</i> y <i>El Fénix y la alfombra</i>); cualquiera de ellos será una elección irreprochable y segura.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL VIENTO EN LOS SAUCES,</b> de Kenneth Grahame. Un clásico de la literatura infantil, con un título poético que empuja suavemente a abrir sus páginas. Un libro que alterna la laxitud del sosiego con la acción trepidante; la relajante calma de un paisaje rural con una entrañable trama de relaciones entreveradas con deslumbrantes relámpagos de la verdadera amistad, y todo ello trufado de fino humor. El libro se centra en cuatro personajes animales antropomorfizados, en una versión pastoral de Inglaterra, en busca de algo universal: el hogar como lugar del descanso al que volver, donde todos hallamos la seguridad y el calor al amparo de la familia y los amigos. La novela destaca por su mezcla de misticismo, aventura, moralidad y camaradería, en un lenguaje colorido y hermoso.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL HOBBIT</b>, de J. R. R. Tolkien. El maravilloso preludio de <i>El Señor de los Anillos</i>. Una de las más grandes fantasías épicas hecha expresamente para los niños: como <i>Alicia</i> y como <i>El viento en los sauces</i>, <i>El Hobbit</i> tiene un origen doméstico, pues, como los otros dos, la historia fue ideada por Tolkien con la intención de entretener a unos concretos niños, en este caso sus hijos. Bilbo Baggins, un hobbit respetable y acomodado, vive cómodamente en su madriguera de hobbit en la Comarca, hasta el día en que el mago errante Gandalf el Blanco lo elige para participar en una aventura de la que quizás nunca regrese y que cambiará para siempre el mundo que le vio nacer: recuperar el hogar y el tesoro de los Enanos, usurpado tiempo ha por el horrendo dragón Smaug.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LAS CRÓNICAS DE NARNIA</b> (serie), de C. S. Lewis. Hace más de 70 años C.S. Lewis creó una tierra de maravillas, fantasía y magia, de heroísmo, fe y sacrificio, y decidió dar a esta tierra el nombre de Narnia. Desde entonces, los cuatro niños Pevensie han vivido en la imaginación de muchas generaciones de niños, los cuales abrieron la puerta de su imaginación al tiempo en que, la más pequeña de los hermanos, Lucy, hizo chirriar las bisagras de un extraño guardarropa y entró en la tierra mágica de Narnia. Estos seis libros exponen la historia de Narnia desde la creación hasta la destrucción y más allá hasta su recreación por Aslan, el mítico león, prefiguración de Cristo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>GUILLERMO BROWN</b> (serie), de Richmal Crompton. Intemporal, gratificante, encantador, y tremendamente divertido. Las aventuras y desventuras del escolar más desaliñado e inconformista que hayan visto los siglos. Es imperativo y altamente recomendable para la salud mental de nuestra sociedad, que el intratable Guillermo y sus amigos, Pelirrojo, Douglas y Enrique (<i>«los proscritos»</i>), sigan seduciendo a las nuevas generaciones con sus discursos descuidados y reivindicativos y su resistencia ser domesticados. Una delicia humorística, para padres e hijos por igual.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL DOCTOR DOOLITTLE</b> (serie), de Hugh Lofting. En un mundo donde, pretendidamente, los ambientes naturales y las criaturas que los habitan son objetos y sujetos de cuasi adoración, las entretenidísimas historias del más famoso <i>«médico»</i> de animales, el famoso Doolittle, el que habla con las bestias, son de presencia inexcusable en cualquier biblioteca infantil que se precie. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL CONEJO DE TERCIOPELO</b>, de Margery Williams. La historia, tierna y atemporal, de un conejo de peluche y sus ansias por convertirse en un ser real... y quizá también algo más. Un álbum clásico que, además de relatar de forma dulce la relación afectiva entre un niño y su peluche, encierra también un mensaje trascendente: que el camino ––duro y sufriente–– para lograr una existencia real es amar y ser amado, lo cual tiene un eco cristiano difícil de silenciar.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>AL CORRO DE LA PATATA, PITO, PITO, COLORITO: FOLKCLORE INFANTIL,</b> o <b>COLORIN, COLORETE</b>. Cualquiera de los libros que recogen rimas y canciones infantiles tradicionales recopiladas por Carmen Bravo-Villasante, será una buena elección. Una serie de antologías populares imperdibles que es necesario recuperar cuanto antes. Como dejó dicho la propia Carmen, libros <i>«para reír y para jugar, y también para aprender y seguir jugando. Todas estas rimas y juegos son: alegría y poesía».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LOS CUENTOS DE HADAS</b>, de los hermanos Grimm, de Charles Perrault, de Hans Christian Andersen o de los rusos Afanasiev o Pushkin, (todos, preferentemente ilustrados, bien por Walter Crane, por Arthur Rackham, por Iván Bilibin o por Edmund Dulac). A decir del gran Chesterton, <i>«en toda historia que se precie deben estar presentes estos tres personajes: la princesa, que es algo digno de ser amado; el dragón, contra quien hay que luchar; y San Jorge, que es alguien que ama y lucha al mismo tiempo»</i>, y todo ello lo encontraremos siempre en estos maravillosos cuentos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LAS MÁS BELLAS HISTORIAS</b> y <b>LOS NIÑOS DE LAS RAÍCES</b>, de Sibylle van Olfers y <b>LOS</b> <b>NIÑOS DEL BOSQUE, EL HUEVO DEL SOL</b> y <b>LAS AVENTURAS DE BELLOTA, AVELLANITA Y CASTAÑITA</b>, de Elsa Beskow. Un deleite estético y un bálsamo de belleza y verdad. En estos álbumes, hermosamente ilustrados, podrán encontrar sencillos cuentos de hadas desarrollados en un ambiente de contacto pleno con la naturaleza, y bajo la visión pura y maravillosa de un niño que se asombra ante lo creado.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>PERICO, EL CONEJO, Y DEMÁS CUENTOS </b>de Beatrix Potter. Según C. S. Lewis, con la lectura en su infancia de estos bellos cuentos, <i>«llegó por fin, la belleza».</i> Unos libritos de hermosa factura y mucho más hermosa ilustración, que proyectan una perspectiva novedosa –muy útil hoy– sobre nuestra relación con la naturaleza, al tiempo que dejan traslucir un intenso amor y deleite por los animales; estos son los protagonistas absolutos de los relatos a quienes la autora atribuye hábitos y emociones humanas, todo ello en el marco de tiernas historias sobre amistad y aventura y con el trasfondo de un encantador entorno rural.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL SILVO DEL AIRE,</b> tomo I (antología poética), de Arturo Medina.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>PARA LOS MAYORES (ADOLESCENTES Y JÓVENES)</b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EMMA</b>, de Jane Austen. Como todas sus novelas, una educación sentimental sobre las relaciones entre hombres y mujeres, que además es una fantástica lectura. Un curso acelerado sobre el auténtico noviazgo y su objetivo, el matrimonio, aderezado con virtudes aristotélicas y cristianas. A mayores, Austen nos habla aquí también de inteligencia e integridad en el amor: el afecto sensato, menos indulgente –y en cierto modo reflexivo–, es preferible, a largo plazo, a cualquier pasión amorosa, fogosa, pero ciega.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>VALANCY STIRLING O EL CASTILLO AZUL</b>, de Lucy Maud Montgomery. ¿Una novela de romance, una novela de crecimiento, un cuento de hadas? Esta obra de Montgomery es todo eso y algo más. Un bálsamo, una puerta a la esperanza a través del amor y el coraje, que, bajo el manto de una naturaleza sanadora, alejada del entorno claustrofóbico, ajetreado y mundano del mundo urbano, conducen a la protagonista al ansiado <i>«castillo azul»</i> de sus sueños.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>REBECA</b>, de Daphne du Maurier. Ejemplo de romance entremezclado con misterio y oprobiad que desde su publicación toca el corazón y la cabeza de los adolescentes profundamente. Una lectura apasionante que mereció una adaptación cinematográfica ya mítica, con Joan Fontaine y Laurence Olivier como protagonistas. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>JANE EYRE</b>, de Charlotte Brontë. La pasión y la razón. El orden de las cosas y el desorden del corazón. La afirmación de un carácter frente a un destino despiadado, conformado por la prudencia, la temperancia y la esperanza. Y con un final feliz donde la pasión amorosa es completada con afectos más perfectos y puros, como la amistad y la caridad.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LA HIJA DEL CAPITÁN</b>, de Alexander Pushkin. Historia, amor y aventuras de la mano del maestro de los maestros rusos, el poeta del alma rusa. Un Pushkin que nos presenta a los dos protagonistas en el marco de la historia de la rebelión cosaca del cruel Pugachov, que sacudió el poderoso Imperio de Catalina II, La Grande. María, que representa a una heroína modelo de integridad, pureza, coraje y modestia y Piort, quien, por su parte, es ejemplo de fortaleza y entrega, porque, aunque conoce los peligros que afronta por salvar a su amada y preservar su honor, está dispuesto a caer bajo la espada y a desafiar retos aparentemente imposibles, y todo ello sin abandonar sus afectos y sus convicciones.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>SECUESTRADO</b>, de R. L. Stevenson. Otra obra maestra del maestro de la aventura. La prosa rica y fluida de Stevenson nos atrapa desde la primera página, y las desventuras del joven Balfour se convierten pronto en parte de nuestros afanes. Lo mismo que los de su alter ego, y al mismo tiempo reflejo, con Balfour, del propio Stevenson, el heroico Alan Breck. Se trata de una de las mejores novelas históricas jamás escritas, dando una visión muy vivida de la Escocia de mediados del siglo XVIII y de los levantamientos Jacobitas que allí tuvieron lugar. En suma, una lectura placentera, llena de emoción, suspense y acción, que, aun tiempo, trasporta al joven lector a una histórica Escocia, ruda y romántica. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL SEÑOR DE LOS ANILLOS</b>, de J. R. R. Tolkien. <i>«Un aviso y una inspiración»</i>, según el poeta W. H. Auden, nacida de ese <i>«relámpago en un cielo claro»</i>, que era para C. S. Lewis, esta grandiosa obra es eso y mucho más. Un mundo paralelo, y al mismo tiempo, lejano y cercano a este mundo nuestro. La clásica misión heroica, pero al revés, donde se nos revela, sin querer, una visión católica del mundo, en la que el bien y el mal no son dos iguales que han de batirse en duelo, sino que el mal es una corrupción del bien y por ello hay que procurar realizar el bien siempre. Una misión a realizar por un héroe muy peculiar y atípico, un poco como todos nosotros; pero más pequeño: un hobbit, Frodo Bolson, y a su lado, una pléyade de personajes inolvidables, buenos y malos, leales y traicioneros, esforzados y pueriles: los Hobbits, los Elfos y los Enanos, y también los Orcos y demás seres malignos. Y Elrond, Gandalf, Aragorn, Galadriel, Legolas, Sam y Pippin, así como también Gollum, Sauron y Saruman. A no perderse jamás.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>DAVID COPPERFIELD</b>, de Charles Dickens. Comúnmente considerada como su obra maestra y su favorita personal, amén de parcialmente autobiográfica, esta novela de crecimiento gira en torno a las tribulaciones del protagonista, David, desde su infancia hasta su madurez, relatando las personas, situaciones y lugares por las que discurre su vida a medida que se desarrolla como persona. Como alguien señaló una vez, en la novela aprenderemos <i>«el valor de la abnegación y la paciencia, la tranquila resistencia ante los males inevitables, y el valor del esfuerzo contra los males remediables».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>IVANHOE</b>, de Walter Scott. La novela de aventuras caballerescas por excelencia, que dio paso al, hoy tan trillado, género histórico. De concepción shakesperiana y trama apasionante, Ivanhoe es una novela tremendamente entretenida, llena de caballerosidad, justas, lances y rescates en medio de una intensa lucha del bien contra el mal. ¿Qué más se puede pedir? El cardenal Newman afirmó que fue la primera novela que <i>«había dirigido las mentes de los hombres hacia la Edad Media».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>MOONFLEET</b>, de John Meade Falkner. El joven Trenchard vive en Moonfleet, un pueblo inglés con oscuros secretos. Un día descubre una cripta escondida debajo del cementerio donde los contrabandistas se reúnen y esconden sus mercancías. Pero esa cripta esconde algo más… una pista sobre el tesoro escondido de un viejo bucanero. Una gran historia de aventuras. Tras La isla del tesoro de Stevenson, quizá la mejor de las novelas de piratas y tesoros escondidos, a pesar de la discrepancia del propio Stevenson: <i>«la novela que siempre quise escribir, sin embargo, lo único que pude hacer fue "La isla del tesoro"». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>CAPITANES INTRÉPIDOS</b>, de Ruyard Kipling. Harvey Cheyne, el caprichoso y mimado hijo de un millonario de 15 años, es arrancado de la cubierta de un transatlántico por una ola fatal que lo arroja al océano y cambia por completo su vida. Recogido milagrosamente por un pesquero, Harvey se ve obligado a pasar la temporada de verano en los grandes bancos del Atlántico Norte, pescando bacalao como un tripulante más del navío. Cuando regresa a Gloucester, Harvey se reúne con sus padres como un joven distinto, maduro y dispuesto a afrontar las responsabilidades de una vida adulta, tras haber adquirido en la travesía los atributos morales que le hacen un digno hijo de su padre.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>DOS AÑOS DE VACACIONES</b>, de Julio Verne. En esta novela, el genio francés, nos presenta las vacaciones que cualquier joven habría deseado vivir. Una isla desierta, tiburones, piratas, nativos antropófagos y mil aventuras más, en la subyugante atmosfera que acompaña al compañerismo y la viril competencia de una banda de hermanos. Junto con la anterior novela de Kipling, una muestra más de los beneficios de la sanidad del <i>«patriarcado»</i> bien entendido.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LA PIEDRA LUNAR</b>, de Wilkie Collins. En su decimoctavo cumpleaños, Rachel Verinder recibe como regalo un gran diamante procedente de la India, conocido como la Piedra Lunar. Pero esa misma noche la joya es robada... La historia a la que T.S. Eliot llamó <i>«la primera, la más larga y la mejor de las novelas policíacas modernas»,</i> llena de misterio, suspense y perspicacia psicológica, contada desde la óptica de cada uno de sus protagonistas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LA SERIE DE LA PAREJA DE TOMMY Y TUPPENCE BERESFORD</b>, de Agatha Christie. Las andanzas del <i>«matrimonio de sabuesos» </i>compuesto por los, alegres y, aparentemente, frívolos, Tommy Beresford y Prudence 'Tuppence' Cowley, harán las delicias de los amantes del misterio clásico. Jóvenes, enamorados... y arruinados. Este es el punto de partida que lleva a la pareja protagonista a embarcarse en un insólito plan de negocio detectivesco: <i>«Jóvenes aventureros, sociedad limitada»</i>, cuyo lema lo dice todo: <i>«dispuestos a hacer cualquier cosa, e ir a cualquier parte; ninguna oferta irrazonable será rechazada».</i> Las dos primeras novelas y el libro de relatos, son lo más recomendable. Entretenimiento, emoción y buen pensar a manos llenas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>CUALQUIERA DE LAS NOVELAS O CUENTOS</b> de P. G. Wodehouse, preferentemente los de Jeeves y Wooster, los de Psmith, y las historias del castillo de los Blandings; un mundo idílico: como dijo Evelyn Waugh, sus personajes y sus historias «<i>se desarrollan en el Edén. Los jardines del Castillo de Blandings son ese jardín original del que todos estamos exiliados». </i>A tener en cuenta también,<i> El hombre que fue su propio hijo</i>, de F. Anstey, historia en la cual un padre y un hijo, residente este en el típico internado inglés, intercambian mágicamente los cuerpos. C. S. Lewis la llamó «la única historia de escuela veraz que existe» y la recomendó vivamente. Y desde el centro del Imperio Austro-Húngaro, las increíbles, divertidas y entrañables historias de la familia magiar de <i>Los Gyurkovics</i> (o <i>La familia Gyurkovics</i>), deliciosamente escrita por Francisco Herczeg. Para comenzar a reír y no parar.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL SILVO DEL AIRE,</b> tomo II (antología poética), de Arturo Medina.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Entradas relacionadas:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2020/12/la-natividad-realismo-ilustracion-y.html">LA NATIVIDAD: REALISMO, ILUSTRACIÓN Y SÍMBOLO</a></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2017/01/la-adoracion-de-los-magos-de-oriente.html">LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS DE ORIENTE</a></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2020/01/tiempo-de-navidad-infancia-y-poesia.html">TIEMPO DE NAVIDAD, INFANCIA Y POESÍA</a>. </span><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">Con dos selecciones personales de poemas y cuentos, tituladas: <i>«Poemas para Epifanía y Reyes»</i>, y <i>«Seis pequeños cuentos para Navidad y Epifanía».</i></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2019/12/la-navidad-los-monjes-y-un-pequeno-y.html">LA NAVIDAD, LOS MONJES Y UN PEQUEÑO Y HERMOSO LIBRO</a></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2021/12/navidad-libros-para-los-mas-pequenos.html">NAVIDAD: LIBROS PARA LOS MÁS PEQUEÑOS</a></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2022/12/navidad.html">NAVIDAD</a></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2021/12/de-la-navidad-y-de-los-libros-como.html">DE LA NAVIDAD Y DE LOS LIBROS COMO REGALO NAVIDEÑO</a></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2019/12/lectura-para-navidad.html">LECTURA PARA NAVIDAD</a></span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-81900492307402008082023-11-28T19:13:00.000+01:002023-11-28T19:13:39.956+01:00LA IMPORTANCIA DE LA POESÍA (II): POESÍA Y CONTEMPLACIÓN<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgWI0ZAIQMlrDdDpn5vGHjNrRjt5WqvKX4iDABUIyhZmjE05CVBuCzUJPQpPxT-2AF68sF_SlFF-LwOgKkiOZflgw69jC3dfdt76xXLoyCzTQXy5VBjdXFTlO-5dTItEJdDzw9x4cnFPEpHFL-Afq_q5Q4KiJ49JJlNXAzXuvNXYeZaf0QHNbkh-zxsMvA/s1756/ESTANQUE%20ENTRE%20LA%20NIEBLA.%20Henri%20Biva%20(1848-1928)%20.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1756" data-original-width="1280" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgWI0ZAIQMlrDdDpn5vGHjNrRjt5WqvKX4iDABUIyhZmjE05CVBuCzUJPQpPxT-2AF68sF_SlFF-LwOgKkiOZflgw69jC3dfdt76xXLoyCzTQXy5VBjdXFTlO-5dTItEJdDzw9x4cnFPEpHFL-Afq_q5Q4KiJ49JJlNXAzXuvNXYeZaf0QHNbkh-zxsMvA/s16000/ESTANQUE%20ENTRE%20LA%20NIEBLA.%20Henri%20Biva%20(1848-1928)%20.jpeg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Estanque entre la niebla». Obra de Henri Biva (1848-1928).</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p><br /></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«Todo es símbolo, todo es lo que es y algo más».</span></i></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">San Juan de la Cruz</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«En el pensamiento hay vagabundeo; en la meditación, estudio; en la contemplación, maravilla. El pensamiento es de la imaginación; la meditación, de la razón; la contemplación, de la comprensión».</span></i></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Ricardo de San Víctor</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Este esfuerzo supremo por alcanzar la belleza sobrenatural (...) es quien ha dado al mundo todo lo que éste ha sido alguna vez capaz de comprender y de sentir en materia de poesía».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Edgar Allan Poe </span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«La poesía es un intento de aproximación a lo absoluto por medio de los símbolos».</span></i></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Juan Ramón Jiménez</span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El auténtico acceso a la verdad, entendida como el <i>«descubrimiento»</i> de la realidad íntima de Dios en su misterio trinitario, solo nos será accesible a través de la contemplación. Pero esta contemplación no es propia de este mundo, sino que espera al hombre en la otra vida. En esta, como señala el padre Louis Bouyer (1913-2004), el hombre solo </span><span style="font-size: x-large;">puede llegar a conocer un anticipo de ella, y siempre que se oriente eficazmente<i> «hacia su fin eterno por las virtudes teologales»</i><i>. </i>Bouyer está hablándonos aquí de la experiencia mística<i>.</i> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Muchos poetas han creído que el arte podría ser un paso previo para este último tipo de contemplación mística, y, algunos otros, una vía para la expresión y comunicación de tal experiencia a los demás. T. S. Eliot (1888-1965) y Gerard Manley Hopkins (1844-1889) eran de la primera de las opiniones, pero ya antes, santa Teresa de Jesús (1515-1582) o san Juan de la Cruz (1542-1591) no solo lo creyeron, sino que experimentaron la visión mística y nos la trataron de mostrar</span><span>. Y algunos otros lo intuyeron incluso antes.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Uno de estos fue el monje agustino del siglo XII, Ricardo de San Víctor, <i>Magnus Contemplator</i>, como se le conocía, quien en su obra, <i>Ars Mistica</i>, junto a la clásica división entre la contemplación activa (la que puede reducirse a la meditación) y la pasiva (la única verdadera, infusa y sobrenatural, y que de ningún modo se puede adquirir con nuestros esfuerzos), habla de una tercera especie, de carácter inferior: «<i>el conocimiento de las cosas invisibles de Dios por medio de las cosas visibles del mundo».</i> Esta tercera especie de contemplación puede ser identificada con el conocimiento poético, un conocimiento nacido de la experiencia y adquirido por connaturalidad con la cosa conocida. El filósofo tomista francés Jacques Maritain (1882-1973), en esta línea, da una definición de poesía como <i>«la adivinación de lo espiritual en lo sensible, expresada a su vez en lo sensible».</i> Este conocimiento o experiencia poética estaría orientado, además, a la expresión (sea a través de la palabra proferida o de la obra producida), y es pues, un conocimiento creativo; no en vano la palabra griega de la que procede poesía (<i>ποίησις\poiesis</i>) significa creación. Contrariamente a ello, en la experiencia mística, el silencio se impone ante la contemplación pasiva de Dios, y se trata, consecuentemente, de un conocimiento infuso en el que el único que llama y actúa es Dios; como decía santa Teresa, <i>«no se suban sin que Dios les suba».</i> La primera de estas contemplaciones es pobre y deficiente, la segunda, una excelencia inefable. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Sin embargo, algunos han tratado de salvar esa inefabilidad de la experiencia mística tratando de hacerla llegar a los demás a través de su expresión poética. El místico, en su experiencia, es elevado por encima de este tercer nivel de contemplación hacia el primero de ellos, y el poeta, en principio, deberá escribir a ese nivel más elemental. Solo cuando el místico y el poeta se hacen uno </span><span>se produce una especie de milagro. Ello podemos verlo, por ejemplo, en san Juan de la Cruz y su </span><i>Noche oscura del alma</i><span>, quien, como poeta, en principio debería de situarse en el nivel inferior, aunque como místico es elevado al nivel más alto de logro espiritual, la contemplación pasiva. ¿Cómo es posible que pudieran conjugarse ambas cosas en la misma persona?</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">San Juan (y por extensión, todos los demás poetas místicos), en su intento por comunicar lo que es inefable por definición, se ve impelido –por medio de una inspiración quizá sobrenatural– a destruir la lengua y a trenzar y engarzar palabras en unas secuencias ilógicas e incluso anti-semánticas. Él mismo es consciente de esa incoherencia –en nuestros términos humanos–, admitiendo que sus versos <i>«antes parecen dislates que dichos puestos en razón».</i> </span><span style="font-size: x-large;"><span>Sin embargo, como decía santo Tomas de Aquino, </span><i><span>«la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona». </span></i><span>Y así, por muy imperfecto y deficiente que pueda ser cualquier acto humano, la acción profunda de la gracia divina, afina, depura y pule en el hombre sus potencias, incluidas las de la creatividad y la comprensión. De esta manera, con san Juan de la Cruz y los demás místicos poetas, quizá lo que vemos sea, ni más ni menos, la acción del Espíritu Santo en el lenguaje de los hombres, perfeccionándolo, potenciándolo, sacándole luz y brillo en lo posible, y llevándolo a su más alta expresión.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Sin embargo, es a la tercera e inferior forma de contemplación a la que me refiero. A la poesía como mera y deficiente aproximación al conocimiento del hombre y del mundo a través de la experiencia natural de lo creado. A una contemplación más próxima al conocimiento </span>estético de Platón que al puramente intelectualista de Aristóteles, y que tiene por objeto el asombro ante el universo que nos rodea. Y aclaro que no me estoy refiriendo a la Verdad con mayúsculas, a la revelada sobrenaturalmente, sino a la verdad natural en cuanto escalón al que trepar para tratar de alcanzar y conocer aquella.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por ello, lo máximo a lo que puede aspirar la poesía es a expresar una visión más profunda de la realidad. A intentar esclarecer en lo posible <i>los</i> <i>misterios</i> del mundo como inicio del camino hacia la dilucidación <i>del</i> <i>misterio</i> del mundo. Homero, Dante, Cervantes y Shakespeare amplían nuestro conocimiento sobre nosotros mismos, en parte por su testimonio de una enorme variedad de tipos humanos, y en parte porque acrecientan nuestro acervo de modos de acción moral, pero también nos transportan a un nivel de comprensión que nos hace vislumbrar las conexiones más profundas que ordenan el cosmos, aunque sea de una forma borrosa y cuasi intuitiva. Y digo de forma borrosa porque, si bien, como sostenía Aristóteles, la poesía es superior a la historia ya que puede llevarnos de <i>lo que es</i> hacia <i>lo que debería ser</i>, por esta misma razón es imperfecta, pues carece de ser en acto, y, en consecuencia, peca de imprecisión y de falta de certeza. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>No obstante, ella nos da algo a lo que difícilmente podríamos acceder de otro modo, porque, </span>como nos dice Romano Guardini (1885-1968), ante un poema «<i>el lector toma una nueva actitud hacia la existencia que es más profunda que la postura que adoptamos en nuestra vida cotidiana y más viva que la seguida por un filósofo» </i>(...), ya que <i>«sus palabras, que ofrecen una comprensión más profunda del mundo, tienen más poder que las de la costumbre y son más originales que el discurso de un intelectual». </i>El poeta francés Paul Claudel (1868-1955) era de esta misma opinión: <i>«El objeto de la poesía,</i> –escribió– <i>no es como dicen a menudo, los sueños, las ilusiones y las ideas. Es esta santa realidad, en el medio de la cual estamos situados. Es el Universo de las cosas visibles, al cual la Fe añade el de las cosas invisibles. Todo lo que a nosotros mira y a lo que nosotros miramos. Todo eso es la obra de Dios, que forma la materia inagotable de las historias y los cantos, tanto del más grande de los poetas como del más pobre pajarillo.</i> (...) <i>Hay una «poesía perennnis» que no inventa sus temas, sino que regresa eternamente a los que la creación le proporciona».</i> Es también lo que viene a decir el padre Leonardo Castellani (1899-1981) cuando señala que en el poeta el <i>«trato no es con las cosas eternas, sino con las temporales, pero para volver a las eternas». </i>Así lo expresa en uno de sus versos Claudel:</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«</i></span><span style="font-size: x-large;"><i>No puedo nombrar nada más que lo eterno. </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>La hoja se vuelve amarilla y el fruto cae, </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Pero la hoja de mis versos no perece». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Sin embargo, los poetas que hacen eso son muy escasos. La mayoría no nos dan nada parecido al conocimiento, ni siquiera en el sentido habitual de la palabra.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Probablemente, uno de los poetas que ejerció esta misión con más cierto –aunque, obviamente, sin llegar a la altura de los místicos– fue William Blake (1757-1827). Nacido cuando el mundo renacentista estaba llegando a su fin, y desarrollando la plenitud de su obra en el apogeo del Romanticismo, desconfiaba profundamente del intelecto como medio para encontrar la verdad y de la ciencia como medio para explorarla. Blake sintetizó esta visión en los siguientes versos:</span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«Alguna vez debemos creer una mentira</span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">Cuando vemos con, no a través, del ojo».</span></i></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El poeta inglés vislumbró, aunque deficientemente, la realidad de las cosas, en esa suerte de contemplación de tercer nivel a la que me refiero, no con el ojo, sino a su través. Y dejó dicho sobre la poesía:</span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«Ver un mundo en un grano de arena.</span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">Y un cielo en una flor silvestre,</span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">Sostener el infinito en la palma de tu mano.</span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">Y la eternidad en una hora».</span></i></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En todo caso, aun ante esta deficiente visión, algo hay de trascendente en el poeta, hay en él un algo de profeta, y aunque aquello que canta trate de un conocimiento o experiencia natural, aquello que le mueve e impulsa –¿</span><span style="font-size: x-large;">los que los antiguos denominaban Musas?– puede no llegar a ser del todo inmanente. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Baudelaire, el poeta maldito, y Poe, el narrador maldito que deseaba más que nada ser poeta, nos lo cuentan. Dice el primero, casi parafraseando al segundo, que:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Es a la vez por la poesía y a través de la poesía, por y a través de la música, cómo el alma entrevé los esplendores situados más allá de la tumba; y cuando un poema exquisito hace asomar las lágrimas a los ojos, esas lágrimas no son la prueba de un exceso de gozo, sino más bien son el testimonio de una melancolía irritada, de una exigencia de los nervios, de una naturaleza exilada en lo imperfecto y que quisiera entrar en posesión inmediata, ya sobre ésta <span style="text-align: left;">misma tierra, de un paraíso revelado».</span></i> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La poeta católica Denise Levertov (1923-1997) también nos dice algo interesante al respecto de esta relación entre la poesía y su fuente y fin trascendentes: </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Diría que para mí escribir poesía, recibirla, es una experiencia religiosa. Por lo menos si uno quiere decir con esto que está experimentando algo que es más profundo, diferente de lo que su propio pensamiento e inteligencia puede experimentar en sí mismos. La escritura en sí misma puede ser un acto religioso, si uno se deja poner a su servicio. No quiero hacer una religión de la poesía, no. Pero ciertamente podemos asumir lo que la poesía no es: definitivamente no es solo un acto antropocéntrico».</i> (<i>Estees</i>, 1996).</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero esta no es una idea nueva, más de un siglo antes, el cardenal John Henry Newman (1801-1890) en un artículo del año 1839 (reimpreso por él mismo en 1877), escribía que <i>«la poesía es nuestro misticismo»</i>, siendo para él la fuente de lo poético Dios mismo. De esta forma, nos dice, el poeta se aproximará o se alejará de la autenticidad, y, por tanto, del carácter religioso, según se encuentre más o menos próximo a Aquel de quien emana ese don.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Y a no olvidar: para ello, el poeta habrá de volverse niño, para así, trasformar la existencia en un poema, tal cual hacen los niños, ya que el camino de la infancia y su pureza conduce al misterio a través del poema. Porque, como versa Charles Péguy:</span></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><span><i>«Y la voz de los niños es más pura que la voz del viento en la calma del valle.</i></span></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><span><i>Y la mirada de los niños es más pura que el azul del cielo».</i></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, en todo caso, aun siendo así, esos grandes poetas, incluso los mayores de todos, los místicos, en último término no son sino aprendices que balbucean torpemente aquello que les es dado cantar. Como dice J. R. R. Tolkien (1892-1973) en su poema <i>Mitopoeia</i>:</span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«Hombre, subcreador, luz refractada</span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">a través de quien se astilla un único Blanco</span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">de numerosos matices, que se combinan sin fin</span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">en formas vivas que van de mente en mente.</span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">(…)</span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«Benditos sean los hacedores de leyendas con sus rimas</span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">sobre cosas que no se hallan en el registro del tiempo».</span></i></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y aunque nada de esto responde a la siempre perenne pregunta de qué poetas deben ser atendidos, sin duda apunta a ello. Así que dejaré el tema para la próxima entrada. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Entrada relacionada:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2022/08/la-importancia-de-la-poesia-poesia-y.html">LA IMPORTANCIA DE LA POESÍA (I): POESÍA Y VERDAD</a></span></p><p><span style="font-size: x-large;"> </span></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-11917890828883446032023-11-22T01:47:00.001+01:002023-11-26T13:14:47.518+01:00Y SEGUIMOS CON LA EDUCACIÓN (I). ¿QUÉ HABREMOS DE MOSTRARLES?<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEimB0KpPdwwVzQtH6GD86D5PKiBIQmiTsHvFWUZOmWUDB5R2NQujEaEwczcZh_Of_4QYRG_0ui3rVB4W-GWYg_4LE1UV21Tr8Vf3Jn6D2dhrGu-2NyfommNvuY9yrD1YJ8H6rNRqd9Uhv7lBYhBCflyMsiyTFoO9ZW__i4KKLy67_xmcPn9o9srGAdg/s2728/Norman-Rockwell-Visits-a-country-school-2732x2048-1.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1772" data-original-width="2728" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEimB0KpPdwwVzQtH6GD86D5PKiBIQmiTsHvFWUZOmWUDB5R2NQujEaEwczcZh_Of_4QYRG_0ui3rVB4W-GWYg_4LE1UV21Tr8Vf3Jn6D2dhrGu-2NyfommNvuY9yrD1YJ8H6rNRqd9Uhv7lBYhBCflyMsiyTFoO9ZW__i4KKLy67_xmcPn9o9srGAdg/s16000/Norman-Rockwell-Visits-a-country-school-2732x2048-1.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Una escuela rural». Norman Rockwell (1894-1978).<br /><br /></td></tr></tbody></table><div><br /></div><p><br /></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«La única educación eterna es esta: estar lo bastante seguro de una cosa para decírsela a un niño».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Gilbert Keith Chesterton </span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«No enseñéis a los niños nada de lo que no estéis seguros. Mejor que ignoren mil veces a que conozcan una mentira».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">John Ruskin</span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como acabamos de ver, Chesterton pensaba que para educar a un niño hay que estar seguro de lo que se le enseña. A la misma idea apunta la otra frase, suscrita por John Ruskin. Ambas frases están tan empapadas de sentido común, que no creo que haga falta profundizar demasiado en ello.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Sin embargo, hoy, muchos niños crecen en una concepción borrosa y confusa sobre lo que son las cosas: sobre qué es el bien y qué es el mal, sobre qué es la belleza y qué es la fealdad, sobre qué es el error y qué es la verdad. Creen que existe un lugar en el que puede encontrarse una cosa y la contraria, y que depende de cada hombre optar por una u otra, en función de su conveniencia o, incluso, de su sentimiento o sensación. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y no es que ese estado de desorientación sea una aberración. No, ciertamente. No solo es el propio de su característico estado de inmadurez, sino que quizá también sea, la expresión de una naturaleza, de la propia naturaleza humana. El hombre es un ser dónde se encarna esta idea. Un ser herido y propenso a la confusión y al error. Se trata, pues, de una idea que responde a una realidad. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero ocurre que esta idea solo puede asimilarse en su correcto significado y trascendencia cuando uno es ya adulto y ha alcanzado su madurez (y, aun así, no siempre, como vemos hoy). Antes de haber alcanzado ese estado, el trato con ella es fuente de una mayor, sí cabe, confusión y desorientación, generando un círculo vicioso de error. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por ello es algo terrible que hoy se trate con denuedo de inculcar en los niños esta incertidumbre y confusionismo. Hay numerosos estudios que apuntan a un escenario inquietante en el que nuestros niños vagan como perdidos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero esto no es fruto de la casualidad; es el reflejo de la ideología que se les quiere inculcar, con promoción de normas poco claras e indefinidas sobre lo que es bueno y lo que es malo, y sobre lo que es cierto y lo que no, y con la normalización de un tipo humano descafeinado e indefinido que encarna todas esas ideas y sus contrarias, e incluso, las altera y modifica a su capricho. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y el primer paso en esta dirección, el primer objetivo, intencionado y perturbador, de este espíritu nihilista, es destruir la forma en que, tradicionalmente, los seres humanos civilizados hemos venido tratando a los niños en una sociedad sana. Protegemos su inocencia y los preparamos para la vida adulta, transmitiéndoles, gradualmente y a su debido tiempo, tradiciones y sabiduría, haciéndoles partícipes de aquello de lo que, en lo posible, estamos seguros, como decían Ruskin y Chesterton. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y a esta labor de subversión y destrucción es a lo que se están dedicando muchas escuelas hoy en día, impulsadas por una agenda ideológica proveniente de atalayas mediáticas, consejos de ministros y consejos de administración, y donde destaca, especialmente, la obliteración y destrucción de esta inocencia infantil a través del adoctrinamiento sexual y la denominada ideología de género.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Incluso en el ámbito de la literatura pueden rastrearse conductas tendentes a materializar esa ingeniería social transformadora de la infancia, por ejemplo:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">-En las relecturas y reinterpretaciones de los cuentos tradicionales, e incluso en las nuevas historias que involucran a viejos héroes, transmutándolos hasta casi hacerlos desconocidos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">-En las conmutaciones que en las modernas narraciones han sufrido y siguen sufriendo los conceptos de bien y mal, o en la indefinición sobre qué conductas morales se consideran justas y cuáles injustas, con la preponderancia de una filosofía moral utilitarista y otra relativista que lo acapara todo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero esta estrategia no sería tan efectiva si los niños permaneciesen al cuidado de sus padres. Por eso, otra táctica muy extendida consiste en separar a los hijos de sus padres, enardeciendo y alimentando el conflicto que, de forma natural y en mucho menor grado, puede surgir de la convivencia en el seno familiar. De esta manera, aspiran a separar a los chicos de sus familias, a alienarlos y a focalizar su crecimiento en el aislamiento, en la soledad y en el adoctrinamiento. Solo así serán buenos <i>ciudadanos/consumidores/esclavos</i>, solo así serán sumisos y manipulables, y solo así verán al <i>Estado/Corporación mundialista</i>, tan deseado por algunos, como el único refugio, si no, como el único amo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Se trata, como he dicho, de una estrategia pensada y meditada. De una conducta que responde a un plan. Un maléfico y destructivo plan: el de acabar primero con la inocencia de los niños, arrancándoles de los brazos de los padres, para sumergirles después en un pantano de ideas confusas e intercambiables, imbuyendo en sus cabezas un haz de conceptos deformados o corrompidos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como resultado de ello tenemos una infancia y una juventud que anhelan la verdad, pero que flotan desorientadas y perdidas sobre un mar de confusión, error, y desconsuelo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por otro lado, y de forma paralela a ese plan de asesinar la infancia, pero trabajando en la misma dirección, nuestra idea moderna sobre la educación ha gravitado hacia un lugar frío, eficiente y mecánico. Hacia un lugar menos humano. Todo se ha reducido a ver las cosas de una manera correcta o incorrecta, de una manera que tiende a oponerse al aspecto poético o soñador que es natural en todo niño. Que renuncia a ver más allá de la superficie de las cosas. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y es que hemos olvidado el aspecto poético de la educación.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Ahí fuera hay, a nuestra disposición, un conocimiento sobre el mundo al que poder acceder y mostrar a los niños, un conocimiento que es invisible, intangible e inmensurable, y que está más allá del nivel de la experiencia diaria. Les hablo de la realidad primera (en cuanto a fundamental) y última (en cuanto a misteriosa) de las cosas. Una realidad, paradójicamente, oculta y manifiesta al mismo tiempo. Los antiguos y los medievales sabían que la expresión, en términos mundanos y materiales, de ese saber primero, solo puede llevarse a cabo a través de símbolos. Lo llamaban conocimiento poético, y como señalaba santo Tomás, es una vía puesta nuestra disposición para tratar de acercarse a la realidad tal y como es en su misterio oculto; él mismo la definió como <i>«la aprehensión directa de la realidad que inspira respeto y admiración»,</i> un conocimiento por con-naturalidad con las cosas. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Dice el verso de Emily Dickinson:</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Un color se yergue</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>En campos solitarios</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Que la ciencia no puede alcanzar</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Pero la naturaleza humana siente».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Se trata de una forma de conocer en la que la cabeza consulta al corazón, y donde se aúnan la capacidad de asombro con la inocencia, y el amor con la percepción de la verdadera realidad. Tal y como debieran conocer y expresarse por naturaleza los niños. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">A ello se refería san Gregorio Nacianceno cuando escribió, con su corazón de poeta:</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Los conceptos crean ídolos, solo la admiración nos revela algo».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">A ello apunta también la conocida máxima del monje medieval Ricardo de San Víctor: <i>«Ubi amor, ibi oculus»</i>, donde está el amor, está el ojo; lo que significa que solo aquel que ama ve la realidad, solo el que ama conoce realmente a la persona o al objeto amado, y lo hace de esa forma, viendo, de manera poética, intuitivamente y dejándose llevar por la admiración y el amor. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, tristemente, hoy tenemos eso muy olvidado, aunque ese olvido no lo hace inexistente. Aunque no seamos conscientes de ello, aunque no podamos ya verlo o expresarlo, sigue habiendo un saber manifiesto en las cosas que nos ofrece el conocimiento del orden natural, de su naturaleza y propósito. Un mundo que, como nos recuerda el santo cardenal Newman, guarda <i>«el poder y la virtud oculta en las cosas que se ven y que por la voluntad de Dios se manifiestan». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por ello, porque estamos seguros de ello, hemos de volver a educar en un modo poético, apelando a eso que está ya en el niño y en el mundo, y que hemos olvidado. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y en esta labor de redescubrir ese valor sacramental del mundo, esa verdad íntima de las cosas, los artistas están para ayudarnos. Como profetas de la verdad, su trabajo es un intento de sacar a la luz la gloria que está enterrada y cautiva en la creación. Una gloria que no vemos, pero que ellos, a través del símbolo, pueden ayudarnos a vislumbrar. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Decía C. S. Lewis que, <i>«a veces, los cuentos de hadas pueden decir mejor aquello que se debe decir».</i> Y al otro lado del Atlántico, la escritora católica norteamericana Flannery O'Connor, escribía, más o menos al mismo tiempo, algo similar: <i>«Contar una historia es una forma de decir algo que no se puede decir de otra manera».</i> Ambos se estaban refiriendo a esta forma poética de decir y de entender. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y así, en las páginas de los grandes y buenos libros se encierra todavía un esquema del mundo conforme a su naturaleza y propósito, a modo de ovillo de Ariadna, que quizá pueda ayudarnos a transitar –a nosotros y a nuestros hijos– por entre el laberinto de la modernidad. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Creo que no puede decirse de mejor manera que aquella que utilizó en su día Platón. Y por esta razón termino con ella:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«¿No sabes –dije yo- que lo primero que contamos a los niños son las fábulas?</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>(…)</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>¿Y no sabes que el principio es lo más importante en toda obra, sobre todo cuando se trata de criaturas jóvenes y tiernas? Pues se hallan en la época en que se dejan moldear más fácilmente y admiten cualquier impresión que se quiera dejar grabada en ellas.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>¿Hemos de permitir, pues, tan ligeramente, que los niños escuchen cualesquiera mitos, forjados por el primero que llegue, y que den cabida en su espíritu a ideas generalmente opuestas a las que creemos necesario que tengan inculcadas al llegar a mayores? </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>(…)</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>Porque el niño no es capaz de discernir dónde hay alegoría y dónde no, y las impresiones recibidas a esa edad difícilmente se borran o desarraigan. Razón por la cual hay que poner, en mi opinión, el máximo empeño en que las primeras fábulas que escuche sean las más hábilmente dispuestas para exhortar al oyente a la virtud». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-35291371127551089602023-11-13T18:03:00.001+01:002023-11-13T18:06:54.570+01:00LA LEY HUMANA. ¿OBEDIENCIA CIEGA? PHYSIS FRENTE A NÓMOS:TOMÁS DE AQUINO, SÓFOCLES, MELVILLE Y TWAIN<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFD97tYOTGTCJ1NFM1qt5bQaIfUqiEbIcdF9bs59tiAtGG7t0zQFEiFN-qWaffhdYUh5euDxHg2hx_TqmmE90rW3K40HIpRYeXX41PS0em_2Kdw4n0LY8gGXbLh_8P27DMO32AKvd8Ze3MpfaLqfgu43ghYcu-7hOs3SRlG1_SPcS1QzgGjjhs7NDkOvQ/s2048/Jacob_Jordaens_-_Ley%20divina%20como%20base%20de%20la%20justicia%20humana.jpeg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="2048" data-original-width="1975" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFD97tYOTGTCJ1NFM1qt5bQaIfUqiEbIcdF9bs59tiAtGG7t0zQFEiFN-qWaffhdYUh5euDxHg2hx_TqmmE90rW3K40HIpRYeXX41PS0em_2Kdw4n0LY8gGXbLh_8P27DMO32AKvd8Ze3MpfaLqfgu43ghYcu-7hOs3SRlG1_SPcS1QzgGjjhs7NDkOvQ/s16000/Jacob_Jordaens_-_Ley%20divina%20como%20base%20de%20la%20justicia%20humana.jpeg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Ley divina como base de la justicia humana». Obra de Jacob Jordaens (1593-1678).</td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><p><br /></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«Lex inusta non est lex».</span></i></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">San Agustín. <i>De libero arbitrio</i></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Santo Tomás definía en su día la ley civil humana como la <i>«ordenación de la razón para el bien común, promulgada por quien tiene a su cuidado Ia colectividad social».</i> Es una definición de tantas, sin duda. Pero, aun siendo esto así, e independientemente de si estamos o no de acuerdo con ella –yo la estimo magnífica–, aquello en lo que probablemente convengamos todos es que, dos de los deberes más ciertos de una sociedad humana que pretenda pervivir, son el deber de respeto a la autoridad legítima, y el deber de obediencia a las leyes promulgadas por aquella. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero... ¿Qué ocurre con tales leyes cuando son injustas, o contravienen nuestra conciencia, o se oponen a una ley superior? ¿Han de desobedecerse? En el caso de una respuesta afirmativa, ¿ha de ser en todo caso o sólo en determinadas circunstancias?, y, en cualquiera de dichos supuestos, ¿habrán de hacerlo todos los ciudadanos o sólo algunos? </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Todas las anteriores son cuestiones candentes en nuestro tiempo y en todo tiempo (hoy, por cierto, muy cercanas). Porque cualquiera de nosotros podría encontrarse, de repente, en la difícil situación de tener que elegir entre dar cumplimiento a una ley humana injusta, o seguir el dictado de su conciencia bien formada de acuerdo a su Fe y a sus creencias. Por esta razón, es importante tener las ideas claras al respecto.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Sin embargo, antes de llegar a eso, quizá deberíamos detenernos un momento en qué se entiende por ley injusta.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La ley es de esos conceptos que, debido a la inmensidad de su significado, abarca múltiples sentidos o facetas. Si volvemos a Tomás veremos cómo lleva a cabo una clasificación, donde, además del concepto de ley civil humana antes señalado, distingue varios otros, ordenados todos ellos de manera jerárquica, según la autoridad de su promulgador. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y así nos habla de que la ley puede ser, bien <i>divina</i>, bien <i>humana</i>: siendo aquella la que viene de Dios, y ésta, de los hombres que gobiernan la sociedad; con clara supremacía de la primera sobre la segunda. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">A su vez, nos dice que la ley <i>divina</i> puede ser, <i>eterna</i>, <i>natural</i>, o <i>positiva</i>. La <i>eterna</i> está en la esencia de Dios, y con ella Tomás se refiere a Su plan providencial para el universo que ha creado. La <i>natural</i>, por su parte, fundamentada en la eterna, se halla impresa en las criaturas con el objeto de dirigirlas a su propio fin, y el hombre puede llegar a tener conocimiento de la misma a la luz de la razón, siendo su principio básico que <i>«el bien debe hacerse y perseguirse y el mal debe evitarse».</i> En lo que respecta a la ley <i>divina positiva</i>, Tomás se refiere a la que se encuentra revelada en la Sagrada Escritura. Por último, el Aquinate nos habla de la ley <i>civil humana</i>, que, como antes señalé, es la que nos damos los hombres a nosotros mismos para regular nuestra convivencia con vistas al bien común.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Una de las cosas en las que Tomás se detiene, siempre partiendo del principio fundamental de la debida obediencia a las leyes, es en determinar aquellos casos extraordinarios en los que un cristiano puede y debe desobedecer a la ley <i>civil humana</i>. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y nos comienza diciendo que, dado que esta ley debe basarse en la <i>natural</i>, si hay contradicción entre una y la otra, el cristiano debe atender a la ley <i>natural</i> (o divina, en su caso) y desobedecer la <i>civil humana</i>, sean cuales sean las consecuencias de tal acción. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por esta razón, para Tomás es muy importante determinar cuándo una ley es injusta y, a su vez, en qué circunstancias esa ley injusta debe ser desobedecida. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Tomás habla a este respecto de <i>«ley injusta»</i> como la <i>«hecha sin autoridad, o en oposición con el bien común, o que perjudica los derechos justos de los miembros de la sociedad».</i> Y el caso más claro de ley injusta que nos muestra, aquel que no alberga dudas circunstanciales, es cuando la ley <i>humana</i> <i>«ataca a los derechos de Dios</i> (toca a Su honor y Su culto) <i>o a los derechos esenciales de la Iglesia»</i> (afecta a la misión de esta de santificar las almas, predicando la verdad, y administrando los sacramentos). </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">No obstante, la mayor dificultad está en discernir que hacer cuando la injusticia de la ley no es tan clara, como cuando afecta a bienes humanos, tal y como concreta Tomás: </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Cuando el gobernante impone a los súbditos leyes onerosas, que no miran a la utilidad común, sino más bien al propio interés y prestigio» </i>(...) <i>«cuando el gobernante promulga una ley que sobrepasa los poderes que tiene encomendados»</i>, o <i>«cuando las cargas se imponen a los ciudadanos de manera desigual, aunque sea mirando al bien común». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En estos casos, la mayoría de los hombres encontrarían dificultades para discernir si la hipotética desobediencia responde al respeto a una ley divina y/o superior o, en cierto modo, persigue su propio interés. Quizá cuando en el diálogo <i>Critón</i>, el Sócrates condenado a muerte no hace uso de ese argumento para intentar zafarse de su condena, esté pensando en ello. Muy probablemente Tomás lo tiene presente cuando llama la atención sobre la necesidad, en este caso más que en otros, del juicio prudencial y de la primacía del bien común sobre el interés particular. Pues el riesgo se encuentra aquí en que el individuo pretenda rechazar las leyes de la <i>polis</i>, con el fin de utilizar esta discrepancia como excusa para su propia, arbitraria, y engreída anarquía. Por ello, este es un tema tratado con mucho tiento por el Aquinate. Y así, Tomás nos dice que si bien, en principio, la injusticia de esta ley debe hacerla inobservable, no será así cuando <i>«se trate de evitar el escándalo o el desorden, pues para esto el ciudadano está obligado a ceder de su derecho».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Así mismo, Tomás advierte que el fundamento de esta desobediencia se apoya en un deber de obediencia a una autoridad mayor, de la que provienen todas las demás (Dios). Y que esto significa dos cosas: por un lado, que esa desobediencia, concretada en una determinada orden o ley injusta humana, no da derecho, por esta sola razón, a negar la autoridad general de la que aquella dimana (dejamos aparte, el tema de la tiranía en el gobierno humano); y, por otro, que, por tal razón, dicha desobediencia traerá consigo consecuencias perjudiciales impuestas por esa autoridad, que habrá que asumir y soportar.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Esta enseñanza, difícil sobre todo de seguir y de aplicar, puede verse ilustrada por algunas obras literarias, que muestran estos principios en acción en el seno del acontecer humano.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Voy a hablarles de un gran clásico, la obra teatral de Sófocles, titulada, <i><b>Antígona</b></i> (441, a. de C.), y de otros dos clásicos menores, como son la obra de Herman Melville, <i><b>Billy Budd, marinero</b></i> (1886/91), y la de Mark Twain, <i><b>Las aventuras de Huckleberry Finn</b> </i>(1884/85).</span></p><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>ANTÍGONA</b> (441 a. de C.), de Sófocles </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"></span></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhYYtcPe7RIxpR5MO1t9mzTEox-Tl8Kw44G6-Za8byRXM5NST6LifsZQuza-49zWeflD9DPSAUa1jmk_5sXOf88yWzajQ89ksi5x3hvu0wpPpKGBMUp_q4yebDERpnf7BwZgvy5JgLj-RPecaUKuIc8Ne0PXVYz1yJIl7B3J8HyAvi0Zb7E3vzvQGQD/s2040/Antigone.png" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><span style="font-size: x-large;"><img border="0" data-original-height="1520" data-original-width="2040" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhYYtcPe7RIxpR5MO1t9mzTEox-Tl8Kw44G6-Za8byRXM5NST6LifsZQuza-49zWeflD9DPSAUa1jmk_5sXOf88yWzajQ89ksi5x3hvu0wpPpKGBMUp_q4yebDERpnf7BwZgvy5JgLj-RPecaUKuIc8Ne0PXVYz1yJIl7B3J8HyAvi0Zb7E3vzvQGQD/s16000/Antigone.png" /></span></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">«Ántigona dando el entierro a Polynices». Obra de Sébastien Norblin (1796-1884).</span></td></tr></tbody></table><span style="font-size: x-large;"><br /></span><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El tema del que Sófocles nos habla aquí es, específicamente, el problema de la obediencia debida a las leyes de los hombres cuando entran en conflicto con la ley divina, y de las consecuencias que de ello se puedan derivar para aquel que decide desobedecer la ley humana. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La obra forma parte de un conjunto de tragedias en las cuales el autor nos da cuenta de diversos aspectos de la condición humana, a través de las tribulaciones de Edipo y de su familia, y con la ciudad de Tebas como escenario. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>La historia comienza tras la cruenta guerra sucesoria que se desencadena </span><span>por el trono de Tebas, </span><span>entre los dos hijos del recientemente fallecido rey, Edipo: Polinices y, el regente en ese momento, Eteocles. Tras esta guerra, en las que ambos hermanos mueren, cada uno a manos del otro, accede al trono Creonte, tio de los dos caudillos fallecidos. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La protagonista Antígona, princesa de Tebas, es una de las hijas de los fallecidos reyes, Edipo y Yocasta, y, por tanto hermana de los dos fallecidos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Su tio y nuevo rey, dicta la orden de que su hermano Polinices, </span>en castigo por su traición a la patria, no reciba un entierro honorable de acuerdo a los ritos funerarios tradicionales. Esto <span style="text-align: left;">pone a Antígona en una terrible disyuntiva, al verse obligada a optar por el cumplimiento de dos deberes que se le presentan incompatibles: el deber de respeto a las normas religiosas, y el deber de obedecer a las leyes civiles. Finalmente, Ántigona </span>decide, no obstante la prohibición del rey, enterrar el cadáver de su hermano, enfrentándose así a las consecuencias de tal acción, que finalmente la conducirán a la muerte. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como escribe Charles Moeller, en su obra <i>Sabiduría griega y paradoja cristiana</i> (1948): </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Antígona no es una rebelde ni una orgullosa: aun cuando debe alzarse contra la sociedad y aparecer «culpable», no es más culpable que los mártires que debían obedecer más a Dios que a los hombres».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Ella expone las razones de su desobediencia al rey Creonte de la siguiente forma:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Tus órdenes, a lo que pienso, tienen menos autoridad que las leyes no escritas e imprescriptibles de Dios. Todos los que están aquí presentes me aprueban. Lo dirían, si el temor no les cerrara la boca. Pero los jefes poseen muchos privilegios, y sobre todo el de obrar y hablar como les plazca».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Moeller sigue diciéndonos en la citada obra:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Antígona «comete un delito santo» (hosia panourgésasa). Es, pues, justa, porque no ha cometido ningún crimen, porque ha practicado las virtudes ordinarias del hombre y, sobre todo, porque ha efectuado un acto excepcional de virtud: el sacrificio de sí misma por una realidad invisible, religiosa».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero aquí Moeller, sin dejar de reconocer el mérito de su acción, nos muestra que Antígona flaquea al final, y nos explica por qué:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«En el momento de morir descubre con dolor que toda su fortaleza la abandona. Así como los mártires cristianos van a la muerte con alegría, ella nota que se le quiebra la exaltación del sentimiento de gloria. Cree que no merece ese fin, que su acción requería otra respuesta en lugar de esa muerte que todo lo acaba. Rechaza, pues, el consuelo de la gloria y, caso único en toda la tragedia antigua, presiente que, en su trance es menester otra cosa. Pero no sabe qué y se aleja, diciendo:</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Ved, tebanos, lo que sufre la última hija de vuestros reyes, y de qué manos, por haber practicado la piedad». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Se trata, en palabras del filósofo alemán, Hegel, del máximo conflicto, pues este choque entre la ley eterna y la ley del estado, es<i> «</i></span><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;"><i>la oposición suprema, y por ello la más trágica». </i></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;"><i><br /></i></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>BILLY BUDD, MARINERO</b> (1886/91), de Herman Melville</span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiVoX_tZRETiuScx7aKaWypVJKX0RBgg9GlBHAyMLsgQpIQjq7wTzetxxP9kxbwx_vI-4eL-JYCp_I54xr4t8taE7RYGZ7Bgfa8yn89-T34400RZP6jQB-VnaZAfREVHoMxR02k9HPmAIFOUU5puvl9J0OrSFZtBsisaabLvUw6MoC3TJBUldp7UmZeMHw/s1445/EL%20CAPITAN%20DE%20NAVI%CC%81O,%20GEOFF%20HUNT%20(1948-)%20copia.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><span style="font-size: x-large;"><img border="0" data-original-height="1445" data-original-width="1181" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiVoX_tZRETiuScx7aKaWypVJKX0RBgg9GlBHAyMLsgQpIQjq7wTzetxxP9kxbwx_vI-4eL-JYCp_I54xr4t8taE7RYGZ7Bgfa8yn89-T34400RZP6jQB-VnaZAfREVHoMxR02k9HPmAIFOUU5puvl9J0OrSFZtBsisaabLvUw6MoC3TJBUldp7UmZeMHw/s16000/EL%20CAPITAN%20DE%20NAVI%CC%81O,%20GEOFF%20HUNT%20(1948-)%20copia.jpg" /></span></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">«El capitán de navío». Obra de Geoff Hunt (1948-).<br /><br /></span></td></tr></tbody></table><p></p><p style="text-align: justify;"><i><span style="font-size: x-large;">«Por (...) la ley y el rigor de la misma, no somos responsables. Nuestra responsabilidad está en esto: Que por despiadada que sea la ley, la cumplimos y la administramos...».</span></i></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Esta frase, extraída de la novela, resume, muy bien, una de las problemáticas tratadas en la obra de Melville: ¿hasta que punto debemos cumplir una ley humana que sabemos injusta? Y si, por razones de bien común, nos vemos obligados a hacerlo, ¿qué consecuencias se pueden derivar de ello tras contravenir nuestra conciencia? </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Sobre el argumento del libro, y el libro mismo, he tratado ya <a href="https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2021/03/buscando-rastros-de-cristo-en-la.html">aquí</a>. Ahora se trata de examinar más en detalle la anterior cuestión. Pero antes, un poco de contexto.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La historia se desarrolla en 1797, durante una guerra entre la Gran Bretaña realista y la Francia revolucionaria. Por aquellos días, las revoluciones estadounidense y francesa habían hecho trizas los viejos conceptos de autoridad y orden, y la <i>Royal Navy</i> había sufrido varios motines que amenazaban las esperanzas de victoria militar, así como la vida de los oficiales de bordo. En este escenario, Melville explora el dilema señalado por Aquino sobre el conflicto entre el bien común y el interés particular ante una ley humana injusta.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Recordemos que el Aquinate había hecho hincapié en distinguir aquellas leyes injustas por contravenir o atacar un bien divino (ante las que surge la <i>obligación</i> de desobediencia), de las que lo fueran por atacar u oponerse a un bien humano, caso este en el que la desobediencia se volvía <i>condicional</i>: únicamente podrían ser desobedecidas aquellas cuya desobediencia no condujese a escándalo o desorden.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En la historia, el capitán Vere, siguiendo lo prescrito por el <i>código de justicia militar</i>, un conjunto de duras reglas diseñadas para asegurar el orden a bordo del barco, lleva a juicio al protagonista, el impecable Billy, condenandolo y finalmente ahorcandolo por un supuesto crimen, aun cuando, en su fuero interno, sabe de la injusticia de tal ejecución. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Vere y cada miembro de la corte marcial tienen la oportunidad de hacer justicia siguiendo sus conciencias en lugar de seguir estrictamente los artículos de la ley marcial, pero no lo hacen. Vere argumenta:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«En tiempo de guerra, en el mar, un marinero golpea a un superior de grado y el golpe es mortal. Independientemente de su efecto, el golpe es, de acuerdo a los Artículos de Guerra, un delito gravísimo. Además...</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>-Ay, señor -emocionalmente interrumpió el militar-, en cierto sentido lo fue. Pero de seguro, Budd no se proponía ni el motín ni el homicidio. </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>-De seguro que no, mi buen hombre. Y ante una corte menos arbitraria y más misericordiosa, que una marcial, ese alegato atenuaría grandemente la gravedad. Y en el Tribunal de Ultima Instancia conseguiría la absolución. Pero aquí ¿cómo? Procedemos de acuerdo a la ley de Amotinamiento. Ningún niño se parece más en sus características a su padre que en lo que en espíritu se parece esta ley a lo que la origina: la guerra».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Esto le vale al capitán una crisis de conciencia que le acompaña atormentándolo hasta su muerte.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El juicio que se transcribe en la novela, ofrece una visión del conflicto entre la justicia y la ley, la responsabilidad del deber oficialmente instituido frente a la adhesión a un código moral personal, y la lucha entre el orden social establecido y un concreto acto de injusticia individualmente considerado. Por todo ello, una novela que vale la pena visitar.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LAS AVENTURAS DE HUCKLEBERRY FINN</b> (1884/85), de Mark Twain</span></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgXcH0XQrg-34Vs6B1Q2QXdaSSo8HzPYXdXHD4KKXGFJuba-cwwDcpzCDAU9aBNJg3SzEvYJcgWotHTXO388-0vlLHfXkJTq0K8mvInEJH59uR8dqiKdN3jS6AOEQVhXFyx-I-T4EqXgxVChAOBcMfPZCwGzsDil9Aw9iJcRrNIUcjqkRPeo3tf5c_UmXw/s1904/21c584d5-549d-4dbf-9d9a-5107e9a9e6eb.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><span style="font-size: x-large;"><img border="0" data-original-height="1904" data-original-width="1428" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgXcH0XQrg-34Vs6B1Q2QXdaSSo8HzPYXdXHD4KKXGFJuba-cwwDcpzCDAU9aBNJg3SzEvYJcgWotHTXO388-0vlLHfXkJTq0K8mvInEJH59uR8dqiKdN3jS6AOEQVhXFyx-I-T4EqXgxVChAOBcMfPZCwGzsDil9Aw9iJcRrNIUcjqkRPeo3tf5c_UmXw/s16000/21c584d5-549d-4dbf-9d9a-5107e9a9e6eb.jpg" /></span></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">«Huck y JIm en la balsa». Obra de Eugene Iverd (1893-1936).</span></td></tr></tbody></table><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por último, otra novela, mucho más próxima a nuestros días y a nuestros adolescentes que <i>Antígona</i>, trata también este asunto, aunque sea entre otros muchos y no de manera tan central como en las obras de Sófocles y de Melville. Me refiero a <i>Las aventuras de Huckleberry Finn</i>. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Muy probablemente, lo tratado en la novela, no trata simplemente de un caso de desobediencia ante una la ley humana injusta y sus consecuencias, sino de un conflicto entre ley y conciencia. Y tambien, de cómo, el qué alimente esa conciencia, podrá traer más o menos secuelas, y cuales pueden ser estas. Una conciencia que, aun cuando halla sido educada en el error y la mentira, nunca podrá ver doblegada su verdadera y profunda naturaleza, entendida al modo que nos explica el cardenal Newman, como <i>«un mensajero de Dios, que tanto en la naturaleza como en la Gracia nos habla desde detrás de un velo y nos enseña y rige» </i>sobre lo malo y sobre lo bueno. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Porque, lo cierto es que Huck es educado en un perverso ambiente esclavista. Para él, está bien, y es algo normal, la existencia de esclavos, y el verlos como cosas –y no personas– que se pueden comprar y vender. Su conciencia es alimentada desde su infancia con estos errores. Y en ese ambiente crece y se desarrolla. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La novela nos cuenta la historia de Huck, un buen intencionado chico blanco que vive junto al río, y su amigo, el negro Jim, en su travesía por el río Mississippi en una pequeña balsa. Mientras navegan rio abajo, se revela que Huck ha ayudado a Jim a escapar de la señorita Watson, su maestra, quien lo mantenía como esclavo. Poco después, asistimos a como Huck entra en una primera crisis de conciencia, llegando a creer que ha <i>«robado»</i> a Jim. Lo que Huck toma por su <i>«conciencia»</i> lo atormenta, haciéndolo pensar que es una persona completamente inmoral. ¿Por qué? Porque no puede devolver a su amigo a una vida de esclavitud. Esa es una de las ironías de la historia de Twain.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, el ambiente y la atmósfera en la que se cultivó y creció la conciencia de Huck ha cambiado. La travesía por el rio se ha convertido en una camino hacia la verdad, y la balsa en la que navegan ambos, es un nuevo <i>corpus</i> social que solo habitan él y Jim. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Fuera de las presiones, influencias e injerencias sociales (su padre borracho, su maestra la sra. Watson, la gente del pueblo...), la relación amistosa que de forma natural brota entre Jim y Huck tiene su efecto, permitiendo liberar, limpiar y dar esplendor a la conciencia del chico en su verdadera profundidad y verdad. Y así, surge una segunda crisis de conciencia. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En esta segunda crisis moral nos encontramos ya ante la conciencia verdadera, aquella que señala certeramente el camino del bien y el del mal. Una conciencia que muestra a Huck que hay cosas por encima de las leyes y costumbres de los hombres. Cosas sagradas a las que hay que atender, aunque para ello se haya de quebrar alguna ley humana. En este caso se trata de la amistad. La amistad entre Huck y el esclavo Jim, que lleva al protagonista a desobedecer una ley perversa e injusta, no delatándolo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Aunque, precisamente, aquello que hace Huck, en vez de conducirle al infierno –como él equivocadamente cree–, lo aleja de él, pues, aunque todavía no sea consciente de ello, ha rescatado a la verdadera conciencia y la ha liberado de las cadenas del error. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">He aquí un fragmento de la novela, que contiene una preciosa descripción de lo que significa la amistad y del efecto de la conciencia verdadera en el obrar de Huck:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Me senté a escribir:</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Señorita Watson, su negro fugitivo Jim está aquí dos millas debajo de Pikesville y lo tiene el señor Phelps, que se lo devolverá por la recompensa si lo manda a buscar.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>»HUCK FINN»</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>Me sentí bien y limpio de pecado por primera vez en toda mi vida y comprendí que ahora ya podía rezar. Pero no lo hice inmediatamente, sino que puse la hoja de papel a un lado y me quedé allí pensando: pensando lo bien que estaba que todo hubiera ocurrido así y lo cerca que había estado yo de perderme y de ir al infierno. Y seguí pensando. Y me puse a pensar en nuestro viaje río abajo y vi a Jim delante de mí todo el tiempo: de día y de noche, a veces a la luz de la luna, otras veces en medio de tormentas, y cuando bajábamos flotando, charlando y cantando y riéndonos. Pero no sé por qué parecía que no encontraba nada que me endureciese en contra de él, sino todo lo contrario. Le vi hacer mi guardia además de la suya, en lugar de despertarme, para que yo pudiera dormir más, y vi cómo se alegró cuando yo volví en medio de la niebla, y cuando volvimos a encontrarnos otra vez en el pantano, allá lejos donde la venganza de sangre, y todos aquellos momentos, y cómo siempre me llamaba su niño y me acariciaba y hacía todo lo que podía por mí, y lo bueno que había sido siempre, hasta que llegué al momento en que lo había salvado cuando les dije a los hombres que teníamos la viruela a bordo y lo agradecido que estuvo y que había dicho que yo era el mejor amigo que tenía en el mundo el viejo Jim, y el único que tiene ahora, y después, cuando miraba al azar de un lado para el otro, vi la hoja de papel.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>Me costó trabajo decidirme. Agarré el papel y lo sostuve en la mano. Estaba temblando, porque tenía que decidir para siempre entre dos cosas, y lo sabía. Lo miré un minuto, como conteniendo el aliento, y después me dije:</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>¡Pues vale, iré al infierno!», y lo rompí».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y, paradójicamente, aquel acto, muy al contrario de lo que él creía, probablemente lo que estaba haciendo es abrirle, de par en par, las puertas del Cielo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y así, la universalidad de las experiencias ilustradas por Sófocles, Melville y Twain nos ponen, a nosotros y a nuestros hijos, frente a la realidad de unas leyes, quizá no escritas y que nadie puede fechar, porque no son de hoy ni de ayer, pero que, sin embargo, viven inmutables, eternamente, en nosostros, y, que por lo tanto, se imponen, con las consecuencias comentadas, a todos los hombres y a sus disposiciones y reglas, en todas partes y siempre.</span><span style="font-size: x-large;"> Aprovechemoslas.</span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-16049953352262612852023-10-25T20:24:00.001+02:002023-10-25T20:30:41.174+02:00LA DIGNIDAD DEL HOMBRE Y LA LITERATURA<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhvAlQZQkJaUpahvjb0Gr_z1DPJfgXg94k3qdyLYiK00Fi9lextERkdoMdPyIEKDVcm1peaMwU6WkeBhSpDPczAkwh1dsf5ETtfoNlyamlx0pJ7egRmdsbHlO5hBeUh_h4FPXEUUJe1_YCXVl7wuFVEWaUW6z7qgKgT7VwrEz3QAUyktfBxowGOAdg3/s1985/Evenning.%20Caspar%20David%20Friedrich.jpeg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1314" data-original-width="1985" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhvAlQZQkJaUpahvjb0Gr_z1DPJfgXg94k3qdyLYiK00Fi9lextERkdoMdPyIEKDVcm1peaMwU6WkeBhSpDPczAkwh1dsf5ETtfoNlyamlx0pJ7egRmdsbHlO5hBeUh_h4FPXEUUJe1_YCXVl7wuFVEWaUW6z7qgKgT7VwrEz3QAUyktfBxowGOAdg3/s16000/Evenning.%20Caspar%20David%20Friedrich.jpeg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Anochecer». Obra de Caspar David Friedrich (1774-1840).<br /><br /><br /></td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«La dignidad del hombre descansa sobre su destino. Él no es sólo del polvo y para el polvo, sino de Dios y para Dios».</span></i></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Peter Kreeft</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«La dignidad del individuo es impronta cristiana sobre arcilla griega».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Nicolás Gómez Dávila </span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En nuestros días de inclusión, diversidad y tolerancia se habla y no deja de hablarse de dignidad, de la dignidad que acompaña al hombre por el hecho de ser hombre. Se nos dice que creamos que todos los seres humanos son iguales en dignidad, pero no se nos da absolutamente ninguna explicación de por qué esto es así. Y sobre un mar de ambigüedad, tras la proclamación a viva voz de esta palabra, a continuación, se pasa a hacer uso de ella, previa desactivación y vaciado de su significado, como coartada para actos intrínsecamente inhumanos: eutanasia, aborto, eugenesia, discriminación, muerte civil y racismo inverso. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Y así, hoy en día, el concepto de dignidad no es algo que nos haga comportarnos con reverencia ante cualquier vida humana, sino más bien un estándar que se considera debe alcanzar esa vida para ser respetada y considerada. Según el mundo moderno, si ese estándar no se cumple, la vida humana no merece respeto y puede ser suprimida con total impunidad. </span><span>Acertadamente, Vegas Latapie señala que, con ese falso concepto de la dignidad humana, </span><i>«se pretende justificar todas las concupiscencias, todos los extravíos e incluso los crímenes de los hombres».</i><span> </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y la forma y manera de conducirnos hasta ahí, y de que aceptemos de buenas maneras tal estado de cosas, es seducirnos a través de otras tantas hermosas –y vacías– palabras, como libertad, autonomía, igualdad, fraternidad o humanidad. Y de entre todas ellas, quizá una de las mayores causantes de todo ese desorden, es la idea de autonomía. Se repite hasta la saciedad que somos seres autónomos, que somos cuasi dioses, y que, esa supuesta dignidad humana nuestra, está fundamentada en tal autodeterminación. Así, dado que no existiría ninguna ley externa a nosotros, debemos convertirnos en autolegisladores, sujetos únicamente a una ley que, de algún modo, es obra nuestra, siendo, cada uno de nosotros, un fin en sí mismo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">De esta manera, sin que nos hallamos dado cuenta, ahora todos nos hemos vuelto un poco kantianos (porque eso, precisamente, es lo que dijo Kant). El problema con ello es el mismo que enfrentó Kant: que, en último término, esta ley autónoma dependerá, en su caso, de cada uno de nosotros, y, por tanto, será relativa, careciendo de valor, salvo que exista un ser superior que la refrende y del que traiga causa. Pero, hoy, tal y como denunció otro filósofo alemán poco después, hemos matado a ese dios. Y no poca culpa de ello se encuentra en esa autorreferencia humanista que ha hecho trizas la afirmación de Aquino de que <i>«Dios es la medida de todos los seres»</i>, y la ha vuelto de cara a la cita de Protágoras de que <i>«el hombre, la medida de todas las cosas».</i> Como consecuencia de ello, no hay nada detrás del respeto a esa supuesta e indestructible dignidad humana, invulnerable a todo mal, a toda atrocidad y horror, y de la omnímoda e irrestricta libertad. Porque, desengañenomos, en ningún sentido somos la fuente que determina nuestros fines, incluido el fin de la razón misma; solo Dios es eso. Y esos polvos <i>kantianos</i>, mezclados con otros aún más turbios (<i>okkantianos</i> y <i>descartianos</i>), son los que han traído estos lodos de la ideología de género y toda la demás locura en la que estamos inmersos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El último fundamento de todo este imponente edificio –y el disolvente que lo corroe y que socava sus pilares–, es la combinación incongruente de la idea mecanicista de un universo que, como decía Thomas Hobbes, <i>«no es más que cuerpos en movimiento interactuando entre sí»</i>, con la totalmente contraria de exagerar notablemente la dignidad humana, haciendo del hombre el amo del universo con voluntad creativa y valor infinito. Así piensan, no solo Hobbes, si no mucho más cerca de nosotros, Skinner, Singer o Dennett. En otro de sus aforismos, Gómez Dávila escribe acertadamente: </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Las filosofías deterministas pretenden salvar la dignidad del hombre con comentarios que diluyen y esfuman las tesis que proclaman».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por ello no creo que venga mal que nuestros hijos sean instruidos en qué significa realmente eso de la dignidad humana. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Si acudimos a santo Tomás –siempre un buen lugar al que acudir–, veremos que lo de la dignidad es, de entrada, un misterio, algo que excede al hombre, constituyendo una gracia que, como toda gracia, le es regalada, y que, por lo tanto, no procede de sí mismo ni de su esfuerzo, y menos de la convención entre los hombres.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Esta es, además, el meollo de la concepción de dignidad humana de la teología cristiana, ya que esa condición especial y propia del hombre a que la dignidad se refiere, descansa en su misteriosa elección como la única criatura en el universo hecha a imagen del Creador.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Una idea que se fundamenta, en primer lugar, en que somos seres creados, y, por tanto, respondemos a los designios de un Creador que nos mantiene en la existencia. Y, en segundo lugar, en que nos distinguimos de las demás cosas creadas por el fin al que nos dirigimos, que es conocer y amar a ese, nuestro Creador, siendo la grandeza de este fin lo que nos da un valor por encima de cualquier otra criatura. Y el nombre antiguo de ese valor humano inherente e invaluable, es dignidad. En la medida en que en uso de nuestro libre albedrío nos alejamos de este fin, la menoscabamos –aun sin perderla del todo–, aunque podemos tratar de restaurarla redimiéndonos y volviendo al verdadero camino. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Leopoldo Eulogio Palacios, siguiendo a Tomás, dice bien:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Sólo en Dios se identifican la perfección en la línea del ser y la perfección en la línea de la acción. Dios lo es ya todo y no le falta nada, no tiene que moverse en pos de otro fin más alto, no tiene que buscar un perfectivo fuera de sí que le vuelva perfecto, como pasa con la persona humana. Sólo la voluntad divina es regla de su acto, o lo que es igual, sólo la voluntad de Dios es autónoma, porque no se ordena a un fin superior. Por eso tampoco puede ser destituida de su bondad por una acción desordenada: es un ser impecable». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero el hombre, que es digno <i>per se</i> en el orden del ser, por ser creado a <i>imago Dei</i>, no lo es, sin embargo, en el orden del bien, en su aspecto moral; debe perseguir un fin que está fuera de sí mismo, y en ese peregrinaje puede extraviarse, y, como vuelve a decir bien Palacios:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Por muy noble que sea la forma, y sin menoscabo de su dignidad original, el hombre puede errar en la operación de alcanzar el otro fin, fuera de él, hacia el que debe encaminarse, y entonces la dignidad inicial de la persona se empaña con la indignidad final de la acción». </i> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La idea cristiana, además, concretiza ese destino o fin primordial. En el<i> Génesis</i> se dice que Dios hizo al hombre <i>«a Su imagen». </i>Y ese de Quien somos imagen se revela en la persona de Jesucristo (<i>Romanos</i> 8,29; <i>Corintios</i> 15,49). La dignidad del hombre, por tanto, está basada en el hecho de que es creado para ser imagen de Cristo. Ese es su fin.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Junto a este fin principal, hay otros secundarios asociados a él, y con cuyo logro nos coadyuvamos en la posible consecución del primero, sobre todo el bien común de la sociedad en la que vivimos y que conformamos. Por ello, en la medida en que nos desviamos de estos otros fines también menoscabamos esa dignidad original. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">No es, por tanto, la dignidad algo que nace de nosotros mismos, y tampoco algo que nos sirve de incólume coraza, hagamos lo que hagamos. Cierto es que está en todos nosotros en potencia, pero nunca se realiza por igual.<span style="white-space: pre;"> </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Al tratarse de un don, es algo ajeno a nosotros. Y, en consecuencia, no nos pertenece, o en todo caso, no está a nuestro alcance crearlo, suprimirlo o intercambiarlo. Podemos afectarlo negativamente por medio del ejercicio del libre albedrío, pero no eliminarlo o generarlo. Como escribió una vez la filósofa católica G. E. M. Anscombe:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«¿Qué quiero decir, entonces, con que el valor y la dignidad de un ser humano son inexpugnables? Quiero decir que no se puede arrebatar.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>La igualdad de los seres humanos en el valor y la dignidad de ser humano es algo que no se puede quitar, por mucho que se viole. Las violaciones siguen siendo violaciones».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y de esta manera, si bien es lo que somos lo que da medida de nuestra dignidad, se trata de una propiedad dinámica que se proyecta hacia aquello en lo que deberíamos convertirnos. Por ello, la dignidad se va realizando en nosotros conforme vivimos, y, o bien estamos a su altura de miras, o bien no lo estamos. Hay algo propio y personal en todo ello, en el orden del ser, pero ese algo no nos hace dioses, sino, más bien, criaturas de un Creador, que como indefensos niños han de implorar la ayuda inestimable e imprescindible del padre.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En todo caso, es un regalo que hay que cuidar y al que hay que hacer honor.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y visto todo esto, ¿podemos encontrar en la literatura historias que trasmitan esa idea?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Aquí van algunos ejemplos. Concretamente, cuatro obras –aunque podrían ser muchas más–, donde los protagonistas preservan su dignidad pese a las dificultades y pesares, manteniéndose fieles a su trascendente destino.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i><b>Jane Eyre</b></i> (1847)</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>En esta novela, Charlotte Brönte nos presenta a una heroína –Jane– que transita por la historia </span>haciendo frente a numerosas dificultades, a pesar de lo cual mantiene en alto el estandarte de su dignidad como persona<i>.</i> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En una de sus decisiones más difíciles, ella decide no vivir en concubinato con su amado, Rochester, a pesar de la pasión amorosa que la devora (<i>«no podía, en aquellos días, ver a Dios por su criatura: de quien había hecho un ídolo»</i>). Y lo hace, porque sabe que, de ceder a su primer impulso, no solo perderá el respeto de su enamorado, sino, también, el suyo propio. Y, además, porque en última instancia, está convencida de que, si es vencida por su pasión, menoscabará su dignidad, extraviándose de su camino de salvación. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Incluso, tras mejorar en su estado de salud y en su posición económica y social, Jane todavía se niega a someter su conciencia a las conveniencias sociales o a sus propios intereses particulares, cuando decide rechazar un desposorio con el pastor St. John, por ir tal enlace en contra de sus inclinaciones y afectos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">A lo largo de toda la novela, Jane, no hace otra cosa que hacer honor a su dignidad. Y así, rechazará todo aquello que es contrario a su conciencia, a su corazón, y a sus convicciones y creencias más profundas; a lo que ella siente que es su fin y su destino. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i><b>El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha</b></i> (1605/15)</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En el <i>opus magnum</i> de Miguel de Cervantes, encontramos otro ejemplo, un ejemplo magnánimo en la persona de don Quijote, <i>«el caballero de la triste figura»</i>, quien, en consonancia con su sobrenombre, sufre a lo largo de la historia innumerables penurias, contratiempos y sinsabores: pobreza, desprecio, burla y crueldad. Y, a pesar de ello, el héroe cervantino mantiene ante nuestros ojos su dignidad. ¿Quizá, porque siempre sale adelante, con humor, con amor y con una pizca de dicha <i>quijotesca?</i> Lo cierto es que hay algo en él, característico, personal, que le hace sobreponerse a toda dificultad o contratiempo, a todos esos sinsabores y frustraciones. Me estoy refiriendo a sus creencias, a sus ideales, a su espíritu de leal y sacrificado caballero cristiano, que le permite mantener y conservar su dignidad. El filósofo Agustín Basave Fernández del Valle, escribe al respecto lo siguiente:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Implacablemente golpeado por el destino, Don Quijote es digno hasta en la locura. Monterde piensa que la lección que el héroe de Cervantes parece darnos es esta: «las virtudes que producen, reunidas, la dignidad, en Don Quijote –valor, lealtad, amor a la justicia–, eran ya inútiles, carecían de aplicación, en aquellos principios del siglo XVII, y quien las poseía, solamente podía malgastarlas derrochándolas en episodios absurdos, como un loco». ¡No! Nunca son inútiles virtudes como el valor, la lealtad y el amor a la justicia. Inútil era, tan sólo, la institución de la caballería andante que Don Quijote trató en vano de resucitar. No es anacrónica la dignidad de Don Quijote. Anacrónicos eran sus arreos de caballero y su modo de vida medieval en la España renacentista». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Incluso, un tipo tan reservado y severo en sus juicios como Thomas Mann, captó esa sensibilidad quijotesca:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Don Quijote es un loco por su amor a la caballería; pero la monomanía anacronista es también fuente de una nobleza tan real, de tal pureza y gracia aristocrática, de un decoro tan respetable en todas sus maneras, las espirituales y las corporales, que la risa por su ‘triste’ y grotesca figura está mezclada siempre de admirativo respeto, y no lo encuentra nadie que no se sienta atraído hacia el hidalgo lamentablemente magnífico, extravagante en ocasiones, pero siempre sin tacha. Es el espíritu mismo, en forma de un spleen, quien le lleva y ennoblece, y hace que su dignidad moral salga intacta de cada humillación».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y así, él, nuestro <i>«caballero de la triste figura»</i>, será digno para siempre, tanto en nuestra memoria como entre las polvorientas páginas que escribió Cervantes.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Si viajamos hacia el noroeste, donde el gélido viento barre las estepas, la literatura rusa nos aguarda; una literatura que desde finales del XIX también ha tratado el tema, y ciertamente, con su intensidad característica. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Un reciente autor ruso ha explorado esta línea de sombra en una de sus novelas, <i><b>Un día en la vida de Iván Denísovich</b>.</i> Se trata de Alexandr Solzhenitsyn, quien escribió este relato en un momento de inspiración en mayo de 1959, relatando un día en la vida de un prisionero en el campo de reclusión de Ekibastuz, <i>«de un modo resumido, concentrado, con resultados potencialmente explosivos»</i>. Su objetivo, según él mismo nos cuenta, era dar un testimonio:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Lo más importante e interesante que podía hacerse era describir el destino de Rusia. Y de todos los dramas por los que había pasado Rusia, el más profundo era la tragedia de los Iván Denisovich. Quería dejar las cosas claras en lo referente a los falsos rumores que circulaban sobre los campos de trabajo». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El resultado es un relato que contiene, con microscópica intensidad, los temas recurrentes en la obra del autor ruso. Por un lado, la proclama de que la dignidad humana no se puede arrebatar, por muy inhumanos y degradantes que sean los maltratos sufridos; como dice Anscombe, puede violarse, pero no arrebatarse. Y, por otro, el libro se ocupa de probar tal aserto. De esta forma, página tras página, vemos como la dignidad humana sigue ahí, con el hombre violentado, maltratado, degradado o despreciado, y que la misma puede mantenerse incólume incluso en ese ambiente atroz. El escritor ruso nos presenta el modo de vivir en los campos de trabajo; una cotidianeidad brutal en medio de la cual esas vidas degradadas se mantienen a flote salvaguardando su dignidad. Esto nos es mostrado, de manera especial, por el contraste entre el progresivo ennoblecimiento del protagonista en oposición a la decadencia del lugar, todo ello salpicado con destellos de la divina providencia, como muestra de la respuesta cristiana a la tentación de la desesperanza.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span style="text-align: left;">Por último, les acercaré a otro ruso y a otra experiencia terrible en los campos de trabajo. Les hablaré del genial y polifacético Pável Florenski, poeta, matemático, físico, filósofo y teólogo, y de sus maravillosas y conmovedoras <i>Cartas de la prisión y de los campos</i>, escritas entre 1933 y 1937 en un campo de trabajo en Siberia oriental, al que fue deportado y en el que finalmente murió ejecutado. Las cartas, dirigidas a sus hijos, constituyen una lección de vida y un curso de arte, literatura, poética y estética, donde Florenski, a pesar de las penurias que sufre, da testimonio de una esplendorosa dignidad.</span> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Para el filósofo ruso la vida es la que hace posible el arte. Y el arte viene a ser <i>«la flor»</i> de esa vida </span><span>(esa «<i>planta»</i>, en feliz metáfora del autor). Este punto de partida es el que le sirve apoyo para</span><span> enseñar a sus hijos, y de paso a los nuestros, la necesidad que todos tenemos de que esta vida que se nos regala de fruto (esa <i>«flor»</i>, que sería el arte como subcreación del hombre). Y la belleza, puesta de manifiesto a través de ese arte, es una de las vías para alcanzar ese destino grandioso que nos espera, la </span><i>via pulchritudinis</i><span>, el camino de la belleza, que nos hace florecer de acuerdo al reflejo de la imagen a la que apuntamos y que finalmente debemos alcanzar. Florenski lo hace, y lo hace en </span><i>«soledad»</i><span> y con el </span><i>«contacto personal con la realidad». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Todas estas cartas traslucen la idea ya expresada por Dostoievski de que <i>«la belleza salvará al mundo».</i> Y así, la belleza fue la que sostuvo a Florenski y le permitió conservar incólume su dignidad. Pero se trató de una belleza en <i>«contacto personal con la realidad»</i>, con su realidad, con esas penosas y sufrientes circunstancias (que vivieron él y su familia) de un campo de trabajo. Como se refleja en las hermosas cartas, la esperanza y la confianza en la Providencia asoman a cada instante. En esas misivas, no solo hay sentimiento y pasión, sino también un ejercicio virtuoso en pos de un ideal (Cristo mismo), en el que un esfuerzo del entendimiento y la voluntad, asistidos por la gracia, permitieron a nuestro escritor sostener en alto su dignidad. ¿Cómo?, tal y como escribe acertadamente Helena Ospina Garcés:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Primero </i>[actuó] <i>en su corazón, para no consentir sentimientos de ira frente a la injusticia sufrida, y luego en la entrega constante a su familia a través de este epistolario escrito en temperaturas heladas que le dificultaban la escritura, epistolario que además sabia estaba sujeto a entregas “censuradas” y “racionadas”. Esta belleza fue la que sostuvo a Pável en su destierro e hizo posible el efluvio de esta sabiduría a sus hijos y a la humanidad entera».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Queda por escribir la novela que relate lo que estamos presenciando y viviendo hoy. Que de testimonio de este nuevo asalto a la naturaleza del hombre, al hombre mismo, y, por lo tanto, a su dignidad. Ya no se trata de una exploración individual de lo que acabaría por llegar y finalmente llegó (<i>Un día en la vida de Iván Denísovich</i>, y, <i>Cartas de la prisión y de los campos</i>), sino de una maniobra, nunca hasta ahora conocida, que aunando los esfuerzos de lo público y lo privado, de lo estatal y lo corporativo, intenta ferozmente laminar y borrar de la faz de la tierra el concepto de hombre que hasta ahora teníamos. Una criatura, el hombre, a la que, a pesar de sus fallas, de su imperfección y de su insuficiencia, hemos venido atribuyendo ese valor incalculable que llamamos dignidad. ¿Quién escribirá esa obra? ¿Le dejarán hacerlo?</span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-73289233453167460912023-10-16T18:39:00.001+02:002023-10-17T00:44:57.506+02:00EL PODER DEL ENCANTO LITERARIO <table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhydY28pJITfaRnacgajhc4l4p1Gcn3648IgYHZF2VAqrshNiNeRZ6FwozKgf0SZBUnwJZNvD5-s-zlHGYU2zYmCpSrtMIs2CXn25byTYLgckR4oK2wYA6q54pdfPOYKZKibr24HRUIlmIYLJCWEIc_M9Pn510mrgFUiZsN4KFlgPfHxmQiO1lHdZzidq4/s1169/John%20Gannam.jpeg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1143" data-original-width="1169" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhydY28pJITfaRnacgajhc4l4p1Gcn3648IgYHZF2VAqrshNiNeRZ6FwozKgf0SZBUnwJZNvD5-s-zlHGYU2zYmCpSrtMIs2CXn25byTYLgckR4oK2wYA6q54pdfPOYKZKibr24HRUIlmIYLJCWEIc_M9Pn510mrgFUiZsN4KFlgPfHxmQiO1lHdZzidq4/s16000/John%20Gannam.jpeg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Bucaneros a la hora de dormir». Obra de John Gannam (1907 – 1965) </td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p><br /></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«¿Dónde está la realidad? En el mayor encanto que jamás hayas experimentado». </span></i></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Hugo von Hofmannsthal</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«Estamos hechos de la materia con la que se tejen los sueños, y nuestra breve vida no es más que un sueño». </span></i></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">William Shakespeare. <i>La Tempestad</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Una de las paradojas que habitan nuestro mundo de hoy es la extraña convivencia, entre el impulso por hacer que el hombre viva únicamente en su nivel emocional (lo que deriva en el vicio del sentimentalismo, del que les he hablado aquí), y renunciar a explorar y profundizar en la significación e implicaciones de esa experimentación de sentimientos tan buscada: <i>«usted solo sienta, y solo atienda a eso que siente, pero renuncie a averiguar por qué siente y qué puede significar ese sentimiento».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y uno de los campos donde esa dualidad discordante se manifiesta con más fuerza es el de la literatura. Analizamos las obras literarias hasta el más pequeño detalle, buscando las más absurdas, difusas, profusas y confusas interpretaciones, y nos olvidamos de hablar de las respuestas emocionales que la obra provoca en el lector. O, como mucho, esta respuesta se limita al básico nivel de un <i>«me ha gustado»/«no me ha gustado».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero esta materia encierra un potencial inmenso en relación a la adquisición del gusto y el amor por la lectura. Y, al menos, por esta razón, debe volver a ser rescatada del olvido. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En muchas obras literarias hay encerrada una especie de magia poética aguardando al lector. Y así, muchos de los que se acercan a la lectura de los grandes y buenos libros se implican emocionalmente en grado sumo, hasta el punto de sentir algo que podríamos calificar de <i>encantamiento</i>.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Algún crítico, especialmente agudo, ha calificado ese <i>encantamiento</i> como algo que fomenta <i>«una postura de apertura y generosidad hacia el mundo»</i>, que evitaría así <i>«hundirnos cada vez más en el vacío de un escepticismo desalentador y auto corrompido». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">¿Es esto realmente así?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pregúntense ustedes a sí mismos. Y háganlo recordando su infancia y juventud, pues, precisamente ahí es donde estos efectos emocionales son más profundos y duraderos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">¿Qué recuerdan de sus lecturas infantiles y juveniles? ¿Entusiasmo, deleite, encantamiento, deseo de emulación? ¿Proyección y acercamiento hacia lo bueno, lo bello y lo verdadero? Porque, ¿quién no ha querido ser el travieso, pero noble, Guillermo Brown, o la rebelde, aunque tierna y generosa, Ann Shirley?, ¿quién no ha deseado poseer la perspicacia del <i>sabueso </i>Holmes o la sencilla ingenuidad y alegría de Peter Pan?, y ¿quién no ha anhelado disfrutar de la sana y refrescante amistad del topo, la rata de agua, el tejón y el sapo de <i>El viento en los sauces</i>? </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y si es así, ¿por qué? </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">¿Hay algo aquí relacionado con la empatía o con la simpatía? ¿Algo relacionado con la necesidad innata en el hombre de encontrar ejemplos e imitarlos?, ¿con el impulso de buscar, de necesitar un algo más a lo que tender, que puede personificarse, que debe personificarse en un alguien, en una persona? Creo que sin duda es así. Y también creo, y sé, quién es esa Persona. Pero en tanto nos aproximamos a Ella, otras figuras humanas, que recogen reflejos, borrosos, imprecisos e imperfectos de Ella, nos ayudan. Y en la buena y gran literatura se encuentran en abundancia. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">No cabe duda de que la fascinación y el asombro que encierra esta literatura nos atrapa, y muchos caracteres y figuras que pululan entre sus páginas nos encantan, llevándonos de la mano a una identificación personal y, en cierto modo, mágica, con ellos y sus vicisitudes y tribulaciones. Y no cabe duda de ello porque, todo aquel que haya leído buena literatura lo ha experimentado. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y esto sucede por una razón; como ha escrito el famoso crítico literario francés, Charles Du Bos, <i>«toda literatura es una encarnación... en la carne viva de las palabras», ya que «la emoción creadora se encarna en la forma y ahí se da la expresión más alta y completa del artista, y así la emoción se hace carne en las palabras». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Esta encarnación literaria, concretada en la identificación con un personaje que nos hace imitarle, que nos hace desear ser como él, es poderosa, tremendamente poderosa. El sentimiento de conexión con el otro –el protagonista de la ficción–, es una forma vicaria de vivir la vida que enriquece la experiencia personal del lector y que, sin duda alguna, dado el placer y satisfacción que causa y el anhelo que colma, es uno de los factores fundamentales que hace tan atractiva la literatura de ficción.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, por eso mismo, es también, una de las herramientas más valiosas para una educación, sea esta meramente estética, sea más integral o moral. Es, de hecho, el núcleo central de toda educación poética. Paul Ricoeur sostiene que ese poder que encierra cierta literatura puede producir una <i>transfiguración</i> en el lector. De esta manera, los jóvenes lectores pueden enfrentarse a la lectura con una implicación imaginativa muy personal, de la mano de los sentimientos que experimentan al penetrar en la historia que se les cuenta. Una implicación con <i>«lo que se siente»</i> al conocer, por ejemplo, al generoso y valiente Huckelberry Finn, al ingenuo y a la vez firme Jim Hawkins, al humilde y desprendido Galahad, al feroz y noble Aragorn, o al sacrificado y pertinaz Frodo. Y que quizá, más adelante, les ayude a experimentar la inmensa grandeza humana del Quijote, la piedad de Eneas, la valiente resignación de Héctor, o la fortaleza de Antígona. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">De esta forma, la gran literatura puede afectar a la sensibilidad e inteligencia de nuestros hijos despertándolas, enriqueciéndolas e impulsándolas hacia lo bueno, bello y verdadero. Pero, del mismo modo, también pueden fomentar un cambio a peor. A veces, el arte literario puede persuadirnos –y más a los niños– para que actuemos de forma poco virtuosa, haciéndonos menos, y no más, de lo que éramos. Por esta razón debemos extremar el cuidado, poniendo en manos de los chicos literatura de la buena, sin descuidar su lado moral e ideológico.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Ahora bien, esto no es todo lo que guarda en su interior ese fascinante <i>encantamiento</i>. Otro aspecto fundamental del mismo, es cómo, a su través, la literatura es capaz de reflejar de forma significativa acontecimientos de la vida real similares a los que el propio lector ha vivido previamente, y como posibilita que este pueda entrelazar estos últimos con los ficticiamente descritos por el autor, en lo que se revela como una personal, propia e intransferible lectura de la obra. Tal vez por eso las tramas y los personajes de la gran literatura clásica perduran en el tiempo, ya que logran tocar de manera lúcida y universal temas profundos que fluyen a través de la vida de la mayoría de la gente. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero esto, no es en absoluto fácil. Ahí es donde se revela el genio del escritor, y esto nos da otra razón para no leer cualquier cosa, y discernir y elegir finalmente lo mejor. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por ello, experimentar a través de la lectura ese <i>encantamiento</i> superlativo y transformador, no es algo muy común. No todos los libros pueden darnos eso. El lugar al que acudir en su busca se encuentra entre las páginas de los mejores, de los grandes y buenos libros de los que les he hablado, donde las palabras se cargan del mayor y más profundo significado, y donde las mejores de entre ellas se encadenan, unas a otras, en el mejor de los órdenes posibles. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y, por si fuera poco, además, existe la posibilidad de que esta buena y gran literatura ayude a nuestros hijos a llegar más lejos todavía, a acercarlos, en lo posible, a la verdadera realidad. Y es que, en la creación y la experiencia del arte se produce algún tipo de encuentro con la trascendencia. Pero, ¿qué es este <i>«ir más allá»</i>? ¿Hacia dónde apuntan las artes?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">C. S. Lewis decía que la literatura puede enseñarnos, no solo a plantearnos una visión diferente del mundo, o a preguntarnos sobre la condición humana, lo que es importante, sino también –y esto es más importante aún– a pensar en la existencia de un mundo paralelo e invisible a nuestra material cotidianeidad, a hacernos más fácil aceptarlo, y a <i>«imaginar con más precisión, con más riqueza, con más atención»</i> como será ese mundo desconocido, con el que no resulta para nosotros posible contactar o que no podemos, al menos por el momento, experimentar. Por tanto, nos ayuda a entrever con trascendencia más allá de nuestra existencia cotidiana y material. Y, por último, nos muestra, de igual manera, a través del acto subcreador del artista y de la imaginación que lo posibilita, que el mundo no solo fue hecho de la nada, sino que es innecesario, que esa creación es libre y contingente, que podría no haber sido o sido otra cosa, pero que es lo que es ––y con ella somos nosotros––, porque Quien la ha creado <i>ex nihilo,</i> así lo quiere, como manifestación del esplendor de su gloria. Es decir, que no estamos en un mundo de azar, sino en un mundo que tiene una razón de ser; y, por tanto, debemos la existencia a un Dador, a un Creador.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, aun hay más, sí, ¡más todavía! Porque el arte –y la gran y buena literatura lo es en grado superlativo–, nos llama igualmente a un orden, a una rectitud, a una armonía, y demanda en nosotros una inocencia y un anhelo de justicia, que están, todos ellos, más allá de lo que podemos experimentar en nuestro pequeño mundo material, a pesar de su maravilla y belleza. La experiencia artística, en su mensaje y en la simbolización emocional y bella de sus formas, causa en nosotros anhelos trascendentes de un lugar en el que, para siempre jamás, todas las cosas sean bellas, buenas y verdaderas, y que bien sabemos no se encuentra aquí. Hace, por tanto, nacer en nosotros una nostalgia, una morriña infinita por volver al hogar. Como bien expresó el cardenal Newman:</span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«Creen que añoran el pasado, pero en realidad su añoranza tiene que ver con el futuro».</span></i></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y esto no nos deja ya indiferentes. Nos marca, nos aturde y nos anonada. Como George Steiner, un hombre en absoluto religioso, escribió una vez, el impacto en nosotros del arte verdadero es:</span></p><p style="text-align: justify;"><i><span style="font-size: x-large;">«Una Anunciación de “una terrible belleza” o gravedad irrumpiendo en la pequeña casa de nuestro ser cauteloso. (…) Si hemos oído bien el batir de alas y la provocación de esa visita, la casa ya no es habitable del mismo modo que antes».</span></i></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Todo ello es sin duda extraordinario, y puede ayudarnos a una mejor comprensión del mundo y su misterio, aunque sea a través de las humildes y falibles palabras humanas. La comparación que hace Steiner de la experiencia estética con la Anunciación plantea la pregunta: ¿Pueden las artes ponernos en contacto con Dios? Probablemente no, al menos, no por nuestra propia iniciativa; pero lo que quizá puedan hacer es brindarnos ayuda para prepararnos para ello. Pues, como escribe el académico Glenn Arbery: </span></p><p style="text-align: justify;"><i><span style="font-size: x-large;">«Sin ser específicamente religiosa en sí misma, [la literatura] puede dar una experiencia de 'una gloria común', que insinúa algo que, de otro modo, sería indecible, acerca de la naturaleza del Verbo a través del cual se hacen todas las cosas».</span></i></p><div style="text-align: justify;"><br /></div>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-30934481026657342762023-10-09T23:33:00.001+02:002023-10-10T11:31:47.429+02:00DE LA RIMA AL ÁLBUM ILUSTRADO<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjK5eGnl4jgm3JnwdGWPqolJBRibCttL-oo3wcvuONbojI4vx7bw6XVGWhZUPrYF4csNBcykmklc5Y_PuCkmk_tyGZniTZVV_iHXKSmVi3nYocjmxbS7yW2R4A5OICPzczrUJ0O6mxXv9XQyDTq1Egi17I7jAjD0TnglTR9yyubyRC5YWhGD66VQdNKSIg/s1024/Eugenio%20Zampighi%20-%20The%20Picture%20Book%20%20-%20(MeisterDrucke-212318).jpeg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="742" data-original-width="1024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjK5eGnl4jgm3JnwdGWPqolJBRibCttL-oo3wcvuONbojI4vx7bw6XVGWhZUPrYF4csNBcykmklc5Y_PuCkmk_tyGZniTZVV_iHXKSmVi3nYocjmxbS7yW2R4A5OICPzczrUJ0O6mxXv9XQyDTq1Egi17I7jAjD0TnglTR9yyubyRC5YWhGD66VQdNKSIg/s16000/Eugenio%20Zampighi%20-%20The%20Picture%20Book%20%20-%20(MeisterDrucke-212318).jpeg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«El libro ilustrado». Obra de Eugenio Zampighi (1859-1944)</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«El límite de mi lenguaje es el límite de mi mundo».</i> </span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Ludwig Wittgenstein</span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La función fundamental del lenguaje es la comunicación. Y esta, para ser eficaz, requiere de coherencia y estabilidad en la relación base de todo lenguaje: la adecuación de la palabra a la cosa, idea o acción que nombra. Así, el lenguaje es el instrumento para transmitir a los otros la propia visión o concepción de la realidad, y, por lo tanto, de la verdad del mundo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Todo ello tiene implicaciones, además de prácticas, metafísicas, ontológicas y morales. Porque, si las palabras son, como pensamos, signos que representan conceptos, que, a su vez, son representaciones mentales de los objetos del mundo, deberá haber una correspondencia entre las cosas o sucesos, entre los conceptos y las palabras; lo contrario conduciría a una disonancia cognitiva de consecuencias fatales para las relaciones humanas y para el hombre; la historia de Babel está ahí para ilustrarlo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Tras todo ello, late una cuestión crucial: el tema de la verdad. Como sostuvo Aquino, la verdad es un aspecto fundamental en el habla y está estrechamente ligada a la capacidad humana de conocer y entender el mundo tal y como es, ya que supone una correspondencia entre la mente y la realidad. Por ello, estar en la verdad, conocer la verdad, es una condición necesaria para la validez del lenguaje. Para el Aquinate, el lenguaje solo es válido cuando representa con precisión al mundo, y esto requiere una conexión correcta entre el pensamiento y la cosa que este conoce.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y el momento donde esto se apuntala, donde se adquiere y se interioriza esa íntima relación, es la primera infancia. Luego vendrá una extensión cuantitativa de las cosas del mundo y de las palabras que las nombran, una ampliación del vocabulario, pero toda nueva palabra aprendida responderá a ese esquema y a la confianza que ofrece: la correspondencia entre la forma y el fondo, el nombre y el objeto que nomina.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y educar es, básicamente, enseñar a nombrar de manera adecuada. Este lenguaje se transmite de padres a hijos, se hereda, y se enriquece en cada generación, pero aquello que se recibe no debe ser cuestionado a la ligera. Cuando alguien cuestiona un nombre genera caos en el frágil orden de la realidad concreta, por esta razón se ha convenido en llamar a ciertas palabras verdades, porque son afirmaciones incuestionables. Y por ello, hoy, con aviesa intención, se trata de que esto no sea así.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">George Orwell, escribió lo siguiente, en su ensayo <i>La política y el idioma inglés </i>(y más tarde lo plasmó más crudamente en su novela, <i>1984</i>):</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«En nuestra era (…) todos los problemas son políticos, y la política en sí misma es una masa de mentiras, evasiones, locura, odio y esquizofrenia. Cuando el ambiente general es malo, el lenguaje debe sufrir. (…) Pero si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Sin embargo, no crean que se trata de algo novedoso, o que su descubrimiento se lo debamos al cercano Orwell y la neolengua de su <i>1984</i>. En su día, Platón hizo causa de un combate contra esta corrupción de la palabra, personificada en las personas de los sofistas (reflejado, por ejemplo, en su diálogo <i>Gorgias</i>), quienes se había apoderado del espacio público y privado de su Atenas natal. Con los sofistas la palabra se transforma en un instrumento de poder, como dice Josef Pieper. El sofista es el fabricante de una ficción. Pero, lo perverso de su conducta es que trata de hacer pasar esa ficción por realidad. Y así, manipula y engaña, siendo su instrumento de engaño y corrupción la palabra. Una muestra de ese abuso del lenguaje con fines de dominio y poder lo relata, más o menos en el mismo tiempo, Tucídides, en su <i>Historia de la Guerra del Peloponeso</i>, donde escribía hace 2.500 años:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span><i>«</i></span><i>Cambiaron incluso, para justificarse, el ordinario valor de las palabras. La "audacia irreflexiva" fue considerada "valiente adhesión" al partido, la "vacilación prudente", "cobardía" disfrazada, la "moderación", una manera de disimular la "falta de hombría", y la "inteligencia" para todas las cosas, "pereza" para todas. Por el contrario, la "violencia insensata" fue tomada por algo necesario a un hombre, y el </i><i>tomar precauciones contra los planes del enemigo, un bonito pretexto para zafarse del peligro. Los "exaltados" eran siempre considerados "leales", y los que les hacían objeciones, "sospechosos".</i> (...). <i>La causa de todo esto fue el deseo de poder y de honores.</i> (...). <i>Cosas que suceden y sucederán siempre mientras sea la misma la naturaleza humana».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Así que habrá que prestarle atención a este asunto.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y el primer lugar donde deben cuidarse estas cosas es en la familia. En su seno se ha de enseñar a los niños los nombres correctos de las cosas, personas y emociones. Más tarde, y como refuerzo, la escuela deberá afianzar lo hecho en casa.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Uno de los primeros instrumentos mediante los cuales se inicia al niño en esta primera educación son los libros; y un tipo donde especialmente se trata de esta correcta adecuación entre la palabra y la cosa son los denominados álbumes ilustrados.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Voy a hablarles de tres ejemplos, el primero y el último separados entre sí por 66 años.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">LA CASITA, de Virginia Lee Burton (1942)</span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhpoL2tQVntYf0pf1XHmul57N30E9oILNslRuPzIe8OUHbiWKs7KX28mcMdnBvjRKMOPdHAXZ1HLtSa8blL2EJcKn8HrHcw0Jqw3YTSaeAZx6vSmsCYDRyYgDNXeFyFrJGcBJpwE_60oPyR6dcujXJWVH2BPBQiBM8_iAtNNlm46FThizXiPfm5hHBDB9k/s800/51JuLaQP3XL.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><span style="font-size: x-large;"><img border="0" data-original-height="621" data-original-width="800" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhpoL2tQVntYf0pf1XHmul57N30E9oILNslRuPzIe8OUHbiWKs7KX28mcMdnBvjRKMOPdHAXZ1HLtSa8blL2EJcKn8HrHcw0Jqw3YTSaeAZx6vSmsCYDRyYgDNXeFyFrJGcBJpwE_60oPyR6dcujXJWVH2BPBQiBM8_iAtNNlm46FThizXiPfm5hHBDB9k/s16000/51JuLaQP3XL.jpg" /></span></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Portada del libro.</span></td></tr></tbody></table><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Alrededor de una pequeña casa de campo (que se humaniza como principal protagonista del relato), sólidamente construida, va pasando el tiempo; y con él todo aquello que la rodea: pasan las estaciones, se aran los campos, se construyen caminos y luego carreteras, y a su alrededor surge una aldea, que pronto se convierte en un pueblo, y más adelante en una pequeña ciudad que comienza a crecer desmesuradamente: se levantan casas y edificios más altos que terminan rodeándola empiezan a pasar tranvías por delante y luego el metro por debajo y más tarde un tren en un paso elevado justo por encima… Frente a estos cambios, la casita va empequeñeciendo, no solo físicamente, sino también espiritualmente, y el desconcierto, la tristeza y la soledad se apoderan de ella: Sin embargo, gracias a su recia naturaleza y sus firmes cimientos, la casita resiste todos los asaltos, hasta que la tataranieta del hombre que la construyó decide trasladarla de nuevo al campo, y allí la vemos renacer, en un nuevo florecimiento.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El relato, no solo es la historia a través del tiempo de una casa. Si no que, como a escondidas, encierra un mensaje de mayor calado. No solo enseña a los niños el contraste entre el sosiego de la casa del campo y el trajín casi inhumano de la gran ciudad, que también, sino que, aún más profundamente, nos muestra que hay cosas duraderas, que, si están bien asentadas, con sólidos cimientos, pueden resistir los embates del tiempo y los cambios físicos o espirituales. Y también nos recuerda que, si uno se esfuerza, aún hoy, aún ahora, puede rescatar del olvido aquellas cosas valiosas que es preciso rescatar, como en este caso, la casita construida por el tatarabuelo de la protagonista secundaria (la principal, es la propia casita). La característica simplicidad expresiva de Wise Brown se muestra en este pequeño álbum, que ganó en el año 1942 el más prestigioso premio para los libros ilustrados, la medalla Caldecott. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Editada por Sitesa, 1994; y en una más nueva edición por Lata de Sal, 2022.</span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><span style="font-size: x-large;">LOS LIBROS DE RICHARD SCARRY</span><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_JE63Q-wmx-W4PQOkHRxYTN10HdSAJGque2ZxSmgkEOJ2prjSZcTSyn5DEV4LqWfx1NiFSTUxebLjivXfCBkYbfc4tsoJazFLcBdD3iZ29UrTZzLSzUtu0EjbkA6UonGrAgLooICZDwcOQ-WwOhY1-c9WfeOxt0yKAHgwoecRtx-dBssx_232AeUdGQ4/s1375/812cOHETg9L.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><span style="font-size: x-large;"><img border="0" data-original-height="1375" data-original-width="1200" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_JE63Q-wmx-W4PQOkHRxYTN10HdSAJGque2ZxSmgkEOJ2prjSZcTSyn5DEV4LqWfx1NiFSTUxebLjivXfCBkYbfc4tsoJazFLcBdD3iZ29UrTZzLSzUtu0EjbkA6UonGrAgLooICZDwcOQ-WwOhY1-c9WfeOxt0yKAHgwoecRtx-dBssx_232AeUdGQ4/s16000/812cOHETg9L.jpg" /></span></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Uno de sus títulos más famosos.</span></td></tr></tbody></table><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Todos sus libros responden a un mismo esquema: sus personajes son siempre animales antropomórficos que desempeñan, con afán y dinamismo, las más variadas actividades en los más variopintos lugares y escenarios, aunque la mayoría de las veces el lugar es la ficticia ciudad de Busytown (Ciudad Laboriosa). El mérito de Scarry es que sus protagonistas, sin dejar de ser cerdos, gatos, perros, conejos, ratones (incluso búhos, castores, mapaches, hienas y cocodrilos), consiguen parecer humanos. Y es que, aunque se trata de caricaturas, no por ello dejan de ser reconocibles en ellas rasgos humanoides, ya que el trazo de Scarry combina con destreza el realismo de sus características naturales, con la fantasía y la imaginación.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">A los niños pequeños les fascinan las muchas y diferentes tareas en las que esos incansables y diligentes animalitos se afanan cada día, y las ilustraciones de Scarry, llenas de detalles, harán que los pequeños lectores pasen horas y horas estudiando con atención las páginas de estos libros. Se trata de obras hechas al modo de los diccionarios visuales (de los que el autor reconoce, tomó inspiración), lo que garantizan que, con cada lectura, los niños acrecienten su vocabulario, identifiquen objetos, familiares o novedosos, y descubran una gran multitud de cosas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El autor siempre intenta presentar información compleja de manera divertida y desenfadada como si se tratase de <i>«un hombre divertido, disfrazado de educador».</i> Y todos sus libros parecen abordar la pregunta de Ramazzini: <i>«¿Qué hace la gente todo el día?»</i> Porque, lo cierto es que, como sus hijos descubrirán, su mundo, es un mundo muy, muy ajetreado y lleno de diversión y de entretenimiento.</span></div></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En España muchos de sus títulos fueron adaptados y publicados por Editorial Molino, Plaza y Janés y Bruguera y, más recientemente, por Duomo ediciones y Luna Rising, esta última en edición bilingüe.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><p><span style="font-size: x-large;">LA OLA, de Suzy Lee (2008).</span></p><p><span style="font-size: x-large;"></span></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiEjpKRw4onmL1-HUokEg6z13RrUkv8EkT-QO7GXnVg_XrY_oLx2dDG8FfWpzg22hOZJLjZUzmDx7IJ8w6DUnLu9ewlJOznHixsvrbzQjxKmsrNBj33plVjjdF2pSMhS8dxXXPygQ9FTl7F8MXm3bA10rqhaHQNHi0HH2xJIXs2wwzyAnWuiy5c2XjYtgU/s2389/zz%3Cz%3Czz%3Cz%3C%3C%3C%3C.jpeg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><span style="font-size: x-large;"><img border="0" data-original-height="1401" data-original-width="2389" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiEjpKRw4onmL1-HUokEg6z13RrUkv8EkT-QO7GXnVg_XrY_oLx2dDG8FfWpzg22hOZJLjZUzmDx7IJ8w6DUnLu9ewlJOznHixsvrbzQjxKmsrNBj33plVjjdF2pSMhS8dxXXPygQ9FTl7F8MXm3bA10rqhaHQNHi0HH2xJIXs2wwzyAnWuiy5c2XjYtgU/s16000/zz%3Cz%3Czz%3Cz%3C%3C%3C%3C.jpeg" /></span></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">La portada del libro.</span></td></tr></tbody></table><p><span style="font-size: x-large;">Este es, sin duda, un álbum ilustrado, pero tiene la peculiaridad de que no hay ni una sola palabra escrita en él. No obstante, todo un torrente de palabras se asoman a la punta de la lengua, apenas uno se adentra en sus páginas.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">El carácter híbrido del álbum ilustrado típico decae aquí, y la imagen (que, en todo caso, es siempre el elemento dominante) se apodera totalmente de la historia que se quiere contar. Esta es de una enorme simpleza: los juegos con las olas de una niña en un día de playa (de ahí el título). Se trata de juegos intemporales con los que, cualquier niño de cualquier tiempo, podría disfrutar. Las ilustraciones son simples, pero hermosas, bastando dos tonos de acuarela para crear la atmosfera que el relato precisa.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">Pero, el álbum contiene algo más, algo que se intuye al comienzo y se confirma en la última de sus páginas, donde se ve, por primera vez, a la madre, alejándose, junto con la niña, de la playa. Y es que el arrojo que muestra la pequeña protagonista, al enfrentar la imponente fuerza y el extraordinario y misterioso movimiento de las olas, solo puede explicarse por la invisible, pero cierta, presencia de la madre, puesta de manifiesto, únicamente, al final de la historia; una presencia que, paradójicamente, la pequeña no percibe como coercitiva o limitadora, sino, más bien, como una garantía de su libertad y su seguridad.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">Editado por Bárbara Fiore.</span></p></div>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-45856743519971770102023-10-03T11:42:00.001+02:002023-10-03T11:42:31.594+02:00DE LA NANA A LA RIMA<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjLVCNN2HWFuFL2eHfjzW-kWzf7bGjshs_erAAXz4kyJuDSMn6TArJkx12PyBe01TuLbjKL56hQ5PFuuAF1b3Zp0AsvbDVdRxRiJAR_qD9c2MQ5WYDYykmfv4A_n9-393pqNfB1kemJ2h2YsvS36iKGknHpidcL_BZZuxz5mFN9q6sUiZuBDpRNyXVPCSk/s1000/Nin%CC%83os%20en%20corro.%20.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="750" data-original-width="1000" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjLVCNN2HWFuFL2eHfjzW-kWzf7bGjshs_erAAXz4kyJuDSMn6TArJkx12PyBe01TuLbjKL56hQ5PFuuAF1b3Zp0AsvbDVdRxRiJAR_qD9c2MQ5WYDYykmfv4A_n9-393pqNfB1kemJ2h2YsvS36iKGknHpidcL_BZZuxz5mFN9q6sUiZuBDpRNyXVPCSk/s16000/Nin%CC%83os%20en%20corro.%20.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Niños en corro». Obra de Jessie Willcox Smith (1863-1935).</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p style="text-align: center;"><br /></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Enseñaría a los niños, música, física y filosofía; pero lo más importante es la música, porque los patrones de la música son las claves para el aprendizaje».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Platón</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Junto a la Palabra de Dios, la música es el mayor tesoro del mundo. Controla nuestros pensamientos, mentes, corazones y espíritus».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">San Agustín </span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Quizá no lo hayan notado. No, seguramente, no. El ritmo febril y agitado de nuestras existencias, que nos atonta la atención y embota nuestros sentidos, se lo habrá impedido. Pero antes, hace no mucho, era común escuchar en las calles, no solo las risas y el ruido provocado por los niños, sino también sus canciones. Tristemente, hoy no es así. La vida cotidiana de los niños, con sus juegos en las rúas y en los parques, ha quedado en suspenso, enmudecida. Los dibujos con tiza sobre las aceras han sido borrados, y las cuerdas, las tabas y las fichas yacen por los suelos, desperdigadas y en desorden. Ya no se escuchan los sones y cantos infantiles, acompañados siempre de risas y bullicio. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y eso que se trataba de algo natural y espontáneo; era un asunto propio de los niños. La mayoría de las rimas, juegos y canciones han pasado de niño a niño durante generaciones, con muy poca ayuda de los adultos. Cierto es que, en el hogar, se reforzaba esta enseñanza: se les cantaban y recitaban a los niños, una y otra vez, esas retahílas, sones y sonsonetes. Sin embargo, hoy ya no se entonan en las casas tales melodías, y siendo esto así, ¿a quién puede extrañar que no se escuchen en los parques o en las calles? </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">No hay duda de que hay algo de sentimental en esta pérdida; todos, cuando nos apercibimos de ello, echamos de menos, con aires de nostalgia, esa espontánea alegría infantil. Sin embargo, también intuimos que puede haber aquí un problema más profundo, que no acertamos a ver con claridad, pero que nos inquieta. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y es que no podemos olvidar que la relación entre la música y la educación es tan antigua como el hombre mismo; y que, si esta trabazón falta, algo falta en el hombre. Un halo misterioso envuelve esta relación, y solo los efectos prácticos de la misma (que llegan a nosotros a través de la tradición) nos revelan algo de ese misterio. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Quizá si nos remontamos a los antiguos filósofos podamos aclarar algo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Tanto en <i>La República</i> y <i>Las Leyes</i>, como en el libro VIII de la <i>Política</i>, Platón y Aristóteles, respectivamente, nos hablan de la importancia crucial de la música en la educación del alma. </span>Este principio educativo deriva con toda probabilidad de la idea de origen pitagórico de que existe una conexión misteriosa entre el mundo de los sonidos y el alma humana. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Según los filósofos clásicos, la música es capaz de imitar las actitudes y cualidades morales; y lo hace por medio de ritmos y armonías. Estos poseerían la propiedad de impulsar a imitar o lograr inferir en el que escucha, disposiciones éticas, ya sean estas virtuosas o viciosas. Por eso la elección de qué música escuchen los educandos no sería indiferente. Y por eso, </span>esta particular <i>paideia</i> no se llevaría a cabo por medio de cualquier tipo de música. Estaríamos hablando de un estilo de música muy determinado: uno cuyos ritmos y armonías habrán de poseer una cualidad mimética que llevará al niño y al joven hacia la verdad, la belleza y la bondad. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Esta habituación de la que hablan Platón y Aristóteles se lograría con el canto y recitación de rimas y canciones, donde confluye lo poético y lo prosaico, uniéndose así el disfrute, el juego y el asombro con el aprendizaje. </span></p><p style="text-align: justify;"><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZ_Uu4i-v_5sgJD3Fq7L8wR1EupBaK3PCf7awoyPYcKc0WO3DnHvXfgfOXqsv8Q8bRkYs-yoo5VWwe6N06dljG2GpU_vmJCBbP0bjBRKSBtMniytw8JAppRkmTQgj8jjCDupFXjUlg2mmX3ATF0vCP8AFToZwpTYsN67pb5Eo7X3FRvqAfZjdvYDyhyphenhyphenOQ/s1453/Captura%20de%20pantalla%202023-10-03%20a%20las%2010.58.32.png" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><span style="font-size: x-large;"><img border="0" data-original-height="1453" data-original-width="1145" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZ_Uu4i-v_5sgJD3Fq7L8wR1EupBaK3PCf7awoyPYcKc0WO3DnHvXfgfOXqsv8Q8bRkYs-yoo5VWwe6N06dljG2GpU_vmJCBbP0bjBRKSBtMniytw8JAppRkmTQgj8jjCDupFXjUlg2mmX3ATF0vCP8AFToZwpTYsN67pb5Eo7X3FRvqAfZjdvYDyhyphenhyphenOQ/s16000/Captura%20de%20pantalla%202023-10-03%20a%20las%2010.58.32.png" /></span></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Ilustración de Mercedes Llimona (1914-1997), para el libro, «Juegos y canciones».</span></td></tr></tbody></table></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y toda esta educación comenzaría con la llegada al mundo, no en vano el primer lenguaje del bebé es musical. Los recién nacidos no entienden de significados. Por el momento, su universo es más sensorial que intelectivo. Y la canción de cuna une para ellos ambos mundos. Porque, en las nanas la melodía y el ritmo se aúnan a la palabra. Y la palabra, aunque sea en minúsculas, supone siempre una encarnación. Da cuerpo a lo que antes había sido invisible e inaudible; y no solo con su aspecto semántico —todavía incomprensible para el bebé— sino también con el fonético y musical. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Las canciones de cuna tarareadas en voz baja al oído del niño, más que enseñarle algo, le aportan calma y seguridad frente al orden caótico del mundo en el que el pequeño ha irrumpido de repente. Son impresiones del corazón que empiezan con el mismo nacimiento, e incluso antes, en el seno materno. Y a través de esas canciones —como primer lenguaje que reconoce el bebé—, además de amor, sosiego y protección, podremos también empezar a comunicarle la verdad, la bondad y la belleza que alumbra al mundo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y de este lenguaje musical y poético propio de los niños hay en abundancia en nuestras nanas y rimas tradicionales. Dice la estudiosa de la literatura infantil, Carmen Bravo-Villasante, sobre la tendencia natural de los infantes a esa forma de comunicación poética:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Ya desde muy pequeños, (…). Para el juego de prendas, para tirarse al agua, para saltar a pídola, para saltar los escalones, para pedir la lluvia, para columpiarse, para ocupar una silla, hasta para curar una herida, el niño recita y canta.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>Los actos más vulgares y cotidianos se embellecen y se hacen originales mediante la poesía y la música, lo que nos demuestra que en el niño hay una predisposición innata para el verso y el canto». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La filósofa María Zambrano nos aclara el porqué de todo ello, apuntando al corazón: </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Aunque no preste atención el hombre al incesante sonar de su corazón, va por él sostenido en alto (...). Y así, los pasos del hombre sobre la tierra parecen ser la huella del sonido de su corazón que le manda marchar (...) [El corazón] está a punto de romper a hablar, de que su reiterado sonido se articule en esos instantes en que casi se detiene para cobrar aliento. Lo nuevo que en el hombre habita [es] la palabra».</i> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Este impulso del corazón a la palabra, es la poesía, que tiene mucho de canto, de ritmo y de armonía; de música, en suma. Y es esa música, en semilla, en germen, lo que contienen las nanas, las canciones y rimas infantiles. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como ejemplo de ello no voy a hablarles, ni de las colecciones de folclore infantil popular compiladas por Antonio Machado Álvarez dentro de la magna obra, <i>Biblioteca de Tradiciones Españolas</i>, ni del <i>Cancionero infantil español</i>, recopilado por el padre Sixto Córdova. Pero sí de dos autoras conocidas en esta web, Carmen Bravo-Villasante, y Elena Fortún.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">De Bravo-Villasante les traigo de uno de sus mejores libros recopilatorios: <i>Una, Dola, Tela, Catola: El Libro del Folklore Infantil</i> (Miñón, 1976).</span></p><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiF6iNiQ3XwZKbjVgNhgc1uc88B_10QYnubDvgrK9egvq68YE3spVZ0N0dgz4DTgyK_9SFVLNBqqiuoOPHow07moVbs8Lhc3Ydcmel5WJnUD_nJjJTcWllJqHa9dzB9QD6rNpJiJjb_bcNpa4oxFzZAv8U-VL0biQAg7K8MyjVweUZfqlRQN3HOz3T7yVg/s1940/390151614%20(1).jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><span style="font-size: x-large;"><img border="0" data-original-height="1940" data-original-width="1356" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiF6iNiQ3XwZKbjVgNhgc1uc88B_10QYnubDvgrK9egvq68YE3spVZ0N0dgz4DTgyK_9SFVLNBqqiuoOPHow07moVbs8Lhc3Ydcmel5WJnUD_nJjJTcWllJqHa9dzB9QD6rNpJiJjb_bcNpa4oxFzZAv8U-VL0biQAg7K8MyjVweUZfqlRQN3HOz3T7yVg/s16000/390151614%20(1).jpg" /></span></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Portada del libro.</span></td></tr></tbody></table><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><div><span style="font-size: x-large;">Como dice la autora y compiladora, Bravo-Villasante:</span></div><div><span style="font-size: x-large;"> </span></div><div><span style="font-size: x-large;"><i>«Desde la infancia, los niños utilizan diariamente el folklore infantil: para contar los dedos de la mano, para andar, para balancearse, para poner la mesa, para sentarse, para comer, etcétera». </i></span></div><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div><span style="font-size: x-large;">El libro contiene también numerosas canciones de corro y de comba en una gran variedad, al igual que adivinanzas, trabalenguas, villancicos, nanas y oraciones, todas ellas organizadas en distintos apartados. </span></div><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhhBB7vhjT0suvppZTQ79H6FBTkrXWmNc0cSQ0MsjCwSNsTh6cpH8pKt0SVdP6o9n9mivetE4GSCMVfmimzNfFCdiHnIUP3hp29HAuCOyqxTDWuZlfdr6bxWmBOeHsUBIgtjVz3VhuAO0N0g_VlHuuRL4V6ECzZf0Eb_B0_s9a9DPEy9q2dSVrh9Rw-950/s2240/718raD4DEiL._SL1120_%20(1).jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><span style="font-size: x-large;"><img border="0" data-original-height="2240" data-original-width="1600" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhhBB7vhjT0suvppZTQ79H6FBTkrXWmNc0cSQ0MsjCwSNsTh6cpH8pKt0SVdP6o9n9mivetE4GSCMVfmimzNfFCdiHnIUP3hp29HAuCOyqxTDWuZlfdr6bxWmBOeHsUBIgtjVz3VhuAO0N0g_VlHuuRL4V6ECzZf0Eb_B0_s9a9DPEy9q2dSVrh9Rw-950/s16000/718raD4DEiL._SL1120_%20(1).jpg" /></span></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Portada del libro.</span></td></tr></tbody></table></div><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div><span style="font-size: x-large;">El otro libro del que quiero hablarles es <i>Canciones infantiles</i>, escrito por Elena Fortún en el año 1934, con la colaboración de la pianista y compositora María Rodrigo, en el que ambas recogen muchas de las canciones de corro y los romances que solían cantar los niños españoles de la primera mitad del siglo pasado: <i>«Quisiera ser tan alta como la luna»</i>, <i>«El barquero»</i>, <i>«Mambrú se fue a la guerra», </i>y muchas otras. El libro está, además, preciosamente ilustrado por Gori Muñoz, cuyas láminas están reproducidas en todo su esplendor y conservando la maquetación y tipografía de la época, en esta nueva edición de la editorial Renacimiento, que reproduce en facsímil el libro original. </span></div><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div><span style="font-size: x-large;">En el fondo de cada una de las canciones, sones o rimas contenidas en estos dos preciosos libros encontramos el antedicho principio mimético proclamado por los clásicos, que enseña que la música es la más imitativa de todas las artes y que tiene el extraordinario poder de moldear nuestros afectos.</span></div><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div><span style="font-size: x-large;">Así que, les animo a que se sumerjan en compañía de sus hijos en estos dos, pequeños, pero bien surtidos volúmenes. Al hacerlo, rescatarán del olvido las poéticas y divertidas melodías de ese riquísimo folklore infantil nuestro, y, a un tiempo, se acercarán, más y mejor, a sus corazones infantiles, pues se encontrarán, de repente, hablando el mismo idioma de sus pequeños, él, tan olvidado hoy, lenguaje poético. De esta manera, juntos, compartiendo un espíritu inocente, podrán entonar estas canciones y rimas, como una lúdica celebración de la vida y una llamada para abrazar la alegría y la belleza de la existencia, y como un recordatorio de que a veces las cosas más valiosas de la vida son las más simples.</span></div><div><span style="font-size: x-large;"><br />P.D. Otros libros apreciables son los dos volúmenes editados por Hymsa, titulados <i>Juegos y canciones</i> y <i>Otros juegos y canciones</i>, preciosamente ilustrados por la siempre magnífica Mercedes Llimona, esta vez con un ligero toque a Kate Greenaway.</span></div><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div><span style="font-size: x-large;">Entradas relacionadas:</span></div><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div><span style="font-size: x-large;"><a href="https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2017/01/primeras-rimas-y-canciones.html">PRIMERAS RIMAS Y CANCIONES</a></span></div><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div><span style="font-size: x-large;"><a href="https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2020/01/y-que-hay-de-los-bebes.html">¿Y... QUÉ HAY DE LOS BEBÉS?</a></span></div><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div></div>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-7617021280856103332023-09-26T10:12:00.002+02:002023-09-26T10:12:24.270+02:00EDUCAR EN LA FEMINIDAD (VII). DEL MATRIMONIO Y SUS DIFICULTADES. LOS CONTRAEJEMPLOS: TOLSTOI, FLAUBERT Y CLARÍN<p></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh-GiEKXWa_fQLbDodUw3W5KjNUKai3MaP5uVYYPBvrATiVWtn4I-2WervsrKkl1QkgmKvDcg1oCmFVvs0KlB5l1R-OtQje_Zs2GLCZZzHQwIqpVRHhrI7cDz2tj8W-ANOhEUFRyLaFfhYZNzLHFf9JhUHqbre4ZO_v2nIwpIgmM3zyoFvLh7z92l4fjmc/s2559/2560px-Nordisk_sommarkva%CC%88ll_(1889-1900),_ma%CC%8Alning_av_Richard_Bergh.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1954" data-original-width="2559" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh-GiEKXWa_fQLbDodUw3W5KjNUKai3MaP5uVYYPBvrATiVWtn4I-2WervsrKkl1QkgmKvDcg1oCmFVvs0KlB5l1R-OtQje_Zs2GLCZZzHQwIqpVRHhrI7cDz2tj8W-ANOhEUFRyLaFfhYZNzLHFf9JhUHqbre4ZO_v2nIwpIgmM3zyoFvLh7z92l4fjmc/s16000/2560px-Nordisk_sommarkva%CC%88ll_(1889-1900),_ma%CC%8Alning_av_Richard_Bergh.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Atardecer nórdico de verano». Sven Richard Bergh (1858-1919).</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«El amor de marido y mujer es la fuerza que une a la sociedad. Los hombres tomarán las armas e incluso sacrificarán sus vidas por este amor… Sin embargo, cuando es de otro modo, todo se vuelve confuso y desordenado».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">San Juan Crisóstomo.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i><br /></i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«El mal, no es un problema a resolver, sino un misterio a soportar». </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Flannery O'Connor.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i><br /></i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«El hombre no estará siempre en estado de inocencia; llegará a pecar y su literatura será expresión de su pecado, ya sea pagano o cristiano».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Cardenal John Henry Newman.</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i><br /></i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i><br /></i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Intuimos –y abiertamente deseamos– que los libros que lean nuestros hijos sean un compendio de virtudes. Así, pensamos, se les mostrará claramente el bien, y así, aprenderán de la mejor y menos peligrosa de las maneras a ser buenos hombres. Pero, lo cierto es que esta, mitad intuición, mitad deseo, no es del todo cierta. Porque, tampoco está mal leer cosas no edificantes, siempre que estas lecturas estén debidamente presentadas como contraejemplos. Esto es así ya que, nuestros débiles intelectos tienden a apreciar las cosas más en contraste con sus opuestos, y, sobre todo, porque el mal únicamente se puede llegar a entender de modo indirecto, en confrontación con el bien, puesto que no tiene existencia por sí mismo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por otro lado, en el puro orden natural no nos encontraremos con la verdadera pureza, con la auténtica y plena bondad. En este mundo, hasta que llegue la hora, hasta que <i>«llegue el tiempo de la cosecha»</i>, se encontrarán mezclados el trigo y la cizaña. Y la buena y la gran literatura puede ser un medio ideal para esta enseñanza. El cardenal Newman, en el discurso, <i>Cristianismo y literatura</i>, contenido en su libro, <i>La idea de la Universidad</i> (1852), escribió sobre esto: </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Proscribid la literatura secular como tal, eliminad de vuestros libros escolares todas las manifestaciones del hombre natural, y esas manifestaciones se hallarán esperando a vuestros alumnos en la misma puerta del aula... Sorprenderán a vuestros jóvenes... sin que antes se les haya proporcionado ningún criterio sobre el gusto, ni se le haya dado regla alguna para distinguir lo bello de lo vil, la belleza del pecado, la verdad de los sofismas, lo inocente de lo venenoso». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Así que es bueno que nuestros hijos conozcan, no solo las virtudes, sino también los vicios, aunque siempre con nuestro atento seguimiento y atención. De esta manera, abordaremos los contraejemplos, tanto del noviazgo como del matrimonio, de la mano de Tolstoi, Flaubert y Clarín.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b><u>Guerra y Paz</u></b> (1867), de León Tolstoi.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Tomemos de esta grandiosa –por arte y dimensiones– novela, a uno de sus personajes, Pierre Bezújov. Su noviazgo con la que será su esposa, Elena Kuráguina, se revela inadecuado y desemboca en un matrimonio que nunca debió celebrarse. Ya desde el principio de su noviazgo Pierre cree que casarse con Elena sería un error. Ve que su atracción se basa en su belleza física y, en último término en la pasión lujuriosa que le consume, e intuye que <i>«habría algo desagradable, antinatural, (...) y deshonroso en este matrimonio». </i>Y pese a ello, sigue adelante con la relación, cometiendo dos errores de juicio que desembocan en un casamiento desastroso. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En primer lugar, Pierre se engaña a sí mismo. Se convence de que Elena es más y mejor de lo que siente y presiente que es –meramente un cuerpo deseable, y además, un alma inmoral–, o que, al menos, ella podría llegar a cambiar: </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Al mismo tiempo meditaba sobre su inutilidad y soñaba con cómo sería su esposa, cómo podría amarle, cómo podría llegar a ser muy diferente, y cómo todo lo que había pensado y oído sobre ella podría ser falso». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El segundo error de Pierre consiste en procrastinar. No actúa cuando debe hacerlo, y deja que los demás, y los propios acontecimientos, se desarrollen y trabajen por y para él. A pesar de que, cuando conoce a Elena, tiene serias dudas sobre la conveniencia profundizar en la relación, concluyendo que lo mejor para él sería abandonar la ciudad, nunca llega a hacerlo, dejando que, más tarde, otros (concretamente, el príncipe Andrei Bolkonsky) le empujen a tomar la decisión de comprometerse en lo que será un desastroso matrimonio.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Así, vemos como el mal uso del noviazgo puede conducir a un matrimonio desgraciado.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b><u>Ana Karenina</u></b> (1879), de León Tolstoi. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En esta novela, Tolstoi nos ofrece tanto un ejemplo como un contraejemplo de las dificultades de un matrimonio, y dos posibles desenlaces a esa crisis.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">A pesar de su título —que parece referirse una sola protagonista, Ana— la novela presenta una panoplia de personajes que rivalizan con la mencionada Ana. Tolstoi aprovecha esta variedad de personajes para darnos una lección sobre qué es el amor y el matrimonio, a través del contraste entre dos parejas: Ana y Vronsky, y Kitty y Levin.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Al comienzo de la novela, se nos presenta a una joven Kitty enamorada del fascinador conde Vronsky y sujeta a la influencia del mundo profundamente superficial de Ana. Así las cosas, cuando el joven terrateniente Levin la pide en matrimonio, ella lo rechaza. Pero él persevera con paciencia y humildad, y la espera. No la presiona. Solo espera, hasta que más adelante la providencia les vuelven a reunir. Para entonces, Kitty ha madurado, se ha curado de su frívola superficialidad, y, para su dicha y la de su enamorado, acepta su nueva propuesta matrimonial.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero el matrimonio no siempre es fácil, especialmente al principio. Hay en la unión conyugal de Kitty y Levin choques, discusiones, celos. Hay dolor, pero también hay maduración y crecimiento. Así, ambos cónyuges tratan constantemente, con sus altibajos, de entregarse plenamente el uno al otro; de ser una sola carne. Su amor es más paciente que vivaz; pero crece en las dificultades. De esta manera, forjan una vida juntos, dejando atrás sus falsas visiones sobre el amor, y en su lugar se comprometen el uno con el otro con un matrimonio firme y real, arraigado en la comprensión, la comunicación y el afecto. Por ello, estas dificultades no hacen más que fortalecer su unión.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Frente a esta visión del casamiento se encuentra el desastroso matrimonio de Ana y su subsecuente relación adúltera con el conde Vronsky. Los dos amantes se dejan arrastrar por una pasión desaforada. Una pasión destructiva, fruto de su mutuo egoismo, que acaba con el matrimonio de Ana y finalmente la conduce al suicidio. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b><u>Madame Bovary</u></b> (1856), de Gustave Flaubert. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">De las heladas tundras de la Rusia de los Zares, pasamos a la sofisticada y elegante Francia del Segundo Imperio. Y frente a protagonistas ejemplares como Jane Eyre o las heroínas de Austen, transitamos a un contraejemplo igualmente instructivo, a otra Emma (y no podría ser más opuesta): Emma Bovary, la protagonista de la más famosa novela del francés Gustave Flaubert, <i>Madame Bovary</i> (1856). </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Emma es una ilustración perfecta para las ideas amatorias contenidas en <i>De l'Amour</i> de Stendhal, tan de moda hoy. Las relaciones de la protagonista con su marido, y con sus amantes, León y Rodolphe, se ajustan por completo al modelo <i>stendhaliano</i>. Emma sólo conoce su deseo de <i>«sentir amor»</i>, y considera a su esposo y a sus dos amantes como instrumentos para inducir este placer. No es más que una receptora pasiva de sensaciones, y está totalmente a merced de las mismas. Su felicidad depende de ser capaz de mantener sus ilusiones, lo que la lleva a romper su promesa matrimonial y a hacer trizas la fidelidad debida a su marido. En Emma Bovary se realiza la tremenda, y muy actual, frase del filósofo David Hume de que la razón debe ser esclava de las pasiones. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">De esta forma, Emma –<i>«una conciencia mezquina»</i>, según Henry James–, es presentada por su creador como una víctima de la exacerbación romántica que había dominado, y todavía dominaba, la esfera artística y social del siglo. Sobre estos presupuestos, Flaubert explora los efectos de ese enfermizo romanticismo en el alma de la protagonista, y como la infidelidad, el aburrimiento y el anhelo de pasión explosionan en un matrimonio fallido. A modo de demonios destructores que anidan y prosperan en el seno de la relación conyugal de los Bovary, estas perversiones amorosas terminan desembocando en el suicidio de la protagonista y en la ruina económica y moral de su familia.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por ello, quizá la lectura de la obra pueda resultar conveniente. Por un lado, para hacerles ver a los chicos qué es lo que ocurre cuando se entiende el amor como una mera ilusión placentera, y se ve al supuesto amado como un mero objeto para satisfacerla. Y por otro, para resaltar la importancia de una buena elección y lo fundamental de un sano noviazgo, así como lo decisivo de afrontar una vida matrimonial presidida por el amor.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b><u>La Regenta</u></b> (1884-5), de Leopoldo Alas, "Clarín".</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como contraejemplo patrio podríamos hablar de la obra maestra de Clarín, <i>La Regenta</i>.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En esta novela, el matrimonio de conveniencia de la protagonista, Ana Ozores, es un fiasco desde su planteamiento. Su origen y finalidad utilitarista, de búsqueda, a toda costa, de blasones y caudales, lo conduce al desastre. Escribe Clarín en su novela:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Los nobles ricos buscaban a las aristócratas ricas, sus iguales; los nobles pobres buscaban su acomodo en la parte nueva de Vetusta, en la Coloniaindia, como llamaban al barrio de los americanos los aristócratas. Un indiano plebeyo, un Vespucio, como también los apellidaban, pagaba caro el placer de verse suegro de un título, o de un caballero linajudo por lo menos».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Aunque no solo residen aquí las razones del fracaso. La huella dejada en Ana por los anhelos románticos inspirados por una literatura sentimentalista tiene también su papel en la tragedia. Por todo ello, sus similitudes con <i>Madame Bovary</i> son grandes, y por esta razón recibió Clarín muchas críticas, aunque se trata de dos novelas dispares que, aun tratando el mismo tema, lo hacen con notables diferencias.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">No obstante la fundada crítica a esos matrimonios de conveniencia, tan bien tratada en la novela, no siempre deben ser rechazados los consejos. A veces estos son sensatos y deberían, al menos, ser escuchados, sino atendidos, pues muchos son nacidos de una contrastada experiencia, y con frecuencia impulsados por afectos sinceros. Aunque, depende de quién estos vengan, ya que en ocasiones, como es el caso de <i>La Regenta</i>, mejor sería hacerles oídos sordos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Llamo la atención aquí sobre un artículo de la época, de Mariano José de Larra, titulado, <i>El casarse pronto y mal</i>, donde el escritor aboga en estos temas por la sabiduría de los padres, a quienes, según él, se debe por principio atender. Y con este fin, narra el escritor madrileno la triste historia de dos jóvenes que se resisten a las sensatas recomendaciones de sus progenitores, creyendo ingenuamente que solo del amor podrían vivir, influenciados por algunas exitosas novelas francesas, pero cuyo enlace, desgraciadamente, termina en un sonoro fracaso. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Podría seguir acumulando ejemplos literarios, pues, muestras de buenos matrimonios las encontramos en otros muchos libros. Pero no acabaría nunca. No obstante, mis hijas me matarían si no cito algunos de ellos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Así, he de hablar de Ana y Gilbert, en la serie <i>Ana, la de Tejas Verdes</i>, quienes están felizmente casados desde el quinto libro, y forman una feliz familia con siete hijos. Y ello, aunque su historia de amor comienza con una pizarra aplastada sobre la cabeza de Gilbert. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">A pesar de (o gracias a) su tono cómico, me veo igualmente obligado a citar a la mayoría de los libros de P. G. Wodehouse. El escritor británico tendía a describir a las parejas como felices una vez que contraían matrimonio, si bien llegar a este estado era a menudo una prueba tortuosamente cómica. Es verdad que Bertie Wooster no se casa (aunque no por falta de ocasiones), pero dentro de su círculo familiar aparece un magnífico ejemplo de buen matrimonio en una de sus tías, la tía Dalia, casada con Tom Travers. Por cierto, a través de ella, Wodehouse nos da un sabio consejo matrimonial: la razón por la que su relación conyugal funciona tan bien es que no hace absolutamente ningún esfuerzo por moldear a su capricho a su esposo, algo que no se puede decir de la mayoría de las chicas con las que su sobrino tropieza. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y, claro está, también tenemos los ejemplos de Tolkien. <i>El Señor de los Anillos</i> nos proporciona muchos matrimonios felices: Aragorn y Arwen, Faramir y Éowyn, Sam y Rosie o Celeborn y Galadriel. En otras de sus obras hay más ejemplos, entre los que destaca el de <i>Beren y Lúthien</i>, una historia de amor que relata el destino de estos dos amantes, quienes contraen el primer matrimonio entre un humano y una elfa inmortal. Una historia muy especial para Tolkien, tanto es así que los nombres Beren y Lúthien están tallados en la lápida que él y su esposa comparten en el cementerio de Wolvercote, en Oxford.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Para el caso de malos matrimonios encontramos ejemplos aún más numerosos, pues la morbosidad anudada a las tragedias a que pueden dar lugar, ha sido, lógicamente, aprovechada por los literatos. Todo el siglo XIX es un constante ejemplo, y tras Emma Bovary se suceden los casos: George Eliot, Thomas Hardy, Emile Zola, Honoré de Balzac, Henry James, Pérez Galdós o Pardo Bazán, entre otros.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como ven el fondo de catalogo es inmenso, y muy atractivo y recomendable. Espero que ustedes y sus hijos puedan aprovecharlo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b><u>Epílogo</u></b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Toda esta serie de entradas ha sido un intento de exploración, forzosa e intencionadamente limitada, de un tema tan complejo como es el alma femenina y sus implicaciones con otro asunto, también inmenso y misterioso, como es la relación entre los sexos y una de sus culminaciones naturales, el matrimonio. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La principal de estas limitaciones radica en que el examen se ha circunscrito al aspecto natural de todo ello, dejando para otros sus implicaciones sobrenaturales, pues como sabemos, el verdadero matrimonio es cosa de tres, y Uno de esos tres es inefable e inabarcable. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por esta razón, las obras de los literatos mentados sufren, forzosamente, de una carencia. Hay algo que las limita, algo que hace que no sean ejemplos redondos de aquello que muestran. Todas ellas, incluidas sus heroínas, carecen de trascendencia, no apuntan al Cielo, ya que, como hemos dicho, dejan a un lado a Una de las tres partes que conforman todo matrimonio real.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">No obstante, siguen siendo <i>«útiles»</i>, en ese concepto de utilidad no mercantil, sino <i>«como un bien que se difunde»</i>, que defendía Newman. Siguen ofreciendo a nuestras hijas adolescentes y jóvenes un ejemplo terrenal de aquello que puede llegar a ser el amor, su culminación en un buen matrimonio, y el camino de virtud a transitar. Abren las puertas de un jardín, un jardín que ya conocemos, <i>hortus conclusus</i> y <i>locus amoenus</i> que cultivar con esmero antes de contemplar el Cielo, a donde quizá Nuestra Madre pueda guiarlas un día. Pues, no olvidemos que María es, como nos dicen las Letanías, <i>Iánua Cæli</i>, la Puerta del Cielo.</span></p><p style="text-align: center;"><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-63802386422964880532023-09-18T08:58:00.001+02:002023-09-18T09:00:37.104+02:00EDUCAR EN LA FEMINIDAD (VI). DEL MATRIMONIO Y SUS DIFICULTADES. LOS EJEMPLOS: TOLSTOI, UNDSET Y DICKENS <table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt_zjrANc_mIJYCYBrZj-Vb-CZf1hzrHSCTc1aKgj4wid6Szo2oGgEI7Z8DisCDs5o4Q_-YYqQcFfXMy8NJHcPfSRa1ueyvBS4Bzx5VAvwefwA6JtwV5zT3KbOcMSWeZ9krdqVfCKMtIptpfyAiNrPbhO3TYaAv0NJk_Gx7rMjf2Z-Sxk96-KZWaKGacQ/s1390/libres%20del%20miedo%201943_eqbamu.jpeg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1390" data-original-width="1080" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgt_zjrANc_mIJYCYBrZj-Vb-CZf1hzrHSCTc1aKgj4wid6Szo2oGgEI7Z8DisCDs5o4Q_-YYqQcFfXMy8NJHcPfSRa1ueyvBS4Bzx5VAvwefwA6JtwV5zT3KbOcMSWeZ9krdqVfCKMtIptpfyAiNrPbhO3TYaAv0NJk_Gx7rMjf2Z-Sxk96-KZWaKGacQ/s16000/libres%20del%20miedo%201943_eqbamu.jpeg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Libres del miedo». Obra de Norma Rockwell (1894-1978).</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">«</span><span style="font-size: x-large;">El verdadero amor crece con las dificultades; el falso, se apaga. Por experiencia sabemos que, cuando soportamos pruebas difíciles por alguien a quien queremos, no se derrumba el amor, sino que crece».</span></i></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Santo Tomás de Aquino. <i>De Caritate.</i></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Pero el amor, en el sentido cristiano, no significa una emoción. Es un estado no de las emociones sino de la voluntad; ese estado de la voluntad que tenemos naturalmente acerca de nosotros mismos, y debemos aprender a tener acerca de otras personas». </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">C. S. Lewis. <i>Mero cristianismo</i> </span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«El matrimonio es un duelo a muerte que ningún hombre de honor debería rechazar».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">G. K. Chesterton. <i>Un hombre vivo.</i></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><br /></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La cuestión a tratar hoy es la siguiente: ¿No han pensado como la idealización de la pasión romántica, por muy pura y perfecta que pueda llegar a ser, por muy loable que sean sus propósitos de cara a un matrimonio, ha socavado, y de forma importante, aquello que pretendía defender?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y es que, en los últimos años, mientras celebrábamos la monogamia y la idealizábamos románticamente como antídoto contra los destrozos causados por la liberación de las costumbres sexuales, lo que hacíamos, al mismo tiempo y sin darnos cuenta, era socavarla con igual entusiasmo. Enseñamos a los jóvenes a esperar demasiado del enamoramiento, ayudando con ello a a confundirlo con el verdadero amor. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La felicidad —si es que puede alcanzarse en esta vida—, al igual que la justicia, tiene su precio. La ley moral es eterna e inmutable, y es por ello ineludible, incluso en el amor; pero es esquiva. A veces la confundimos, y más fácilmente de lo que debiéramos, con nuestros propios deseos, pasiones, opiniones, costumbres y modas. Y la vida familiar, y en especial la matrimonial en que aquella se funda, resulta afectada por esto, y también por circunstancias ajenas a la relación personal de los conyuges, como la enfermedad o las dificultades económicas; y, por último, por el tiempo, por nuestro propio cambio. Por ello, la relación matrimonial no es en absoluto fácil. Se halla llena de contratiempos, desesperanzas y frustraciones. Pero, afortunadamente, también está plagada de grandezas, satisfacciones y promesas; promesas, sí, y tan grandes que no caben en esta vida.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Estas satisfacciones y promesas son algo distinto a los efímeros goces del enamoramiento. Distinto, pero no de peor condición. De hecho, se trata de algo más auténtico y real, pues se aproxima mucho más a eso que llamamos el verdadero amor.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, esta situación potencial y naturalmente crítica no resulta facial de aceptar y ni tan siquiera comprender. ¿Cuántas personas hoy, ante el desencanto que la vida matrimonial nos trae en ocasiones, optan por tirar por la borda su matrimonio y su familia? </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Una primera idea que puede contribuir a fomentar esta falsa concepción del matrimonio, es la errónea comprensión del mito de las almas gemelas. J.R.R. Tolkien observó los peligros de este equívoco en una carta a su hijo Michael. Allí le advertía:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Cuando el encanto desaparece, o simplemente se desvanece, piensan que han cometido un error y que la verdadera alma gemela está aún por encontrar. Con demasiada frecuencia, la verdadera alma gemela resulta ser la siguiente persona sexualmente atractiva que aparece. Alguien con quien podrían haberse casado de forma muy provechosa, si tan sólo.... De ahí el divorcio, para proporcionar ese "si tan sólo". Y, por supuesto, suelen tener razón: se equivocaron. Sólo un hombre muy sabio al final de su vida podría hacer un juicio sensato sobre con quién, entre todas las opciones posibles, debería haberse casado de forma más provechosa. Pero lo cierto es que la "verdadera alma gemela" es aquella con la que realmente estás casado».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Una segunda dificultad proviene de los cambios a los que el propio paso del tiempo da lugar. El Dr. Johnson nos advertía sobre cómo las ilusiones iniciales del enamoramiento pueden resultar afectadas, pero no culpando al matrimonio y sus circunstancias (que, a veces, hay que reconocerlo –y hoy más, a causa de los muy defectuosos noviazgos–, es el causante de los males), sino a la inevitable pérdida de la juventud y sus gozosos momentos:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Es común oír a ambos sexos lamentarse del cambio </i>[en el matrimonio]<i>; relatar la felicidad de sus primeros años, culpar a la locura y la imprudencia de su propia elección, y advertir, a los que ven venir al mundo, contra la misma precipitación e infatuación. Pero hay que recordar que los días a los que tanto desean volver, son los días, no sólo del celibato, sino de la juventud, los días de la novedad y de la mejora, del ardor y de la esperanza, de la salud y del vigor del cuerpo, de la alegría y de la ligereza del corazón. No es fácil tomar la vida en cualquier circunstancia en la que la juventud no la haga más deliciosa; y me temo que, casados o solteros, encontraremos la vestidura de la existencia terrenal más pesada y penosa cuanto más tiempo se lleve en ella». </i> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Ahora bien, esos cambios en el devenir de la vida conyugal pueden ser buenos y satisfactorios; plenos y gozosos. Porque es algo natural y purificador. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, aprender a sobrellevar tales dificultades y comprender su sentido es, no solo algo que que vivir, sino también algo que enseñar. Y, aunque sabemos que la convivencia diaria de los padres es el mejor medio para esa enseñanza, pues nada hay como el ejemplo, también sabemos que lo decisivo es algo que no está en nosostros y que se nos regala a través del cauce del sacramento matrimonial. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">No obstante ello, en cuanto a nuestra parte humana, toda ayuda es bienvenida, y, aquí, en esta cuestión también nos pueden auxiliar algunos buenos libros. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por esta razón voy a hablarles de una breve novela de León Tolstoi, de otra (dividida en dos partes) de Sigrid Undset, y de una tercera de Charles Dickens.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><div><span style="font-size: x-large;"><p style="text-align: justify;"><span><b>FELICIDAD CONYUGAL</b> (1859), de León Tolstoi</span></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEixY66AoT-DtX1glmvjlmlab1BcbvYM45JuF6cyULZQdYQbW6eLNhRmskrozSOc_KOHqOfS3oSmIvcJXzmJH07fytO6t0GfQMbIiQKKwlHQha4OjtMcElj-zRuuAE8NlHIce4JWHB9ZOJoIt-Qlyu8E-n8q4hAVDnqUeqvHEwooTvnHUZcpiQvJO-9DyQw/s2981/ffb231c3-ce45-4e5f-be72-87369006e6e3.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="2981" data-original-width="2030" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEixY66AoT-DtX1glmvjlmlab1BcbvYM45JuF6cyULZQdYQbW6eLNhRmskrozSOc_KOHqOfS3oSmIvcJXzmJH07fytO6t0GfQMbIiQKKwlHQha4OjtMcElj-zRuuAE8NlHIce4JWHB9ZOJoIt-Qlyu8E-n8q4hAVDnqUeqvHEwooTvnHUZcpiQvJO-9DyQw/s16000/ffb231c3-ce45-4e5f-be72-87369006e6e3.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Hora de dormir». Joseph Clark (1834-1926).<br /></td><td class="tr-caption"></td><td class="tr-caption"><br /></td></tr></tbody></table><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span>En esta breve novela, León Tolstoi describe el desarrollo de las emociones y estados del corazón que embargan a su joven protagonista, María (Masha), desde su primer despertar al amor, hasta la culminación plena de este en el seno de una familia. En medio, asistimos al entusiasmo inicial de su matrimonio, al que sigue un período de abatimiento, cuando cree que todo amor ha desaparecido engullido por la rutina de la vida cotidiana, para, finalmente, alcanzar un nuevo clímax emocional en el que, el fervor inicial y el desencanto intermedio, dan paso a la sosegada felicidad de una vida doméstica bendecida por los hijos. Se trata de todo aquello que el esposo protagonista preludia, como su deseo, casi al comienzo de la novela:</span></span></p><p style="text-align: justify;"><i><span>«</span><span>Una vida apacible, recogida, en la lejanía de nuestra provincia, con la posibilidad de hacer el bien a esas personas a las que es tan fácil hacer un bien al que no están acostumbradas; luego, el trabajo…, un trabajo que, según parece, es de provecho; luego, el descanso, la naturaleza, los libros, la música, el amor al prójimo; esa es la felicidad para mí y no “pienso que haya nada superior a ello. Y ahora, por encima de todo esto, una persona amada, una familia, quizá, todo lo que un hombre puede desear».</span></i></p><p style="text-align: justify;"><span>El mismo logro de vida que, hacia el final de la novela, descubre María, la protagonista:</span></p><p style="text-align: justify;"><span><i>«El sentimiento de antaño se convirtió en un recuerdo querido e irrevocable, y el nuevo sentimiento de amor por mis hijos y por el padre de mis hijos sentó el comienzo de otra vida, feliz de manera absolutamente distinta, una vida que aún no he terminado de vivir en este momento».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;">La obra pasó prácticamente desapercibida para la crítica y el público de la época, e incluso el propio Tolstoi experimentó por la misma cierto rechazo y decepción años después de su publicación. Sin embargo, al poco de esta publicación, recibió el apoyo del conocido crítico Apollon Grigoriev, quien tuvo en gran consideración a la novela por su sinceridad y realismo, por la profundidad de su análisis filosófico de la vida familiar, y por su naturaleza paradójica, puesta de manifiesto, según Grigorev, en la forma en que Tolstoi relaciona los conceptos de amor y matrimonio. Tanto es así, que el crítico llegó a calificar la novela como la mejor obra que Tolstoi había escrito hasta la fecha.</span></p><p style="text-align: justify;">Sin ser –como creía, quizá algo exageradamente, el famoso crítico ruso– la mejor de las obras del autor ruso, no obstante, se trata de una novela profundamente necesaria hoy, en un mundo como el nuestro, adolescente y banal. Y, por si fuera poco, es un relato provechoso, lleno de esperanza y de un esclarecedor realismo, que habla de un concepto sano y profundo de matrimonio, pues, a pesar de las dificultades inciales, Tolstoi termina conduciendo a los protagonistas a una vida matrimonial armónica y estable, apoyada en la justicia y caridad mutua, y orientada a la formación y sostenimiento de una familia en el seno de la cual ambos habrá de llevar a cabo la difícil misión de educar cristianamente a los hijos. </p><p style="text-align: justify;">Por lo tanto, les invito a leer <i>Felicidad conyugal.</i> Aunque lo más conveniente sería hacerlo después de varios años de vida familiar; solo entonces este libro se apreciará plenamente. Incluso me atrevería a asegurar que su lectura podría ayudar a salvar a algún que otro matrimonio de la desesperanza y del hastío.</p></span></div><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>LA ORQUÍDEA SALVAJE</b> (1929) y <b>LA ZARZA ARDIENTE</b> (1930), de Sigrid Undset.</span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg5wlpDAzS-awuzcsucv5hd_ZkCMqx6gifqRJhUTltCZYpKW2BcGMHBn1WqDzKvGgdxdhpNulFriEqhQXcWRt1ObQtKoB1QAI8Ww2UgufF51YpG1M4d07DOJBt6OWTBsQa5JaTqrilB_LQDm4rZImeAnnzodteFXjpC4AySrId2eSO1QGITJ6ZQdMkS/s1200/Edgar_Degas_-_Interior_-_Google_Art_Project.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><span style="font-size: x-large;"><img border="0" data-original-height="830" data-original-width="1200" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg5wlpDAzS-awuzcsucv5hd_ZkCMqx6gifqRJhUTltCZYpKW2BcGMHBn1WqDzKvGgdxdhpNulFriEqhQXcWRt1ObQtKoB1QAI8Ww2UgufF51YpG1M4d07DOJBt6OWTBsQa5JaTqrilB_LQDm4rZImeAnnzodteFXjpC4AySrId2eSO1QGITJ6ZQdMkS/s16000/Edgar_Degas_-_Interior_-_Google_Art_Project.jpg" /></span></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">«Interior». Obra de Edgar Degas (1834-1917).</span></td></tr></tbody></table><p></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La novelista noruega (Nobel de Literatura en 1928), se convirtió al catolicismo en 1924. Como católica devota, tenía puntos de vista firmes al respecto del amor, el matrimonio y la vida familiar, pero, a un tiempo, su estilo realista le llevó a plasmar en varias de sus obras un enfoque nada romántico y tremendamente profundo sobre estas cuestiones. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Una de estas obras es la que relata la vida de Paul Selmer. Concebida inicialmente como una sola novela dividida en dos partes, tituladas, <i>La orquídea salvaje</i> y <i>La zarza ardiente</i>, se trata de una novela de conversión y de un tratado sobre el matrimonio católico. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Undset nos cuenta la historia de un joven, y su camino de vida desde el librepensamiento de su niñez y juventud hasta su conversión al catolicismo y posterior matrimonio. Un matrimonio infeliz al que el protagonista se mantiene fiel por razón de su fe y gracias a ella. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Selmer se convierte al catolicismo, y esto le transforma. Incluso su esposa Bjorg, a pesar de su superficialidad e inmadurez, y de su adulterio y su abandono, es vista tras esta conversión bajo una nueva luz, como una criatura de Dios con la que se encuentra ligado por una caridad que va más allá del amor humano. Su cruz es tratarla como tal, sabiendo que debe, no solo guiar hacia Dios las almas de sus hijos, sino también la de su esposa.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Se había casado como quien acepta un regalo, algo que se recibe diciéndose que sería una descortesía no aceptarlo. Pero en el caso de su matrimonio lo que él había aceptado con tal ligereza era el destino de otra persona; el destino de una muchacha pura y virgen dejando aparte el mucho o poco relieve moral de la persona en cuestión».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Es en su fe donde Paul </span><span>encuentra la fortaleza necesaria para mantener en pie su infeliz matrimonio. A pesar de las dificultades y tentaciones que le salen al paso, acepta el regalo de la gracia que a través del sacramento matrimonial le es ofrecido, y camina hacia la santidad a lo largo de todo el relato. Selmer, al convertirse, hace suyas libremente todas las consecuencias que se derivan de este paso, pero la gracia lo que le permite sobre llevarlas: perdona a su esposa, que le había abandonado para vivir en concubinato con otro hombre, y la recibe de nuevo en su casa, lo mismo que al hijo nacido de esta relación, que acoge como suyo; renuncia a muchos de sus sueños, incluido el volver con la que descubre habría sido el amor de su vida, y asume con resignación la ruptura con sus padres y hermanos. Paul ve que su matrimonio es indisoluble y se mantiene firme en él a pesar de que el afecto y la felicidad le son esquivos, pues el catolicismo les proyecta, a él y a su esposa, hacia una trascendencia.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Nunca antes había sentido tan completamente que ambos </i>[él y su esposa] <i>eran seres humanos y que el vínculo entre ellos era irrompible».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Esta es la única de las novelas modernas de Undset que expone claramente el concepto católico del matrimonio, según el cual las parejas casadas no son solo dos personas que se unen a la caza de una esquiva felicidad terrena, o incluso en la búsqueda de un familia, sino que, los esposos participan por él en una gracia especial que otorga un carácter sobrenatural a los deberes de su estado de vida matrimonial. Escribe Undset:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«</i></span><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;"><i>Como sacramento, como medio de gracia, el matrimonio debe haberse instituido principalmente para ayudar a las personas en el camino hacia la salvación eterna. En ningún otro supuesto es en absoluto probable que se pudiera sostener que es, y debe ser, una unión indisoluble, en la que ambas partes en primer lugar asumen deberes hacia Dios, y hacia el otro en Dios. (...). El matrimonio es un medio de gracia, sí, pero si los hombres se niegan a cooperar con la gracia, de nada sirve, ya que los hombres tienen, en todo caso, su libre albedrío para pecar».</i></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como católica, la escritora noruega creía en el carácter sagrado e indisoluble del vínculo matrimonial. Desde su conversión, hizo hincapié en la importancia de la caridad, la fidelidad, el compromiso y el sacrificio para una sana vida conyugal. De igual forma, destacó la dimensión espiritual y sacramental del matrimonio, considerándolo un camino hacia la santidad. Todo lo cual se plasma en estas dos novelas de una forma magistral.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>DAVID COPPERFIEL </b>(1850), de Charles Dickens.</span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiC6YYzHaQhTXNXtyiUQkUOSeNPpbmvKvlzXP2WoKy6RU2hD5h78G-xsf_0AeL3IDvywu_G7JpyQj643_-xfziU5vtTi59Oaqw4pDvbBUhK9XxodiDJFCwdklkjds6ivB2oQvbrCE3mQekOaaKu-oTYVAPmnd2iGwQDRsm8BDPfrXgpOuYYj7V5THxDEUc/s2148/Dora_Spenlow_from_David_Copperfield_art_by_Frank_Reynolds.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><span style="font-size: x-large;"><img border="0" data-original-height="2148" data-original-width="1552" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiC6YYzHaQhTXNXtyiUQkUOSeNPpbmvKvlzXP2WoKy6RU2hD5h78G-xsf_0AeL3IDvywu_G7JpyQj643_-xfziU5vtTi59Oaqw4pDvbBUhK9XxodiDJFCwdklkjds6ivB2oQvbrCE3mQekOaaKu-oTYVAPmnd2iGwQDRsm8BDPfrXgpOuYYj7V5THxDEUc/s16000/Dora_Spenlow_from_David_Copperfield_art_by_Frank_Reynolds.jpg" /></span></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">«David se enamora de Dora». Frank Reynolds (1876-1953).</span></td></tr></tbody></table><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Si bien en el matrimonio, en cuanto a la parte natural y humana, debe estar presente una gran dosis de voluntad, es igualmente conveniente que, al mismo tiempo, haya en él afecto, y algo de pasión. Por su propia naturaleza, esta pasión amorosa puede, paradojicamente, traer consigo choques, desencuentros y disputas; aunque, también reconciliaciones y ocasiones para el perdón, la redención, el sacrificio y el don de sí. Para restañar heridas y apagar conflictos, ciertamente, nada hay como los besos y los abrazos ardientes, nada como el afecto apasionado entre de los esposos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>En Dickens, sin embargo, </span>en su novela <i>David Copperfield</i> (1850), observamos una anomalía que parece desbaratar esta idea. Por eso mismo, por esa aparente anti naturalidad, se trata de algo que nos llama la atención. Como les ha sucedido a muchos otros, como Orwell o Chesterton, por ejemplo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>El protagonista de la obra, David, se casa dos veces. Y lo hace con dos mujeres que no pueden ser más opuestas. Con la bella y encantadora, pero inmadura, Dora, y tras el fallecimiento de esta, con la bondadosa, <span style="text-align: left;">abnegada y guardiana, </span>Agnes. En una visión superficial de las cosas, podríamos pensar que David se equivoca en su primer matrimonio, y que con la muerte de su primera esposa, Dickens ofrece a una nueva oportunidad a su héroe; y de paso muestra una lección cautelar a sus lectores sobre la importancia de una buena elección, ya que Dora parece irresponsable y caprichosa, y Agnes, se nos muestra entregada, práctica y muy eficiente como esposa. Pero, por la misma razón, </span>también podríamos ver a Dora como el verdadero amor de David, la Eva que el correspondía (Dickens da a entender que ambos se aman verdaderamente), y a Agnes como la hermana/madre que necesitaba para poner orden a su vida. Esposa y madre son dos funciones naturales pero muy diversas, aunque pueden coincidir en una misma persona –y es conveniente que así sea–; y así, un hombre puede necesitar de ambas (de una de ellas, necesariamente), aunque para ese hombre deben tratarse de dos personas distintas. Eso es lo natural. Por ello, quizá David no erró en su primer casamiento, y hubiera sido más deseable para él que Dora no hubiera fallecido. Chesterton parece verlo de esta manera:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«David Copperfield y Dora discutieron por el cordero frío; y si hubieran seguido discutiendo hasta el final de sus vidas, se habrían seguido amando hasta el final de sus vidas. Habría sido un matrimonio humano. Sin embargo, David Copperfield y Agnes estarían de acuerdo en lo del cordero frío. Y ese cordero frío estaría muy frío».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Aunque, probablemente ni una ni otra son la pareja ideal, pues, si bien es saludable y deseable que en el matrimonio exista el afecto apasionado y la atracción física entre los cónyuges, también lo es que en ellos habite un espíritu práctico y el afan de servicio a un bien común familiar que está por encima de cada uno de ellos. </span><span>Por ello cada cónyuge debe ser, a un tiempo, compañero fiel, amante apasionado, y refugio y consuelo del otro y de la famiia que conforman. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y vamos acabando. Del examen de las tres novelas comentadas se desprende una verdad humana que no admite discusión: no hay matrimonio sin dificultades. Sin embargo, y e</span><span style="font-size: x-large;">n todo caso, el matrimonio, a pesar de sus sinsabores y problemas –y quizá en parte por ello–</span><span style="font-size: x-large;">, no es un mal lugar para el cristiano, sino todo lo contrario: se trata de una puerta al Cielo. Quizás refiriendose a eso, Chesterton, misteriosamente, escribió una vez:</span></p><p style="text-align: justify;"><i style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">«T<span style="text-align: left;">odo el placer del matrimonio radica en que se trata de una crisis perpetua».</span></span></i></p><div><br /></div>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-32521947686288284082023-09-11T09:36:00.001+02:002023-09-11T09:36:22.000+02:00EDUCAR EN LA FEMINIDAD (V). LA DISPOSICIÓN DEL ALMA AL MATRIMONIO. DE NUEVO JANE AUSTEN. <p></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEisU6B424fTD-zERT7lXu3KfTReH6-COiJt6YOPlUfFChYtn-kGHMLg04_jiDdWDsD_T5BEHUy29YrJSTKL57Ysn-NJbo18YxOGoI2QgCMr__ReqlhlJnkd6zEj8Ski_fBfgGD0ujk1pqwQZnKkGMtVNCkXESxrKqs8Khsxq-JJi3dk0LUp38F_aUb9QOo/s2731/fc459902-eb8a-4732-85d1-26d3d9700547.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="2731" data-original-width="2132" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEisU6B424fTD-zERT7lXu3KfTReH6-COiJt6YOPlUfFChYtn-kGHMLg04_jiDdWDsD_T5BEHUy29YrJSTKL57Ysn-NJbo18YxOGoI2QgCMr__ReqlhlJnkd6zEj8Ski_fBfgGD0ujk1pqwQZnKkGMtVNCkXESxrKqs8Khsxq-JJi3dk0LUp38F_aUb9QOo/s16000/fc459902-eb8a-4732-85d1-26d3d9700547.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Cuando todo el mundo parecía joven». Obra de Howard Pyle (1853-1911).</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Sabía que Fanny era inteligente, que tenía rapidez de comprensión, así como sensatez y amor a la lectura, disposiciones que, convenientemente dirigidas, podían constituir una educación por sí sola».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Jane Austen. <i>Mansfield Park</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i><br /></i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Todo lo que deseaba era criarte virtuosamente; nunca quise que tocaras el clavicordio, o que dibujaras mejor que nadie; pero esperaba verte respetable y buena; verte capaz y dispuesta a dar un ejemplo de modestia y virtud a los jóvenes de por aquí».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i></i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Jane Austen.<i> Catharine </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i><br /></i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«N</i></span><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;"><i>inguna mujer ha conseguido alcanzar el perfecto sentido común de Jane Austen».</i></span></span></p><p style="text-align: center;"><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">G. K. Chesterton. <i>La época victoriana en la litertura</i></span></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i><br /></i></span></p><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como dice santo Tomás, <i>«por naturaleza el hombre está inclinado a su fin último</i> (participar de la naturaleza divina y de la vida eterna). Pero dado que este es un fin sobrenatural, no es posible alcanzarlo únicamente mediante poderes naturales. Así, Tomás dice que el hombre <i>«no puede alcanzarlo por naturaleza, sino sólo por gracia».</i> De hecho, ni siquiera podemos desarrollar plenamente esas virtudes naturales y ordenarlas a ese fin sobrenatural superior solos, si no que precisamos la ayuda de Dios, a través de su gracia, que purifica nuestra naturaleza. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Al realizar actos naturalmente virtuosos por nuestra cuenta, podemos desarrollar hábitos naturales (virtudes) que aumentarán nuestra capacidad de cooperar con la gracia de Dios, a fin de ser elevados por Él a lo sobrenatural a través de esa gracia. Pero siempre sabiendo que solos nada podemos. Y aunque nuestra obligación sea cooperar con la gracia divina, incluso la disposición a cooperar depende de la gracia misma.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">A estos efectos, el hombre habrá de hacer lo que buenamente pueda —puesto que es imperfectamente eficaz—, y orar por lo que no pueda. Y a fin de facilitar esto habremos de encaminar nuestros esfuerzos hacia una vida virtuosa, hacia el bien, la belleza y la verdad, pues, como hemos visto, la gracia no hace sino robustecer, purificar y elevar las virtudes humanas al orden sobrenatural. Porque, como señaló santo Tomás, la gracia no solo no destruye la naturaleza, sino que la presupone, la perfecciona y la restaura.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Partiendo de estos presupuestos, podríamos plantearnos la siguiente pregunta: ¿Cuáles han de ser las cualidades o virtudes naturales que, vistas a una vida matrimonial, una joven debería procurar? Jane Austen nos ayuda aquí, dándonos en sus novelas un amplio muestrario.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como veremos, todas las protagonistas de sus obras están siempre dispuestas a hacer lo que es correcto y sensato, construyendo Austen sus novelas para que ello suceda, y así, a través de trama, encaminar a sus heroínas hacia la virtud. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Aunque, ciertamente, Austen no juega a ser Dios. De esta manera, aunque los actos malvados o inmorales acontecen en sus historias, y ciertamente así son calificados, la escritora inglesa no se encarga de infligir castigo a los culpables. Sin embargo, ella utiliza toda esa malicia humana para hacer aparecer en sus tramas las dificultades que hacen crecer a sus héroes y heroínas en su camino de virtud.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Los casos más claros de esto son las mentiras de Mr. Wickham en <i>Orgullo y Prejuicio</i> y su seducción de Lydia Bennet, las seducciones de Mr. Willoughby en <i>Sentido y Sensibilidad,</i> y la infidelidad de Maria Rushworth con Henry Crawford en <i>Mansfield Park.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Así, a través de las tramas, Anne Elliot (<i>Persuasión</i>, 1818), Fanny Price (<i>Mansfield Park</i>, 1814), y Elinor Dashwood (<i>Sentido y sensibilidad</i>, 1811), nos son mostradas en gran medida sabias, y su sentido común ––tan alabado por Chesterton––, se perfecciona a lo largo de relato, mientras que Marianne Dashwood (<i>Sentido y sensibilidad</i>, 1811), Emma Woodhouse (<i>Emma</i>, 1815), y Elizabeth Bennet (<i>Orgullo y prejuicio</i>, 1813), aprenden a ser sabias y prudentes a lo largo de sus historias. Marianne no tiene tiempo suficiente para desarrollar su nueva sabiduría, pero el potencial está ahí: por último, la más retrasada parece Catherine Morland en <i>La Abadía de Northanger</i> (1817), aunque, como ella misma dice, se está <i>«entrenando para ser una heroína».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero..., ¿además de esa prudencia y del sentido común comentados, qué otras virtudes, según Austen, ha de poseer la joven casadera? Rebusquemos entre alguna de sus novelas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">INTELIGENCIA E INTEGRIDAD. AMOR CIEGO <i>VERUS</i> AMOR CLARIVIDENTE</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>En <i>Emma</i>, Austen nos habla de inteligencia e integridad en el amor. Para ella, el afecto menos indulgente –y en cierto modo reflexivo– que siente Knightley por Emma es preferible, a largo plazo, a cualquier pasión amorosa, fogosa, pero ciega. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Knightley, está interesado en la verdad; Emma, en principio, no parace estarlo. La vana preocupación por su propia reputación, por su comodidad, o por el aparente interés en los demás, enmascara y dificulta en ella el crecimiento del verdadero amor. Por ejemplo, ella ama a su padre con un amor que la ciega a la verdad sobre él; se engaña a sí misma. En contraste, la integridad del amor de Knightley, le posiciona ante una difícil lucha moral: ¿Cómo puede reconciliar su amor por Emma con la percepción de sus deficiencias? La novela nos muestra que, de tal tensión, nace la vida moral y el amor verdadero. Y Knigthley, al asumir la </span><i>imprudencia</i><span> de amar lo defectuoso, arrastra consigo, en ese camino de virtud, a Emma. El secreto, probablmente, es que él ve más allá de las imperfecciones y defectos de su amada, </span><i>ve a través</i><span> de todos ellos, y aquello que </span><i>ve,</i><span> hace nacer en él un verdadero amor. Un amor tan auténtico que, como bien que es, se difunde a su redor y alcanza a Emma. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">REFLEXIÓN Y RECONSIDERACIÓN. JUSTICIA FRENTE A ORGULLO</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En <i>Orgullo y prejuicio</i>, Austen pone de relieve, a través de sus protagonistas, Elizabeth y Darcy, la importancia de un juicio prudencial sobre el carácter de las personas. Una prudencia en el juicio que se nos presenta como medio de superar los posibles prejuicios y equívocos nacidos de las primeras impresiones, y como antídoto al mal que el orgullo puede causar en toda relación. Es esta prudencia la que da paso a una reconsideración, y con ella a nueva visión y juicio bajo la luz del verdadero conocimiento, resultado de un trato más pausado, profundo y sincero. Ambos protagonistas, tras una accidentada trama, se hacen mutuamente justicia, rectificando sus primeros jucios, y permiten, de este modo, el nacimiento del amor en ellos. Frente a una secular –y extendida– lectura de la novela como la historia de la sujeción del recio espíritu de Elizabeth al mejor juicio de Darcy, creo que la novela nos muestra algo totalmente distinto. La autora expone con su maestría un proceso de educación mutuo entre los dos amantes, en el que la humildad cristiana, con la aceptación de la falibilidad y el error humano, y con la simultanea presencia del perdón, da paso a una redención. Esta redención se pone de manifiesto a través de un cambio, tanto de Elizabeth como de Darcy, mediante el cual ambos aprenden a someterse, juntos, a Dios, en el contexto del matrimonio cristiano. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">EQUILIBRIO ENTRE LA RAZÓN Y EL SENTIMIENTO </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En <i>Sentido y sensibilidad</i>, una aristotélica Austen nos avisa del peligro de dejarse llevar por los extremos, situando al matrimonio en su debido lugar. Por un lado, nos previene para que nos alejemos de un juicio de la razón corrompido por el propio interés, por el materialismo y por la utilidad mercantil, al que puede guiar una prudencia equívoca, y que suele conducir a relaciones maritales basadas únicamente en el dinero y la posición social. Y, por otro lado, nos advierte de que el matrimonio deberá estar apartado de una sensibilidad corrupta, fagocitada por una libertina actitud de sensualidad, y que suele desembocar en fugas, seducciones, abandonos e hijos fuera de la relación conyugal. Una corrupción de la sensibilidad que si bien no es puro sentimentalismo, linda con él y puede terminar llevándonos a él, sin perjuicio de la propia desviación moral que en sí misma encierra. Porque, como nos muestra Jane Austen, ambos extremos terminan destruyendo el ideal del matrimonio que forma la base de sus novelas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Para ello, la autora británica hace uso del contraste entre las dos hermanas protagonistas, Elinor y Marianne. Los lectores podrán ver representado en ellas lo absurdo e insensato del imperio de los sentimientos, con una hermana mayor (Elinor, el sentido, el juicio, la sensatez) que se enfrenta al hecho de que la realidad no puede modelarse según sus deseos, y el contrapunto de una hermana menor (Marianne, el sentimiento, la sensibilidad o el sentimentalismo) que aún necesita aprender esta verdad moral básica.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">FIRMEZA DE CARÁCTER. CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>En su última y más madura novela, <i>Persuasión</i>, Austen da una lección de extraordinaria importancia de cara al logro de un buen matrimonio, con un juego paciente y equilibrado entre el romance y la prudencia, y una reconsideración sobre la fe en la providencia.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Normalmente sus novelas titulan un conflicto, representado por dos conceptos abstractos. No así en esta novela, <i>Persuasión</i>. Esta vez el debate, la lucha, las contrariedades y ambigüedades están concentradas en una sola palabra. Y se encuentran todas ellas reunidas en torno a una única mujer. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Anne Elliot es la más solitaria de las heroínas de Jane Austen, aunque, probablemente, la más perfecta. Persuadida por consejos de parientes y amigos, tiene que convencerse a sí misma de que el matrimonio con el capitán Wentworth no habría sido conveniente ni para ella ni para su familia. </span><span>Pero no sucede así. Ambos heroes recorren un camino que mejora sus almas y las reune de nuevo.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Y así, el capitán </span><span>Wentworth </span><span>aprende lo que antes había aprendido Anne: a </span><i>«distinguir entre la firmeza de los principios y la obstinación de la voluntad propia, entre los atrevimientos de la imprudencia y la resolución de una mente serena». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y lo que Anne aprende es a confiar más en la providencia, a tener <i>«una </i></span><span style="font-size: x-large;"><i>confianza optimista en el porvenir, </i></span><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;"><i>contra esa excesiva cautela que parece insultar el esfuerzo y desconfiar de la providencia».</i></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La novela comienza con lo que podría llamarse (con cautela) una novela típica de Jane Austen, o mejor, con el final de una de sus novelas, y se cuenta con brevedad, en unas pocas líneas del capítulo 4:</span></p><p style="text-align: justify;"><i><span style="font-size: x-large;">«Él [Wentworth] era, por aquel tiempo, un joven apuesto e inteligente, animoso y brillante, y Anne una muchachita bella y modesta, gentil, delicada y sensible. Con la mitad de los atractivos que cada uno poseía habría bas</span></i><span style="font-size: x-large;"><i>tado para que ni él tuviera que declarar su amor ni ella tuviese que buscar a otro a quien amar. Pero tal coincidencia de circunstancias favorables era imposible que fallara. Poco a poco fueron conociéndose, y no tardaron en enamorarse profundamente. Difícil sería decir cuál de los dos consideraba más perfecto y admirable al otro, o cuál había sido más feliz, si ella al escuchar sus declaraciones y proyectos, o él al ver que eran aceptados».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, Anne a pesar de todos estos parabienes y estas circunstancias favorables, rechaza la proposición de matrimonio de Wentworth, al dejarse convencer por el realista consejo de Lady Russell. Sus razones, basadas en la prudencia, no son entendibles por el capitán en ese momento. Cree que Anne ha sido persuadida en su contra y que ha mostrado debilidad de carácter. De esta forma, con el corazón roto y despechado, el héroe se aparta y desaparece de la vida de Anne. Luego, pasan varios años… y acontece un providencial reencuentro, con Anne ya madura (para la época, pues cuenta con 27 años) y con el capitán en su mejor momento, alcanzado ya el éxito profesional y económico, y siendo centro de atención de muchas jóvenes casaderas. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Sin embargo, tras una incial frialdad en el trato por parte de ambos, algo acontece, algo totalmente inesperado. Pero lo que sucede, aunque imprevisto, es, no obstante, lo conveniente. En esta novela Austen nos muestra un ejemplo de lo que ella concebía como un <i>verdadero apego</i>. Anne, primero, y luego Wentworth, se dan cuenta de que el lapso de casi ocho años no significa nada con respecto a los deseos más auténticos y profundos del corazón. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Curiosamente, en esta novela, es al heroe masculino, no a la heroina, a quien vemos cambiar, lo que contrasta con otras obras de Austen. Sin embargo, no es del todo así. La novela comienza casi 8 años despues del primer encuentro de ambos heroes y del rechazo de Anne a la propuesta de matrimonio de Wentworth. Y aunque nada se nos dice sobre lo que en ese lapso de tiempo acontece, podemos intuir un largo proceso de prueba y maduración en Anne, apoyado en su gran fortaleza de ánimo, y en una esforzada constancia, nacida de la confianza y la fe en lo que, finalmente se revela como un verdadero amor. Una transformación que, a lo largo de la novela, vemos que acontece también en el capitán Wentworth, quien finalmente en una carta a Anne, escribe:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Nuevamente me ofrezco a usted, y mi corazón es aún más suyo ahora que cuando me lo destrozó hace ocho años. No diga que el hombre olvida más pronto que la mujer ni que en él el amor tiene vida más corta. A nadie he amado más que a usted. Podré haber sido injusto, he sido débil, y lo reconozco, pero inconstante, jamás.</i> (...) <i>¡Dulce y admirable mujer! Nos hace usted justicia al reconocer que también cabe en el hombre el afecto sincero y persistente».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y así, el cuento acaba felizmente. La frialdad y el resentimiento del capitán Wentworth da paso al viejo amor, la belleza de Anne regresa, y ambos terminan contrayendo matrimonio. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">PUREZA Y VIRGINIDAD</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Todas las heroínas de Austen son virginales. Con esto no quiero decir que ellas sean reflejos, aunque pálidos y difusos, de la virginidad de Nuestra Señora, la cual es una virginidad perfecta y perpetua. No. Sus heroínas no tienden a esa pureza perpetua, como no tiende ninguna mujer que contemple el matrimonio. Me refiero aquí a esa otra virginidad como modo de preparación y acomodo del estado matrimonial. Una virginidad de intención, al menos en su origen, temporal. Y lo cierto es que las heroínas de Jane Austen la guardan y protegen con vistas a ese destino matrimonial.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Esta falta de enredos sexuales, de actos sexuales inmorales y fuera del matrimonio, por parte de las protagonistas de sus novelas, le valió a Austen una tremenda critica ya desde un principio. Así, se sentenció que su ficción, sin sexo, sin siquiera los símbolos del sexo, carecía de pasión. Durante más de doscientos años los críticos, e influenciados por ellos, muchos lectores, han afirmando, con Charlotte Bronte, que <i>«las pasiones son perfectamente desconocidas para ella». </i> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Mi propósito aquí no es defender la presencia de la pasión en las novelas de la autora británica, aunque ciertamente diría que está ahí y bastante claramente; y que esa virginidad y pureza original en sus protagonistas no hace sino sublimarla. ¿Qué es sino el tipo de relación que se da entre Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy, o Elinor Dashwood y Edward Ferrars, dónde la pasión hace sentir su presencia en cada una de las escenas por ellos protagonizadas, y donde se reúne una compleja gama de emociones, incluyendo las que llamamos sexuales? </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Así, esa pureza, guardada como tesoro, no es sino un potenciador y un seguro y garantía de que el matrimonio será aquello que debe ser. Y ello lo muestran con gran claridad todas las heroínas de Austen en su camino de virtud.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Hemos echado una vistazo, forzosamente superficial, al tesoro de enseñanazas que encierran todas las obras de Jane Austen. Como hemos comprobado, todas sus protagonistas hacen gala de un corazón prudente y equilibrado, lleno de virtud o tendente a la virtud. Por ello, tengan por seguro, la lectura de estas novelas redundará en una buena enseñanza para sus hijos. Ya lo creo que sí. </span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-2607063721980025262023-07-06T20:45:00.001+02:002023-07-06T20:59:04.417+02:00EDUCAR EN LA FEMINIDAD (IV): DEL AMOR ROMÁNTICO Y DEL MATRIMONIO COMO SU FIN. BRONTË y AUSTEN <table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg8zVUY_7R83NQ_FCqWbHHKd7zWTCTJ0GsKk4tqk04URnLZIvM9bGTS78VXb0oGgTG09_IdFWbmXI5Ws_nkLd8bTRvoZxVr6npRIAzNuUfzef5-CysjH5HoWgoF8XPoq06wPU-UhWSNzdgG7LQpTP9lhZ-1cyJhCuxV9ngiq_BxdDdKCRKF0LImpMcX/s1200/Edmund_Blair_Leighton_-_The_Wedding_Register.jpeg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="930" data-original-width="1200" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg8zVUY_7R83NQ_FCqWbHHKd7zWTCTJ0GsKk4tqk04URnLZIvM9bGTS78VXb0oGgTG09_IdFWbmXI5Ws_nkLd8bTRvoZxVr6npRIAzNuUfzef5-CysjH5HoWgoF8XPoq06wPU-UhWSNzdgG7LQpTP9lhZ-1cyJhCuxV9ngiq_BxdDdKCRKF0LImpMcX/s16000/Edmund_Blair_Leighton_-_The_Wedding_Register.jpeg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Los nuevos esposos en el Registro». Obra de Edmund Blair Leighton (1852-1922). </td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><p><br /></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>No admito que se pueda destruir un matrimonio. </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>No es amor el amor que no logra subsistir </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>O se amengua al herirle el desamor. </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Oh, no. El amor es un faro imperturbable que contempla </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>las tempestades y nunca se estremece; </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Es la estrella de toda barca errante, cuya altura se mide, no su brillo. </i></span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">No es juguete del Tiempo, aunque los labios y mejillas dobléguense a su suerte, </span></i></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>No le alteran del Tiempo los agravios, </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Pues su reino no acaba con la muerte. </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Y si eso es falso y fuera en mí probado, </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Ni yo he escrito jamás, ni nadie ha amado.</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i><br /></i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"> William Shakespeare.<i> Soneto 116</i></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En otro lugar, y hace ya algún tiempo, les hablé un poco del amor romántico, y hace unos días del noviazgo; hoy lo haré del natural e ideal fin, tanto de uno como de otro: el matrimonio. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, ¿qué es el matrimonio? ¿Una institución?, ¿una costumbre?, ¿un contrato? Es todo eso, ciertamente, pero también más, mucho más. Aún sin descender a profundidades teológicas ni penetrar en su esencia más profunda, (como nos dijo san Pablo, un «misterio» relacionado con Cristo y la Iglesia, como los Padres trataron de aclarar), desde el punto de vista humano, se trata de una realidad sorprendente y de un enorme potencial transformador, ya que, por él, el hombre y mujer dejan todo y a todos para unir estrechamente sus cuerpos y sus almas, y lo hacen de forma exclusiva y vitalicia.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Como escribió Rainer María Rilke:</span></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Comprende bien esto,</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><span><i>Me escaparé f</i></span><i>urtivo y en silencio</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Lejos de la estridente multitud</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Cuando vea a las pálidas estrellas </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Alzarse, florecientes, por encima de los robles.</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Seguiré caminos solitarios</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>A través de los pálidos prados crepusculares</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Solo con este sueño: </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Tú vienes conmigo».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span><span><span>Ello solo es posible porque el matrimonio </span><span><span>no es </span><span>algo meramente humano, ya que el mismo </span><i><span>«</span><span>Dios esparció en ellos [en los esposos] las semillas del </span></i><span><i>amor»</i> (como dice san Juan Crisóstomo). De tal forma, que </span></span></span><span><span><i>«la mujer y el varón no son dos hombres, sino uno </i></span><i>solo». </i></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y sin embargo, paralelamente, el matrimonio es también algo específicamente humano, enraizado en nuestra misma naturaleza, sostenido en el tiempo por un mutuo consentimiento que no puede ser suplido por ninguna autoridad humana, y con un objeto y unas propiedades esenciales inmutables que se sustraen a la libre voluntad de los contrayentes. Todo lo cual refuerza su naturaleza misteriosa y trascendente.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Dice así el verso de Wendell Berry:</span></span></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;"><span>«</span>Para aquellos que no cambian, el tiempo es infidelidad. </span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">Pero nosotros estamos casados hasta la muerte </span></i></p><p style="text-align: center;"><i><span style="font-size: x-large;">y estamos prometidos al cambio». </span></i></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, no nos engañemos. Esta concepción del matrimonio es, en nuestros días, marginal, y ni tan siquiera es mayoritaria entre los mismos cristianos. En este país, por ejemplo, el matrimonio muy probablemente ha dejado de ser un contrato, si por ello entendemos un acuerdo de voluntades que genera derechos y obligaciones para las partes contratantes. <i>«Pero..., ¡si está regulado en el Código civil!»</i>, se argüirá. Cierto, pero, no lo es menos que se trata del único contrato reconocido por la ley cuya violación dolosa no conlleva ninguna indemnización, cause los daños que cause, y también el único respecto del cual se permite una rescisión unilateral <i>ad nutum</i> (esto, y no otra cosa, es el divorcio sin necesidad de motivación). Parece entonces que, desde el punto de vista legal, se trata de papel mojado. Tanto es así que algunas voces consideran que, <i>de facto</i>, el antaño denominado contrato matrimonial hoy se encuentra abolido.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Lo cierto es que, tanto su concepción de mero contrato como su misma naturaleza de misterio, son hoy objeto de un afán de destrucción demoníaco. Unos, los menos, procuran alcanzar ese fin destructivo con aviesa intención, otros, los más, siguen, con papanatismo desbocado, lo que los primeros les <i>sugieren</i>. Y ello, a pesar de los desastrosos efectos que esta <i>abolición</i> está causando a personas y sociedades.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, así y todo, la mayoría de la gente, cuando piensa en el matrimonio como ideal, guarda en su memoria una concepción tradicional del mismo: un hombre y una mujer se conocen, se enamoran, y se comprometen en matrimonio para toda la vida, con el fin de formar una familia; luego tienen hijos, los crían, educan, los ven crecer y tener hijos propios, y, en tanto esto es así, se mantienen fieles el uno junto al otro a través del tiempo y las dificultades hasta que la muerte les separa. Esto todavía se considera deseable, admirable y beneficioso para las personas y para la sociedad en la que viven. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">El problema está en que, si bien hoy prevalece aún esta concepción ideal, es percibida únicamente como eso, un ideal difícilmente alcanzable. Por ello, nuestro propósito deberá ser el trasmitir a nuestros hijos, sobrinos y nietos, no solo la pureza de ese ideal, sino también el hacerles ver que se trata de algo factible, que uno, con la ayuda imprescindible de Dios, debe esforzarse por lograr.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span><span>Y algunos buenos libros hay por ahí que pueden orientar a nuestros chicos en esa buena dirección.</span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b><u>Jane Eyre </u></b>(1847), de Charlotte Brontë </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">Comienzo con <i>Jane Eyre</i>, la obra maestra de Charlotte Brontë, que les presento a modo de ejemplo de algo que hoy se encuentra muy olvidado: del matrimonio como el único lugar donde debe –y puede– desenvolverse y florecer ese amor entre un hombre y una mujer.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En esta gran novela (comentada <a href="https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2020/03/jane-eyre-el-orden-del-corazon.html">aquí</a>), la protagonista, Jane, profesa un amor apasionado y profundo por su enamorado, el señor Rochester. Esta pasión amorosa la mueve a aceptar su propuesta matrimonial. Sin embargo, ante el mismo altar, Jane renuncia a su pasión y rompe con su amado, al descubrir que Rochester ya está casado. Jane abandona así, tanto el placer y deseo amoroso que la embarga, como el futuro, aparentemente feliz y complaciente (aunque de espaldas al matrimonio) que, tentadoramente, se le ofrece. Y esto lo hace, precisamente, porque ama de verdad. Deja a Rochester mediante un costoso ejercicio de voluntad:</span></p><p style="text-align: justify;"><i><span style="font-size: x-large;">«</span><span style="font-size: x-large;">Observaré la ley de Dios, sancionada por el hombre. Sostendré los principios que seguía cuando estaba cuerda, antes de estar loca como lo estoy ahora. Las leyes y los principios no son para los momentos en los que no hay tentaciones; son para momentos como este, cuando se rebelan el cuerpo y el alma contra su severidad. Son rigurosos, pero no los violaré. Si pudiera incumplirlos según mi conveniencia personal, ¿qué valor tendrían? Tienen un valor, siempre lo he creído, y si no” “lo puedo creer ahora, es porque estoy loca, totalmente loca, con fuego en las venas y el corazón latiéndome tan deprisa que no puedo contar los latidos. Todo lo que tengo para sustentarme en este momento son las opiniones preconcebidas y las resoluciones predeterminadas, y en ellas me apoyo».</span></i></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>Y así lo hice».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, como he dicho, se trata únicamente de un acto de voluntad, pues, aun cuando ella sepa que no puede compartir ese amor con él, lo sigue amando con la íntima convicción de que el amor es uno y siempre uno. Y dice a su amado:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Haz lo que yo hago: confía en Dios y en ti mismo. Cree en el cielo. Espero volver a vernos allí... Te aconsejo que vivas sin pecado, y deseo que mueras tranquilo... Nacimos para esforzarnos y soportar, tanto tú como yo: hazlo».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">¿Se puede amar de esta manera?, ¿en la adversidad, en el sufrimiento? ¿Puede ese amor, en apariencia derrotado, desterrado, apartado al olvido, ser el verdadero amor? ¿Puede sobrevivir en ese ambiente de tristeza y desesperación? </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">La respuesta de la novela es que sí, pero siempre que el amor esté ligado a una tercera Persona. Si se produce ese encuentro entre lo romántico y lo trascendente, el amor podrá sobrevivir, incluso en las condiciones más precarias. Esto es lo que da al inicial impulso de la pasión, el sosiego profundo y sólido del verdadero amor. Y podemos verlo en esta novela. Hay algo en ese amor entre Jane y Rochester que finalmente lo hace triunfar, algo divino que une a los amantes a través de un fino, frágil e invisible hilo. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Aun estando alejada de su enamorado, los pensamientos sobre Rochester impregnan todo el ser de Jane y arden en lo más profundo de su alma. No importa que se hallen mezclados con la desesperanza de un, aparentemente imposible, reencuentro. Más, todo ello la sume en un profundo sufrimiento, en tanto que una enorme duda carcome su corazón.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Más tarde, cuando el reverendo John Rivers trata de convencerla con una propuesta de matrimonio utilitarista, basada en un mero deber descarnado de todo afecto, percibe en Jane una barrera invisible que le impide acercarse, y que perspicazmente identifica con ese amor, en apariencia roto. Cuando ella le habla de <i>«un punto sobre el que he soportado durante mucho tiempo una dolorosa duda»</i>, Rivers contesta: <i>«Sé hacia dónde se dirige tu corazón, y a qué se aferra»,</i> (...). <i>«Piensas en el señor Rochester»</i>. Y cuando Jane materializa su rechazo, acierta a decirle al joven reverendo: </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Podría decidir</i> [sobre su proposición de matrimonio] <i>si estuviera segura de que es la voluntad de Dios»</i>. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero ella sabe bien que el matrimonio con Rivers no respondería a esa voluntad. Solo cuando, misteriosamente, intuye percibir a través del aullar del viento una llamada de Rochester, y acude a él, ese amor acallado resucita poderosamente de una forma igual de misteriosa.</span></p><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b style="text-decoration: underline;">Emma</b> (1815), de Jane Austen. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">La escritora británica nos presenta en sus novelas casi siempre una trama simple: una joven en edad de casarse tiene ante sí a dos pretendientes, uno bueno y otro malo. Rechaza al malo y elige al bueno, y el curso de la novela sirve para mostrarnos, a través de ese devenir, un orden de las cosas subyacente, lo que las hace asemejarse a una fábula. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Sin embargo, la mayoría de las jóvenes lectoras no se enfrentaran con la decisión de elegir entre el hombre adecuado y el equivocado. Es más, si acaso sucediera, esa disyuntiva podría aparecer de forma sucesiva en el tiempo, o incluso, lo que pudiera presentarse, no será muchas veces una opción clara entre un hombre bueno y uno malo. Eso es verdad. Pero de alguna manera la novelista se aparta de este aparente desorden de la vida, para atender al sentido más profundo de su orden final, coincidente con la creencia cristiana tradicional sobre el buen equilibrio entre el libre albedrío y la omnipotencia y providencia de Dios. Jane Austen es plenamente consciente de que la vida no siempre muestra las cualidades de orden, armonía y justicia que pertenecen a la naturaleza última de las cosas, pero utiliza sus novelas para dar sutilmente unas pautas de actuación generales y orientadas a lo que la vida debería ser, como si así lo fuera. Y específicamente lo hace, como sabemos, en el desenvolvimiento del noviazgo y su culminación en el matrimonio como fin de aquel.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Por ejemplo, tomemos una de sus más famosas novelas, <i>Emma</i>. En esta novela, tanto </span>si tenemos en cuenta tanto el número de matrimonios que se celebran, como el gran número de <span style="text-align: left;">conversaciones sobre el matrimonio que impregnan sus páginas, </span>podría concluirse que es, al menos en parte, un tratado encomiando las virtudes del casamiento. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Sin embargo, no lo parece así, al menos en sus comienzos. A diferencia de Elisabeth Bennett y sus hermanas en <i>Orgullo y Prejuicio</i>, Emma Woodhouse parte de una posición económica desahogada, lo que le permite tener la independencia financiera suficiente como para no verse impelida a buscar marido. Además, está muy satisfecha con la vida que lleva y no se encuentra ni ansiosa ni interesada por ningún hombre determinado; no le interesa encontrar su verdadero amor; le basta con trajinar para que los demás puedan encontrarlo, caso de su amiga Harriet. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Estas circunstancias hacen a Emma abierta al amor en su pureza: ni el interés social o económico la acucia, ni una pasión o atracción hacia un hombre concreto la desasosiega; ella no ve el matrimonio como una forma de obtener lo que necesita. Emma se nos muestra libre de lastres para recibir a Cupido. El hombre que le corresponde, como sabemos, está muy cerca y parece insospechado a quien no sea un lector atento. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y si bien esto podría entenderse como una preferencia, al menos en ciertas circunstancias, por la soltería y la independencia que parece traer consigo, finalmente se revela como una defensa velada, de un determinado tipo de matrimonio basado en el afecto y las afinidades y creencias comunes más que en la conveniencia económica o social. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">San Juan Crisóstomo nos habla de esta delicada tarea de elección, desea búsqueda de afinidades, de complementariedades, poniendo de relieve la extraordinaria relevancia del paso que los futuros esposos están a punto de dar, dado el carácter definitivo e indisoluble del matrimonio. Así, frente a la búsqueda fría y racional de dinero, linaje y belleza, él exhorta a perseguir <i>«virtud del alma y nobleza de costumbres, para que gocemos de paz, para que nos complazcamos en una concordia y un amor perpetuo».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En la novela, Austen, definiendo la esencia del noviazgo, nos dice lo siguiente respecto de uno de los pretendientes de la protagonista:</span></p><p style="text-align: justify;"><i><span style="font-size: x-large;">«Si [Emma] hubiera tenido la intención de casarse alguna vez con él, habría valido la pena detenerse y considerar, y tratar de entender el valor de su preferencia, y el carácter de su temperamento». </span></i></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Nos habla aquí la autora de una prudencia en la elección, de un discernimiento práctico y al mismo tiempo sabio, cara al matrimonio, sin el cual, el noviazgo carece de sentido: <i>«detenerse y considerar, y tratar de entender el valor de su preferencia, y el carácter de su temperamento».</i> Grabémoslo y guardémoslo para cuando tengamos que explicar a nuestros hijos (porque tendremos que hacerlo, tal y como están las cosas), cuál es la finalidad de un verdadero noviazgo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En coincidencia con el padre antioqueño, en todas las novelas de Jane Austen el matrimonio recibe una consideración capital, y se presenta como el final feliz de las historias. En todas ellas aparece concebido como la unión de un hombre y una mujer fundada en un profundo afecto, que sin dejar de ser apasionado tiene una base racional. Este afecto está fundamentado en un evidente respeto mutuo y una afinidad en las creencias y los gustos, siendo su germen un noviazgo que ha permitido a los futuros cónyuges un conocimiento mutuo sobre su carácter y sobre esas creencias y gustos, y sin que se revelen como elementos decisivos el origen social y la situación financiera.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero este camino hacia el matrimonio no es fácil. Con demasiada frecuencia, las protagonistas de Austen se encuentran en medio de un embrollo moral, en un estado de ceguera o de confusión, y no les resulta sencillo discernir con acierto. Esto es evidente incluso en <i>Mansfield Park</i>, donde la heroína más perfecta de Austen sufre innumerables lapsus morales en su marcha hacia la conquista del mandato de su corazón y su sana conciencia. Pero, a lo largo de las tramas, poco a poco, sus heroínas van superando todos los obstáculos.<span class="Apple-tab-span" style="white-space: pre;"> </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y termino con un epitalamio, como preludio y deseo de todo buen matrimonio, como procede al caso:</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Que canten las Musas, que bailen las Gracias, y no sólo durante los esponsales, sino todos los días de su vida; </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Que sus corazones se acompasen para que jamás ira o enojo se apoderen de ellos; </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Que él nunca la llame con más nombre que ‘mi gozo’ y ‘mi luz’, ni ella le llame de otro modo que ‘mi bien amado’; </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Que la vejez no les robe un ápice de felicidad, sino que con los años crezcan su amor mutuo y su bienestar».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Erasmo. <i>Epitalamio de Pedro Egidio.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-50963815940756669322023-06-02T13:18:00.004+02:002023-06-03T08:15:56.302+02:00EDUCAR EN LA FEMINIDAD (III). MODELOS DE JUVENTUD. EL BAILE, EL NOVIAZGO, EL CORTEJO: LAS NOVELAS DE JANE AUSTEN. <div style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj6GkWVGUqG7ZQTdkGjaZVUAWU1zjDwuHTUzT_fkmMHHy25NEqYIxV6hIeSvMZWpc1ipZ0CcKFrDHfRcim2BLFvh4RAqQeMvqLIs8Frg6ON64IhezG-R7gboeAqm4HKQ1vmBA7z4vsYTOWP2JUf2wKZjomTd8_BiW1drd7CDpCrsGztqHHGgsZt-hSE/s2863/c41f1c36-adbd-4fc9-b8d2-0aae3efc087e.png"><img border="0" data-original-height="1878" data-original-width="2863" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj6GkWVGUqG7ZQTdkGjaZVUAWU1zjDwuHTUzT_fkmMHHy25NEqYIxV6hIeSvMZWpc1ipZ0CcKFrDHfRcim2BLFvh4RAqQeMvqLIs8Frg6ON64IhezG-R7gboeAqm4HKQ1vmBA7z4vsYTOWP2JUf2wKZjomTd8_BiW1drd7CDpCrsGztqHHGgsZt-hSE/s16000/c41f1c36-adbd-4fc9-b8d2-0aae3efc087e.png" /></a>«À bientôt» (detalle). Obra de Valentine Cameron Prinsep (1838-1904).</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;"><br /></div><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«¡Esa telaraña de gasa! Incluso los puntos a los que se aferra –las cosas desde las que se balancean sus sutiles entrelazamientos– son apenas perceptibles; toques momentáneos de las yemas de los dedos, encuentros de rayos de orbes azules y oscuros, frases inacabadas, los más ligeros cambios de mejillas y labios, los más débiles temblores. La red misma está hecha de creencias espontáneas y alegrías indefinibles, anhelos de una vida a otra, visiones de plenitud, confianza indefinida». </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">George Eliot. <i>Middlemarch.</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i><br /></i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Emma no tuvo ocasión de hablar con el señor Knightley hasta después de la cena; pero, cuando todos estuvieron de nuevo en el salón de baile, sus ojos le invitaron irresistiblemente a acercarse a ella para darle las gracias». </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Jane Austen.<i> Emma</i></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Si hay algo constantemente presente en las novelas de Jane Austen, ese algo es el noviazgo. Se ha escrito al respecto: <i>«Los complejos y a menudo mal gestionados rituales por los que un hombre elige, las supuestas ventajas o desventajas por las que una mujer acepta o rechaza, y los a veces descuidados deberes de fidelidad y complacencia a los que una pareja se obliga, son fuentes primarias de acción y discurso en el mundo ficticio de Jane Austen y dramatizan el tema del cortejo y el matrimonio».</i> Todo ello es verdad. Austen consideraba el noviazgo esencial para un feliz y exitoso matrimonio. Para ella, ambas instituciones estaban íntimamente relacionadas, eran todo uno; simplemente se trataba de diferentes fases en el mismo camino. Pero una –el noviazgo– se revelaba esencial (como lugar de discernimiento) para la plenitud de la otra –el matrimonio–.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Además, las historias de Jane Austen son especialmente adecuadas para una educación sentimental, por la manera en que hacen tratamiento de estas cuestiones. No solamente dan cuenta de las pasiones y los sentimientos, material primario del cortejo, sino también, del papel del intelecto y la razón en el control y dominio de aquellos, en un juego de prudencia y equilibrio muy aristotélico.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y este noviazgo nos es presentado por la escritora inglesa, ligado de ordinario a un acto social: el baile. Ritual, y también símbolo del caminar unido, armonioso, y bello de dos almas compatibles; al igual que metáfora de una intimidad entre la multitud, y de un estar y ser social en esa multitud. Un maravilloso poema de Wendell Berry, <i>El baile</i>, nos lo canta; algunas de sus estrofas son muy expresivas:</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Y te amo</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>como amo al baile que te distingue</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>de la multitud</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>en la que vienes y vas».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por otro lado, no es difícil encontrar paralelismos entre la danza y el noviazgo. En ambos, las pasiones se celebran de forma grácil y comedida, en un acto ceremonial que alude a su poder, pero que las mantiene contenidas por medio de una especie de arte, marcando límites, domesticándolas, y por ello, reconduciendo su potencia, su belleza y su bondad hacia su finalidad natural.</span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEibjNrpsvQP_wv362UrS1yXWsmlh2LEKbbFC9KI20XmxQ-P0hAxNEnDZ-XZeXG5HQx9lLAzG_FOJAtd11tkcvJ1NxPjFT0V5xt8SRP62lSQnoDhE3bHcJI7wFEDVtIGAP9aUBfq15tpsGwPlBRmiXD1kWZd_p6tIqRPp6mlU347CLr9X1iXfu3GR3M0/s1588/il_1588xN.3764136086_2mjm.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><span style="font-size: x-large;"><img border="0" data-original-height="1109" data-original-width="1588" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEibjNrpsvQP_wv362UrS1yXWsmlh2LEKbbFC9KI20XmxQ-P0hAxNEnDZ-XZeXG5HQx9lLAzG_FOJAtd11tkcvJ1NxPjFT0V5xt8SRP62lSQnoDhE3bHcJI7wFEDVtIGAP9aUBfq15tpsGwPlBRmiXD1kWZd_p6tIqRPp6mlU347CLr9X1iXfu3GR3M0/s16000/il_1588xN.3764136086_2mjm.jpg" /></span></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">«El baile» Obra de Víctor Gabriel Gilbert (1847-1933).</span></td></tr></tbody></table><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Cuando en <i>La Abadía de Northanger</i>, la protagonista, Catherine Morland, llega por primera vez a Bath, es introducida, casi inmediatamente, en sociedad. Al principio, permanece pasiva en medio del salón de baile, pues desconoce las costumbres locales, tanto como ella es desconocida por la sociedad del lugar y, por ello, no está en disposición de danzar. Más tarde, el maestro de ceremonias le presenta a un joven caballero local, Henry Tilney, y comienzan el baile, un baile que marca el inicio de un camino a recorrer.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Hay un pasaje de la novela en el que Tilney compara el matrimonio con la danza, a lo que Catherine, sin embargo, a pesar de no estar del todo en desacuerdo, puntualiza agudamente:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Para mí [dice Tilney], el baile es equiparable al matrimonio. En ambos casos, la fidelidad y la complacencia son deberes fundamentales (…).</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>—Pues a mí me parece que son cosas muy distintas [dice Catherine].</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>—¿Qué? ¿Considera usted imposible el compararlas?</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>—Naturalmente. Los que se casan no pueden separarse jamás; hasta deben vivir juntos bajo un mismo techo. Los que bailan, en cambio, no tienen más obligación que estar el uno frente al otro en un salón por espacio de media hora.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>—Según esa definición [dice Tilney], hay que reconocer que no existe gran parecido entre ambas instituciones, pero (…) Imagino que no tendrá usted inconveniente en reconocer que tanto en el baile como en el matrimonio corresponde al hombre el derecho a elegir, y a la mujer únicamente el de negarse; que en ambos casos el hombre y la mujer contraen un compromiso para bien mutuo y que una vez hecho esto los contratantes se pertenecen hasta la disolución. Además, es deber de los dos procurar que por ningún motivo su compañero lamente el haber contraído dicha obligación, y que interesa por igual a ambos no distraer su imaginación con el recuerdo de perfecciones ajenas ni con la creencia de que habría sido mejor elegir a otra pareja.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>—Tal y como usted lo expone, desde luego. Sin embargo, mantengo que ambas cosas son distintas y que yo jamás podría considerarlas iguales ni creer que conllevaran idénticos deberes».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Estoy de acuerdo con Catherine/Austen, y creo que una mejor similitud se da entre la danza y el noviazgo, en donde, además, aquella desempeña su función. El baile formaba parte de un sistema de cortejo muy formal y universalmente entendido, un haz de relaciones cuyo objetivo era el matrimonio, y que contenía entre sus ritos algo más que el encuentro entre dos (sin duda, fundamental). Traslucía también una preocupación social y expresaba un determinado arraigo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Este aspecto social del noviazgo –tan evidente en los relatos de Austen– es especialmente desconocido hoy. La pareja no solía estar sola. Fuera en la hora de visita, en el paseo, en la iglesia, en la cena o en el baile, ambos novios compartían su compañía con otros en medio de un escenario social. Esto era así, ya que los dos eran de algún sitio, pertenecían a él, y se debían a él y a la sociedad allí arraigada. Estaban ligados a un lugar y a un hogar; y aquello que hicieran con sus vidas repercutiría en la suerte y ventura de su comunidad. De esta forma, era relevante lo que una pareja hacía al acercarse el uno al otro. Al cortejarse, se adherían a prácticas tradicionales elaboradas y vividas por otros antes que ellos, que tenían un orden y un significado común, no siendo otro que el camino debido al matrimonio y a la formación de una nueva familia. Desde este punto de vista, el cortejo pertenecía a una sociedad que entendía que una de sus tareas fundamentales era ayudar a los jóvenes a conocerse bien, de tal manera que se vieran abocados a una unión para toda la vida en cuyo seno nacerían los hijos que pudieran tener. Y eso era bueno; era el bien común.</span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjesemlca5T5dKUk3QGsozETPKg1qtjHgSBCJSBBRb489aR9Q127Zjcsvvbcz_KF_eq1G31q9Nvow-s0pxAq1sHOFsxEBIfCFcjlLX2uui_dFjS-LncvgeYRanpu2tVIOntCPyacFrtF77lX9NHvfkmuCUh0YnOMNTL2Ms0lEufRgZPufVL0Qsjgbbi/s1349/A%20Wet%20Sunday%20Morning%20by%20Edmund%20Blair%20Leighton.jpeg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><span style="font-size: x-large;"><img border="0" data-original-height="1349" data-original-width="921" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjesemlca5T5dKUk3QGsozETPKg1qtjHgSBCJSBBRb489aR9Q127Zjcsvvbcz_KF_eq1G31q9Nvow-s0pxAq1sHOFsxEBIfCFcjlLX2uui_dFjS-LncvgeYRanpu2tVIOntCPyacFrtF77lX9NHvfkmuCUh0YnOMNTL2Ms0lEufRgZPufVL0Qsjgbbi/s16000/A%20Wet%20Sunday%20Morning%20by%20Edmund%20Blair%20Leighton.jpeg" /></span></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">«Húmeda mañana de domingo». Obra de Edmund Blair Leighton (1853-1922).</span></td></tr></tbody></table><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Sin embargo, hoy esto se ha perdido, en parte por nuestro desarraigo como individuos. Las familias se reducen, las ciudades nos disipan y nos aíslan: no somos de ningún lugar y de todos a la vez; a partir de un determinado momento no pertenecemos a ninguna familia, nos sentimos autosuficientes y autónomos: y, sin embargo, estamos solos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y aquí Austen nos vuelve a ayudar. En prácticamente todas sus novelas, vemos a sus heroínas moverse por todo el discurrir de la novela, a veces con gracia, otras con torpeza, a través de una especie de baile de cortejo. Una danza en la que deben juzgar a la posible pareja por su aspecto, estilo, carácter, posición y, lo más importante, compatibilidad, cara a un futuro matrimonio, pues, este es el fin del noviazgo; aquello que le da sentido y le llena de contenido. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Además, cada una de estas novelas se ocupa ciertos aspectos del amor en relación con el noviazgo y el matrimonio, sugeridos muchos de ellos por los mismos títulos: así, la autora levanta el velo sobre el verdadero significado y papel del buen sentido y los sentimientos en <i>Sentido y sensibilidad</i>, o profundiza en el rol obstaculizador que desempeñan la vanidad, los convencionalismos y las ideas preconcebidas en <i>Orgullo y prejuicio</i>. En <i>Mansfield Park</i>, trata del problema de la conexión del enamoramiento con la virtud; del rol que desempeña la imaginación en los asuntos amorosos, encontramos lecciones en <i>Emma</i>, y del juego paciente entre el romance y la prudencia en <i>Persuasión</i>.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, por encima de todo ello, este noviazgo, para cumplir su función, debe responder –y Austen así lo piensa– a ciertos principios, presentes en todas sus novelas. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En primer lugar, se trata de un proceso intencional con el propósito del matrimonio como objetivo final. Por lo tanto, busca discernir, en lo posible, si la persona tiene la virtud suficiente para ser un buen esposo y padre, y viceversa, buena esposa y madre. Vista esta su finalidad, no debe iniciarse si ese no es su objetivo, y, en todo caso, debe estar presidido por el afecto sincero (amor), el honor y la honradez, la fidelidad y la sinceridad, la castidad y el respeto, y la responsabilidad y el compromiso. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por otro lado, se trata de un periodo provisional, no de un estado vital a dilatar en el tiempo; por eso debe ser iniciado solamente cuando exista la posibilidad de contraer matrimonio en un plazo razonablemente breve (p. ej. un año). </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En todo caso, el periodo del noviazgo –si se realiza bajo los principios antes señalados– es una inversión en la futura felicidad de los esposos. Así lo señala Austen en las líneas finales de <i>La abadía de Northanger</i>:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Lejos de dañar aquella felicidad, la promovió, permitiendo que Henry y Catherine lograran un más perfecto conocimiento mutuo al mismo tiempo que un mayor desarrollo del afecto que los unía».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Así que, si bien el noviazgo –y, por lo tanto, la intención matrimonial– es algo a considerar como prioritario, que no debe apartarse a un lado (opción hoy tan común, con la prevalencia de la carrera profesional sobre cualquier otra consideración), tampoco ha generar angustia y ansiedad, porque, como nos muestra Austen en su novela <i>Persuasión</i>, el amor termina llegando, si se busca, se guarda y se cultiva debidamente. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«A ti te diré, como te he dicho muchas veces antes: No tengas prisa. El hombre adecuado llegará por fin».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Eso es lo que Jane Austen le escribió a su sobrina Fanny Knight en una carta, aunque, también es verdad, nuestra literata nunca se casó. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero no perdamos de vista al baile de salón, un delicioso ritual, con sus sofisticadas figuras, su delicadeza, su sensibilidad y su aura de belleza formal. Y no debemos hacerlo, pues lo que el baile representa (el cortejo, el noviazgo verdadero) ha desaparecido al unísono que el baile mismo. Y con la desaparición de ambas cosas, también lo han hecho las virtudes esenciales que, un buen hombre y una buena mujer que comienzan a relacionarse sentimentalmente, deben exhibir y ejercitar. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">¿Y, tras estas pérdidas, qué nos ha quedado? En lugar del elaborado y tradicional noviazgo, tenemos, en palabras de Bárbara Dafoe Whitehead (<i>Por qué ya no quedan hombres buenos</i>, 2002), <i>«un sistema de relaciones amorfo, abierto y cíclico, que ha habituado a los jóvenes adultos a “compromisos” en serie similares al matrimonio —sin el compromiso de este—, junto con una “gestión de la ruptura”, igualmente en serie, similar al divorcio».</i> Todo lo cual explica, bastante bien, tanto el bajo número de matrimonios y su alto porcentaje de rupturas, como la desmedida proliferación de las relaciones (sexuales) prematrimoniales. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Así que, aunque quizá no podamos rescatar del viejo baúl de nuestros abuelos o bisabuelos el baile de salón (¿por qué no?), al menos, podemos tratar de que nuestros hijos recuperen el noviazgo de antaño y su sentido matrimonial. Y estos libros, los libros de Jane Austen, pueden ayudarnos en ello. </span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-83388744343334935132023-05-16T23:54:00.004+02:002023-06-07T07:14:25.987+02:00EDUCAR EN LA FEMINIDAD (II). MODELOS INFANTILES Y DE ADOLESCENCIA. EL JARDÍN SECRETO Y MUJERCITAS <p></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgeU31Wx6DwcClI1yGwE4YNEK2lhIt-VYd95mIP17paDPQDWW7oHQVIsg8d-vgSIlTnP_KQI1NJkHq-xjFLKH0-Mxh_XE1eUTT3ykSfhQ2iJKOmXbVinnZP7cxCzmdf2_iMJ82D8qJExif-OElcakCzJKG3W_1w99AqCzMOORF2oRISwU-3l3l3CX3u/s2844/9117GYfRM8L._AC_SL1500__2x.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="2844" data-original-width="2024" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgeU31Wx6DwcClI1yGwE4YNEK2lhIt-VYd95mIP17paDPQDWW7oHQVIsg8d-vgSIlTnP_KQI1NJkHq-xjFLKH0-Mxh_XE1eUTT3ykSfhQ2iJKOmXbVinnZP7cxCzmdf2_iMJ82D8qJExif-OElcakCzJKG3W_1w99AqCzMOORF2oRISwU-3l3l3CX3u/s16000/9117GYfRM8L._AC_SL1500__2x.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Ilustración de Jessie Willcox Smith (1863-1935) para la novela Mujercitas.</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p><br /></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«—Chicas —dijo Meg dirigiéndose tanto a Jo, que estaba tumbada junto a ella, como a sus otras dos hermanas, aún en pijama y en su habitación—, mamá espera que leamos estos libros y los cuidemos con esmero; sugiero que empecemos enseguida».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Louisa May Alcott. <i>Mujercitas</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i><br /></i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Puedes tener tanta tierra como quieras (…). Me recuerdas a alguien que amaba la tierra y las cosas que crecen. Cuando veas un poco de esa tierra que quieres (…) tómala, niña, y haz que cobre vida». </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><span style="text-align: justify;">Frances Hodges Burnett.</span><span style="text-align: justify;"> </span><span><i>El jardín secreto.</i></span></span></p><div><br /></div><p><br /></p><p><br /></p><p><br /></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL JARDÍN SECRETO</b>, de Frances Hodges Burnett (1911). El asombro ante lo creado y el abono en la tierra que labrar.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">¿Cómo recuperar el asombro que nos devuelva a nuestra naturaleza de criaturas? Frances Hodges Burnett nos lo cuenta en esta novela, mediante el relato de una historia plena de simbolismo, magia y afecto, que nos deja finalmente un poso de esperanza. Y para ello nos lleva, de la mano de una niña de 12 años, a un lugar que ya conocemos, el jardín.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como hemos visto, el jardín es el refugio, guardado y seguro, escondido a los ojos extraños; un lugar, pleno de armonía, orden y felicidad, dónde llevar a cabo aquello que hay que hacer: cultivar el alma.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Por otro lado, es un lugar donde impera la belleza y asombro. Ya Platón y Aristóteles creían que la educación debería atraer a los niños y los jóvenes hacia lo verdadero y lo bueno a través de la belleza, que entendían como la expresión sensible de lo real.<span class="Apple-tab-span" style="white-space: pre;"> </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Además, el jardín es el paraje ideal para el juego. El juego infantil, ese que abre y cierra puertas y mundos al compás del ingenio y la imaginación del niño, y que siempre ha sido la manera en que los pequeños han cultivado su alma.<span class="Apple-tab-span" style="white-space: pre;"> </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Estas son, pues, las dos claves para preparar la tierra para el cultivo: la belleza y el juego.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Nuestra protagonista y narradora, es Mary Lennox. Mary vive en la India, pero al morir sus padres en una epidemia de cólera, es enviada de vuelta a Inglaterra. Su destino es Misselthwaite Manor (<i>«Una casa con cien habitaciones, casi todas con las puertas cerradas»</i>), situada al borde de los oscuros páramos de Yorkshire, donde reside su tío Archibald Craven, un hombre todavía desolado por la reciente muerte de su esposa. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Contra todo manual de estilo, Hodges Burnett no presenta al lector una protagonista simpática, sino más bien arisca y tosca. Lo cierto es que la vida no le ha dado a Mary muchas dulzuras, con la terrible pérdida de sus padres, y la necesidad de afrontar, en desamparo, una nueva vida llena de incertidumbre. A ello no ayuda tampoco su tío, que la descuida, ausentándose con frecuencia de la casa. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pese a ello, Mary conocerá y trabará amistad con dos niños de su edad. Una amistad que aligerará su pesar, y que, a través del juego, y en el marco de un precioso jardín olvidado, trasformará su vida.<span class="Apple-tab-span" style="white-space: pre;"> </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Uno de estos niños es su primo Colín, como ella huraño a causa de su delicada salud, como ella, aburrido y apático, encerrado siempre entre las cuatro paredes del inmenso caserón. El otro es Dickon, el hermano pequeño de una criada, inquieto, imaginativo, atento al juego y a la vida al aire libre, entre campos y bosques.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span style="text-align: left;">En uno de sus paseos, y gracias a la misteriosa ayuda de un petirrojo, Mary encuentra la llave y la puerta de entrada de un jardín abandonado. En la compañía de Dickon decide visitarlo, y, nada más traspasar el umbral de su puerta, siente una trasformación interior que la hace florecer. De repente, la solitaria y taciturna niña descubre placeres y deleites no imaginados. Cosas tan simples, como saltar a la cuerda, la hacen sentir inmensamente viva.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">La enorme alegría del descubrimiento de este regalo (la belleza natural, y el placer del juego) lleva a Mary, porque el amor siempre se desborda, a atraer a su triste y enfermo primo Colin al jardín. Cuando ambos atraviesan de la mano su vieja puerta, perciben la presencia de aquello que les faltaba: <i>«¡Algo está ahí, algo!»</i>. El asombro frente a lo creado y la humildad que le acompaña se apoderan de sus corazones, para, en palabras del poeta Shelley, levantar ante ellos, <i>«el velo que cubre la belleza oculta del mundo».</i></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Se ha sugerido que <i>El jardín secreto</i> es una especie de <i>Jane Eyre</i> infantil, y algunos otros incluso han sostenido que se trata de una <i>Heidi</i> inglesa. Es muy posible, pues hay ciertas similitudes y paralelismos, y ya sabemos de la tremenda influencia de la tradición literaria de la que ningún autor puede escapar. Pero, esta novela, más allá de esas semejanzas, como su título indica, guarda un secreto muy particular, que podríamos encerrar en una pregunta: </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">¿Puede un jardín dar la felicidad?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Probablemente no, al menos en esta nuestra existencia terrena, aunque tenemos razones para pensar que entre uno y la otra existe una relación directa. Pero, sin perjuicio de ello, los susurros de tres niños jugando en un jardín, envueltos en su ilusión inocente y alegre, podrían posiblemente evocar en los lectores un mundo, quizá hoy perdido, pero saludable y redentor: un jardín como escenario, tanto de la sanación de un niño enfermo, como del rescate del alma de una triste niña, y de la restauración, en la alegría y el afecto, de una familia.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Frances Hodges Burnett creía en el poder de los jardines para fomentar el crecimiento del alma, a través de la contemplación de la belleza natural, y como camino hacia el bien y la verdad. Y es allí, donde los jóvenes lectores recordarán a Mary Lennox, recorriendo los corredores sin fin de Misselthwaite Manor, y, sobre todo, explorando los caminos sinuosos del <i>Jardín secreto</i>, con sus laberintos y senderos. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">De este modo, el <i>hortus conclusus</i> inicial se prepara al final para llegar a ser un <i>locus amoenus</i>; y tal y como debería ser, la niña heroína encuentra el camino y la llave, y abriendo la puerta secreta del jardín, llega a conocer lo que le estaba oculto e inaccesible, ese <i>«algo»</i> que la hace florecer. Porque, como señala la autora en el libro:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Donde cuidas una rosa, muchacho, no puede crecer un cardo».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, el jardín, a pesar de los deseos de los niños de guardarlo para sí, no puede permanecer ya oculto, ya que, por naturaleza, el amor y el bien son difusivos de suyo. De esta forma, la alegría y el disfrute de los niños alcanza a los adultos cuando el Sr. Craven, misteriosamente, es llamado en la distancia y atraído de vuelta al hogar, para que, al fin, el calor de una familia regrese a Misselthwaite Manor. Un lugar que pervivirá en nuestra memoria por su <i>jardín secreto</i>, aquel donde Mary inició el cultivo, entre asombro y belleza, de su alma y su corazón. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"></span></p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm; text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm; text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span><span style="font-family: Times New Roman, serif;"> </span></span><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><o:p></o:p></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>MUJERCITAS</b>, de Louisa May Alcott (1868). Puliendo defectos, cultivando virtudes: la siembra y el cuidado de lo sembrado (el <i>hortus conclusus</i>).</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como con seguridad ustedes conocen, la novela relata las vicisitudes de la vida adolescente de las cuatro hermanas March en su casa de Concord, mientras su padre se encuentra ausente por causa de la guerra (la Guerra Civil o de Secesión americana). Desde allí, Alcott nos pone al día en su paso de la infancia a una primera madurez. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">De nuevo, un camino por recorrer. De nuevo, un jardín que cultivar, podar y adornar. No es casualidad que la arquitectura y el diseño de la obra sigan la pauta de la novela de John Bunyan, <i>El progreso del peregrino</i>, de cuyas referencias está plagada; por ejemplo, los títulos de muchos capítulos (<i>Juego de los peregrinos, Cargas, Beth encuentra el Palacio Hermoso, Un valle de sombras</i>, entre otros). Bunyan también se hace presente en el propio <i>leitmotiv</i> del relato, el peregrinar de las protagonistas, afrontando los desafíos de la vida y superando sus propios defectos y cargas personales, para al final convertirse de iniciales mujercitas en buenas esposas. Meg, la mayor, ha de hacer frente a su vanidad. Jo, la segunda, como su madre, tiene un temperamento fuerte que debe aprender a controlar. Beth, la tercera, ya es casi tan perfecta que su carga es simplemente superar su timidez, y quizá por eso, abandona la historia prematuramente. Amy, la pequeña y mimada, tiene que tratar de corregir su falta de sentido práctico y su irreflexión. Es por ello que la obra puede ser considerada una novela de crecimiento, así como una guía de conducta para jovencitas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Al lado de las cuatro protagonistas destaca, tenuemente, pero de forma firme y constante, otro personaje femenino, su madre, Marmee, fundamental en la novela. La señora March enseña a sus hijas el valor de una vida familiar estable y llena de amor y respeto, y la posición central que en ella corresponde a la mujer; las orienta y alecciona en la dificultad y grandeza del perdón, y siempre muestra a sus hijas, con su ejemplo de vida, que las vicisitudes y altibajos, necesariamente presentes en todo matrimonio y vida familiar, han de ser abordados con sabiduría cristiana, desde la humildad, el amor y el perdón... y con un poquito de sentido común. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Hija mía, tus problemas y tentaciones no han hecho más que empezar y pueden ser muchos, pero lograrás superarlos y vencerlos si aprendes a sentir la fuerza y el amor de tu Padre Celestial como sientes los de tu padre terrenal. Cuanto más le ames y confíes en Él, más unida te sentirás a Él y menos dependerás del poder y la sabiduría humanos. Él nunca se cansa de amarnos y cuidarnos, nada le aleja de nosotros y nos proporciona la paz, la felicidad y la fuerza que necesitamos en nuestra vida. Has de creer en esto y confiar a Dios todas tus cuitas y esperanzas, tus errores y penas, del mismo modo que los compartes con tu madre».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">A lo largo de toda la obra, vemos a unas jovencitas (alguna de las cuales destaca notoriamente en la faceta artística, como es el caso de Jo) que se alejan voluntariamente del éxito y el triunfo en el mundo (del empoderamiento, como se diría hoy). Frente a ello, optan —libremente—, por una vida doméstica, de matrimonio y maternidad (Meg y Beth), o de cuidado y educación de los niños a través de la enseñanza, (Jo), que, ¡oh, paradoja!, y como dirían los modernos, nos las muestra felices y realizadas. Recordemos el capítulo, certeramente titulado, <i>Castillos en el aire</i>, donde Meg, la hija mayor, fantasea con el glamour y los privilegios de una buena posición: <i>«Me gustaría una casa hermosa, llena de todo tipo de cosas lujosas: buena comida, ropa bonita, muebles hermosos, gente agradable y montones de dinero»</i>. Jo, asocia la felicidad con la fama y se imagina a sí misma como una autora exitosa: <i>«Creo que escribiré libros y me haré rica y famosa».</i> Amy, la más joven, es igualmente ambiciosa y aspira a ser aclamada en el campo del arte: <i>«ser artista, e ir a Roma, pintar hermosos cuadros y ser la mejor artista del mundo». </i>Finalmente, nada de esto tiene lugar. Y, sin embargo, las chicas no se sienten frustradas, sino que, al contrario, son felices.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En este sentido, la maternidad, el matrimonio y el cuidado de los niños, y las virtudes asociadas a los mismos, son, misteriosa e inexplicablemente ––volverían a decir los modernos––, ensalzadas y promovidas, como caminos y destinos naturales a los que tender. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Con el final incrustado en el título (la segunda parte de la novela, publicada de forma independiente un año después de la primera, se tituló <i>Buenas esposas </i>en el Reino Unido), la obra de Alcott tiene un último capítulo que se titula, muy gráficamente, <i>Tiempo de cosecha</i>. Pues, como preconiza y desea Marmee:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Quiero que mis hijas sean hermosas, realizadas y buenas; que sean admiradas, amadas y respetadas, que tengan una juventud feliz, que se casen bien y sabiamente, y que lleven una vida útil y agradable, con tan poco cuidado y pena para probarlas como Dios considere oportuno enviar. Ser amada y elegida por un buen hombre es lo mejor y lo más dulce que le puede pasar a una mujer; y espero sinceramente que mis hijas conozcan esta hermosa experiencia».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><span>Este último capítulo representa una suerte de glorioso muestrario de las bendiciones que puede cosechar una mujer tras una buena siembra en su particular jardín familiar, en su <i>hortus conclusus</i>. En él se nos describe la celebración del </span>sexagésimo cumpleaños de l<span><span>a Sra. March</span><span>, </span><span>y con ocasión de ello, se nos muestran los frutos de su amor conyugal, representados por un amante esposo, tres hijas felizmente casadas, tres buenos yernos y sus nietos, todos los cuales, en un festivo encuentro, honran a la esposa, madre y abuela con abrazos, regalos y hermosas palabras en un momento de gozo familiar exultante. </span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-1932195846923751435.post-89493269062242992202023-05-10T15:34:00.000+02:002023-05-10T15:34:35.293+02:00EDUCAR EN LA FEMINIDAD (I): REFLEJOS DE VIRTUDES MARIANAS EN EL JARDÍN DE LAS LETRAS<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj3JlpAKRcW9b1MrGnyZQ_9wAUeolDapjdmrnnwrLyzJH87UfwcuAVMtcl3Mn-i4RLhV1-BJuBDgyTQdrmkk3iScg2O543nlbyKj67HzQz82CSXmLm_RIQBBtcDMukmK605Qaq85WhFEeF0MTrXpRXpNGZojPNC5ByhaErnf5lJZZVNu46IgHtWScPR/s1509/William_Dyce_Madonna%20y%20Nin%CC%83o.jpeg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1509" data-original-width="1000" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj3JlpAKRcW9b1MrGnyZQ_9wAUeolDapjdmrnnwrLyzJH87UfwcuAVMtcl3Mn-i4RLhV1-BJuBDgyTQdrmkk3iScg2O543nlbyKj67HzQz82CSXmLm_RIQBBtcDMukmK605Qaq85WhFEeF0MTrXpRXpNGZojPNC5ByhaErnf5lJZZVNu46IgHtWScPR/s16000/William_Dyce_Madonna%20y%20Nin%CC%83o.jpeg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">«Madonna y Niño». Obra de William Dyce (1806–1864).</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p style="text-align: center;"><br /></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«La vida de María fue tal, que Ella sola es norma de vida para todos nosotros. Ella es la regla de nuestras vidas».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">San Ambrosio de Milán</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i><br /></i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Porque eres hermosa, porque eres inmaculada,</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>La mujer en la Gracia al fin restituida,</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>La criatura en su honor primero y en su florecimiento último,</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Tal como salió de Dios en la mañana en su esplendor original.</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Inefablemente intacta porque eres la Madre de Jesucristo,</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Que es la verdad en tus brazos, y la única esperanza y el único fruto.</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Porque eres la mujer, el Edén de la antigua ternura olvidada».</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">Paul Claudel</span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Hace ya 76 años, C. S. Lewis preveía una perspectiva sombría para los tiempos que entonces se avecinaban, cuando, en su libro de 1947, <i>La abolición del hombre</i>, escribió:</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«La naturaleza humana será la última parte de la naturaleza en rendirse al hombre».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y lo cierto es que, hoy, parecemos estar ya inmersos en lo que Lewis auspició, de tal manera que, lo más urgente es el rescate de la misma naturaleza humana. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como una parte no menor de ese rescate, un asunto merece hoy la mayor de las atenciones y cuidados. Les hablo, de la restauración de la verdadera feminidad, del <i>ethos</i> femenino, perdido como está entre empoderamientos, igualdades antinaturales, y subversiones y alteraciones del binomio natural de los dos sexos. Y, para ello, habremos de volver al lugar donde ese <i>ser</i> femenino se desenvuelve más perfectamente: el matrimonio entre un hombre y una mujer. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Como saben, una de las preguntas de moda hoy, que suena y resuena en nuestras cabezas con una insistencia exasperante, es la siguiente: </span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«¿Qué es una mujer?»</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Hace no tanto tiempo no daríamos crédito a que alguien pudiera plantear siquiera la pregunta, y menos aún, a que un porcentaje cada vez mayor de personas no pudieran o no quisieran darle contestación. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Bien, pero, independientemente de causarnos perplejidad, ¿es necesario darle contestación? ¿No es obvia la respuesta?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Sin duda, debería serlo, y lo cierto es que lo es para algunos, pero ya vamos siendo los menos. Mientras, la locura y la confusión se extiende como una plaga entre los niños y los jóvenes. Por lo tanto, a pesar de la obviedad, es preciso contestar a la pregunta, responderla para ellos. Para que no se lleven a engaño y se extravíen. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">De esta manera, nuestras hijas, sobrinas y nietas, deben volver a ser formadas en la idea, abandonada y perseguida hoy, de que ser mujer es algo hermoso, bueno y necesario. Y no solo eso, sino, además, que el cumplimiento de su natural función de madres en el seno del matrimonio es algo infinitamente valioso, de una belleza y una profundidad perturbadora, al hacerlas portadoras sagradas de la transmisión de la vida misma, en una función de mediadoras entre el ser y la nada, entre la tierra y el Cielo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>EL MODELO DE TODAS LAS VIRTUDES FEMENINAS</b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Pero, ¿dónde habremos de comenzar en esa labor de rescate? ¿En qué lugar puede encontrase un modelo que personifique ese ideal femenino, un ejemplo al que imitar, en el que nuestras hijas puedan verse reflejadas? </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Sabemos que uno de los principales modelos –si no el principal– para las niñas y las jóvenes son sus madres, y en su caso, también sus abuelas o sus hermanas mayores, pues en el seno de la familia es dónde todavía se lleva a cabo, voluntaria e involuntariamente, una gran parte de la educación. Y los católicos también sabemos que la máxima de estas referencias humanas está, en este caso, en la madre de las madres. Alice Von Hildebrand, nos habla de este modelo ideal:</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Cada mujer puede encontrar una fuerza sobrenatural en lo que el feminismo percibe como su debilidad, y mirar a María como modelo de feminidad perfecta». </i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">De esta forma, María –como hija, como esposa y como madre– habrá de estar siempre presente en la educación de nuestras hijas, incluso cuando parezca no estar. Y, sin perjuicio de que la primera mirada ha de estar dirigida directamente a ella, cuando no sea así, habrá de dirigirse hacia los vestigios y pálidos reflejos que María proyecta en otras mujeres, algunos de los cuales se hallan guardados en las páginas de ciertos libros. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">En todo caso, aun centrándonos en esa mujer ideal ––e inalcanzable––, que representa Nuestra Señora, veremos que en ella tiene lugar una ascensión, un proceso de depuración y de perfección.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Cierto es, que María recibió las mayores prerrogativas y privilegios de Dios, y así la saludamos en la oración, <i>«Ave Maria gratia plena»</i>, pero, como nos dice el cardenal Newman, <i>«aunque la gracia concedida a la Virgen ha sido tan maravillosamente abundante, no supongáis que excluyó su cooperación. Ella, igual que nosotros, experimentó sus pruebas. Igual que nosotros aumentó en gracia y mereció el aumento»</i>. Por eso es posible tenerla como modelo, aunque, como también nos señala el santo cardenal, debemos movernos a imitarla <i>«en cuanto es posible a nuestra humana debilidad»</i>, pidiendo <i>«a Dios y a Ella gracia y protección para llevar a cabo lo que es imposible a nuestras propias fuerzas»</i>.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179), doctora de la Iglesia, es autora de un drama litúrgico expresivo de esta procesión perfectiva, su <i>Ordo virtutum</i> (1151). Este juego de las virtudes se revela tendente siempre hacia María. En esta obra, la heroína Ánima, encuentra en las virtudes en ella personificadas, la fuerza para triunfar sobre el mal interior y alcanzar su alto destino. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Otra doctora de la Iglesia, nuestra Santa Teresa de Ávila, transita por las mismas veredas, y si bien, como ella dice, <i>«nosotros no somos ángeles, sino tenemos cuerpo»</i> y, consecuentemente, <i>«querernos hacer ángeles estando en la tierra</i> (…) <i>es desatino»</i>, lo cierto es que hay un sendero por recorrer, un <i>Camino de perfección</i>, como ella diría, en la búsqueda de algo mayor y más glorioso que los ángeles. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y entre las virtudes que la adornan, la Iglesia tradicionalmente ha elegido un elenco de las más brillantes, recogidas en las <i>Letanías Lauretanas</i>, similar al que relaciona santa Hildegarda. En esta serie, destacaré solo algunas, aquellas que se concentran en una de las más altas, sino la más alta, de sus perfecciones: la de ser esposa y madre.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Así, la búsqueda de esas virtudes es el camino que a toda mujer espera en su peregrinar terreno, de acuerdo a un <i>ordo virtutum</i> a través del cual ascender, virtud por virtud, para, con la ayuda imprescindible de la gracia, alcanzar su destino. Y María, la misma madre de Dios, es la referencia a emular y, a un tiempo, la guía con quien caminar en ese peregrinaje de perfección. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><b>Y, EN ESTA LABOR, ¿PUEDEN LOS BUENOS LIBROS AYUDARNOS?</b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Una vez conocido el modelo al que imitar, ¿en qué lugar puede llevarse a cabo ese intento de emulación? Obviamente, el lugar es el alma de cada mujer. Un sitio que no está en ninguna parte y puede estar en todas, análogo a un jardín, a un florido pensil donde las jóvenes pueden modelarse en el cultivo de la <i>Rosa Mystica</i>.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y me gusta hablar de un jardín, no solo por su cargado simbolismo (en el <i>Fedro</i>, Sócrates nos habla de sembrar en el <i>"jardín de las letras"</i>, y en sus <i>Etimologías</i>, san Isidoro explicaba el significado de la palabra <i>hortus/jardín</i>, que proviene del verbo latino <i>orior</i>, es decir, <i>nacer</i>), sino, además y sobre todo, porque se trata de un lugar que aparece desde siempre relacionado con María. El jardín como <i>hortus conclusus</i> del que partir (puro y cerrado, guardado y virgen) y <i>locus amoenus</i>, al que llegar (gozoso, florido y fértil). Como se puede leer en el <i>Cantar de los cantares</i>:</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Un huerto cerrado</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>es mi hermana esposa,</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>manantial cerrado,</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>fuente sellada».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Imágenes hermosas que nos conducen a la inocencia y a la pureza de María. Pero, al mismo tiempo, esa pureza se proyecta y se desenvuelve en la mujer en una plenitud de gravidez, haciéndola volverse portadora –en sus entrañas– del fruto más palpable del amor conyugal. Estamos en plena estación primaveral, en el mes dedicado a María, mayo, cuando la primavera explota con exuberancia en flores y lozana espesura. Un mes que refleja a la perfección esa naturaleza promisoria y fértil de la madre, porque toda floración promete fruto. Como dijo el Profeta: </span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«Saldrá un tallo de la raíz de Jesé, y una flor surgirá de la raíz.»</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Así, el <i>hortus conclusus</i> inicial podrá transformase en un <i>locus amoenus</i>, fructífero y floral; y de esta forma, la mujer, que habrá de hacer su camino de vida atravesando ese jardín, en tanto lo atraviesa, habrá de mantenerlo y cultivarlo con el fin de librarlo de malas hierbas y volverlo hermoso y fértil. Un jardín que es alma y cuerpo entrelazados. Y así escribe el poeta T. S. Eliot:</span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>«La única Rosa </i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Es ahora el Jardín</i></span></p><p style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><i>Donde terminan todos los amores».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">¿Y de qué manera? Sin ser el único ni el principal, uno de los modos de cultivar ese jardín puede ser la literatura. Y así, el huerto tomará por nombre <i>Jardín de letras.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Partiendo de estas premisas, en días sucesivos les hablaré de algunos de esos grandes y buenos libros en una serie que hoy comienza y que se extenderá a varias entradas. Unos libros que contienen entre sus páginas reflejos, retazos, pequeñas huellas de virtudes femeninas cuya máxima expresión humana la encontramos en la <i>Rosa Mystica</i>, y que, por esa razón, pueden ayudarnos en la educación de nuestras niñas y jóvenes. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">Y, todo ello, sin dejar de mirar, como modelo ideal del que parten todos esos reflejos, a aquella que fue <i>«exaltada como una palmera de Engadí, y como una rosa de Jericó».</i> </span></p><div><br /></div><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;"><i><br /></i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">PLAN DE LA SERIE:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">-EDUCAR EN LA FEMINIDAD (I): REFLEJOS DE VIRTUDES MARIANAS EN EL JARDÍN DE LAS LETRAS.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">-EDUCAR EN LA FEMINIDAD (II). MODELOS INFANTILES Y DE ADOLESCENCIA. EL JARDÍN SECRETO Y MUJERCITAS </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">-EDUCAR EN LA FEMINIDAD (III). MODELOS DE JUVENTUD. EL BAILE, EL NOVIAZGO, EL CORTEJO: LAS NOVELAS DE JANE AUSTEN. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">-EDUCAR EN LA FEMINIDAD (IV). MODELOS DE JUVENTUD. LA DISPOSICIÓN DEL ALMA AL MATRIMONIO: LAS NOVELAS DE JANE AUSTEN. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">-EDUCAR EN LA FEMINIDAD (V): DEL AMOR ROMÁNTICO Y DEL MATRIMONIO COMO SU FIN. EJEMPLOS: BRONTË, AUSTEN Y UNDSET</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><span>-EDUCAR EN LA FEMINIDAD (VI): DEL AMOR ROMÁNTICO Y DEL MATRIMONIO COMO SU FIN</span><span>.</span><span> CONTRAEJEMPLOS: TOLSTOI Y FLAUBERT.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><div><br /></div></div>Miguel Sanmartin Fenollerahttp://www.blogger.com/profile/07964642817106981118noreply@blogger.com10