…Y VOLVEMOS A LOS CUENTOS DE HADAS: ANDERSEN


Aparición en el bosque de Moritz von Schwind (1804-1871).




«Todas las cosas comienzan y terminan en misterio.»

Russell Kirk



Papá… me inquiere una de mis hijas con una mirada que conozco bien. Adelantándome a lo previsible una pregunta difícil, una pregunta sin respuesta, me aproximo a ella y le digo:

Hay que dormir. Dejad los libros, llamemos a mamá y digamos nuestras oraciones.

Papá como era de esperar, vuelve a insistir con una mirada aún más aguda, lo que me hace entender que estoy en un aprieto.

Papá, ¿Por qué muchos cuentos empiezan con érase “una” vez, cuándo lo que se cuenta ocurre “siempre”?  

Llamo nervioso a su madre. Es muy tarde y hay que dormir, insisto. Rezamos todos y apagamos la luz.

Buenas noches.

Buenas noches, niñas.

He conseguido escaparme, pero la pregunta me hace pensar. 

“Érase una vez”… es cierto que así empiezan muchos cuentos, y cómo no, también los de Andersen; “érase una vez”… Pero ¿es realmente así? No, claro que no. Como mis hijas, cuando niños todos sabemos lo que esta frase quiere decir en realidad: nos anuncia que lo que vamos a escuchar es la verdad, LA VERDAD, y esta, como también sabemos sino no sería verdad, no varía ni en el tiempo ni en el espacio. Esto lo saben todos los niños. Pero como adultos, al igual que hemos olvidado que todavía somos niños, que realmente seguimos siendo niños, hemos olvidado también que la verdad no cambia, que es una siempre y no importa dónde.

“Erase una vez” es, en realidad, “en todo momento y en todos los lugares”. Es “siempre”, como dijo mi hija. Así es. Y Andersen, que nunca dejó de ser un niño, también lo sabía.

Hans Christian Andersen. El Andersen que les dio a mis hijas el gusto por el cuento. 

Porque el danés fue sin duda un maravilloso cuentacuentos. Quizá el mejor de ellos, elevando con destreza el alma del relato con sus delicados toques poéticos y manteniendo, a un tiempo, el tono verbal y coloquial, ese que guardan las historias ancestrales trasmitidas oralmente de generación en generación. 

Edición de la editorial Juventud ilustrada por Arthur Rackham (1867-1939).

Hay muchas ediciones que recopilan sus cuentos más famosos. Algunas de ellas en una proeza editorial poco frecuente, nos ofrecen las delicias de reunirlos todos. Solo voy a comentar unos pocos, aquellos que he visto cómo han dejado una huella especial en mis hijas. Cada una posee un favorito. Así es y así será siempre. L. no puede olvidar Los Cisnes Salvajes y a J. le fascina La Reina de las Nieves.

Parece ser que en Los Cisnes Salvajes, Andersen se inspiró en una historia del folclore danés. No importa, su estilo se impone y da a la historia esa belleza y delicadeza inconfundibles. Estos cuentos de Andersen, a diferencia de los de los Grimm, no contienen un mensaje moral evidente, pero en todos ellos se deja traslucir el espíritu cristiano de su autor.
Ilustraciones para Los cisnes salvajes de Mabel Lucie Attwell (1879-1964) y Elenore Abbott (1875–1935).
  
En este cuento, por ejemplo, la pequeña Elisa está segura de la bondadosa Providencia divina y así nos cuenta: “Pensaba en Dios misericordioso, que seguramente no la abandonaría: Él hacía crecer las manzanas silvestres para alimentar a los hambrientos; y la guió hasta uno de aquellos árboles, cuyas ramas se doblaban bajo el peso del fruto. Y comió de él.”

Pero el tema central del cuento, también cristiano, es la salvación a través de las dificultades, el sufrimiento, el tesón y el sacrificio. Ese es el hilo central de la historia, una princesa que debe permanecer en silencio hasta que haya completado la tarea de tejer con ortigas recién recolectadas camisas para sus once hermanos, a fin de rescatarles de un hechizo que los convierte en cisnes. La redención a través del amor.

Ilustración de Los cisnes salvajes de Helen Stratton (1867-1961).

En la historia destaca, por curiosa, la escena en la que Elisa es llevada a través de las nubes por sus hermanos, los cisnes encantados. Es increíble la fidelidad con la que Andersen recrea, en maravillosa anticipación, lo que se siente al volar entre las nubes mientras estas cambian de forma, como si él lo hubiera hecho realmente.

Un cuento hermoso.

En La Reina de las Nieves, Andersen desarrolla plenamente su talento. Se trata de otra historia de salvación por medio del amor.

Ilustraciones para La reina de las Nieves de Kay Nielsen (1886-1957) y de Edmund Dulac (1882-1953).

Esta historia ofrece imágenes poderosas del bien y el mal y muestra a los niños cómo amar. Carlos es arrastrado hacia el mal por las promesas vacías de la pérfida Reina de las Nieves. Margarita, sin embargo, está dispuesta a ir hasta el último confín de la tierra para encontrarlo. Cuando lo hace, el acto redentor de su inmenso amor es suficiente para salvarle.

Ilustraciones para La Reina de las Nieves de Margaret Tarrant (1888-1959) y Edmund Dulac (1882-1953).

Cerca del final, Andersen cita un versículo bíblico por el que se sintió, al parecer, profundamente atraído. Lo toma del Evangelio de San Marcos (Mc 10,15) y se convierte en el centro espiritual de la historia.

Quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Si prestamos atención a este versículo, captaremos el mensaje moral más profundo de Andersen, ese con el que empezábamos la entrada: hay que volver a la infancia, hay que tratar de volver a ser niños.

(…) Y permanecieron sentados, mayores y, sin embargo, niños, niños por el corazón.

Así termina el cuento. Un cuento espléndido, un cuento precioso.

Ya hemos hablado antes del nombre verdadero, ese con el que un día se nos llamará a todos, ese que designa a las cosas y que es uno con las cosas. Andersen también lo presintió. Él supo escuchar la voz que tienen todas las cosas y lo que las cosas tienen que contar, para contarlo, para contárnoslo, pero para poder hacerlo tuvo antes que saber de algún modo, consciente o inconscientemente, el nombre verdadero de aquellas.

En un cuento titulado Los Verdezuelos nos dice: “Uno debe llamar a todo por su nombre correcto, y si uno no se atreve a hacerlo en la vida cotidiana, al menos uno debe hacerlo en un cuento de hadas”. Andersen trató de hacerlo, y al hacerlo intentó transmitir la Verdad a aquellos que podían recibirla con mayor facilidad, los niños (Mateo 11:25, Lucas 10:21). Y lo cierto es que ellos la recibirán si les dejamos hacerlo. Dejemos pues despertar en los niños su imaginación moral, y hagámoslo poniendo en sus manos aquello que puede lograrlo, los fantásticos cuentos de hadas.

Porque “todas las cosas comienzan y terminan en misterio”.

¿Y qué, sino estas historias maravillosas, podría preparar su corazón para recibir el más precioso de todos los Misterios?


Comentarios

  1. "La pequeña vendedora de cerillas" es uno de mis preferidos. Muy triste, muy muy triste, pero precioso.

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