¿MITOS PAGANOS PARA NIÑOS CRISTIANOS?

El carro del Sol, de John Charles Dollman (1851–1934).




«Buscad y encontraréis.»

Mt 7, 7; Lc 12, 9


«La Poesía es más verdad que la Historia.»

Aristóteles


«Antes de la venida del Señor, la filosofía era necesaria a los griegos para la justicia; ahora, en cambio, es útil para conducir las almas al culto de Dios.» 

San Clemente


«Todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos.»

San Justino 





He dedicado dos entradas a las mitologías paganas y su literatura (una muy reciente: MITOS Y LEYENDAS NÓRDICOS: LOS HÉROES DE HIELO Y FUEGO y otra hace ya bastantes meses: LOS MITOS Y LAS LEYENDAS (griegos y romanos)), y quizás, tras leerlas, algunos se planteen la siguiente pregunta: ¿Son esas historias apropiadas para nuestros hijos?

Desde luego, para aquellos que ya les están dando una ración desmedida de neopaganismo a través de videojuegos y cómics de superhéroes (aderezada con monstruos, violencia y sangre a raudales), la respuesta es inmediata: mejor es siempre el original. Pero para los demás, vayan estas líneas. 

Thor luchando contra los Gigantes, de Marten Eskil Winge (1825-1896).

De entrada, reconozco que la primera impresión puede ser negativa. Las mitologías escandinava y grecolatina son cosmogonías sombrías; exaltan la belleza del hombre, pero lo sumen en la fatalidad y la nada.

En la mitología griega la tragedia se esconde en el pasado; los acontecimientos del mundo homérico y los mitos relatados por Apolodoro y romanizados por Ovidio tienen lugar en un tiempo presente que, de tanto en tanto, rememora el original caos. La tragedia, la amenaza de la destrucción, yace en el origen del mito griego. 

En la escandinava, la tragedia está presente siempre y, además, se proyecta hacia el futuro, pues el Ragnarök, la batalla final entre los dioses y los gigantes de escarcha, sucederá sin remedio y terminará también sin remedio con la derrota de los primeros. 

En ambas mitologías late la concepción de un hombre sin futuro, bello y orgulloso, pero sujeto a un destino fatal o al capricho de dioses crueles y perversos. 

La huída del Rey Gradlon, de Évariste Vital Luminais (1822–1896).

A diferencia de estas mitologías paganas, el cristianismo trata de la salvación del hombre y rezuma por tanto un optimismo radical. Y, sin duda, supera ampliamente a ambas, pero no solo por ser más perfecta ni más bella, o más convincente o razonable, que también, sino fundamentalmente porque es  inconcebible y, a un tiempo, extrañamente creíble. Y porque es verdadera. 

¿Qué dios se hace hombre, y hombre humilde y pobre, y sufre como ningún hombre sufrió jamas, y lo hace, no por vanidad, ni orgullo, ni poder, ni distracción, sino por amor? No hay nada igual a esto; jamás nadie imaginó algo así. Como dijo C. S. Lewis:
«Dios no puede ser producto de mi imaginación, porque, para nada, Él es lo que yo pude imaginar de Él». 
Y es que, como hermosamente señaló Chesterton:
«La mano del Dios que había moldeado las estrellas se convirtió de repente en la manecita de un niño que gimotea en una cuna».  
Por ello el cristianismo nos cuenta una historia que está más allá de lo humanamente imaginable. Y sin embargo, resulta que es lo que todos, en nuestra más íntima convicción, esperamos y hubiéramos deseado imaginar. A ello apuntaba Lewis cuando decía «si encuentro en mis deseos que nada en esta tierra puede satisfacerme, la única explicación lógica es que fui hecho para otro mundo, el Cielo», y también a ello se refería San Agustín con aquello de «Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti», o el Cardenal Newman cuando escribió, «creen que añoran el pasado, pero en realidad su añoranza tiene que ver con el futuro».

Todos sentimos ese anhelo, pero no podemos comprenderlo.

Por razón de este fuerte contraste (y hasta oposición) entre el cristianismo y las mitologías paganas, el planteamiento de la cuestión que he formulado al principio parece, no solo pertinente, sino inevitable; y desde luego no es un dilema nuevo. 

Desde tiempos remotos, los cristianos han discutido sobre la conveniencia y el papel de la cultura pagana especialmente su literatura y su filosofía, en el aprendizaje y la educación de los más jóvenes. Soy consciente de que este debate no ha desaparecido, pero creo que podría convenirse en que, en general, la Iglesia ha preferido más bien utilizar esta cultura pagana que repudiarla. Hay bastantes opiniones autorizadas y muy convincentes al respecto. Además, está detrás de ello la experiencia de más de 2000 años y no parece que el experimento haya fracasado. 

Ulises y las sirenas, de John William Waterhouse (1849-1917).

Ya en su día, San Basilio el Grande se dirige a sus contemporáneos en su opúsculo, A los jóvenes: Cómo sacar provecho a la literatura griega, para decirles que la literatura pagana complementa el estudio de la Biblia para los cristianos educados:

«Las Sagradas Escrituras nos llevan hacia la Vida Eterna» (…). Ahora bien, mientras por razón de la edad no es posible percibir la profundidad de sus designios, nos vamos previamente ejercitando, entretanto, con el ojo del alma en otros escritos no del todo distintos, algo así como en sombras y espejos, a imitación de los que se entrenan en maniobras militares (...). Y el caso es que, como necesariamente debemos creer que la competición que tenemos delante es la mayor de todas, por ella hemos de hacer cualquier cosa y esforzarnos todo lo posible en prepararla y en familiarizarnos con poetas, prosistas, oradores y con todos los demás de los que venga a obtenerse alguna utilidad para el cuidado del alma (...). Y una vez que estemos acostumbrados a ver, como si dijéramos, el sol reflejado en el agua, dirigiremos así nuestra mirada a la luz misma».
El propio San Agustín fue educado en el aprendizaje de Horacio, Virgilio y Ovidio, y esto no impidió su conversión arrolladora; y si bien es cierto que en algunas de sus obras se muestra contrario a su uso (p.e. en La Ciudad de Dios, quizás por su carácter apologético), también habla del tesoro de sabiduría estética, política y moral de los gentiles. Por su parte, San Jerónimo se refiere a las letras paganas como a una bella, aunque salvaje, cautiva, a la que lavar, pulir y adecentar, antes de contraer matrimonio con ella. 

Y no solo eso, hemos visto que una parte esencial de la educación cristiana clásica, desde la Edad Media hasta hace relativamente poco tiempo, estaba constituida por el estudio y dominio del griego y del latín, y con ellos, del conocimiento y disfrute de la literatura y la poesía clásica, con inclusión de las historias de sus mitologías. Teólogos y filósofos medievales bebieron profundamente del pozo de filósofos como Platón y Aristóteles o de poetas como Homero y Horacio. 

Odín y Brunilda, de Ferdinand Leeke (1859-1923).

Hay todavía más argumentos: La escuela catequística de Alejandría, con profesores como Clemente y Orígenes, enseñaba no solo la fe, sino también la filosofía y las matemáticas paganas. Después de la caída de Roma, Boecio y Cassiadorus abogaron por una educación cristiana y clásica, escribiendo libros de texto para el trivium y el quadrivium. La Iglesia fundó las primeras universidades, y los nombres de Santo Tomás de Aquino, San Gregorio Magno, Alcunio y muchos otros se alimentaron intelectualmente del pensamiento y la literatura clásica. 

Los católicos tenemos una abrumadora herencia educativa, artística, literaria y cultural de la que es parte muy importante la cultura clásica pagana, y como dijo Christopher Dawson en La Crisis de la educación occidental, disponemos de una enorme y rica herencia, que constituye una cultura cristiana viva, que es necesario trasmitir y en la que deben ser formadas las futuras generaciones. 

Y ello no cesó en todo este tiempo, ni ha cesado aún. 

No puede decirse entonces que los católicos seamos unos primerizos en esto de la educación y que la cultura clásica sea extraña a la educación cristiana. No. 

Edipo y Antígona, de Charles Francois Jalabert (1819–1901).

Por otro lado, creo que ninguno de los hombres insignes que he mencionado se apartaría mucho de aquello que C. S. Lewis escribió una vez: «Un pagano (...) es un hombre eminentemente convertible al cristianismo (...). Los cristianos y los paganos tienen mucho más en común entre ellos que con cualquiera de los postcristianos (...). Un postcristiano no es en absoluto un pagano, sería como creer que una mujer recupera su virginidad gracias a que se divorcia. El postcristianismo queda separado del pasado cristiano y por lo tanto, doblemente separado del pasado pagano». De hecho Lewis sostenía que para que el hombre postcristiano se interesase por el cristianismo, casi habría que partir por volverlo un pagano. 

Me gustaría llamar la atención sobre el hecho, para mí indiscutible, de que, si bien no somos modernos neopaganos, sino cristianos, inevitablemente estamos contaminados de este mundo postcristiano (y los niños probablemente más). Y si bien no se trata de que nos volvamos paganos, como sugería Lewis, tenemos mucho que aprender de aquellos que, aunque no fueron cristianos, experimentaron la expectativa o el asombro antiguo de creer en alguien más grande que el hombre y su destino. Intuyo que los grandes santos de la patrística que he citado antes estarían hoy más de acuerdo que entonces sobre la idea de que algo bueno podemos encontrar en los clásicos de la antigüedad. 

Sigfrido cabalga a través del muro de fuego, de Willy Pogany (1882-1955).

Por último, es posible que frecuentar tales compañías tenga algún que otro beneficio adicional. En la anterior entrada hablé de Tolkien y de su visión de los mitos como recreación en un lenguaje humano de verdades eternas. En la famosa conversación que mantuvieron C. S. Lewis y él, que solo podemos vislumbrar a cierta distancia y escuchar como en susurros, Tolkien pudo haber dicho a Lewis lo siguiente:

«Jack, hacemos las cosas bajo la Ley por la que fuimos hechos. Nosotros creamos (mitos, historias, fantasías), porque fuimos creados. La creatividad, la imaginación, es la imaginación de Dios en nosotros. Nosotros contamos cuentos porque Dios es un narrador de cuentos. En realidad, Él es ´el Narrador de cuentos´. Nosotros contamos nuestras historias con palabras, Él cuenta su historia con la Historia. Los hechos de la Historia son sus palabras y la Providencia es el hilo de su narración. (...) El cristianismo es el mito verdadero. Jesús existió y esto es lo que da sentido a todas las demás historias. Es la historia en las que todas las historias tienen su fuente y a la que todas apuntan». (Tomado del blog The Wanderer: Caminante).  

Así que, esas otras historias no solo podrán ser puertas y caminos para acercarse y comprender la Verdad, como señalaba San Basilio, sino también vías de emulación para dar rienda suelta a aquello que está ínclito en nuestra naturaleza y que en algunos aflora por fortuna: nuestra alma de bardos cantores que subcrean efímeros destellos de belleza, a imagen y semejanza de Aquel que nos creó. ¿Quién sabe si alguno o algunos pequeños cantarán algún día como cantaron Homero o Virgilio, o Snorri Sturlusson, Elías Lönnrot, Dante y Tolkien?

San Pablo en el Areópago, Socrates y Platón en la Académia y Aristóteles en el Liceo, todos de
Gustav Adolph Spangenberg (1828–1891).

¿Son estas historias apropiadas para nuestros hijos? Mi respuesta es un sí, un sí rotundo, aunque habrá que hacer como con casi todo: seleccionar lo bueno y desechar lo malo, teniendo como guía a Cristo.

No podemos olvidar que es su relación con el «único mito verdadero» lo que da a este arte pagano relevancia, interés y, sobre todo, valor. Solo bajo dicha predica pueden estas historias ser mostradas a los niños y jóvenes. Jesús es el Logos y esto implica que Él es la razón verdadera y la imaginación verdadera. Él es la única respuesta a la idolatría del intelecto, que vemos en el moderno racionalismo, y a la idolatría de la imaginación, que vemos en el antiguo paganismo. El arte, la literatura, la filosofía y la poesía clásica es valiosa, sí, pero este valor debe ser explicado a través de Cristo y solo a partir de esta premisa puede y debe ser ofrecido a los más jóvenes.

Virgilio, Horacio y otros en la casa de Mecenas, de Charles Francois Jalabert (1819-1901).

Como decía San Basilio, se tratará de «probar la miel sin veneno, coger la rosa sin espinas, ser Odiseo sin dejarse seducir por las sirenas», para que los chicos puedan entrenarse bien antes de acceder a las Sagradas Escrituras. En este sentido, les será útil aprender del ejemplo de determinadas figuras o prototipos literarios como Hércules, Beowulf, Sigfrido, Odiseo, Krimilda, Antígona y los demás, o de las vidas protocristianas de algunos personajes históricos, tal cual Eurípides, Pericles, Euclides o, especialmente, Sócrates. A su vez, este conocimiento podría servir para despertar el ars poētica que, como reflejo de la imagen del único y original ´Narrador de cuentos´, puede encontrarse en el corazón de algunos niños.  

En nuestra casa hemos hecho algún intento en esa dirección: empezamos leyendo, a la hora de acostarse y en voz alta, las historias de héroes griegos de Charles Kingsley o las adaptaciones de clásicos de la colección Araluce, y luego fuimos subiendo de intensidad; recuerdo especialmente la lectura en alta voz del Beowulf de Tolkien, realizada por mi hermana Natalia, rodeada de niños; la audiencia oscilaba entre los 5 y los 11 años y he de decir que todos quedaron fascinados. Ahora mis hijas leen el Libro de las Maravillas y los Cuentos de Tanglewood de Nathaniel Hawthorne y hacen sus personales incursiones en el Beowulf de Tolkien antes mencionado; saben de mitos, historias y leyendas y tienen una idea del valor que representan.    

Y termino con otro consejo, esta vez de San Clemente de Alejandría, que nos dice:

«El que sabe recoger de entre lo que oye toda flor buena para su provecho, por más que sea de los griegos pues ´del Señor es la tierra y todo lo que la llena´ (Sal 23, 1; Cor 10, 26), no tiene por qué huir de la cultura a la manera de los animales irracionales. Al contrario, el que está bien instruido ha de aspirar a proveerse de todos los auxilios que pueda, con tal de que no se entretenga en ellos más que en lo que le sea útil». 



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Comentarios

  1. Qué precioso post. Es tan cierto esto. Los cristianos y los viejos paganos. Esos paganos que ya no existen y que dejaron trazas de verdad en estas maravillosas historias.

    Sí, Beowulf contiene un hechizo mágico. Los niños no pestañean, no se mueven, escuchan fascinados, con los ojos abiertos de par en par. Y no se cansan de oír hablar de Grendel, descendiente de Caín, y del castillo, de la ciénaga y los caballeros y de Beowulf, el héroe bueno y valiente. Yo tampoco me canso de leerlo.

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  2. Maese Miguel, concuerdo con la comentarista que me precede: el post es, sencillamente, una obra de arte (y las citas que nos regala en él son como la buena música a los oídos, geniales).

    ¿Cómo podríamos buscar aquello de lo cuál no tuviéramos noticia ni siquiera en las profundidades de nuestra alma? Sería una empresa estéril y ni siquiera planteable. Es ahí donde la cita que nos ofrece del admirado blog "The Wanderer" adquiere, no sólo su radical belleza sino también su radical Verdad.

    Enhorabuena por el post, es bellísimo.

    Un abrazo

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    1. Dice usted bien, Jordi. Que dificultoso debe ser intentar creer en lo inconcebible, aún cuando sea cierto, cuando no hemos tenido un previo contacto con ello, a través de la ficción y la fantasía, como un confuso preludio o sueño de la Verdad,
      Agradezco su atención y comentarios.

      Muchas gracias.

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  3. Excelente, Miguel! Parafraseando a Pieper, los antiguos con sus mitos (a su modo y con sus limitaciones propias de ser anteriores al "único mito verdadero") son testigos de la tradición. Un placer leerlo. Muchas gracias!

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  4. ¡Miguel, un post de colección!

    Comparto todos tus criterios. Hace unas semanas, un monje athonita me decía esto mismo de leer a los antiguos mirando a Cristo... todo se ordena y sublima. Como si fuera un traje de bodas para la imaginación, antes de ir al encuentro del Esposo en la divina Escritura; así parece ser la filosofía y literatura paganas fieles a esa "revelación primitiva" que han escuchado con atención y reverencia. Están plenas de semina verbi, de esas semillas del Verbo que prenden tan bien en el alma de un niño.

    De a poco y aprendiendo, varios amigos de estos lares intentamos seguir sus pasos.

    Gracias, le dejo a usted mi abrazo y admiración,

    J.A.F.

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  5. La interpretación del autor que hace sobre la mitologia demuestra una actitud prejuiciosa total de la escatologia mitologica europea.

    Los antiguos eurpeos concebían la historia en forma cíclica, no de forma lineal, con alternancia entre cuatro edades que los indoarios denominaban yugas y se correspondían con las edades de la mitología clásica: Edad de oro, de plata, de bronce y de hierro. Como las fuerzas naturales, los dioses vivían y morían y participaban de un ciclo de generaciones eternas, conocido como el ciclo del Eterno Retorno; no había ninguna desesperación en ese Crepúsculo de los Dioses que el autor expone, todo lo contrario, todo ello significaba el advenimiento de un nuevo mundo mejor y el recomienzo del ciclo cósmico.

    En cuanto al inframundo las religiones indoeuropeas no tenían dogmas sobre el mundo de ultratumba. Si bien vulgarmente se concebía el "más allá" como una prolongación de la existencia terrestre, como demuestran los ajuares funerarios que proveen al difunto de objetos que puede necesitar en la "otra vida", en general la concepción más difundida en la Europa precristiana era las -tres vías de ultratumba-: el «camino de los dioses» ("permanecer por la gloria"), el «camino de los padres» ("sobrevivir por la descendencia"), y el «camino del misterio», las cuales conllevaban a la ausencia de supervivencia (El Olvido) para aquellos que no dejaban tras de sí ni recuerdos, ni posteridad, ni descendencia, excluyendo además la supervivencia individual.

    Esta concepción que en principio puede resultar de algún modo profundamente insatisfactoria y angustiante para cierto tipos de individuos mediocres, que o bien eran incapaces de ganarse la gloria por méritos propios, o bien su egoísmo no podía concebir su propia existencia sin una supervivencia real y consciente. Ésta promesa de «salvación eterna» finalmente fue ofrecida por los diversos cultos mistéricos que aparecieron posteriormente (el de Dionisos, mitraísmo, orfismo, pitagorismo, platonismo y neoplatonismo), que más tarde, durante el período final, compitieron contra las grandes religiones de masas ajenas al mundo indoeuropeo (budismo, judaísmo, cristianismo, islam) en las que encontraron una alternativa que apaciguaba su angustia por la muerte.

    Estas "religiones de salvación" fueron extremadamente populares porque dicha promesa no estaba asociada al mérito, al éxito o al heroísmo en batalla, sino a una simple conducta moral, de este modo, el mundo de ultratumba se convertía no sólo en algo mucho más accesible para cualquiera, sino también en algo que perdía su sentido mítico-simbólico y adquiría un sentido literal.

    Considero que el autor comete una tremenda imprudencia difundiendo esta interpretación tan sesgada y distorsionada, seguramente fruto de su visión judeocristiana, y le recomiendo encarecidamente que si quiere conocer el verdadero significado de la mitologia europea que lea la obra "The Secret of the She-Bear" de Marie Catchet y con ello tener una mayor amplitud y despojarse de sus prejuicios.

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    1. Estimado lector, muchas gracias por su atención e interés.

      Saludos.

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