LAS FÁBULAS


La Fábula del zorro y la garza, cuadro de Frans Snyders (1579-1657).




«Hay fábulas de diversas clases y épocas, pero con una sola moral, porque de todas las cosas se deduce una moral única.»

G.K. Chesterton






Las fábulas pueden ser consideradas como la forma más antigua de la literatura infantil. Su uso viene desde la antigua Sumeria, pasando por la India, Grecia, Roma, y a lo largo y ancho de la Cristiandad medieval. La intención aleccionadora de las fábulas es proverbial, (y no solo para los niños, por cierto) y su arcaica, pero eficaz estructura descansa en todos los casos en la presentación de una historia alegórica e interesante con personajes atractivos, generalmente en forma de verso y, con frecuencia, haciendo uso de protagonistas animales de caracteres antropomórficos que tratan de dar una lección de comportamiento moral a través del ejemplo. Una moraleja, vamos; como decía Castellani, “una moral chiquitita”. En este sentido la potencia de la fábula ha estado siempre en la forma en que permitía combinar la instrucción con el placer de una breve narración.

Hoy en día puede que se consideren en desuso (por eso de la libertad de pensamiento y la huida de todo tono aleccionador), pero al parecer era un elemento central en la educación de los infantes romanos y medievales. Y quizás haya que volver a ellas en algunos aspectos, pues la instrucción y el deleite sabiamente combinados pueden ser caminos adecuados para la Verdad.

Al respecto dejó dicho Chesterton:

“Ya sea que las fábulas comenzaran con Adán o con Esopo; que fueran germanas o medievales, como Reynard el Zorro, o francesas y del Renacimiento, como las de La Fontaine, el resultado, en todas partes, es esencialmente el mismo: que la superioridad es insolente porque es siempre accidental; que el orgullo precede a la caída; que algunas veces se tiene demasiada astucia. No se hallarán otras leyendas sino estas grabadas en las rocas por la mano del hombre. Hay fábulas de diversas clases y épocas, pero con una sola moral, porque de todas las cosas se deduce una moral única.”

Las más conocidas fábulas y que con más asiduidad han sido presentadas al público infantil han sido las del griego Esopo, el romano Fedro, el francés La Fontaine y los españoles Iriarte y Samaniego. Aquí hablaremos brevemente de algunas de ellas.


Fábulas de Esopo

Portada de Walter Crane (1845-1915), para Las fábulas de Esopo.




Las fábulas de Esopo son probablemente las fábulas de las fábulas. Decía Chesterton que “Esopo encarna un epigrama no raro en la historia humana; su fama es aún más merecida porque nunca la mereció. Los fundamentos firmes del sentido común y las astucias tomadas de un sentido poco común que caracterizan a todas las fábulas no le pertenecen, sino que pertenecen a la humanidad”. Sin embargo Esopo -si es que existió- tuvo el acierto, y la fortuna para nosotros, de recopilarlas y darles forma. No obstante, el acervo hoy día atribuido a Esopo fue enriquecido a lo largo del tiempo con contribuciones, esfuerzos e ingenios de varios otros.
Portada de Arthur Rackham (1867-1939) para Las Fábulas de Esopo.



Desde la Antigüedad estas fábulas han recorrido, de forma original o espuriamente a manos o con nombres impostados, las infancias de múltiples generaciones. Al tiempo que las entretenían les proporcionaban instrucción a través de narraciones mundanas moralizantes sobre cómo vivir en la tierra. De esta manera se complementaba la instrucción religiosa de los catecismos sobre cómo vivir para llegar al Cielo (John Locke sostuvo que en su época sólo había dos libros disponibles que eran adecuados para la educación de los niños: las fábulas de Esopo y la recopilación de fábulas del medievo que se recogía bajo la autoría de Raynard el zorro).

Yo recomendaría adquirir alguna versión que contenga los hermosos dibujos de Walter Crane. Ahora mismo hay en el mercado una edición (Esopo para niños) que contiene estas ilustraciones, aunque es de bolsillo, lo que desmerece la esplendidez de las mismas; además, resulta algo cara. Otra opción es la editada por Ed. Juventud ya que contiene multitud de ilustraciones de grandes artistas como el ya citado Walter Crane, o Arthur Rackham, Edwin Noble, Jack Orr... 

Ilustraciones de Jack Orr (1890-1961), Milo Winter (1888-1956) y Edwin Noble (1976-1941).






Fábulas de La Fontaine

Ilustración de Maurice Boutet de Monvel (1850-1913).



La Fontaine era católico por lo que era de esperar que sus fábulas trasluciesen esa catolicidad (fueron calificadas de divinas por Madame de Sevigné, aunque ciertamente por sus otras fábulas, las Fábulas libertinas, no parezca merecer esa distinción). Y así es, La Fontaine extrae -como es tradición en este género-, una enseñanza de cada historia, pero así y todo pueden desprenderse de la totalidad de la obra ciertas ideas madre; estas son, primero, aquella que señala que hay que tomar el mundo tal cual es, pues así lo ha hecho Dios y así lo gobierna Dios, por tanto para nosotros está el vivir en él y hacer de él un escenario de nuestra redención (Eclesiástico, 11,14, “Las cosas buenas y malas, la vida y la muerte, la pobreza y las riquezas provienen de Dios). Que no debemos abusar de unos ni aceptar ser las víctimas de otros (Nuestro Señor nos incitó a “ser sencillos como las palomas y sabios como las serpientes”, Mateo, 10,16). Por último se nos insta a adoptar una actitud activa ante el mundo, “Ustedes los inexpertos, ¡adquieran prudencia!/ Ustedes los necios, ¡obtengan discernimiento!” (Proverbios, 8,5).

Ilustración de Boutet de Monvel (1850-1913).




Muy recomendable. En cuanto a la versión, cierto es que hay muchísimas en el mercado, pero resulta difícil acompañarlas de una ilustración a la altura. La que más nos ha gustado en casa es la versión que hizo Maurice Boutet de Monvel, -la ilustración que he elegido proviene del libro-, pero aunque se pueden adquirir a precio muy asequible en su idioma original, no conozco que se hayan traducido al castellano. También se han publicado las fábulas con ilustraciones de Gustav Doré en distintas ediciones (por ejemplo Edimat Libros S.A., a un precio razonable).


Las fábulas de Iriarte y Samaniego

En el siglo XVIII Tomás de Iriarte y Félix María Samaniego retomaron la tradición fabuladora escribiendo recopilaciones de fábulas que recogen tanto las influencias clásicas de Esopo o Fedro cuanto las orientales, llegadas a través de la invasión musulmana de la mano de colecciones hindúes como la del Panchantra y el Kalila y Dimna.

Samaniego, en sus Fábulas en verso castellano, realizó una entretenida disección de los defectos humanos en 257 pequeñas fábulas, dispensándola en un tono ingenuo que escondía parcialmente, solo parcialmente, su implacable crítica.

Un ejemplo del ingenio de este autor es su breve fábula titulada El labrador y la Providencia, que encanta y divierte a mis hijas.

“Un labrador reposaba pacífico debajo de una encina. ¿Por qué la Providencia, decía, puso a la ruin bellota en elevado sitio... Y no a la calabaza?... Cayendo una bellota le dio en las narices...”

Por su parte Iriarte en sus Fábulas literarias da a la temática de la fábula un giro, y al inventario de verdades prácticas generales de toda fábula, añade las referidas al arte poética y a sus reglas esenciales con el fin de elaborar una especie de ética creadora.

En El asno y la flauta, Iriarte invita a los lectores a percibir algo acerca del éxito desordenado en el arte. La fábula funciona al abrir nuestros ojos a un hecho de la vida al que estar atento.

Sin saber del arte
Muchos burros hay,
Que una vez aciertan
Por casualidad. 

Ilustraciones de las fábulas de Samaniego de J. J. Grandville (1803-1847) y de las de Iriarte de Marco en una edición de Calleja de 1893.



Hay muchísimas ediciones de estas fábulas, aunque puede destacarse la que recientemente ha lanzado la Editorial Espuela de Plata de las fábulas de Samaniego con las magnificas ilustraciones de Grandville.    

Epílogo

Cuando las fábulas tuvieron que compartir el corazón y la imaginación de los niños con los cuentos de hadas, allá por finales del siglo XVIII, comenzó su lento declive. Confieso que sé porqué… y mis hijas también. Chesterton pensaba lo mismo. No me resisto a plasmar aquí su opinión:

“Pero la fábula y el cuento de hadas son completamente diferentes entre sí. Son muchos los elementos que marcan la diferencia, siendo el más claro de todos el que no puede ser buena una fábula si intervienen en ella seres humanos; y que sin estos, no puede haber cuento de hadas que sea bueno.

Esopo o Babrio (cualquiera que fuera su nombre) comprendía que, en una fábula, debían ser impersonales todos los que en ella intervinieran. Debían ser como lo abstracto en álgebra, o como las piezas del ajedrez. El león debe ser más fuerte que el lobo, del mismo modo que cuatro es siempre el doble de dos. El zorro de la fábula debe moverse en línea torcida, lo mismo que el caballo de ajedrez. La oveja de la fábula debe avanzar paso a paso como el peón sobre el tablero. La fábula no admite tortuosos capitanes de peones, no permite lo que Balzac llamó “la rebelión de la oveja”.

El cuento de hadas, por el contrario, gira siempre en torno de la personalidad humana. Sin héroes que combatieran con los dragones, no sabríamos que existían dragones. Sin los aventureros que naufragaran en la costa de la isla desierta, esta habría permanecido ignorada. Si el tercer hijo del molinero no hubiera descubierto el jardín encantado donde las siete princesas se hallaban heladas y blancas, estas habrían continuado en ese mismo estado en el jardín hechizado. Sin príncipe que despertara a la Bella Durmiente, ella seguiría durmiendo. Las fábulas se basan en la idea opuesta: que todas las cosas subsisten por sí mismas, y en cualquier caso hablarán por sí mismas. El lobo será siempre lobo y el zorro, zorro.

Por eso creo en la superioridad de los cuentos de hadas, por su mayor complejidad, por su mayor profundidad… por su mayor humanidad.

No obstante, creo que las fábulas pueden seguir ejerciendo su función original: entretener e instruir. Espero que así sea.



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