EL VALOR DE LOS BUENOS LIBROS

Niños jugando en la playa de Albert Edelfelt. (1854-1905).




«Lo que hemos amado, otros podrán amarlo, y podemos enseñarles cómo.»

William Wordsworth



Todo conocimiento comienza en un niño pequeño. Toda acción educativa no es sino -como señaló certeramente Chesterton- «la transmisión de ciertos hechos, puntos de vista o cualidades al último recién nacido». Y comienza de forma inasible, imperceptiblemente, sin que ni el niño ni el padre se den cuenta. Es el conocimiento poético, la base, el pilar de todo saber. De cómo se conforme, de aquello de que esté hecho, dependerá la solidez del futuro hombre: «el niño es el padre del hombre» dijo sabiamente Wordsworth. 

Así que debemos esforzarnos en prestar atención a aquello que, aparentemente, no vale para nada útil o que nos es incomprensible, a aquellas cosas que no podemos ver.

Un niño hace un agujero en la playa. Mira al mar y sigue cavando; luego se acerca a la orilla y llena su cubo con el agua que rompe en una pequeña ola a sus pies. Corriendo vuelve a su pequeño agujero y vierte el cubo ¿qué hace? ¿qué sentido tiene lo que realiza? ¿le proporcionará un mejor trabajo en el futuro? ¿cuál es el precio de esa acción, aparentemente absurda para un adulto que sabe con certeza que el niño jamás logrará llenar de agua su agujero en la arena? 

Vieja postal victoriana y Cuando nosotros éramos jóvenes de Thomas Liddall Armitage (1855-1924).

Mis hijas construyen una muralla de arena frente al mar. Afanosas, levanta una estructura cuya fragilidad se adivina en cada ola rompiente. Su laboriosidad frenética intriga la mirada del adulto.

No podréis vencer al mar. –Les digo.

Lo sabemos, Papá. –Dice la mayor.–Pero no es eso; nos gusta. –Continúa diciendo.

–¿Y por qué no?. –Grita la pequeña, mientras uno de los torreones se derrumba bajo sus manos y lucha tercamente por volver a levantarlo. 

¿Qué significa esto? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué valor?

Todo y ninguno. 

Hay cosas importantes, cosas fundamentales que no pueden valorase en dinero ni en nada material y quizás por eso nos parecen hoy día absurdas. Hay incluso cosas que no pueden aprenderse, que no pueden comprenderse, y que por esa razón, no solo no dejan de ser importantes, sino que lo son más. Son misterios. Pero no nos damos cuenta.

Pues, aunque cavar un agujero, contemplar las estrellas, correr bajo la lluvia, escribir un poema o tocar un instrumento, en verdad son cosas a las que no se puede poner precio, que no pueden ser vendidas o compradas, sin embargo, tienen valor por sí mismas, son cruciales para acercarnos a esos misterios, ayudándonos, al menos, a poder comprender que son misterios, pues la Verdad es en gran parte Misterio, y saberlo es la mayor sabiduría de todas (2 Corintios, 4:18).

Como dice Josef Pieper: «lo que verdaderamente tiene sentido es, claro está, la contemplación (...) la contemplación de los verdaderos misterios»; y esas cosas inútiles, aparentemente vacías o irrelevantes, nos preparan para contemplar, para realizar la única actividad plena de sentido: acercarnos a Dios.

A la espera de Charles Burton Barber (1845–1894).

Y leer buenos libros es una de estas cosas. Hay algo de esto en los libros infantiles, en aquellos que son buenos libros: tienen magia y fantasía, tienen dulzura y bondad, tienen crudeza y miedo, y todo esto nos lo dan sin precio alguno, y a modiño, como se dice en mi tierra, para que, paso a paso, casi insensiblemente, esa sabiduría poética penetre en las pequeñas almas de nuestros hijos, y, junto con otras cosas, algunas más importantes, contribuya a conformarlas para ayudarles a ver la Verdad.

Se trata de lo que sucede en el alma y el corazón del niño lector, y porque sabemos que algo allí sucede (algo perdurable, por demás), no solo debemos volcar nuestra atención y esfuerzo en que lean, sino en que lean algo bueno, bello y verdadero. Ni aquello que les da un buen libro puede valuarse, ni las trasformaciones que tal lectura causan en su alma pueden medirse: ¿Cómo medir el crecimiento de la virtud en su corazón?, ¿Cómo poner precio a la germinación de las semillas de Verdad en su alma y a las raíces de aquella que en ella brotan?

Como ha escrito el Dr. Mitchell Kalpakgian:

«Los clásicos infantiles iluminan los misterios de la vida, aumentan nuestra capacidad de alegría y fortalecen nuestra paciencia y perseverancia. Amamantan nuestro apetito de vida e inculcan un amor por los nobles, heroicos y valientes.» (The Mysteries of Life in Children’s Literature. 2000).

Por lo tanto, hemos de saber que en su ausencia, sin ese conocimiento poético, sin esos libros, historias y poemas, esas almas sentirán una perdida, una carencia, quizás hoy insensible, pero, no nos engañemos, que se hará notar a lo largo de sus vidas. 

El Dr. Vigen Guroian nos dice a su vez en su libro Tending the Heart of Virtue: How Classical Stories Awaken a Child’s Moral Imagination (1998), que «los niños están vitalmente interesados en distinguir el bien del mal y la verdad de la falsedad. Esta necesidad de hacer distinciones morales es un don, una gracia, que a los seres humanos se nos da al comienzo de nuestras vidas.». 

Estoy plenamente de acuerdo, pero se trata de un regalo que necesita ser cultivado o se atrofiará y desaparecerá.

El Dr. Senior y sus colegas los Drs. Nelick y Quinn lo vieron con una lucidez pasmosa. Me voy a limitar a citarlos, tal es la elocuencia y fuerza de sus discursos. Dijo Dennis Quinn en su ensayo La educación a través de las Musas (1977):

«En Las Leyes, el vocero de Platón dice: “¿Debemos entonces comenzar con el reconocimiento de que la educación es recibida primero a través de Apolo y las musas?” Las musas son las deidades de la poesía, la música, la danza, la historia y la astronomía. Ellas introducen al joven en la realidad del asombro. Es una educación total que incluye el corazón —la memoria, las pasiones y la imaginación— lo mismo que el cuerpo y la inteligencia. En primer lugar, las canciones de cuna y los cuentos de hadas enfrentan por vez primera al niño con el fenómeno de la naturaleza. “Brilla, brilla, estrellita” es una introducción Musical (con “M” mayúscula) a la astronomía que incluye algunas de las observaciones primarias de los fenómenos astrales y moviliza la emoción humana apropiada al caso: el asombro (...) Pero no nos engañemos: el asombro no es un sentimentalismo azucarado sino, por el contrario, una poderosa pasión, una especie de temor, una confrontación feroz con el misterio de las cosas. A través de las musas el abismo temeroso de la realidad convoca por primera vez a ese otro abismo que es el corazón humano; y el asombro de su respuesta es, como han dicho los filósofos, el comienzo de la filosofía —no sólo el primer paso—; sino el arche, el principio, del mismo modo en que el uno es el comienzo de la aritmética y el temor de Dios es el comienzo de la Sabiduría. Por lo tanto, el asombro da inicio a la educación y la sostiene en el tiempo.» 

Los rayos de oro de Herbert James Drape (1864-1920) y Ofelia de Pierre Auguste Cot (1837–1883).

Frank C. Nelick, por su parte, señalaba en su ensayo La sombría llanura de la poesía:

«Tradicionalmente la causa final de la literatura se consideró que era instruir a la persona mediante el deleite. La poesía busca deleitar mediante el reconocimiento de parte del lector u oyente de las similitudes entre las cosas que el poeta ha visto en primer lugar y “puesto” en su poema; virtualmente todo crítico que se ha preocupado del propósito de la poesía ha concluido que el sentido “se deleita en cosas armónicamente proporcionadas, como en las cosas similares a sí mismas”. Y en cuanto la poesía representa, pinta o imita la naturaleza, trata con la realidad y al hacerlo, instruye. Por estas razones uno, al leer Macbeth, puede aprender algo de lo que es horripilante y corrosivo acerca de la ambición, o, del reconocimiento de Desdémona [de Otelo], sacar una aguda comprensión de una muchacha corriente (...) La poesía no es una cosa avanzada; es, del mismo modo que el latín, una primera cosa. Es una cosa de niños; tal vez las Universidades puedan ofrecerla sólo como una disciplina de expertos asumiendo que los estudiantes aprendieron a amarla en algún momento de una niñez inusual. Sin embargo, existe una estación para todas las cosas, y probablemente a los veinte ya es muy tarde para  memorizar poesía —y no existe razón alguna recordarla— o incluso para dominar una declinación.»

Finalmente John Senior nos dice en su Apéndice final a La muerte de la Cultura Cristiana (1978): 

«Las ideas seminales de Platón, Aristóteles, San Agustín y Santo Tomás prosperan sólo en una tierra imaginativa saturada de fábulas, cuentos de hadas, leyendas, rimas y aventuras: los mil libros de Grimm, Andersen, Stevenson, Dickens, Scott, Dumas y los demás (...) Una razón más importante para leer los buenos libros que figuran aquí, y para leerlos preferentemente cuando se es joven, es preparar a la imaginación y al intelecto para las ideas más elevadas de los grandes libros. No es un comentario frívolo decir que una persona que haya tomado contacto en su infancia con las rimas y los ritmos de las rimas y pareados infantiles también ha cultivado los sentidos y la mente para la lectura de Shakespeare».  

Por eso leer buenos libros es tan importante. Y por eso nosotros los padres debemos ayudar a nuestros hijos a que lean esos buenos libros. Parecerá a veces inútil porque no veremos surgir frutos tangibles. Pero aunque así sea no nos desalentemos, pues aun cuando no podamos comprender que es lo que pasa en sus almas, tened por seguro que algo sucede y que ese algo es bueno. 

Así que no les decepcionemos, ayudémosles, ellos están esperándolo, lo ansían sin saberlo, lo necesitan sin sospecharlo siquiera. Y en nosotros habita una certeza inquieta que no cesará mientras no acudamos a su llamada silenciosa.




Comentarios

  1. Muy buen artículo Miguel!
    Cuando uno lee esto le dan ganas de volver a ser niño para que alguien le enseñe de este modo. Como no se puede, uno por lo menos se esfuerza y aprende leer poesía y vivir la vida de manera contemplativa, hasta donde se llegue, con la ayuda de Dios.

    PD: Acá en Mendoza Rubén Peretto tradujo "La restauración.." de Senior. ¿"La muerte.." no está traducida?

    José Tomás

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    1. Muchas gracias José.

      Y sobre la vida contemplativa, pues eso, pedirle a Dios que nos ayude.

      Respecto a la "Muerte...", no está traducida, pero espero que pronto podamos disfrutarla. Hay que agradecer a Ruben su maravilloso regalo.

      Saludos.

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    2. En cuanto a "la muerte", y hasta donde sé, ya está avanzada su traducción.

      Llego tarde Miguel, pero no quería dejar de agradecer este exquisito post que nos conmueve, sí; pero, como padres, también nos exige y compromete.

      Mi saludo cordial,

      J.A.F.

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    3. Gracias José, y también gracias por la primicia. Espero que el libro esté pronto publicado.

      Saludos.

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