Camino de Oregon de Albert Bierstadt (1830–1902).
«Hogar es la palabra más dulce que hay.»
Laura Ingalls Wilder
|
Hay novelas que relatan ritos de paso y novelas que recrean la cotidianidad de un concreto momento en una época y un lugar determinado. Las primeras trasmiten un mensaje universal (esa necesaria transición entre la infancia y la adultez y los medios de que se sirve el hombre para hacer tamaño salto) y las segundas solo a veces lo hacen. Las novelas de las que vamos a hablar reúnen todas estas características: son novelas que recogen ritos de paso, novelas de vidas cotidianas y, a un tiempo, novelas universales.
Se trata de la serie conocida como La casa de la pradera, relatos de corte autobiográfico escritos por Laura Ingalls Wilder al final de su vida, trenzados de recuerdos y trufados de nostalgia, en los que la escritora nos cuenta su infancia en el seno de una familia de pioneros y su vida de frontera en los Estados Unidos de America de finales del XIX. Nacida cerca de Pepin, Wisconsin, en 1867, Laura Ingalls Wilder pasó la mayor parte de su infancia en camino, atravesando el territorio indio en Oklahoma y las praderas de Minnesota y de Iowa, para finalmente llegar a De Smet, Dakota del Sur; ella, y con ella su familia, como pioneros que fueron, siempre estuvieron en camino, hacia delante, sin desfallecer, en la esperanza de encontrar algo mejor. Estos libros son la historia de esa infancia y juventud.
La serie está formada por ocho novelas (aunque hay una novena titulada Un granjero de diez años, 1933, en la que Laura relata la infancia del que se convertiría en su marido, Almanzo Wilder): La casa del bosque, 1932, La casa de la pradera, 1935, A orillas del río Plum, 1937, En las orillas del lago de Plata, 1939, El largo invierno, 1940, La pequeña ciudad en la pradera, 1941, Aquellos años dorados, 1943 y Los primeros cuatro años, 1971 (póstuma); todos publicados por Noguer Ediciones.
Los nueve libros de la serie editados por Noguer. |
Los libros de la familia Ingalls (Pa, Ma, Mary, Laura y Carrie) entusiasmarán a vuestros hijos y les trasladarán a un mundo muy distinto de aquel en el que viven, y no solo por la distancia temporal; se sumergirán en una atmósfera más humana, un ejemplo de vida natural, frugal y dura pero llevadera, con una familia de las de verdad, de lazos afectivos recios y duraderos y una mayor comunión con la naturaleza. Pero no se engañen, Ingalls nos cuenta lo que vivió, y si bien añade a su relato, como polvos de azúcar, algunos matices agradables, suavizando algunos sucesos, escribe sobre lucha, dificultades y tiempos difíciles. Así nos describe la soledad de los Grandes Bosques y la implacable justicia natural de los elementos desatados sobre las grandes planicies de Minnesota y Oklahoma, con el fuego, el viento, la lluvia y la nieve causando sequías, incendios, heladas e inundaciones. Pero todo ello lo hace delicadamente, con una mirada nostálgica, tierna y hasta humorística hacia una familia que no tiene distracciones ni recursos más allá de sí misma y de la pequeña comunidad de colonos en la que vive, y todo ello sin olvidarse del amor. Laura aprende a confiar en su Ma y en su Pa y a compartir, entre juegos y labores, el pan y las estrecheces con sus hermanas, siendo esta dificultad compartida el suelo fértil en el que el amor crece. No hay lugar para nuestros placeres epicúreos y evanescentes, pero si para una alegría auténtica, desbordante y contagiosa.
La pradera es mi jardín de Harvey Dunn (1884-1952). |
Así que no se asusten, pues la autora, ciertamente, nos relata una infancia marcada por la privación, sí, pero llena de entusiasmo y gozo, en la que ella y sus hermanas podían recibir cada una un penique y un caramelo como obsequio de Navidad con ilusión y agradecimiento, donde los lobos rondaban y aullaban alrededor de la cabaña, pero ellas se sentía seguras bajo el abrazo de Pa, donde kilómetros de pradera repentinamente se encendían en llamas que se propagaban aunadas con el viento, calcinado todo a su paso y donde nubes de langostas oscurecían el cielo y arrasaban las cosechas hasta dejar la tierra desnuda, pero la familia unida podían volver a recomenzar sin desánimo. De esta forma, a pesar del rastro de la adversidad al que los Ingalls se enfrentaban, los libros –especialmente los primeros– trasmiten el sentir de una infancia feliz y atareada, donde los problemas y preocupaciones de los adultos están prácticamente ausentes. Según Laura nos cuenta, estos peligros y privaciones les afectaban poco porque «Ma siempre estaba allí, serena y tranquila, y a su lado se encontraba, firme y protector, Pa, con su violín y sus canciones».
Cuatro de las numerosas ilustraciones que acompañan a los libros dibujadas por Garth Williams (1912-1996). |
Laura Ingalls Wilder es capaz de ofrecer en sus libros la sensación de lo que era estar allí, entre bosques y praderas, en el lenguaje simple pero hermoso de la niña que fue; un ejemplo lo encontramos en como nos describe lo que para una chiquilla de pocos años suponía dormir por primera vez en una casa de césped (enterrada en la ladera de una colina), en A orillas del río Plum:
«Los pacíficos colores recorrían todo el borde del cielo. Los sauces respiraban y el agua charlaba consigo misma en el crepúsculo. La tierra mostraba un color gris oscuro. El cielo, un gris claro, mientras las estrellas lo atravesaban esplendorosamente... Laura se acostó en la cama y prestó atención al agua que charlaba y a los sauces que susurraban. Sin embargo, habría preferido dormir al aire libre, aunque hubiese oído lobos, que dentro de la seguridad de aquella casa subterránea».
O cuando, en el último párrafo de La casa del bosque, nos dice:
«Se sintió contenta por la acogedora casa, por Pa y por Ma y por fuego en el hogar y por la música, que eran el presente. No podían caer en el olvido, pensó, porque el presente es ahora. Nunca puede ser un pasado tiempo lejano».
Hermoso verdad. Dénselo a leer a sus hijos a partir de los 10 años (en opinión de mis hijas, los tres primeros libros son los mejores); les aseguro que lo disfrutarán.
«Los pacíficos colores recorrían todo el borde del cielo. Los sauces respiraban y el agua charlaba consigo misma en el crepúsculo. La tierra mostraba un color gris oscuro. El cielo, un gris claro, mientras las estrellas lo atravesaban esplendorosamente... Laura se acostó en la cama y prestó atención al agua que charlaba y a los sauces que susurraban. Sin embargo, habría preferido dormir al aire libre, aunque hubiese oído lobos, que dentro de la seguridad de aquella casa subterránea».
O cuando, en el último párrafo de La casa del bosque, nos dice:
«Se sintió contenta por la acogedora casa, por Pa y por Ma y por fuego en el hogar y por la música, que eran el presente. No podían caer en el olvido, pensó, porque el presente es ahora. Nunca puede ser un pasado tiempo lejano».
Hermoso verdad. Dénselo a leer a sus hijos a partir de los 10 años (en opinión de mis hijas, los tres primeros libros son los mejores); les aseguro que lo disfrutarán.
Le estoy leyendo a mi hijo "Un granjero de diez años". Le encanta. Termina un capítulo y me pide más, más. Ahora además de piloto quiere tener una granja :) Lo leemos durante el desayuno, comida y durante el día. En un mes cumple 5 años.
ResponderEliminarAntes de éste leímos "El largo invierno". Que también le gustó.
Seguro que le sacará más provecho cuando sea un poco más mayor, pero quería contar mi experiencia por si a alguien le anima para leerle esta serie a sus hijos pequeños :)
Hola estoy buscando los libros a ser posible versión epub y gratuito, porque pregunto en las bibliotecas de mi barrio y no los tienen.
ResponderEliminar