EL MUNDO DIGITAL Y NUESTROS NIÑOS y II (La atención perdida)

El río Risle cerca de Berville de Félix Vallotton (1865-1925)



«Todos sois hijos de la luz, hijos del día. No pertenecéis a la noche ni a las tinieblas. No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos vigilantes y despejados.»

San Pablo, 1, Tesalonicenses, 5, 4-6.




Hace unos días paseaba por la calle con mi hija mayor. Varios niños de unos 12 o 13 años se encontraban sentados en un banco. Cuando pasábamos de forma apresurada por su lado note algo que me perturbo; desconcertado y algo aturdido volví mi mirada hacia grupo, y entonces descubrí que aquello que me había perturbado era su silencio: los chicos no hablaban entre sí, cada uno de ellos estaba absorto en su teléfono móvil, moviendo laboriosamente sus pulgares y reconcentrado sobre si mismo. Intrigado pregunté a mi hija: 

—¿Qué hacen?

Ella contestó, —conversan, Papá. 

—Pero, si están callados —repliqué—. 

—Sí Papá, ocurre que lo hacen a través de sus móviles.

Confieso que permanecí unos momentos desconcertado. Ver a niños, codo con codo, físicamente contiguos y comunicándose entre sí a través de un artefacto, me impactó. 

Tomando prestado de Poe el título de su famoso cuento, veo en esta escena el corazón delator de nuestros niños y jóvenes que nos grita, en un silencio elocuente, que algo marcha mal. 

Si recuerdan, terminaba el anterior post dirigiéndoles (y dirigiéndome) una admonición, la de poner pie en pared y hacer frente al enorme desafío que se nos presenta, rompiendo la inercia inmovilista que, casi sin darnos cuenta, nos instala, y con nosotros a nuestros hijos, en un mundo cibernético ingobernable (la Era Oscura de las Pantallas la llama Harold Bloom). 

Vuelvo a repetir, lo que aquí estoy tratando tiene que ver con la vida, con el alma y con las formas de ver y asimilar el mundo. Es por tanto de importancia decisiva. Aunque no cabe duda de que aquello contra lo que hemos de luchar es poderoso y hace gala de una colosal fascinación seductora y letal; lo sé. Se trata por tanto de lucha desigual. Pero vencer no es imposible. 

Y, por si de algo pudiera servir, me gustaría mostrarles una relación de sentencias de autoridad, algunas quizás más poéticas que técnicas, que podrían ayudar en la batalla. Y entre las cuestiones que examinare está, como uno de los asuntos capitales, el de la atención.

Pero antes de nada una advertencia. Sé, por experiencia propia y porque es algo ya estudiado, que si la entrada de un blog ocupa más de 500 palabras (incluso más de los famosos 140 caracteres de Twiter), se corre el riesgo de que el número de sus lecturas disminuya alarmantemente y aunque creo que los que habitualmente leen este blog no encajarían en tales perfiles lectores, anuncio que esta entrada tendrá una extensión inusual (casi seis veces ese límite imaginario). Quiero pensar que el esfuerzo valdrá la pena. Como ha dicho alguien con mucho acierto «algunas cosas toman tiempo, especialmente si tienen que ver con la eternidad» (Philip Anderson, Abad de Clear Creek).

Y sin más dilación comienzo.

Hemos de partir de un hecho incontestable: nos enfrentamos a un problema nuevo, razón por la cual no ha sido objeto de estudio por los antiguos. Sin embargo, la sabiduría no tiene edad y en relación a ciertas cuestiones puede hallarse la ayuda de alguna sabia autoridad. Los peligros advertidos son varios y las llamadas de atención no son pocas. Veamos.

El camino de Chailly en el Bosque de Fontainebleau de Claude Monet (1840-1926).
Lo primero con que me he encontrado es una advertencia antigua: hemos de actuar con cuidado, asegurándonos de no entregarnos a aquello que pueda causarnos un perjuicio. 

En este sentido, Platón, en su diálogo Fedro, recoge un relato de Sócrates que nos ilustra sobre la necesidad de, al menos, recibir con prudencia aquello novedoso de lo que no tenemos conocimiento previo y, en todo caso, no dejarnos seducir por sus prebendas, tratando de examinar objetivamente los posibles inconvenientes que puedan traer consigo. Así Sócrates relata que el rey Tamus tenía como invitado al dios Teuth, inventor de los números, el cálculo, la geometría, la astronomía y la escritura, cuando se produjo la siguiente conversación:

«Tamus entonces le preguntó qué utilidad tenía cada una de las artes o invenciones, y a medida que su inventor las explicaba, según le parecía que lo que se decía estaba bien o mal lo censuraba o lo elogiaba. Así fueron muchas, según se dice, las observaciones que, en ambos sentidos, hizo Tamus a Teuth sobre cada una de las artes, y sería muy largo exponerlas. Pero cuando llegó a los caracteres de la escritura: «Este conocimiento, ¡oh rey! Dijo —dijo Teuth— hará más sabios a los egipcios y vigorizará su memoria: es el elixir de la memoria y de la sabiduría lo que con él he descubierto.» Pero el rey respondió: «¡Oh, ingeniosísimo Teuth! Una cosa es ser capaz de engendrar un arte y otra ser capaz de comprender qué daño o provecho encierra para los que de él han de servirse,  y así tú, que eres el padre de los caracteres de la escritura, por benevolencia hacia ellos les has atribuido facultades contrarias a las que poseen. Esto, en efecto, producirá en el alma de los que lo aprendan el olvido por el descuido de la memoria, ya que, fiándose a la escritura, recordarán valiéndose de caracteres ajenos, no desde su propio interior y de por sí. No es, pues, el elixir de la memoria, sino el de la rememoración, lo que has encontrado. Es la apariencia de la sabiduría, no su verdad, lo que procuras a tus alumnos, porque, una vez que hayas hecho de ellos eruditos sin verdadera instrucción, parecerán jueces entendidos en muchas cosas, no entendiendo nada en la mayoría de los casos, y su compañía será difícil de soportar, porque se habrán convertido en sabios en su propia opinión en lugar de sabios». (Diálogos. Fedro. Platón).

En este mito Platón hace, sobre todo, una crítica a la escritura, afirmando su carácter secundario respecto de la oralidad y advirtiendo de los peligros que podría traer consigo la sustitución de una por la otra. Por lo tanto, podría verse aquí una contradicción en mi argumentación: Platón llama la atención, por boca de Sócrates, de unos peligros de que no fueron tales, y dado que la irrupción de las nuevas tecnologías digitales no sería sino un cambio más, ¿porqué no habría de suceder lo mismo? ¿porqué no habremos de ser los alarmistas unos agoreros que yerran en sus negros augurios como lo hizo Sócrates?

La respuesta es simple: porque eso no es verdad. Ningún cambio es inocuo y en especial todo cambio tecnológico conlleva alteraciones (efectivamente así ocurrió no solo con la escritura manual sino, más recientemente, con la difusión del reloj mecánico —Técnica y civilización. 1934. Lewis Mumford—, o con la aparición de la imprenta —La Galaxia Gutenberg. 1962. M. McLuhan—). Pero es más, la actual tecnología digital destaca entre todas las demás por una característica fatal que la hace singular y distinta, y es que no solo es protésica sino también sustitutiva del ser humano, no solo nos completa y ayuda en la realización de ciertas tareas, sino que se asimila a nosotros y así nos mecaniza y nos deshumaniza y, aún tiempo, conspira para nuestro fin. Se trata de una conducta suicida disfrazada de diversión y confort.   

Porque si bien es cierto que el mal está en nuestros corazones y no en la tecnología, lo desolador de nuestra cultura actual no es lo que las maquinas han hecho y hacen con nosotros, sino lo que nosotros hemos hecho con las maquinas: qué tipo de máquinas hemos construido y a cuales hemos dado prioridad. La maldad acecha tras la técnica pero anida en el alma.

El último párrafo del dialogo transcrito, además, anticipa fielmente algo que hoy empieza a considerarse catastrófico: es precisamente la gran facilidad y rapidez con que mediante el uso de internet se accede a la información lo que la vuelve en apariencia obsoleta e impide que la misma florezca en sabiduría, o siquiera en puro conocimiento. Esto trae a colación aquello que se preguntaba Eliot:
«¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?».


Paisaje marino iluminado por la Luna de Thomas Moran (1937-1926).
La segunda advertencia nos dice que hemos de huir de todo aquello que se nos ofrezca dado, que no exija nada de nosotros, que no admita nada propiamente nuestro. 

De esta manera, muchísimos años después de Platón, Pavel Florenski, con su acostumbrada lucidez, nos ilustraba un poco al respecto de la inhabilidad de la percepción pasiva para el aprendizaje: «La percepción pasiva no puede sustituir de ninguna manera la actividad propia, ya que sólo asimilamos (¡cuando asimilamos!) lo que elaboramos activamente dentro de nosotros. Pero asimilar sin más no es suficiente. “Hay más placer en dar que en recibir”. Esta máxima no sólo hace referencia a las relaciones sociales, sino también a cualquier relación con el mundo: la única fuente de conciencia y conocimiento en el mundo es la actividad; sin ella, empiezan las ensoñaciones, que gradualmente se desvanecen. El hombre se encierra en su propia esfera subjetiva y, al carecer de aporte de alimento, se amodorra poco a poco, de manera que hasta los sueños se interrumpen. La encarnación es el precepto fundamental de la vida, es decir, la realización de la potencialidad propia en el mundo, la aceptación del mundo en sí mismo y la formación de materia propia. Sólo con la encarnación se puede medir la verdad y el valor de cada uno; de otro modo, ni siquiera es posible una crítica objetiva de uno mismo.» (Cartas de la prisión y de los campos. Pavel Florenski).

Florenski no está solo en esto. Hasta los más encendidos defensores de una percepción fundamentalmente pasiva, como Hume y Kant, demandan un algo de colaboración en el sujeto; el hombre ha de poner algo suyo que de sentido a lo percibido; Hume lo cifra en la imaginación y Kant en el entendimiento.

Por tanto no hay posible conocimiento si la actitud es meramente pasiva, como en la virtualidad que nos llega a través de las pantallas electrónicas. 

Resplandor sobre el río Zuni, de William Robinson Leigh (1866-1955).

Otra de las alarmas viene ligada a un elemento tremendamente relevante como es la atención, fundamento, camino y sustento del saber. Ya decía Ortega aquello de «dime lo que atiendes y te diré quién eres».

A principios del siglo XX, Simon Weil desarrolló una compleja teoría sobre la atención, la práctica del conocimiento y el desarrollo de la experiencia por la mediación de la belleza, concediéndole a la atención la más absoluta importancia: «Los valores auténticos y puros de lo verdadero, lo bello y lo bueno en la actividad de un ser humano se originan a partir de un único y mismo acto, por una determinada aplicación de la plenitud de la atención al objeto. Lo enseñanza no debería tener otro fin que el de hacer posible la existencia de un acto como ése mediante el ejercicio de la atención. Todos los demás beneficios de la instrucción carecen de interés» (…); es la atención la que nos permite captar el objeto en su plenitud y con ello «discriminar lo real de lo engañoso». (La gravedad y la gracia. Simone Weil)

Pocos años después, el teólogo Romano Guardini advertía frente a lo que hoy es una terrible realidad: «(…) la capacidad de ver se ha deteriorado (…) Y la consecuencia es que los sentidos -es decir, los órganos con los que el hombre capta el mundo- se gastan.  Con todo este ver, el hombre no acumula más conocimiento del mundo, sino que lo pierde. Se le viene encima un alud de impresiones fragmentarias, y disminuye lo que de verdad importa, la interiorización del mundo con toda su carga de sentidos auténticos, con su grandeza y su fuerza, su profundidad. Todo se difumina». (Ética. Lecciones en la universidad de Munich, Romano Guardini).


Lago de montaña de Arseny Meshchersky (1834-1902).

Más modernamente, a fines del pasado siglo, algunos pensadores percibieron estos cambios e intuyeron los peligros que encerraban. Era más fácil, pues la era digital empezaba a nacer: La televisión imperaba y los ordenadores comenzaban a expandir su poder, inundándonos de imágenes y de información. 

Así, el premio nobel de economía Herbert Simon advertía de los peligros del exceso de información en relación a la atención, cuando en el año 1971 escribía:

« (...) En un mundo rico en información, la riqueza de la información significa una carencia de algo más: una escasez de lo que sea que la información consume. ¿Qué es lo que la información consume es bastante obvio: consume la atención de sus destinatarios. De ahí que una gran cantidad de información crea una pobreza de atención y una necesidad de asignar de manera eficiente la atención que entre la sobreabundancia de fuentes de información que podrían consumir» (Diseño de organizaciones para un mundo rico en información. 1971. Herbert A. Simon).

Otros profetizaban al respecto de los peligros que, para la naturaleza humana, encerraban los artilugios electrónicos de comunicación. Neil Postman (discípulo adelantado de ese otro adelantado que fue Marshall McLuhan) publicó libros al respecto, y decía cosas como estas: «Se ha producido un cambio epistemológico, en “cómo” conocemos y “qué” podemos ya conocer. Nos falta contexto para comprender, sin contexto (solo con imágenes que buscan la distracción y la diversión: La TV e internet), no podemos conocer la verdad» (Divertirse hasta morir. 1986. Neil Postman). 

Como digo, ya antes su maestro McLuhan nos advertía de que prestáramos atención a la tecnología, a través de la cual (por los medios) se comenzaban a trasmitir los mensajes, las ideas: «Los mensajes nos distraen de lo que los medios nos hacen a un nivel más profundo, decía; su contenido puede subyugarnos, continuaba, pero no es más que el trozo apetitoso de carne que el ladrón utiliza para distraer al perro guardián de la mente. Atendamos al medio y a lo que puede hacernos, pues el medio es el mensaje» (Comprender los medios de comunicación: las extensiones de ser humano. 1964. Marshall McLuhan).

Así se nos alertaba, no solo del poder transformador de esta nueva tecnología, sino también de su no menos formidable capacidad de fascinación.

Siguiendo con las advertencias, a principios de los años noventa del siglo pasado, el crítico literario Sven Birkerts en su polémico libro Elegía a Gutenberg. El futuro de la lectura en la era electrónica (1994), ya señalaba que el crecimiento de la era de las telecomunicaciones electrónicas provocaría una gran erosión en el lenguaje y en el uso de las habilidades de pensamiento crítico, y no se equivocaba. Este libro debe leerse junto con Tecnopolis, la rendición de la cultura a la tecnología (1993) de Neil Postman, que es un clásico sobre el impacto cultural de la tecnología cuando esta es deificada, es decir cuando «la cultura busca su autorización en la tecnología, encuentra sus satisfacciones en la tecnología y toma sus órdenes de la tecnología».


Campo de altramuces de Julian Onderdonk (1882–1922).

Más recientemente, algunos pensadores como Matthew B. Crawford (El mundo más allá de tu cabeza: cómo crecer en la Era de la Distracción. 2015), sostienen que «a medida que nuestra vida mental se vuelven más fragmentada, lo que está en juego parece ser nada menos que la cuestión de si se puede mantener un yo coherente».

Crawford ve la causa de esta interruptiva y fragmentaria realidad en la que estamos sumergidos, no solo en la moderna tecnología (que sería su fruto envenenado) sino en la autonomía de la razón humana proclamada por Kant y su deseo de fortalecer la libertad frente a la determinación de la naturaleza. Según Crawford, detrás ese influjo de fascinación está el deseo oculto de que la realidad deje de condicionarnos. De esta forma, sostiene que nos sentimos atraídos hacia una realidad virtual en la que se nos da la razón en todo, que nos hace sentir que somos los dueños de la situación y, de paso, que nos lleva cada vez más a la pasividad y a la dependencia. Crawford alerta de algo ya plenamente perceptible: «cada vez más nos encontramos con un mundo percibido a través de representaciones» y esto hace de la experiencia humana «un producto de alta ingeniería y por lo tanto manipulable»

También este nuevo siglo, Clifford Nass (sociólogo, Director en la Universidad de  Stanford de su Departamento de Comunicaciones), nos dice que los multitaskers tecnológicos son unos «enamorados de la irrelevancia» y que la multitarea digital nos hace menos sociables, menos eficientes y menos inteligentes. Su diagnóstico sobre los jóvenes de la era de Twitter es que sufren de «atrofia de la emoción» como resultado de la insuficiente «práctica en observar y experimentar emociones verdaderas» cara a cara ¿Recuerdan el grupo de chicos de que hablabamos al principio?

Y no están solo en su diagnostico; Nicholas Carr publicó recientemente un libro que ha levantado ampollas: Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (2011). En este libro vuelven a presentarse pruebas considerables de que la naturaleza interactiva de las tecnologías digitales dispersa nuestra atención y limita nuestra capacidad de reflexionar profundamente. Aún más, se señalan pruebas emergentes de que el acceso a las computadoras conduce a un nivel educativo bajo.

Por otro lado estaremos todos de acuerdo en que la sabiduría requiere reflexión, quietud y silencio. Romano Guardini llamó a esto recogimiento; es precisa una labor de recolección, de acopio, de ensimismamiento, como paso previo de todo conocimiento, labor que requiere de la capacidad de permanecer quieto y estar en silencio, a fin de permitir, de esta manera, que tenga lugar, no ya la acción de la Gracia en la naturaleza que todos deseamos y a la que se refiere el gran teólogo, sino al menos la aprensión de cualquier conocimiento o saber. Y lo cierto es que la tecnología de comunicación moderna es enemigo mortal de la quietud y la tranquilidad.

Finalmente la otra faz de este gravísimo problema es el paralelo abandono de la lectura, de la buena lectura, y de lo que esta supone en cuanto nutriente moral, intelectual y estético de las almas. Hay una frase de Harold Bloom que lo expresa con una crudeza límpida: «La lectura se desmorona y gran parte del yo se dispersa con ella».

Tomando prestado un término de Arthur Koestler, parece que estemos produciendo una generación de «ingeniosos imbéciles».


Catspaws off the Land de Henry Moore (1831-1895).

Sin embargo, a pesar de todas estas advertencias y consejos, no hemos hecho caso y tampoco parece que vayamos a hacerlo. Probablemente la tecnología ha ido mucho más allá, y mucho más rápido, de lo que McLuhan imaginaba, y su fuerza seductora es aún más destructora que el empobrecimiento de la atención de que nos hablaba Simon: no dejamos de mirar con ojos pasamados rectángulos retro iluminados. Lo hemos visto en la entrada anterior. Pero sus advertencias y las de todos los demás siguen ahí a pesar del calificativo de apocalípticas de algunos, y, en mi opinión, siguen siéndonos útiles. Tómenlas como una llamada de atención, es la advertencia de un peligro que se ha hecho más presente y más terrible. 

Así y todo, podríamos pensar que no hay ya remedio, que, fatalmente, todos estamos irremediablemente contaminados. Lo decían algunas comentaristas de este mismo blog hace no mucho. No parece haber forma de escapar a esta tiranía de la atención y esta disolución espiritual que nos desdibuja como hombres. Semeja una conjura infinita. Todo conspira para ello. 

Estamos en el corazón de la tormenta, pero no debemos perder la esperanza.  

Todo lo antedicho nos sugiere al menos dos cosas: 

Por un lado, que adoptemos, como mínimo, una actitud de prudente vigilancia, de moderación, de cuidado atento y de constante supervisión, en el uso que pudieran hacer nuestros hijos de estos artefactos. Sea porque, de acuerdo a lo enseñado por Sócrates, hayamos de mostrar prudencia y recelo ante las innovaciones, cuyos efectos desconocemos, sea porque, como apuntan (y con bastantes datos, la verdad), estudios científicos y opiniones muy relevantes, el medio (que además, por su fascinación mefistofélica, se vuelve el mensaje, como diría Macllulan), es agresivo, y no solo nos cambia, y no para mejor (degrada nuestra alma y nos aliena), sino que tiende a suplantarnos, convirtiéndonos en menos hombres, en hombres deficientes, enfermos y mediocres y, en último término, irrelevantes.

Y por otro lado, y aun tiempo, que llevemos a cabo, en lo posible, una constante y paciente labor de sustitución de estos artefactos por los grandes y los buenos libros. 

Y fíjense que no he dicho nada sobre cuestiones tales como el control de la información a la que los niños pueden acceder y la secuencia y progresión en su aprendizaje. La infancia procede de lo simple a lo complejo, de lo fácil a lo difícil, de lo particular a lo general. La educación es una secuencia, el aprendizaje requiere una graduación. Sin embargo las nuevas tecnologías abren puertas a campos cuasi infinitos de información que se agolpa a borbotones, de golpe, difíciles de controlar y graduar. Pero este tema debería ser materia de otro post.

Y termino con una exhortación:

Volvamos a la que era hasta hace poco la existencia cotidiana de la gente, asentada, como decía Chesterton en una vida «digna de vivirse», basada «en costumbres y no en modas, en leyendas y no en rumores, en tradiciones y no en caprichos, en lazos sociales duraderos y arraigados en lugares vivos», y no dejemos que los libros enmudezcan y agonicen, pues con ellos agonizan los hombres. 

Esta es una razón esencial para no abandonar los libros y no abandonar a nuestros hijos ante los libros. Debemos hacer frente a esa virtualidad malsana que trae consigo esa tecnología con los buenos libros como armas, y, de esta forma, ayudar a conformar mentes capaces de interpretar el mundo con un sentido, antaño común, hoy perseguido y ya casi olvidado, de piedad y de belleza. 

Aunque eso no resultará fácil, ni a nosotros, ni a ellos. 

Pero quién nos ha dicho que vivir cristianamente ha de ser fácil, no Él, desde luego.



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Comentarios

  1. Estimado amigo: estas dos entradas han superado el recipiente de blog. ¡Dos escritos magníficos!, por lo que tienen de necesario, de hondo, de bello.
    Gracias,

    J.A.F.

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    1. Sentía que era necesario hacerlo. No se, es lago tremendamente importante y tremendamente banalizado.

      Un abrazo.

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  2. Muchas gracias por el análisis don Miguel.
    Me parece que el hecho de estar vigilantes ante este "mundo totalitario de la tecnología" (parafraseando a Pieper), trae la buena consecuencia de valorar y apreciar rectamente los momentos de soledad y quietud ante un buen/gran libro.
    Imagino que el hecho de estar rodeados de tanta tecnología apabullante y enfriadora de la vida, nos hace dar más hambre de esos ratos de paz, y por ello, aprendemos a valorarlos mejor.

    Saludos cordiales,
    José Tomás

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    1. Esperemos que así sea y que consigamos que así lo sientan (y lo entiendan) nuestros hijos. Ciertamente esta tecnología es algo diferente de las que le han precedido y por ello merece una atención especial que no se le dispensa.

      Un abrazo.

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  3. Muchas gracias por estas entradas Miguel!! Le aseguro que sacamos mucho provecho de sus palabras. Gracias también por citar libros y autores que uno puede tomar como referencia si quiere profundizar en el tema que desarrolla. Siga citando, en los futuros post, cuando desarrolle un tema en particular. Como se menciona, hay mucha información dando vueltas y por lo general necesitamos que nos guíen para acceder a la buena información.
    Siga adelante. Saludos!!
    Enzo.

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    1. Claro que sí, Enzo. Como ve, trato de compartir con ustedes todo aquello que considero de interés y beneficio para nuestros hijos. Y así seguiré.

      Muchas gracias y un fuerte abrazo.

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