Cuando en el corazón del duro
invierno los vientos fríos aullaban sobre las chozas de paja de los campesinos
alemanes, la madre atraía a sus hijos a su lado y, al abrigo del fuego de la
lumbre, les contaba historias que ellos escuchaban con mudo asombro. Estos relatos fueron recolectados y reescritos con cuidado y esmero por los
hermanos Grimm, que dieron primero un barniz cristiano a las historias y
después, un tono amable a las mismas para hacerlas accesibles a los niños. Estas
historias tienen un encanto perenne y deben serles leídas, pues son un tenue
reflejo de la verdad (I, Corintios,
13:12) y unas migas de pan en el sendero hacia la misma.
Chesterton dejó dicho al respecto: “Los cuentos de hadas pueden haber salido de
Asia con la raza indoeuropea, ahora afortunadamente extinta; pueden haber sido
inventados por alguna señora francesa o por un caballero como Perrault: pueden
incluso ser lo que profesan ser. Pero siempre llamaremos a la mejor selección
de tales cuentos "los cuentos de Grimm": simplemente porque es la
mejor colección”. Y probablemente es cierto, estos cuentos de hadas son los
cuentos de hadas por excelencia, aquellos en los que todos pensamos, los que siempre
recordaremos: Hansel y Gretel, Caperucita
Roja, La Cenicienta, la Bella Durmiente, Blancanieves, Pulgarcito, el
sastrecillo valiente...
Portada de una edición de 1915. |
Bajo el título de Cuentos de la infancia y del hogar, los hermanos Grimm publicaron
en varios volúmenes, entre 1812 y 1822, unos doscientos maravillosos cuentos de
hadas. Dejando de lado, por miopes y precarios, los análisis marxista,
feminista, deconstruccionista, o freudiano de estos cuentos, no me cabe duda,
después de leerlos, que los hermanos Grimm vieron sus cuentos de hadas como
fábulas cristianas. El menor de los hermanos, Wilhelm, sostenía que los cuentos
de hadas eran "fragmentos de la fe
antigua cuyo propósito era despertar los sentimientos del corazón humano",
un instrumento ideal para la conformación de una imaginación moral. Y sin duda
que los despiertan, ahora o después, más tarde o más temprano, pues con su
lectura se estremece algo en nuestro interior, algo profundo y primordial.
Los niños lo notan. Mis hijas lo
perciben cada vez que se sumergen en uno de estos cuentos. Hay algo profundo en
ellos que las atrapa.
–¿Te gusta?–
digo yo, asomándome sobre su espalda.
-Sí, sí, sí –
responde nerviosa, dándome repetidos golpecillos con la mano para que me aleje,
como diciéndome: ¡vamos papá, no me interrumpas ahora que estoy leyendo algo
apasionante!
Ilustración para Hansel y Gretel de Kay Nielsen (1886-1957). |
Cierto es que los estudiosos señalan que en estos cuentos podemos encontrar múltiples signos y símbolos cristianos. Así, Hansel y Gretel sería una parábola del viaje del alma humana desde la infancia hasta la madurez a través de la adquisición de la conciencia del bien y el mal. En La Caperucita Roja, el cambio de la canasta de pan y mantequilla de Perrault por el pan y el vino de los Grimm, al parecer muestra un claro simbolismo eucarístico y los tres grandes robles visibles desde la casa de la abuela nos reconducen, se dice, a una imagen la trinidad cristiana. En La Cenicienta las palomas omnipresentes representarían el amor y la caridad. Y en Blancanieves, al igual que en La Bella Durmiente y en La Cenicienta, los príncipes sugieren fuertemente a Cristo Esposo y Salvador, al igual que el cazador en La Caperucita Roja. Se encuentran así mismo distintos ecos del pecado original y la caída: la ingesta de la fruta prohibida cuando Hansel y Gretel mordisquean de la casa de caramelo y chocolate de la bruja (y luego mienten sobre ello) o cuando Blancanieves come la manzana envenenada ofrecida por su madrastra. De igual forma simboliza la caída la curiosidad de Caperucita Roja (Eva), mientras se adentra en el bosque siguiendo el consejo del Lobo (Satanás).
Esto es importante, sí.
Pero más importante que esta simbología es la
convicción que traslada la lectura de estos cuentos –como la de cualesquiera
cuentos de hadas tradicionales–, sobre todo a los niños, que, por razón de su
inocencia, están mucho mejor preparados para captarla que nosotros los adultos, la convicción de algo que nunca deberíamos haber olvidado y desgraciadamente hemos perdido. Ello no es otra cosa que la idea de que este nuestro mundo podría no haber
sido así, podría haber sido y podría, de hecho, ser diferente, y que su
naturaleza es mágica, inexplicable, impredecible, salvaje y sorprendente. El
asombro y la admiración que decía Chesterton. De esta manera, con la
imaginación despierta, podremos volver a ver con nuevos ojos nuestro propio
mundo lleno de maravillas una vez más (...
¡Si pudiéramos salirle al mundo de frente!...).
Ilustraciones para La Cenicienta de Edmund Dulac (1882-1953) y de Arthur Rackham (1867-1939). |
Se trata de una celebración de lo
verdadero, lo bueno y lo bello y de una invitación a gozar, y por medio de este
goce a comprender la sacralidad de la Creación, a través de historias donde los
acontecimientos naturales y las cosas ordinarias significan realidades sobrenaturales,
restaurando, de este modo, el sentido del bien y del mal, de la belleza y de la
fealdad, de lo normal y lo anormal, en términos categóricos e inequívocos, a
través de los ejemplos clarividentes y preclaros contenidos en las historias. Supone,
en suma, ayudar a los niños a adquirir el "sentido
simbólico o sacramental" del que habló Goethe.
Ilustraciones de Charles Robinson (1970-1937) para El Principe Rana y Walter Crane (1845-1915) para La Bella durmiente. |
Y para acabar podríamos volver a Wilhelm Grimm, cuando nos decía que "… los cuentos de hadas infantiles son contados para que, en la luz pura y suave de estas historias, los primeros pensamientos y poderes del corazón puedan despertar y crecer".
Que así sea.
Qué buen análisis, Miguel, muchas gracias! Casualmente mi hijo está leyendo estos cuentos de Grimm, sumergido en sus fantasías.
ResponderEliminarEs cierto: hay una encendida y punzante moralidad en los cuentos de hadas, que descansa en las almas abiertas de los niños, las limpia y eleva. Y sobre todo, les enseñan a portarse bien antes de que sepan lo que eso significa. En este sentido nos llevan la delantera...tal vez porque pueden ver ese reverso de la trama vedado a los hombres sin corazón ni poesía. Quién sabe.
Cordialmente,
J.A.F.-
P/D: Gracias Natasha! Leímos "el gigante egoísta" con mis hijos, y casi no lo termino del nudo en la garganta.
Muchas gracias José. Me gusta mucho esa idea de que los cuentos les enseñan a los niños a portarse bien antes de que ellos sepan lo que eso significa.
EliminarUn abrazo.
...pues me parece que te seguirá pasando, José. Los cuentos de Wilde son como los buenos vinos, mejoran con los años y conmueven con más fuerza, si cabe.
EliminarMe alegro mucho de que se lo hayas leído a los niños y te haya emocionado.
¡Qué hermosa alabanza Miguel! Dios le pague con creces el trabajo que se toma para descubrirnos tantos secretos escondidos. Realmente siento el alma embotada por la educación y el ambiente que nos toca vivir, pero en tareas como ésta tenemos agua fresca para seguir caminando hacia lo bello.
ResponderEliminarNo deje de enseñarnos todo lo que sepa (como por ejemplo la diferencia entre la versión de Perrault y la otra).
Y las ilustraciones con que adorna cada entrada son clave también para guiarnos en la búsqueda de buena literatura, en mi modesta opinión. Por lo menos, ahora intento evitar lo grotesco, muy irreal (ilustraciones geométricas o muy abstractas por ejemplo) o llanamente feo. Luego de mirar una y otra vez sus posts, creo comprender que el dibujo podría impactar en el niño de manera muy marcada. Con bellas ilustraciones lo ayudamos en ese camino hacia lo maravilloso y verdadero.
Si está en sus manos, le agradecería el dato bibliográfico de cada cita que nos regala de autores varios.¡Gracias, muchas gracias!
Creo que da usted en una de las claves, de lo que, en mi modesta opinión, es un elemento distorsionador en cualquier intento de llevar a cabo una educación poética hoy en día: el feísmo en la ilustración. No creo que haya dejado de haber artistas. Lo que parece que los editores no se dan cuenta de lo importante que para el niño es la ilustración. Pero lo cierto es que resulta difícil no ver que esta influye decisivamente en lo imaginado ¿Se trata entonces de una acción premeditada?... No sé, pero es muy preocupante. Será un tema de este blog, sin duda.
EliminarMuchas gracias por sus comentarios y un saludo cordial.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola Miguel. Soy José Barranco, de Mendoza, Argentina.
ResponderEliminarNo encontre la forma de enviarle un mensaje privado.
Le quería comentar que acabo de leer "A los Andes", un poema de Leopoldo Lugones, cuyo último verso le puede ser de utilidad. Pues habla de los niños y nuestras mágicas montañas.
Saludos
Muchas gracias José. Interesante sugerencia. He leído los versos -que no conocía-, y como usted dice son muy apropiados al asunto aquí tratado.
EliminarGracias de nuevo y un saludo.
Miguel, ¡qué precioso este artículo! Sintetiza el sentido más profundo de los cuentos de hadas: revelarnos quiénes somos. Sin duda estos cuentos despiertan algo que está en nuestro interior y necesita salir a la luz.
ResponderEliminar¡Gracias por acercarnos estas palabras que evocan a la Belleza!