Boceto de uno de los techos del Paraninfo de la Universidad de Santiago: La Poesía, óleo de José María Fenollera Ibáñez (1851-1918). «El ser que se asombra es tan bello como una flor» Paul Valery |
Voy a hablar de algo que quizás os haga desconfiar de mi tino. De algo que posiblemente alguno considere inapropiado para los niños, y no por escandaloso, no, sino más bien por elevado. Voy a hablar de poesía. Porque lo cierto es que hablando y hablando de educación poética y de libros, parece una paradoja que no hayamos hablado de poesía. Y ciertamente es una aparente paradoja, pues, según nos dicen, el calificativo de poética aplicado a la educación va mas allá de la poesía ¿O quizás no?
Hemos comentado en algún momento la
función iluminadora de los cuentos, su carácter iniciático. Ahora hablaremos de
aquello que es, que puede ser, el vehículo mas veloz para llegar a ese conocimiento
esencial en el que queremos iniciar a nuestros niños. Así pues, hablaremos de
poesía, de poetas y de poemas.
No os será ajena la trascendencia
que el nombre, el nombre de cada uno, representa. Porque como cristianos que
somos no desconocemos la importancia crucial de la palabra, ya que Él es la
Palabra, ni tampoco la relevancia de nuestro nombre verdadero, ese que
desconocemos, pero por el que se nos llamará algún día (Isaías, 43-1). El poeta a través de la poesía trata de dar con la
palabra, de tocar la esencia de las cosas llamándolas con ese su nombre
verdadero. Atinar no es fácil, pero es que poetas, lo que se dice verdaderos
poetas, hay pocos…
Por eso la poesía es quizás lo que
más nos aproxima a Dios. Qué es sino poesía el recitativo de la Santa Misa, qué
son sino modelos poéticos los salmos, qué era sino forma poética la utilizada
magistralmente por Nuestro Señor en sus parábolas…
El nombrar poético estaría encargado
de acercarnos a la cosa y dejarnos frente a ella, se dice. Por eso mismo, en la
poesía reducimos la distancia que existe entre la palabra y la cosa misma, y
así el poema, la palabra poética, nos restaura a la distancia original, a
aquella en la que existía una intimidad, la nacida de la cercanía entre la cosa
creada y la Palabra que la crea.
Como hemos dicho, el poeta intenta
nombrar las cosas por su nombre verdadero. Se trata de eso, la poesía trata de
eso. Y por eso mismo hay que acercarse a la poesía, y por eso mismo es
perentorio que los niños lean y escuchen poesía. Porque, además, ellos están
mejor dispuestos de lo que imaginamos. No es algo inadecuado. Es algo
necesario.
Así que allá vamos.
Se trata de bautizar de nuevo el
mundo y descubrirlo a través de una nueva mirada. Atrevámonos.
Por lo pronto, la poesía exige silencio
y exige clarividencia, no solo en el poeta, sino también en el lector poético.
Esto quizás nos haga preguntarnos: ¿y los niños? ¿poseen acaso ambas cosas? Yo
diría que sí. El silencio –qué paradoja–, se aloja en el mismo poema; si el
poema es verdadera poesía dejará mudo al niño para que pueda leerlo, para que
pueda escucharlo. La clarividencia… la clarividencia es cosa de niños que los
adultos casi hemos perdido. Por último, el poeta y el niño comparten una
cualidad poco común: la capacidad de asombro ante la contemplación de lo
creado.
A pesar del silencio –o quizás por
ello–, la poesía también exige saber escuchar; porque la poesía es música, es
ritmo. Las palabras bailan y lo hacen a un son. Si este no se aprende, si no se
escucha, el baile –el juego de palabras poético–, perderá su magia y resultará
grotesco, como cuando observamos a un grupo de hombres bailar a lo lejos, y por
esa lejanía no podemos escuchar la música a cuyo son danzan.
Los niños no pueden ser mejores
aprendices; curiosos, nada cuestionan y lo ven todo a la luz de la
inocencia.
Me viene a la memoria una reflexión
del cardenal Newman muy atinada, como siempre:
«La poesía no se dirige a la razón, sino a la imaginación y a los afectos; lleva a la admiración, al entusiasmo, a la devoción, al amor. Lo vago, lo incierto, lo irregular, lo repentino, están entre sus atributos o fuentes. De ahí que la mente de un niño esté tan llena de poesía, porque poco conoce; y el mundo de un anciano esté tan desprovisto de ella, porque su experiencia de la vida es grande. De ahí que la naturaleza sea más poética que el arte, a pesar de Lord Byron, porque es menos comprensible y menos dócil a las definiciones; la Historia más poética que la Filosofía; el salvaje que el hombre civilizado; el caballero andante que el general de brigada; el sendero que serpentea por el campo que la recta vía del ferrocarril; el velero que el barco a vapor….»
«La poesía no se dirige a la razón, sino a la imaginación y a los afectos; lleva a la admiración, al entusiasmo, a la devoción, al amor. Lo vago, lo incierto, lo irregular, lo repentino, están entre sus atributos o fuentes. De ahí que la mente de un niño esté tan llena de poesía, porque poco conoce; y el mundo de un anciano esté tan desprovisto de ella, porque su experiencia de la vida es grande. De ahí que la naturaleza sea más poética que el arte, a pesar de Lord Byron, porque es menos comprensible y menos dócil a las definiciones; la Historia más poética que la Filosofía; el salvaje que el hombre civilizado; el caballero andante que el general de brigada; el sendero que serpentea por el campo que la recta vía del ferrocarril; el velero que el barco a vapor….»
No obstante, el acercamiento del
niño a la poesía debe hacerse pausadamente, porque no viene lo más alto sin
antes lo más bajo, aunque este ritmo suave nada tiene que ver con simplezas y
malas rimas. Pues entonces, ¿qué obras hemos de poner en sus manos y por qué
orden? ¿cuál ha de ser ese ritmo?
Yo solo puedo hablar, sin ciencia
alguna, de mi experiencia, y esta la referiré en próximas entradas, pero puedo
adelantaros algo: se trataría de hacerles sentir el poema como idioma propio
con el que entenderse, y hacerles ver al poeta como un confiable amigo cuya
compañía reconforta y repara.
Estimado amigo, ¡qué tema encantador, promisorio e inagotable!
ResponderEliminarEntiendo que aquí se trata de acertar en lo concreto. Quiero decir, cómo acercarle al niño la poesía y educarlo en ese ritmo de estrellas; cómo sostener su asombro y educar su imaginación; cuándo y con qué poetas, etcétera.
Sin embargo -con intención de sumar una reflexión-, creo que hay palabras muy hondas y fuertes en las que uno podría detenerse a pensarlas y gustarlas sin tiempo: "silencio", "música", "asombro", "imaginación", "palabra"...cada una es ampolla de luz, dice un mundo. Y cada una es una atalaya desde donde avistar el misterio de la Belleza y su encarnadura de poesía. Cuándo estas realidades van decantando en el corazón del hombre, pienso que destraba el juego pedagógico y se hace más natural y sencillo la acción educadora sobre la niñez.
Es cierto que niños y poetas se emparentan en un cielo de dones y, por lo mismo, tenía razón Bernanos: su complicidad (junto a la de los santos) mantiene en pie este mundo odioso...
Un gracias prolongado y mi saludo cordial,
J.A.F.
Tiene usted razón en todo José, con la razón preclara que acompaña al poeta, como se que usted es, me consta, y si así no fuera, como se desprende de sus palabras. Tiene usted razón, todo lo tratado excede de cualquier pedagogía, es un algo indefinible e intratable, pero no puedo moverme más que en la superficie de las cosas, en aguas más profundas… no sabría nadar.
EliminarAsí que debo seguir aunque sea de esta manera. Sea usted indulgente.
Su presencia en este blog es inestimable.
Un saludo afectuoso.
Gracias Miguel, pero créame que sólo soy un aficionado. Somos muchos los que abrevamos del blog para saber qué leer con nuestros hijos y cómo invitarlos a la buena lectura. Y pienso que eso es mucho más que superficie, es un arte difícil que requiere cultura, reflexión, tino y no sé yo cuántas cosas más.
ResponderEliminarAsí pues, ¡adelante! Y gracias.
J.A.F.