Poème de l'âme 3, L’Ange et la mère de Louis Janmot (1814-1892) |
«Son los padres, los adultos, los que no saben nada.
Y los niños los que lo saben todo.
Pues saben la inocencia primera. Que lo es todo»
Charles Péguy
Me reconozco deudor de San Agustín
en muchas cosas, una de ellas es la forma en que traté de acercar a mis hijas a
los grandes poetas, con algún que otro éxito he de decir, lo que le agradezco
enormemente.
En un lugar temprano de sus Confesiones, San Agustín habla de su
educación, una educación, por lo demás, imagino no muy distinta de las de otros
de su tiempo. En esas páginas dice el Santo: «Se nos obligaba a expresar algo en prosa, tal como el poeta lo había
dicho en verso». De esta forma San Agustín, San Jerónimo y otros grandes,
hasta bien entrada la Edad Media, estudiaron a Virgilio y a Horacio entre
otros.
Este ejercicio de convertir poesía
en prosa me pareció propicio para presentarles a mis hijas algunas poesías de nobles
poetas y de esta manera formar su gusto. Así que realicé una selección
(recuerdo la primera lista, en ella figuraban, Quevedo –Un hombre a una nariz pegado–, Tennyson –La dama de Shalott–, Kipling –Sí–,
el cardenal Newman –Guíame Luz amable–,
Keats –La Belle Dame sans merci–, Péguy
–No hay nada más hermoso– …).
Versos hermosos como estos que Péguy pone en la boca de Dios:
«Pues bien, yo os digo
Que nunca he visto
nada tan gracioso y por lo tanto no conozco nada tan bello en el mundo
Como ese niño que se
duerme rezando sus oraciones
(Como ese pequeño ser
que se duerme confiado)
Y que mezcla el Padre
Nuestro con el Dios te salve María.
Nada es tan bello»
Niño rezando de Eastman Johnson (1824-1906). |
O bien estos de Keats:
«Hallé una dama en los
prados
Bellísima, hija de un
hada.
Su cabello largo, su pie
ligero
y su mirada salvaje».
O estos bellísimos del Cardenal
Newman:
«Oh, Luz amable,
guíame,
por entre las
tinieblas que me envuelven, condúceme;
es noche oscura; estoy
lejos de mi hogar,
guíame Tú».
Para hacer más fácil la labor,
accedí a que no solo expresaran en prosa aquello que habían entendido decía el
verso, sino que lo dibujaran también.
El método era el siguiente: yo
recitaba una primera vez con calma el verso, dejándome interrumpir por su
preguntas, que previamente habíamos acordado solo podrían versar sobre el
vocabulario. A continuación volvía a recitar el verso, con igual calma, pero ya
sin trabas ni estorbos. Una declamación en toda regla, vamos.
Tras la lectura venía el ejercicio.
Las dos se sumían en trance creativo, retorciéndose en escorzos imposibles y
tratando con ingenuidad infantil de que la una no viera ni el dibujo ni la
prosa de la otra.
A Girl Writing; The Pet Goldfinch de Henriette Browne (1829 - 1901). |
Una vez acabada la práctica llegaba
la exposición del dibujo y la literatura, con resultados dispares que fueron
mejorando a medida que el ejercicio se repetía y las niñas crecían en edad.
Guardamos esas páginas como oro en paño.
Hoy puedo decir que nuestras hijas algunos
versos saben, que otros reconocen y que no hacen ascos a escuchar con atención
un buen poema, lo que no es poco. Es más, una de ellas tiene alma de poeta y a
sus arrebatos creativos nos tienen locos.
Las once de la noche de un día
cualquiera de una semana cualquiera.
–Mamá,
papá, necesito un boli.
Como arrebatada, el rostro azorado y
la cara pálida, aparece nuestra hija pequeña en el salón.
–¿Qué
pasa hija? ¿Estás bien?– dice su madre asustada.
–Sí,
sí, mamá, es que me ha venido algo… y tengo que escribirlo, sino se me olvida.
–Papá,
un boli, por fa– duplica inquieta.
Le doy un bolígrafo y se pone a
escribir como una posesa. Son líneas cortas; se ve claramente que es un poema.
Mi mujer me mira severa. Es verdad,
es muy tarde. Pero… sonrío y le señalo la cabecita, tan cercana a la mesa que
parece dormida, si no fuera por sus movimientos convulsos acercándose y
alejándose del papel.
Su madre me sonríe. Yo le devuelvo
la sonrisa.
–Acaba
de una vez J., no puede ser, ¿no ves que es muy tarde? – digo, tratando de mantenerme
serio.
–Ya,
pero es que si no… ya acabé.
Se levanta presurosa, nos da un beso
a cada uno y se va hacia la habitación donde su hermana sigue dormida. A medio
camino se detiene, se vuelve un segundo y dice:
–Mañana
os lo leo ¿vale?
–Vale,
hasta mañana.
Las musas, que no saben de horas.
Muy bueno !! Ojala sigan publicando más cosas como estas.
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Ro! Me alegro que le guste y espero seguir contando con su atención.
EliminarUn saludo.
Y el poema???
ResponderEliminarJosé Tomás
Cierto José, pero es que la autora se reserva la difusión; solo puedo decirle que se titulaba ”Amigas y testigos”.
EliminarUn saludo.
Hermoso. Me llevo la idea para hacer en casa. Euge
ResponderEliminarEuge, me alegro que sea de su interés y espero que el resulte de utilidad.
EliminarUn saludo.
Querido amigo, ¡qué idea encantadora! Pondré manos a la obra en mi hogar y después le cuento como fue. ¿A qué edad sería oportuno llevar esta práctica adelante?
ResponderEliminarY lo de su hija poeta...bueno, qué don de Dios. Ojala me suceda algo parecido, ja.
Saludos,
José.-
Gracias José. Espero que de sus frutos. Puedo decirle que nosotros iniciamos la práctica a los siete años.
EliminarUn saludo.