DONDE VIVEN LOS MONSTRUOS

Portada del libro.



«–¿Qué es... esto? –dijo al fin.
–Esto es una niña –explicó Haigha con entusiasmo (…)–. Acabamos de encontrarla hoy. Es de tamaño natural y ¡el doble de espontánea!
–¡Siempre creí que se trataba de un monstruo fabuloso! –exclamó el unicornio.»

A través del espejo. Lewis Carroll



Hoy voy a volver la vista atrás. Voy a recordar y hablar de un libro, reciente, pero que ya tiene reconocido un importante lugar en la historia de la Literatura infantil y juvenil. Un libro para niños más pequeños, como lo eran mis hijas hace unos años cuando se lo leímos (tendrían tres o cuatro años). Un libro para leer en voz alta frente a un fuego. Un libro que explora esa parte de las vivencias infantiles, incomprensible pero maravillosa, que es el territorio de los sueños y deseos, así como también aquella más oscura de los miedos y temores. Me refiero a Donde viven los monstruos de Maurice Sendak (1963). 


La historia es simple pero irresistible: tras haber sido castigado (¡a la cama y sin cenar!) por haberse comportado mal, el pequeño Max sueña con un viaje a la isla donde viven los monstruos. Una vez allí, Max se convierte en su rey. Al final, el niño regresa de su onírico viaje y se encuentra con el acogedor hogar familiar esperándole.

Las ilustraciones de Sendak son lo primero que llama la atención; son como arcaicas, rudimentarias y algo toscas, pero sin duda de una gran expresividad. Sendak busca intencionadamente este efecto y sus dibujos juegan a parecerse a los viejos grabados del Renacimiento, cual si hubieran sido hechos en los talleres del viejo Durero. 

Ilustración del libro. Max ejerciendo de Rey.

Pero en el pequeño libro hay algo más. Está en él la idea chestertoniana de que los niños tienen una percepción un tanto diferente de casi todo, entre otras cosas de lo que, como imagen y representación del miedo, los adultos denominamos monstruos. El libro trata de evitar que los niños se lleven consigo esa idea cerrada que tenemos los mayores de que los monstruos son siempre malos y que están fuera de nuestro control, de los cuales huir, a los cuales encerrar. No me resisto a poner la cita de Chesterton en toda su extensión:

«Encuentro que hay seres humanos que piensan que los cuentos de hadas son malos para los niños...  una dama me ha escrito un cortés carta diciendo que los cuentos de hadas no deberían enseñarse a los niños aún cuando fueran ciertos. Me dice que es cruel contarles a los niños cuentos de hadas porque los atemorizan. Podría igualmente decirse que es cruel darles a las jovencitas novelas románticas porque eso las hace llorar. Todo este tipo de charla se basa en el completo olvido de lo que es un niño, lo cual ha sido la base firme de muchos planes educativos. Si mantienes alejados de los niños a monstruos y trasgos ellos crearán los suyos propios. Un niño pequeño en la oscuridad puede inventar más terrores que Swedenborg. Puede imaginar monstruos tan grandes y oscuros que no podrían ser representados en ningún cuadro y darles nombres más ultraterrenos y cacofónicos que el grito de un lunático. Al niño, para empezar, le suelen gustar los horrores y sigue recreándose en ellos incluso cuando no le gustan (...) El miedo no proviene de los cuentos de hadas; el miedo proviene del universo del alma».

Porque aquello que los adultos vemos en el monstruo es solo su aspecto exterior, su fealdad, su ajenidad. No somos capaces de vislumbrar más allá; y eso nos horroriza, se trate de un salvaje primitivo, de un pobre zarrapastroso, de un hombre deformado por la enfermedad o de una ficción que represente los temores de lo extraño y de lo ignoto. Pero el niño no es así, el niño es curioso y es impresionable, puede maravillarse con lo nuevo y con lo desconocido... puede acercarse a la Verdad. Y este pequeño cuento lo muestra.

Ilustración del libro. Los monstruos rinden pleitesía a su Rey.

A pesar de su brevedad –propia de la audiencia a que está destinado–, el libro contiene también una lectio moral, como acontece en los cuentos de hadas clásicos. En este caso la lección es doble: por un lado, que los niños, en su inocencia, tienen el poder de someter a las bestias a su gobierno (Génesis 1:28), y por otro, que todo niño necesita ayuda (disciplina y amor a manos llenas), tanto para afrontar la doma de su carácter, sojuzgando a sus propios monstruos, cuanto para buscar la virtud, a fin de convertirse en el rey de sus pasiones y temores.  

La historia ha de verse bajo esta luz. Y creo que los niños así lo ven. Esa es mi experiencia.



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