Hans Christian Andersen lee en voz alta a algunos de sus hijos de Elisabeth Jerichau-Baumann (1819-1881) |
«La palabra es completa vista y oída».
Fernando Pessoa
Nada más estimulante que la lectura
en voz alta. Ya la hemos mencionado alguna vez. De hecho el origen de la
lectura, de toda lectura, es en alta voz. Al parecer, solo a finales del
Imperio Romano comenzó tímidamente el desarrollo de la lectura silenciosa, que
fue haciéndose presente poco a poco, silenciosamente,
hasta que la aparición de la imprenta y la proliferación de los libros hicieron
menos útil la función que desarrollaba de difusión del conocimiento. Y ya
sabemos la fuerza que tiene la idea de utilidad para el hombre. Pero aquí
querría referirme a la lectura por parte de los niños, que pasarían de esta
forma de auditores (en su vieja
acepción, tan en desuso) a lectores. Y la diferencia no es baladí.
No es lo mismo escuchar la lectura
de un texto que leer ese mismo texto. Al leer en voz alta, nuestro cuerpo se ve
implicado más extensa y más intensamente. No solo seguimos oyendo el sonido de
las palabras –en este caso a través de nuestra propia voz–, sino que experimentamos
también un sentir físico, sentimos las palabras en la garganta y hasta el sabor
de las mismas en la boca, se siente el miedo y la ansiedad que la lectura
provoca y la expectación que con ella causamos; se multiplica así lo sentido y
experimentado. La respiración cambia para adaptarse al texto, debemos ajustarla
para poder acompasar las pausas y regular la intensidad del sonido de nuestra
voz, y así sentimos la vibración de nuestras cuerdas vocales y tantas cosas
más… todo el que haya leído en voz alta ante un auditorio –sea grande o
pequeño, sea extraño o de confianza–, sabe lo que digo. El cuerpo siente el
texto y se une al alma en el deleite, con pasión, temor y temblor, pero con
deleite. Es toda una experiencia que debemos dar a los niños.
De esta forma, hacemos a los niños
encarnarse en quien fue un maestro, ¡que los muertos de alguna forma vuelvan a
la vida! a una nueva vida, que celebra su acierto, su pulcra y acertada mirada.
Porque, en cierto modo, los hacemos apropiarse del texto, o más bien, el texto
los atrapa en una encarnación profana. Los niños disfrutan, se reparten las
intervenciones y viven de otra manera los textos (mis hijas lo hacen así);
quizás la poesía y el teatro son las formas más adecuadas, pero nada se pierde
con textos narrativos.
Comparisons de Lawrence Alma-Tadema (1836-1912). |
Es una experiencia hermosa y estimulante. Nosotros lo hemos practicado con lecturas en alta voz variadas, desde las Sagradas Escrituras hasta las novelas, pasando por obras de teatro y poemas. Os animo a ponerlo en práctica y continuar con esta tradición que, tristemente, parece que se apaga. Vale la pena el esfuerzo: Como dejó dicho E.M. Foster: “Solo conectar la prosa y la pasión, y ambos serán exaltados...”; de verdad que se entusiasman, de verdad.
Los escritores lo saben y en nada causa
desdoro a su testimonio en el papel. Charles Perrault decía: «es necesario que
la lectura se haga escuchando, y que las páginas impresas sean voz sin nombre»
y Henry Michaux señaló, de modo hermoso: «Yo no puedo escribir si no es
hablando en voz alta; es posible que se trate de un encantamiento. Es posible
que la voz que surge del texto sea en realidad su metáfora, la más bella de las
metáforas, la más eficaz. Porque tal vez no haya otra
metáfora». Nosotros
sabemos que es así, que la única Palabra es la única metáfora de la Verdad.
Quiero terminar con una cita de
Daniel Pennac –tan preocupado él por la lectura de los más jóvenes- que viene
al caso:
"Extraña desaparición la de la lectura en voz alta, ¿Qué hubiera
pensado Dostoievski? ¿Y Flaubert? (…) ¿O es que Flaubert no gritaba su Bovary
hasta reventarse los tímpanos? (…) ¿Es que él, que se ha peleado tanto contra
la música intempestiva de las sílabas, la tiranía de las cadencias, no sabe
mejor que nadie que «el sentido se pronuncia»? ¿Qué? ¿Textos silenciosos para
espíritus puros? ¡A mí Rabelais! ¡A mí Flaubert, Dosto, Kafka! ¡Dickens, a mí! ¡Gigantescos
gritadores de sentidos, aquí de inmediato! ¡Vengan y den vida a nuestros libros!
¡Nuestras palabras necesitan hacerse carne! ¡Nuestros libros necesitan vida!"
Excelente!! Generalmente lo hago con la poesía y las Sagradas Escrituras, pues así me enseñaron que se hace. Pero lo voy a practicar mas asiduamente..
ResponderEliminarJosé Tomás de Mendoza
Creo que es un hábito magnífico José.
EliminarMuchas gracias y un saludo.