LOS HÉROES

The Quest for the Holy Grail de Arthur Hughes (1832-1915).



«Fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder».

Efesios. VI:10



Cuando hoy usamos esa palabra –héroes–, la mayor parte de la gente, en especial los niños y jóvenes, piensan indefectiblemente, con pocas y honrosas excepciones, en lo que se denomina algo pomposamente los superhéroes. Resulta curioso contemplar cómo este subproducto cultural se ha impuesto como cultura hegemónica, y lo que es peor, cómo ha colonizado la mente y la imaginación de nuestros hijos.

Porque, ¿qué eran? ¿qué han sido siempre los héroes? Pues, para empezar, eran hombres; excepcionales sí, pero hombres, mortales como todos los hombres, con las mismas limitaciones físicas, intelectuales y morales de todos los demás; solo su extraordinario carácter les permitía llegar a las fronteras de lo humano, lo que les hacía excepcionales y dignos de admiración. Eran arquetipos de aquello que un hombre debía y podía ser. Y su vigor vital concentraba una sola aspiración y ansia: la lucha contra el mal, al que siempre terminaban venciendo.

Frente a eso, los pretenciosamente llamados superhéroes de hoy son, fundamentalmente, o mutantes (con características no humanas) o extraterrestres (ídem). Pocos son los que escapan a esta definición, y los que lo hacen, aquellos que son meramente hombres –aunque hombres increíbles–, lo son porque derivan de personajes literarios o beben de fuentes literarias; provienen de verdaderos héroes (pensemos en Tarzán o en el Príncipe Valiente o incluso en Conan el bárbaro).

Ya hemos hablado en este blog de los mitos y leyendas griegas y romanas; por allí deambulan triunfantes y sufrientes muchos héroes, empezando por el incomparable Hércules, pasando por Teseo y Perseo y terminando por el esforzado Héctor y el invencible Aquiles, “el de los pies ligeros”. ¿Cuántos de los niños de hoy conocen y admiran a estos personajes y sus fantásticas historias? Probablemente pocos. Una pena, pues, a riesgo de ser acusado de reaccionario, sostengo que con ese desconocimiento se diluye para ellos la posibilidad de llegar a conocer algún día las grandes obras: la Ilíada, La Odisea, La Eneida…

Perseo cabalgando a Pegaso de Steele Savage (1898–1970) y Hector contra Ajax de John Flaxman (1755-1826).

Pero… lo cierto es que me he quedado corto, nos quedan aún unos cuantos: Gilgamesh, Ulises, Beowulff, el Rey Arturo con Galahad, Gawain, Lancelot y los demás, el Cid y el Roldán de los Cantares, Sigfrido, Lohengrin, o en un escalón más bajo, Robín de los Bosques, La Pimpinela Escarlata, Enrique de Lagardere, los tres Mosqueteros, Sandokán o el ya citado Tarzán.

Era Pedro Salinas quien distinguía entre los héroes inmortales, o héroes del mito, los héroes guerreros, o héroes de la epopeya o cantar de gesta medieval, y los héroes idealizados de las novelas sentimentales del renacimiento y el romanticismo. Son esos, pero ¡helás! ¿Acaso no los hemos perdido? Inquietante pregunta, ¿no?

Pero aún hay más. Nosotros, los cristianos, sabemos de héroes más que nadie. Y no me refiero solo a David, Sansón, San Jorge, San Fernando III o a San Luis IX ni a tantos otros reyes –casi todos medievales–, que alcanzaron la condición de santos o a la numerosísima pléyade de mártires, canonizados o no, pero héroes sin duda alguna. No, me refiero a nuestro Rey, el Rey de Reyes, el León de Judá, el mayor de los héroes, el mayor de los hombres, el mayor de los hermanos. Nuestro Dios.

David contra Goliat de N.C. Wyeth (1882-1945) y San Jorge lucha contra el dragón de Rafael Sanzio (1483-1520).

Es verdad entonces que tenemos grandes y pequeños héroes; héroes reales y héroes imaginarios, héroes sencillos en sus vidas pero resueltos y valientes en sus muertes y héroes inimaginables en su grandeza y poder, pero todos ellos, con mayor o menor intensidad, guardan en sus historias y hazañas algo que excede con mucho aquello que pueden ofrecer los modernos superhéroes. Casi no haría falta decirlo; casi me da vergüenza decirlo. Pero hay que hacerlo, hay que gritarlo en alta voz. De no hacerlo así, los perderemos.

Cierto es que aquellos, los denominados superhéroes, responden toscamente al mismo esquema argumental, si se quiere vital, que los héroes verdaderos, como es el de la lucha contra el mal. Se reconoce en sus historias la existencia de lo bueno y de lo malo. Pero ello no es suficiente, porque puede llevar a los niños a una falsa comprensión moral del mundo, a un maniqueísmo o a un dualismo que pone al mismo nivel al Bien que al mal y en el que, con cierta frecuencia, los mismos “héroes” pasan de un lado al otro, relativizando las diferencias.

Ilustración de La historia del Rey Arturo y sus caballeros de Howard Pyle (1853-1911) y portada de uno de los libros de Tarzán.

Además, sus historias carecen de calidad estética y de un fondo moral sólido, así como de lo que los estudiosos llaman la paratextualidad, la cualidad del texto para empujar al lector hacia otros lares más altos, más excelsos, más sublimes. Empobrecen la imaginación moral de los niños y no los conducen a ningún lugar mejor. El niño que lea Robín de los Bosques podrá llegar a leer algún día La Odisea, pero el niño que lea al Capitán América no llegará más allá del best seller de intriga.   

Habrá que luchar, por tanto; no otro es el destino del cristiano, del padre, del santo. Luchemos entonces, y rescatemos del olvido a los héroes, sean grandes o pequeños, pero a los héroes de verdad. Y de esta manera intentemos ser nosotros, aunque solo sea un poquito, héroes también.

Niño leyendo una historia de aventuras de Norman Rockwell (1894-1978) y Niño soñando de N.C. Wyeth (1882-1945). 

¿Y cómo hacerlo?

Comencemos desterrando a los superhéroes y poniendo en manos de nuestros hijos las historias de los mitos griegos, del Rey Arturo, de Tarzán y de las increíbles aventuras y aventureros que los grandes, y sobre todo los buenos libros, nos ponen al alcance.

En sucesivas entregas trataremos de hablar de algunos de estos libros.




Comentarios

  1. Exquisito post, Miguel. Esclarecedor y necesario.

    Esos superhéroes de ahora, frutos de manos humanas, experimentos y avances de la técnica, no le dicen nada a nuestros niños. Son malformaciones relativistas siempre desgajadas de lo eterno, siempre distantes de magia y misterio. Si bien se miran, esos superhéroes son insulsos y aburridos.

    Y si, nos acusan de reaccionarios por eso. Una pena...por ellos.

    Mi saludo cordial,

    J.A.F.

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  2. A propósito de héroes verdaderos, olvidé compartirte estas décimas a José Sánchez del Río, mártir mejicano de 14 años (poco conocido, supongo que menos aún en España). Aquí va la letra, alzada en una hermosa melodía: www.youtube.com/watch?v=ncwnB6qfwEs

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    1. Emotivo y hermoso, tanto el poema como la canción. Una historia para recordar y que todo niño cristiano debería conocer.

      Muchas gracias por recordarla José.

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  3. Un post muy bello, y muy cierto. Enhorabuena.

    La persecución de un ideal; tener un norte claro y afianzado en lo absoluto, que es el Bien. Que es Dios. Un héroe es, así, un personaje que trasciende su grandeza o pequeñez según criterios humanos; es igual que sea un noble de cuna o el último entre los más humildes. Pero sea como fuere, siempre será un héroe porque no ha sucumbido ante las garras de lo relativo y ante los cantos de sirena del circunstancialismo. En ese sentido, los héroes de hoy, si los hay, son aquellos que hace mofa de la existencia de un Bien, y de un Mal.

    Me ha gustado mucho su post.

    Saludos

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    1. Tiene toda la razón, Jordi, toda la razón. Es una pena que nuestra moderna sociedad haya claudicado frente a ese relativismo, uno de lo grandes males de nuestro tiempo.

      Muchas gracias por sus palabras; me alegro que le haya gustado.

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