Tom Sawyer el Tenebroso Vengador de la América Española, Huck Finn el Manos Rojas, y Joe Horper el Terror de los Mares, de Glenn Harrington (1959-) |
«Llega un momento en la vida de todo chico normal en que siente un inmenso deseo de ir donde sea, en busca de un tesoro oculto»
Mark Twain. Las aventuras de Tom Sawyer.
La novela de Mark Twain Las aventuras de Tom Sawyer (1876), es algo más que una historia de muchachos basada en los días de la adolescencia del autor en su Missouri natal, con sus juegos de piratas y ladrones y su accidental encuentro con un aparente villano y su tesoro escondido, tal y como rezaba un libro de recomendación de lecturas para niños y niñas fechado en 1917 (Children's Catalog of thirty-five hundred books). Tom Sawyer es mucho más, es, sin duda alguna, un clásico de la literatura universal y una obra maestra; William Faulkner consideraba a Twain «el padre de la literatura norteamericana», y Ernest Hemingway dijo que «Toda la literatura moderna norteamericana comienza en este libro de Mark Twain... ».
Lo que a primera vista atrae de la novela a los jóvenes lectores (por ejemplo mis dos hijas, o yo mismo en mis tiempos), exclusión hecha de la magnética personalidad de Tom, es la sensación de gran libertad que respiran todos los niños que pueblan el libro; todos ellos viven en su propio universo, en espacios abiertos, bajo el sol. Es el contraste de esa libertad con las rigideces y envaramientos que atenazan a nuestros niños y los muros de asfalto y de cemento que los rodean, lo que, por añoranza, e incluso como alivio, podría explicar el enorme éxito y atracción que el libro sigue mostrando hoy día. Las únicas obligaciones que sujetan a Tom son la escuela y los servicios religiosos. Fuera de eso goza de una inmensa libertad, juega en los bosques cercanos a Robín Hood o lo que se tercie con su amigo Huck —todavía más libre—, ambos nadan y chapotean en las orillas del río, pescan, dormitan bajo los árboles, exploran una cueva, juegan con sus otros amigos, con los que forman una pandilla y hasta fingen el funeral de Tom.... ¡Pobre tía Polly!
La perfección, el summun, de este modelo de libertad que vive Tom es Huck, su amigo del alma. Así se dice en el libro:
«Huckleberry iba y venía según su santa voluntad. Dormía en los quicios de las puertas en el buen tiempo, y si llovía, en bocoyes vacíos; no tenía que ir a la escuela o a la iglesia y no reconocía amo ni señor ni tenía que obedecer a nadie; podía ir a nadar o de pesca cuando le venía la gana y estarse todo el tiempo que se le antojaba; nadie le impedía andar a cachetes; podía trasnochar cuanto quería; era el primero en ir descalzo en primavera y el ultimo en ponerse zapatos en otoño; no tenía que lavarse nunca ni ponerse ropa limpia; sabía jurar prodigiosamente. En una palabra: todo lo que hace la vida apetecible y deleitosa lo tenía aquel muchacho. Así́ lo pensaban todos los chicos, acosados, cohibidos, decentes, de San Petersburgo. Tom saludó al romántico proscrito».
¿Quien siendo niño no habría envidiado a Huckleberry?
El libro nos descubre, o mejor, nos hace volver con nostalgia y deleite, a una auténtica infancia, donde los niños crean y conforman su propio mundo y escapan del confinamiento de horarios, supervisiones y controles de los adultos. Como explica el profesor Anthony Esolen, cuando Tom y sus compañeros forman su banda de ladrones: «dejados a sí mismos, simplemente no permanecerán solos. Se organizarán. Ellos establecerán su pequeño reino, declararán decretos, sentarán y destituirán a gobernantes, se darán nuevos nombres, inventarán códigos secretos, construirán escondites…Todo para llenar los benditos días del verano». La infancia es un tiempo de aventura, exploración y libertad y Tom Sawyer y su pandilla «no necesitaba comités. Estaban vivos».
Pero la novela no es solo una divertida historia sobre las aventuras y travesuras de un niño y sus amigos. Tom Sawyer nos revela también un sano mensaje. Frente al detestable Sid, el hipócrita y mentiroso medio hermano, se alza en firme oposición Tom (y también en menor medida en esta novela Huck, que participa de la altura moral de su amigo). Es fácil ser amable, guardar las apariencias, parecer formal mientras todo está en calma y nada se exige, seguir las reglas, vestirse apropiadamente, ser puntual, obedecer al maestro, e ir a la escuela dominical. Este formalismo farisaico está en el libro representado por Sid.
Pero Tom no es así (tampoco Huck). Tom es bueno y como que ser bueno es exigente, así nos lo muestra: porque decir la verdad es difícil cuando provoca enemigos, porque aceptar el sufrimiento por tener integridad y correr el riesgo de proteger a los inocentes es duro, aunque sea por amor, porque ser bondadoso requiere sacrificio, aunque el sacrificio purifique. Como nos dice M. Kalpakgian «muchachos como Tom Sawyer, con buenos corazones, conciencias sensibles y coraje moral, muestran más potencial para lograr ese ideal buscado en la educación de los niños que los chicos modelo cuyo comportamiento estricto se asemeja a la sumisión pasiva más que a un amor a la virtud. Tom, en cambio, demuestra que puede ser bueno y bondadoso, obediente a su conciencia y a la ley moral, y compasivo y sensible al sufrimiento, como cuando salva a Muff Potter de la ejecución y rescata a Becky Thatcher de la muerte».
Tom representa vivamente a todo niño digno de llamarse así. Al menos lo que se ha venido conociendo —y sintiendo—, como niño desde hace mucho tiempo. Cito un fragmento del ensayo La infancia de un escritor, donde E.L. Doctorow, mucho mejor que yo, expresa lo que quiero decir y lo que sentirán vuestros hijos si leen el libro:
«¡Con cuánta emoción reconocí mis propios sentimientos tal como son expresados en Tom Sawyer! La aversión de Tom al jabón y al agua; su gran interés en las formas de vida de los insectos; su no siempre amable atención a los perros y a los gatos; el consuelo que encontraba en soñar con huir de los injustos castigos de su tía Polly; cuánto amaba a Becky Thatcher, el tipo de pequeña rubia risueña de la que también yo me enamoré en la escuela primaria; la admirable manera en que actuó en la escuela al tomar el castigo que le correspondía a ella para protegerla. Pero, sobre todo, aun sin ser consciente de ello, debo haber reconocido la verdad del mundo taxonómico en el que Tom Sawyer vivía, porque era tan parecido al mío, un mundo con dos formas de vida tan distintas y para la mayoría irreconciliables: el niño y el adulto, que sin embargo se ven unidos en tiempos de crisis. No es poca cosa para un niño que entiende, sea cual sea su grado de conciencia, que sus propias transgresiones —y las mías eran aparentemente interminables, desde enfermedades graves y malas calificaciones hasta pereza para ensayar mis lecciones de piano— nunca son tan terribles como parecen, y que hay un vínculo que une a grandes y chicos en un solo mundo moral en el que alcanzar la verdad y el perdón siempre es posible».
La novela se puede leer con la mirada de un niño o con la de un adulto, por tanto, el adulto que la relea se encontrará con una historia totalmente distinta a aquella que leyó de niño, totalmente distinta pero igualmente deliciosa. En este sentido se puede entender que Twain quisiera inicialmente dedicar el libro a los adultos (de hecho en su prefacio algo insinúa); gracias a Dios fue convencido para que lo hiciera como lo que es, una novela para niños, y así ha pasado a la historia de la literatura.
Quizás para terminar nada mejor que extractar algunas líneas del ya citado prefacio que escribió el propio Twain: «A pesar de que mi libro está destinado principalmente al entretenimiento de niños y niñas, espero que no sea rechazado por hombres y mujeres con esa excusa, pues mi intención en parte ha sido tratar de recordar gratamente a los adultos lo que ellos mismos fueron un tiempo, cómo sentían y pensaban y hablaban, y en qué raras peripecias se vieron envueltos a veces».
He de decir que mis dos hijas fueron seducidas por los encantos del libro. No dejaban de leerlo y era difícil separarlas de él.
Hay innumerables ediciones en castellano; en casa contamos con una cuidada edición —con buena traducción, además— de la editorial Galera (gracias Palmira).
Deseo una grata lectura a padres e hijos.
Para niños de 10 a 100 años.
Lo que a primera vista atrae de la novela a los jóvenes lectores (por ejemplo mis dos hijas, o yo mismo en mis tiempos), exclusión hecha de la magnética personalidad de Tom, es la sensación de gran libertad que respiran todos los niños que pueblan el libro; todos ellos viven en su propio universo, en espacios abiertos, bajo el sol. Es el contraste de esa libertad con las rigideces y envaramientos que atenazan a nuestros niños y los muros de asfalto y de cemento que los rodean, lo que, por añoranza, e incluso como alivio, podría explicar el enorme éxito y atracción que el libro sigue mostrando hoy día. Las únicas obligaciones que sujetan a Tom son la escuela y los servicios religiosos. Fuera de eso goza de una inmensa libertad, juega en los bosques cercanos a Robín Hood o lo que se tercie con su amigo Huck —todavía más libre—, ambos nadan y chapotean en las orillas del río, pescan, dormitan bajo los árboles, exploran una cueva, juegan con sus otros amigos, con los que forman una pandilla y hasta fingen el funeral de Tom.... ¡Pobre tía Polly!
La perfección, el summun, de este modelo de libertad que vive Tom es Huck, su amigo del alma. Así se dice en el libro:
«Huckleberry iba y venía según su santa voluntad. Dormía en los quicios de las puertas en el buen tiempo, y si llovía, en bocoyes vacíos; no tenía que ir a la escuela o a la iglesia y no reconocía amo ni señor ni tenía que obedecer a nadie; podía ir a nadar o de pesca cuando le venía la gana y estarse todo el tiempo que se le antojaba; nadie le impedía andar a cachetes; podía trasnochar cuanto quería; era el primero en ir descalzo en primavera y el ultimo en ponerse zapatos en otoño; no tenía que lavarse nunca ni ponerse ropa limpia; sabía jurar prodigiosamente. En una palabra: todo lo que hace la vida apetecible y deleitosa lo tenía aquel muchacho. Así́ lo pensaban todos los chicos, acosados, cohibidos, decentes, de San Petersburgo. Tom saludó al romántico proscrito».
¿Quien siendo niño no habría envidiado a Huckleberry?
El libro nos descubre, o mejor, nos hace volver con nostalgia y deleite, a una auténtica infancia, donde los niños crean y conforman su propio mundo y escapan del confinamiento de horarios, supervisiones y controles de los adultos. Como explica el profesor Anthony Esolen, cuando Tom y sus compañeros forman su banda de ladrones: «dejados a sí mismos, simplemente no permanecerán solos. Se organizarán. Ellos establecerán su pequeño reino, declararán decretos, sentarán y destituirán a gobernantes, se darán nuevos nombres, inventarán códigos secretos, construirán escondites…Todo para llenar los benditos días del verano». La infancia es un tiempo de aventura, exploración y libertad y Tom Sawyer y su pandilla «no necesitaba comités. Estaban vivos».
Tom y Huck por Norman Rockwell (1894-1978) y Tom por N C Wyeth (1882-1945). |
Pero Tom no es así (tampoco Huck). Tom es bueno y como que ser bueno es exigente, así nos lo muestra: porque decir la verdad es difícil cuando provoca enemigos, porque aceptar el sufrimiento por tener integridad y correr el riesgo de proteger a los inocentes es duro, aunque sea por amor, porque ser bondadoso requiere sacrificio, aunque el sacrificio purifique. Como nos dice M. Kalpakgian «muchachos como Tom Sawyer, con buenos corazones, conciencias sensibles y coraje moral, muestran más potencial para lograr ese ideal buscado en la educación de los niños que los chicos modelo cuyo comportamiento estricto se asemeja a la sumisión pasiva más que a un amor a la virtud. Tom, en cambio, demuestra que puede ser bueno y bondadoso, obediente a su conciencia y a la ley moral, y compasivo y sensible al sufrimiento, como cuando salva a Muff Potter de la ejecución y rescata a Becky Thatcher de la muerte».
Tom representa vivamente a todo niño digno de llamarse así. Al menos lo que se ha venido conociendo —y sintiendo—, como niño desde hace mucho tiempo. Cito un fragmento del ensayo La infancia de un escritor, donde E.L. Doctorow, mucho mejor que yo, expresa lo que quiero decir y lo que sentirán vuestros hijos si leen el libro:
«¡Con cuánta emoción reconocí mis propios sentimientos tal como son expresados en Tom Sawyer! La aversión de Tom al jabón y al agua; su gran interés en las formas de vida de los insectos; su no siempre amable atención a los perros y a los gatos; el consuelo que encontraba en soñar con huir de los injustos castigos de su tía Polly; cuánto amaba a Becky Thatcher, el tipo de pequeña rubia risueña de la que también yo me enamoré en la escuela primaria; la admirable manera en que actuó en la escuela al tomar el castigo que le correspondía a ella para protegerla. Pero, sobre todo, aun sin ser consciente de ello, debo haber reconocido la verdad del mundo taxonómico en el que Tom Sawyer vivía, porque era tan parecido al mío, un mundo con dos formas de vida tan distintas y para la mayoría irreconciliables: el niño y el adulto, que sin embargo se ven unidos en tiempos de crisis. No es poca cosa para un niño que entiende, sea cual sea su grado de conciencia, que sus propias transgresiones —y las mías eran aparentemente interminables, desde enfermedades graves y malas calificaciones hasta pereza para ensayar mis lecciones de piano— nunca son tan terribles como parecen, y que hay un vínculo que une a grandes y chicos en un solo mundo moral en el que alcanzar la verdad y el perdón siempre es posible».
Tom y Becky en la cueva de McDougal por Bill Dodge y No puedo decirle que no hay pescado de Henry Hintermeister (1897–1972). |
Quizás para terminar nada mejor que extractar algunas líneas del ya citado prefacio que escribió el propio Twain: «A pesar de que mi libro está destinado principalmente al entretenimiento de niños y niñas, espero que no sea rechazado por hombres y mujeres con esa excusa, pues mi intención en parte ha sido tratar de recordar gratamente a los adultos lo que ellos mismos fueron un tiempo, cómo sentían y pensaban y hablaban, y en qué raras peripecias se vieron envueltos a veces».
He de decir que mis dos hijas fueron seducidas por los encantos del libro. No dejaban de leerlo y era difícil separarlas de él.
Hay innumerables ediciones en castellano; en casa contamos con una cuidada edición —con buena traducción, además— de la editorial Galera (gracias Palmira).
Deseo una grata lectura a padres e hijos.
Para niños de 10 a 100 años.
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