Monasterio de la Santísima Trinidad en Meteora. Veselin Atanasov.
«Omnia mutantur, nihil interit»
(Todo cambia; nada se pierde para siempre)
Ovidio
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Creo
no equivocarme mucho si digo que, hoy día, todavía se encuentra entre los
padres un cierto consenso al respecto de la conveniencia de que los niños lean.
Y no solo entre los padres, sino que tal convicción se extiende tanto a los
maestros como a las autoridades establecidas.
Sin
embargo, no creo tampoco errar demasiado si afirmo que esta convicción se
circunscribe a esto del leer, olvidando que aquello que se lee tiene también
una importancia capital, puesto que ello tanto puede ser perjudicial como
beneficioso. Lamentablemente muchos padres se preocupan por que sus niños lean,
y se sienten satisfechos cuando estos lo hacen, sea lo que sea aquello que
es leído. Y esto es en mi opinión –aunque no estoy solo, no vayan a creer-, un
error, pues dejan su trabajo a medias.
Me
explico, y lo hago esbozando brevemente dos ideas capitales.
San
Pablo dejo dicho a los Romanos aquello de «deseo
que seáis sabios para lo que es bueno, e inocentes para lo que es malo». Por otro lado, hay un viejo axioma escolástico que dice que lo que se recibe, se recibe a
la forma y manera del receptor; esto es, como dice en palabras mucho más hermosas el
Padre marista Thomas Dubay, «un sello
hace una impresión o no de acuerdo a la condición de la cera. Una cera fría se
agrieta y se desmorona, mientras que una cera líquida y caliente no retiene
ninguna impresión. Sólo una cera a una temperatura adecuada recibe y retiene la
imagen».
El
peso de verdad que contienen estas frases debería hacer discurrir nuestra atención –la
poca que nos queda–, hacia aquello –mejor aquellos–, que más la merecen, pues
son el sujeto, objeto y fin de nuestra misión, encomendada por el mismo Cristo: nuestros hijos. No les demos cosas
malas (dejemos que sean «inocentes
para lo que es malo») ni tampoco
cosas excesivamente complejas e inaccesibles para ellos (recordemos que «un sello hace una impresión o no de acuerdo
a la condición de la cera»).
Cuidemos
entonces de cómo se alimenta su espíritu, pero partiendo siempre de qué deben
asimilar y cómo y en qué grado pueden hacerlo. Démosles
aquello que resulte bueno para ellos y démoselo en su justa medida y en su
preciso momento.
Todos
sabemos que un alimento pobre en nutrientes puede llevar a nuestros
hijos hacia el raquitismo, y un alimento descuidado y descompuesto puede
llevarlos al envenenamiento. De la misma manera, un alimento excesivamente
elaborado puede ser igual de contraproducente y estorbar, más que impulsar su
crecimiento; y ello, por cuanto el niño no tiene todavía la madurez precisa, tanto
para poder absorber lo que se le da,
cuanto porque lo que recibe, al no poder ser asimilado o ser asimilado pobre o
defectuosamente, causa daño, retrasando o desviando el crecimiento. Así, esta
mala alimentación, aunque sea en exceso, provoca secuelas que se arrastran
durante toda la vida: un insuficiente desarrollo de huesos y músculos, o incluso
deficiencias neurológicas.
No
otra cosa pasa con el alimento espiritual, moral e imaginativo.
Como
alimento moral e imaginativo, los libros pueden estar en buenas condiciones, ser saludables y ser convenientes, pero también pueden ser todo lo contrario; pueden pues beneficiar o perjudicar a nuestros hijos. El libro, en sí mismo –igual que la
lectura en que se desenvuelve y se hace vivo–, no es bueno ni malo, pero creo que todos coincidiremos, en que hay libros concretos que son buenos y libros concretos que son
malos. Por ello no debemos dar cualquier libro a los niños. La vieja idea del Index reposa aquí, pero matizada por el
deber de protección que incumbe a cada padre y la inocencia e indefensión
propia de los niños.
Es
obvio que todos rechazaríamos poner en manos de los niños libros inapropiados,
bien sea por su inmoralidad, bien sea por su tratamiento de temas a los que, por el
momento, deberían ser ajenos (como el sexo, las drogas o el suicidio), bien
sea por razón de su crudeza o dureza en el tratamiento de los asuntos que les
ocupen.
Pero, igualmente habremos de estar atentos a no poner entre sus manos, o dejar a su alcance, libros que puedan crearles inestabilidad emocional y dudas espirituales o morales, libros que prediquen un materialismo extremo, un nihilismo existencial o un relativismo vital.
Pero, igualmente habremos de estar atentos a no poner entre sus manos, o dejar a su alcance, libros que puedan crearles inestabilidad emocional y dudas espirituales o morales, libros que prediquen un materialismo extremo, un nihilismo existencial o un relativismo vital.
Por
último, tampoco dejemos de lado el control de aquellos libros que por su altura
o complejidad debieran serles servidos más adelante, pues tales lecturas
precoces pueden dejar en el alma del niño o el joven un sentimiento de
frustración o impotencia que puede llevarle a alejarse de la lectura o conducirle a conclusiones o ideas extraviadas del buen sentido original de la obra.
Porque
todos los libros encierran una verdad moral y una verdad estética, pero esta puede ser inadecuada e incluso suponer la propia negación de la moral o de la estética. Y eso no debe olvidarse. Por tal razón, hay que buscar la compañía de los buenos libros; no debemos
olvidar que el amor de lo bueno y bello lleva al amor por la verdad y que la belleza, según decían los clásicos, no es sino la «expresión visible de la verdad y de la
bondad». Así que, esto, esto es lo que debemos buscar en los libros, en los buenos libros.
Silencio de Tatyana Deriy (1973-). |
Entonces, creo que todos tenemos clara la conveniencia de que es preciso hacer algo (promover la
lectura) y cuál sería la mejor forma para hacerlo (facilitando a los niños la
lectura de los buenos libros). Así que hagan saber a sus niños que es muy conveniente leer y que no se debe leer cualquier cosa, sino aquellos libros que son bellos, buenos y verdaderos, y háganlo, sabiendo que la mejor forma para lograrlo es que ustedes mismos lean, lean para sus hijos y lean con sus hijos este tipo de libros. Este ejemplo de vida calará en sus almas y les hará mejores hombres.
Es muy cierto lo que dice. Ofrecer a nuestros hijos buenas lecturas y siempre acordes con su edad es parte de nuestra responsabilidad como padres. Forma parte del amor con que sus espíritus son regados desde la más tierna infancia, y luego, cuando salgan al ancho mar de la vida donde no han de faltarles experiencias difíciles, esa luz; esa esperanza que los padres sembramos en su alma, pues que ilumine con fuerza su travesía y les recuerde siempre el amor de su patria natal: su hogar.
ResponderEliminarSaludos
Celebro que coincida conmigo en esta cuestión; nunca resulta fácil asumir una responsabilidad y más en estos tiempos de tantos derechos huérfanos de sus correspondientes obligaciones.
EliminarUn saludo cordial
Excelente blog!! Muchísimas gracias por su dedicación!
ResponderEliminarGracias usted por sus palabras. Encantado de que le resulte interesante.
EliminarUn saludo cordial
Estimado Miguel este es un tema que me.tiene bastante preocupada..mi niña tiene 8 años...y si bien leemos juntas todavia no tengo muy claro cuales serian los libros convenientes a su edad le gustan las aventuras y las hadas he probado con grimmm y andersen pero no le han gustado..encontré una coleccion que la verdad no me parece muy buena porque algunos de los cuentos clasicos los veo distorsionados...y parece que esos son los que les llaman la atencion ..es una coleccion Mi libro encantado de Editorial Cumbre edición 1959...a veces creo no todo lo antiguo sea bueno pero no se como averiguarlo...me podría ayudar..o tendria que ir a lo seguro que son sus recomendaciones y no dudar de mi intuición...gracias por su ayuda de siempre...
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