En el proceso lógico, en el uso de la razón, en el buen pensar, nada hay fuera de la deducción. Pensar racionalmente es hacer uso del proceso deductivo, del silogismo. La única cuestión con la deducción es cuidar de lo siguiente: solo el uso de premisas verdaderas conducen a una conclusión verdadera. Así que no pensemos que la deducción es una antigualla a la que ha desplazado la moderna inducción; como dice agudamente Chesterton, la única diferencia entre una y otra es la mayor colección de premisas de la segunda, pero «… la inducción no nos conduce a una conclusión. La inducción solo nos lleva hasta una deducción… y… a menos que los últimos tres pasos silogísticos sean todos correctos, la conclusión está completamente errada»; en efecto, la inducción es, en último término, una deducción, la inducción no es nada sin la deducción final.
Así que es conveniente que nuestros hijos se familiaricen con la deducción, con el proceso silogístico del pensar racional y lógico.
Se trata de acostumbrar sus mentes a una forma lógica de razonar, a un uso racional del pensamiento, a fin de evitar errores al pensar.
Es forzosamente un enfoque parcial que no tiene por objeto todo el pensar, lo sé. De esta manera, no voy a referirme al modo de percibir la realidad a través de los sentidos y a sus posibles errores, ni tampoco al estado del alma al pensar, pues pensamos «con toda nuestra alma», como decía Platón y en «el ejercicio de las virtudes morales —nos dice a su vez Santo Tomás de Aquino— por las cuales son dominadas las pasiones, importa sobremanera para la adquisición de la ciencia».
También aclaro que no voy a hablar aquí, ni del secreto, como uno de los aspectos más característicos de la infancia, ni tampoco en las historias de misterio sobrenatural, donde el misterio se convierte en insoluble (de gran auge tras la segunda guerra mundial y que tiene como paradigma El Jardín de la medianoche (1958) de Philippa Pearce). Aquí trataremos de misterios racionales que tiene solución, que son finalmente resueltos por los protagonistas y que exigen de los lectores una actividad racional: «para apreciar una historia de misterio, parte de la mente debe ser dejada atrás, meditando, mientras que la otra parte va marchando conforme avanza la lectura», como decía E.M. Foster.
Por lo tanto, solo me referiré a lo que los medievales llamaron dialéctica como «el arte del buen pensar».
Y que mejor manera que hacerlo en la compañía de aquellos que hacen buen uso de tal método: los detectives.
Los detectives y su mundo trepidante de misterios y aventuras es, sin duda, una buena forma de ver en acción el buen hábito del pensar. Por tanto, paso a relacionar algunos buenos libros que tratan de ello.
Así que es conveniente que nuestros hijos se familiaricen con la deducción, con el proceso silogístico del pensar racional y lógico.
Se trata de acostumbrar sus mentes a una forma lógica de razonar, a un uso racional del pensamiento, a fin de evitar errores al pensar.
Es forzosamente un enfoque parcial que no tiene por objeto todo el pensar, lo sé. De esta manera, no voy a referirme al modo de percibir la realidad a través de los sentidos y a sus posibles errores, ni tampoco al estado del alma al pensar, pues pensamos «con toda nuestra alma», como decía Platón y en «el ejercicio de las virtudes morales —nos dice a su vez Santo Tomás de Aquino— por las cuales son dominadas las pasiones, importa sobremanera para la adquisición de la ciencia».
También aclaro que no voy a hablar aquí, ni del secreto, como uno de los aspectos más característicos de la infancia, ni tampoco en las historias de misterio sobrenatural, donde el misterio se convierte en insoluble (de gran auge tras la segunda guerra mundial y que tiene como paradigma El Jardín de la medianoche (1958) de Philippa Pearce). Aquí trataremos de misterios racionales que tiene solución, que son finalmente resueltos por los protagonistas y que exigen de los lectores una actividad racional: «para apreciar una historia de misterio, parte de la mente debe ser dejada atrás, meditando, mientras que la otra parte va marchando conforme avanza la lectura», como decía E.M. Foster.
Por lo tanto, solo me referiré a lo que los medievales llamaron dialéctica como «el arte del buen pensar».
Y que mejor manera que hacerlo en la compañía de aquellos que hacen buen uso de tal método: los detectives.
Los detectives y su mundo trepidante de misterios y aventuras es, sin duda, una buena forma de ver en acción el buen hábito del pensar. Por tanto, paso a relacionar algunos buenos libros que tratan de ello.
Dentro de los Clásicos de narrativa detectivesca infantil y juvenil destaca sobremanera, como auténtico precursor, Edgar Allan Poe con las historias del detective Dupin y la novela corta El Escarabajo de Oro (1843); le siguen El estudio en escarlata (1887) y toda la serie de Sherlock Holmes de Conan Doyle; el Tom Sawyer detective (1896) de Twain; el Emilio y los detectives de Erich Kästner (1928); la serie de Astrid Lindgren sobre un niño detective que se inicia con El detective Blomquist (1946) y las series de Los cinco, Los siete secretos y Misterio de Blyton. Se trata de prestar atención, seguir pistas y aplicar a las mismas el método deductivo.
Portada de una antigua edición de la Ed. Prometeo, dibujada por Rafael de Penagos (1889-1954) y una imagen de Holmes y Watson por uno de sus mejores ilustradores, Sidney Paget (1860-1908). |
De Poe son de destacar sus tres historias del caballero Auguste Dupin, un brillante detective aficionado que mediante un análisis basado en la aguda observación, el razonamiento lógico y las pistas, resuelve crímenes que desconciertan a la policía. Podríamos decir que Dupin es un brillante ejemplo de lo que ocurre cuando la razón trasciende lo material, cuando se hace uso de una razón trascendente, aunque pudiera parecer un oxímoron; "mi objetivo final es sólo la verdad", nos dice, e insiste: "esta puede ser la práctica según la ley, pero no es el uso de la razón".
Tratándose de una audiencia de 11 o 12 años en adelante, de los tres relatos recomiendo, sobre todo, La carta robada (1844), donde Dupin pone en gala su personal método para, con una capacidad de observación sin igual y su inteligencia deslumbrante, descubrir lo que siempre ha estado a la vista de todos; según el propio Poe, «quizás, mi mejor historia del raciocinio». También es sumamente recomendable la novela corta El escarabajo de oro (1843); aquí Poe mezcla la búsqueda de un tesoro pirata con un laborioso y brillante proceso deductivo, mediante el cual el protagonista, Legrand, consigue descifrar el mensaje oculto de un pergamino donde están las claves del enigma para localizar tan precioso objetivo. Para niños de 12 años en adelante.
Con El estudio en escarlata (1887), Conan Doyle introdujo en el mundo literario a un personaje inolvidable, Sherlock Holmes, destinado a convertirse en el más famoso de los detectives de ficción (y de no ficción también). Este detective aficionado, vano y distante, con una predilección por la pipa, los violines y las mariposas, resuelve crímenes y misterios con una extraordinaria capacidad de observación y una prodigiosa inteligencia deductiva, todo ello ante los asombrados ojos de su amigo y testigo inseparable de sus hazañas, el Doctor Watson. Además del citado primer relato, recomiendo todos los demás y en especial el de El sabueso de Baskerville. Para niños de 12 años en adelante.
Tratándose de una audiencia de 11 o 12 años en adelante, de los tres relatos recomiendo, sobre todo, La carta robada (1844), donde Dupin pone en gala su personal método para, con una capacidad de observación sin igual y su inteligencia deslumbrante, descubrir lo que siempre ha estado a la vista de todos; según el propio Poe, «quizás, mi mejor historia del raciocinio». También es sumamente recomendable la novela corta El escarabajo de oro (1843); aquí Poe mezcla la búsqueda de un tesoro pirata con un laborioso y brillante proceso deductivo, mediante el cual el protagonista, Legrand, consigue descifrar el mensaje oculto de un pergamino donde están las claves del enigma para localizar tan precioso objetivo. Para niños de 12 años en adelante.
Con El estudio en escarlata (1887), Conan Doyle introdujo en el mundo literario a un personaje inolvidable, Sherlock Holmes, destinado a convertirse en el más famoso de los detectives de ficción (y de no ficción también). Este detective aficionado, vano y distante, con una predilección por la pipa, los violines y las mariposas, resuelve crímenes y misterios con una extraordinaria capacidad de observación y una prodigiosa inteligencia deductiva, todo ello ante los asombrados ojos de su amigo y testigo inseparable de sus hazañas, el Doctor Watson. Además del citado primer relato, recomiendo todos los demás y en especial el de El sabueso de Baskerville. Para niños de 12 años en adelante.
Con Tom Sawyer detective (1896), Twain nos sitúa en medio de una historia detectivesca clásica protagonizada por sus dos geniales personajes, los inseparables e incorregibles Tom y Huck. Lógicamente se trata de una obra menor, pero no por ello desdeñable. Entretenida e instructiva en cuanto al método deductivo de que venimos hablando, en la novelita (unas 80 páginas), muy probablemente influida por la lectura de las historias de Holmes, Twain nos muestra a un Tom convertido en un detective deductivo de primer orden, al que acompaña su fiel Huck representando el papel de doctor Watson, y a quien corresponde, por tanto, narrar la historia, asombrado, como el lector, ante las portentosas capacidades deductivas de su amigo. De 10 años en adelante.
Portada de la primera edición de Ed. Juventud e ilustraciones de Walter Trier. |
Y termino con el libro de un autor quizás hoy injustamente olvidado, pero de una prolífica producción literaria especialmente centrada en los niños. Me refiero a Erich Kästner y su famosa novela Emilio y los detectives (1929), único libro de toda su obra que no fue censurado por los Nazis. La historia descansa en una, quizás ingenua, creencia en la inteligencia y la buena naturaleza de los niños y su capacidad para cooperar. El argumento es sencillo: Emilio viaja en tren a Berlín para visitar a su abuela, a la que, por encargo de su madre, lleva una considerable suma de dinero ahorrado después de muchos sacrificios. Desgraciadamente, Emilio se duerme en el tren y alguien le roba el dinero. Pero Emilio no cejará hasta encontrar al ladrón y recuperar lo que es suyo y, ciertamente, no lo hará solo. Trepidantes aventuras de una pandilla de chavales en el Berlín de los años 30, ilustradas magníficamente por Walter Trier. De 9 años en adelante.
Se trata, por tanto, de lecturas que, además de su evidente contenido lúdico y de entretenimiento, presentan un aspecto pedagógico, educando al lector en el buen pensar, sin que, por otro lado, se deje de lado un claro sentido moral, pues, como señaló una maestra en el tema (de la que hablaremos algún día): «Una novela de este tipo era una historia con moraleja y, en definitiva, una narración que se atenía a las normas de la moral tradicional, con la derrota del mal y el triunfo del bien» (Agatha Christie, Autobiografía, 1978).
Esperemos pues que con estos libros se despierte y estimule en los niños una lectura más activa, más atenta y más inteligente, haciéndoles costumbre tratar con un modo de pensar lógico y razonable, amén de racional, un modus operandi mental, si se me permite la licencia, muy «Tomasiano», ya todos estos libros son una puesta en acción, en mayor o menor medida, del modo lógico del pensar que el propio Aquinate calificó de arte, poniéndolo en práctica en toda su obra y del que dejó dicho: «es necesario un arte que sea directivo del mismo acto de la razón, … por medio del cual el hombre proceda, … ordenada, fácilmente y sin error. Y este arte es la lógica».
Se trata, por tanto, de lecturas que, además de su evidente contenido lúdico y de entretenimiento, presentan un aspecto pedagógico, educando al lector en el buen pensar, sin que, por otro lado, se deje de lado un claro sentido moral, pues, como señaló una maestra en el tema (de la que hablaremos algún día): «Una novela de este tipo era una historia con moraleja y, en definitiva, una narración que se atenía a las normas de la moral tradicional, con la derrota del mal y el triunfo del bien» (Agatha Christie, Autobiografía, 1978).
Esperemos pues que con estos libros se despierte y estimule en los niños una lectura más activa, más atenta y más inteligente, haciéndoles costumbre tratar con un modo de pensar lógico y razonable, amén de racional, un modus operandi mental, si se me permite la licencia, muy «Tomasiano», ya todos estos libros son una puesta en acción, en mayor o menor medida, del modo lógico del pensar que el propio Aquinate calificó de arte, poniéndolo en práctica en toda su obra y del que dejó dicho: «es necesario un arte que sea directivo del mismo acto de la razón, … por medio del cual el hombre proceda, … ordenada, fácilmente y sin error. Y este arte es la lógica».
Beda, con "B" (primera ilustración). Por cierto, magnífico blog; lo felicito de corazón. Habitualmente le envío las entradas a un amigo, para darle ideas de lectura para su pequeño hijo. Además, yo mismo disfruto leyéndolo, pese a no tener hijos, pues me refresca muchas lecturas que hice en la infancia y me presenta otras que no llegué a leer.
ResponderEliminarMuchas gracias por estar al quite con la corrección.Me alegro enormemente de que le agrade el blog y de que lo comparta con su amigo.
ResponderEliminarUn saludo cordial.
Muchas gracias, Miguel... ¿Quién no ha soñado y querido alguna vez ser Sherlock Holmes o el Padre Brown?
ResponderEliminarSeguimos aprendiendo... Un abrazo,
J.A.F.
Gracias a ti José. Veo que tenemos las mismas inquietudes.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muito obrigado. Belíssimo blog.
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