Ilustración al poema de Eugene Field, Wynken, Blynken y Nod, obra de Emil Flohri (1869-1938). |
Mi corazón salta cuando veo
Un arco iris en el cielo:
Así fue cuando mi vida comenzó;
Así es ahora que soy un hombre;
Así sea cuando envejezcamos,
¡O déjame morir!
El Niño es el padre del Hombre.
Hay algo precioso que habita en el alma de los niños. Algo misterioso y arcano, que fascina no más se le atisba. Que turba y desconcierta al adulto que osa asomarse y mirar, haciéndole, bien sacudir la cabeza al no entender, bien bajar la mirada con tristeza al concienciarse de lo que ha perdido. Y, como ustedes saben, hasta hace poco no resultaba difícil avistar esa algo precioso, pues muchos niños lo llevaban escrito en su frente. Hoy es tan escaso como el agua en los desiertos. Me refiero a la disposición, in natura, de los infantes a soñar y a soñar despiertos. ¿No añoran ustedes esta pérdida? Porque los niños de hoy se desprenden, con nuestro beneplácito y hasta con nuestro impulso, de esa inocencia soñadora en cuanto pueden.
Hoy se la mata, se la asesina sin piedad, sin remordimiento. Y con ello se asesina a la infancia.
Hubo un tiempo, hace no mucho, en que los hombres suspiraban por esta pérdida. Wordsworth escribía:
Hubo un tiempo en que el prado, el bosque y los arroyos,
La tierra, y cada paisaje corriente,
Me parecían
Ataviados de luz celestial,
Con la gloria y la frescura de un sueño.
No es ahora como fue antaño;
Vaya a donde vaya
De noche o de día
Las cosas que solía ver ya no soy capaz de verlas.
Gaston Bachelard en su Poética del espacio decía: “Es en el plano de la ensoñación, no en el de los hechos, donde la infancia sigue viva y poéticamente útil dentro de nosotros”. También escribió: “El espíritu puede conocer un relajamiento, pero en el ensueño poético el alma vela, sin tensión, descansada y activa” (...) “La lectura de los poetas es esencialmente ensueño”.
Hoy esto no sería aceptable, en nuestra sociedad soñar despierto generalmente tiene malas connotaciones, pues se percibe como una falta de atención, como una pérdida de tiempo, y como tal se censura y se persigue.
¿Y esto es bueno? No, claro que no. Es más, ni siquiera sospechamos las dramáticas consecuencias que tal pérdida puede acarrearnos. Recientes investigaciones han demostrado que soñar despierto es, de hecho, signo de un cerebro bien equipado y está asociado a numerosos beneficios como, mayor creatividad, mejor empatía, consolidación del aprendizaje, facilidad para establecer conexiones y relaciones entre ideas y disminución de la presión arterial; ya Disney decía aquello de que “si puedes soñarlo, puedes hacerlo”. Pero a mí no me interesa destacar aquí ese aspecto utilitario del soñar. Es más, desearía alejarme de ese enfoque y, soñando, evadirme de esa realidad materialista, fabril y utilitaria. Y para ello hablaré de los poetas y de los niños, tan escasos hoy como indispensables siempre.
Ser niño es una condición mágica. Es la condición imprescindible. No es retraerse a un estado de la existencia inferior, en desarrollo, falto de realización, pobre y frustrado. No. Los cristianos sabemos que no. Que ser niño es lo que hay que ser, lo que hay que volver a ser. Y no precisamente en su aspecto físico o biológico, sino en sus disposiciones de espíritu. Y una de esas disposiciones, y no la menor, es la capacidad de soñar y de soñar despierto. Es verdad que el niño aún no ha dado rendimiento utilitario, fabril o mercantil; es, en palabras de Guardini, “puro inicio” y por ello “el niño es esperanza”. Precisamente esa es la causa de que sea capaz de ver las cosas como realmente son, pues no anida en él ningún prejuicio, ambición o deseo; no tiene todavía metas, pretensiones o proyectos, no se deja atrapar por usos o utilidades; en una palabra, el niño es puro, y en esa pureza, misteriosa y sagrada, reside el secreto de su visión. Hay unas palabras de William Wordsworth que lo dicen mejor: «Nuestro nacimiento es a un tiempo un sueño y un olvido (...) ¡El cielo yace alrededor de nosotros en nuestra infancia!».
William Blake, escribió un libro de versos hermosísimo titulado Cantares de Inocencia. En él hace apología de este estado primigenio y dulce, en el que niño despierta al mundo y lo percibe a través del velo de su alma pura y, al hacerlo, se convierte en visionario. Blake conoció, como todos hemos conocido, este estado, pero él lo recordó para todos los que lo hemos olvidado, que somos muchos. Su propia infancia había sido un período de visiones y fantasías. Cuando era un niño pequeño solía dar largos paseos por el campo de los que volvía contando historias de ángeles que afirmaba, había visto con sus propios ojos, y de los profetas con los que había conversado. Y tradujo estas experiencias a cantos como el que sigue:
Con mi flauta en solitarios valles
Toqué canciones de dulce gozo,
Y vi a un niño flotar en una nube,
Que entre risas y risas me pidió:
“¡Toca una canción sobre un cordero!”
Y yo con ánimo alegre la toqué.
“Toca, toca de nuevo esa canción”.
Toqué mi flauta y lloró al oírme.
“Deja ya tu flauta, tu feliz flauta,
Canta tus canciones de feliz deleite”.
Canté pues a viva voz la misma,
Y lloró de alegría al escucharme.
“Siéntate allí y escríbela, flautista,
En un libro que todo el mundo lea”.
Se apartó entonces de mi vista,
Y corté un hueco trozo de caña,
Me fabriqué una tosca pluma
Y, mancillando el agua pura,
Escribí mis canciones de alegría
Para que rían los niños al oírlas.
Esta calidad visionaria no suele superar la infancia y únicamente pasa a formar parte de la edad adulta en una especie escasa de hombres: los poetas, aquellos que semejan a los niños en su exuberante creatividad y en su gozo al descubrir cada mañana el mundo. Ambos perciben el universo como un conjunto de relaciones simbólicas, realidades sacramentales, como diría Newman. Sin embargo, hoy esa especie, si cabe, es más escasa aún. Y ojo, yo no estoy diciendo que los niños sean artistas, sino que los verdaderos poetas son niños.
A los poetas, a los verdaderos poetas, se les está permitido vivir por un tiempo en la Edad de la Inocencia, para que desde allí nos alumbren, nos consuelen, nos conforten con lo que ven y nos cuentan; con sus visiones poéticas y, por tanto, sobrenaturales, al través de su mirada trascendente y, a un tiempo, cristalina, que ve y comprende, fugazmente, lo único que Es y Existe. Porque ser poeta es una condición, no una profesión, como señaló Robert Frost.
Decía Guardini que “todo lo que en el adulto hace tiempo que forma parte de lo habitual, el niño lo vive por primera vez, sin que medie una preparación interior o guía relativa (…) El niño ve las cosas con toda la capacidad de sorpresa y con toda la fuerza que las mismas cosas tienen”. Es esa novedad, y el asombro que produce, lo que anida en el alma del poeta y lo asimila al niño que ve las cosas como por vez primera, en su visión primigenia.
El Cardenal Newman pensaba que todos los fenómenos naturales son un signo y un medio de ascensión hacia la realidad del mundo invisible. No hay cosa, por inestable y vacía que pueda parecer, que no sugiera la presencia de una realidad escondida a la que imita pálidamente, y el poeta y el niño pueden verlo.
Pero, ¿en qué consiste esta visión infantil y poética? Es la visión de la cosa en sí, de la auténtica realidad que está en el corazón de las cosas, la visión de cómo el mundo es verdaderamente. El mundo material que todos conocemos posee ventanas de trascendencia y aquellos a quienes les está permitido asomarse y mirar son solo unos pocos, entre los que están los niños.
¿Y porqué el niño disfruta de esa clarividencia? ¿qué es lo que hace al niño tan especial?
Sus dos características más propias y personales: La inocencia y la humildad.
La inocencia le protege de las interferencias del exterior y la humildad de las de su interior.
Los adultos tenemos una visión distorsionada del mundo que nos rodea, que se nos oculta parcialmente, pues solo alcanzamos a verlo borrosamente, como a través de un espejo. Pero el niño tiene una mirada limpia ya que sus ojos no están cubiertos de la niebla del pecado que nos rodea cerniéndose sobre nuestra existencia de adultos. Y es que el niño es inocente.
Literalmente inocente significa “libre de daño”. El niño está libre de daño pues carece de una conciencia del mal. Shakespeare lo dice mejor y de manera incomparablemente más bella: “¿Qué coraza es más fuerte que un corazón sin mancha?” (Henry VI, Parte 2, III, ii).
Y esa inocencia, esa carencia de un conciencia de qué es el mal, le permite al niño ver las cosas tal como son en lugar de cómo él las preferiría, azuzado por la vanidad, el deseo, el ansia de poder o de placer.
Y al tiempo que es inocente el niño es igualmente humilde. Y es humilde porque nada tiene. Es solo principio, amanecer, futuro. Porque, en acertada reflexión del Padre Straubinger, «¿Qué méritos puede hallarse en semejante personaje? Precisamente el no tener ninguno, ni pretender tenerlo robándole la gloria a Dios como hacían los fariseos (cf. Lucas 16: 15; 18: 9ss.; etc.). Una sola cualidad tiene el niño, y es el no pensar que las tiene, por lo cual todo lo espera de su padre.». Por eso el niño es humilde, con una humildad primera que le previene contra el orgullo, nuestro veneno interno más tóxico, ese turbio tónico que hace que nuestra visión de nosotros mismos y de los demás sea borrosa y distorsionada, que nos lleva a tomarnos demasiado en serio y a considerar la realidad no lo suficientemente en serio.
Y ahí es donde confluyen y se hermanan niño y poeta, poeta y niño. En la humildad e inocencia que limpia la mirada y la hace certera y penetrante. Y esto lo perderemos sin remedio si perdemos la infancia.
¿Qué será entonces de los poetas si no tiene infancia en la que soñar? ¿Qué será de un mundo sin poetas?
Coleridge escribió que “el poeta es aquel que lleva la sencillez de la infancia a los poderes de la virilidad; quien con un alma no sometida al hábito, desprendida de la costumbre, contempla todas las cosas con la frescura y maravilla de un niño”. Por su parte, el cardenal Newman nos dijo que todos los poetas son religiosos.
Sin embargo, hoy no se estila ser viril, ni se permite ser inocente, ni se admira al soñador, ni se tolera al religioso. En pocas palabras: no hay lugar para el poeta.
Y si perdemos a los poetas no recordaremos el camino para volver, no habrá quién vaya por delante dejando pequeñas piedras que nos guíen; ya nadie sabrá cómo volver a ser niño ni, como dice el poeta Ferrari, “reconocer la herida del exilio” para poder “emprender presurosos el regreso”.
Protejamos a los niños de una conciencia prematura del mal y a los poetas de una infancia corrompida e impura. Rescatemos la inocencia de ambos. Es cierto que hoy esta es escasa, pero ya nos decía San Agustín, “La escasez te enseña, la abundancia te corrompe” (Sermones 21,8), así que aprovechemos esta dificultad.
Dejemos pues que la infancia persiga a nuestros hijos con su inocencia recobrada, incluso más allá de su niñez, “con un placer salvaje”, como decía Coledridge y dejemos que con ella galopen entre sueños los poetas que quizá un día nos salven.
P.D. Hay un hermoso librito de poemas donde se hermanan el poeta y el padre para cantar a la infancia, donde los niños son tratados como poetas y el poeta vuelve a ser niño. Un libro del que ya les hablé y del que no me cansaré de hablar, y que, además de sus bellos versos, contiene una hermosa reflexión sobre la niñez, en un breve prefacio que constituye un delicado y lúcido poema en prosa. Me refiero a Elogio de la niñez, del poeta argentino José A. Ferrari. Léanlo.
"El rostro del niño”
ResponderEliminarObservad el rostro de un niño. Él es la síntesis absolutamente inefable. Sobre todo los ojos como un cielo sin nubes, tienen la transparencia de la limpieza sin sombra.
El rostro del niño es exactamente lo opuesto a la cara del hipócrita que es rostro “desfigurado” (Mt 6,16) y opaco; el rostro del niño es como el de Esteban protomártir, cuya faz fue semejante al rostro de un ángel (Hech, 6,15); rostro mostrado sin velos, nos deslumbra con su luz interior.
Estoy convencido, como dice San Pablo, que nosotros (a la luz de la gracia) en el rostro reflejamos la gloria de Dios (II Cor 3, 18). Del mismo modo y por el mismo motivo, la gloria de Dios se vislumbra en el rostro del niño. Es como un espejo que no solamente “refleja” la imagen sino que la proyecta sobre quien la contempla.
Gozo mezclado de nostalgia porque hemos perdido la luz del rostro del niño, aunque tengamos por delante la ardua empresa de la reconquista de la infancia espiritual. Toda nuestra vida debe ser una agonía para restaurar, en ti y en mí, el rostro del niño".
(“Dos, una sola carne. Teología y mística del matrimonio y la familia". Ediciones Gladius. Alberto Caturelli.)
Muchas gracias por el aporte.
EliminarUn saludo cordial.
Estimado.
ResponderEliminarFeliz Navidad!!
Muy buena tu reflexión!
Te consulto por algún libro de poesias para leerlos a los chicos.
Muchas gracias.
Muchas gracias, los deseos son mutuos.
EliminarEn cuanto a su consulta, le remito a esta entrada del blog y a sus comentarios:
http://delibrospadresehijos.blogspot.com/2017/03/a-vueltas-con-la-poesia-las-antologias.html
Un saludo cordial.
Muy buenas tardes, Don Miguel. De todo su maravilloso texto, me gustaría resaltar estas palabras: "Sin embargo, hoy no se estila ser viril, ni se permite ser inocente, ni se admira al soñador y ni se tolera al religioso. En pocas palabras: no hay lugar para el poeta."
ResponderEliminar¡Cuán cierto lo que dice! Hace tiempo leí un artículo que trataba sobre la búsqueda incesante, compulsiva, nerviosa, casi patológica de la adolescencia. Una sociedad adolescente. Al niño se le encauza, aún sin saberlo, hacia una adolescencia precoz; hacia una inmersión en una etapa de cambio permanente para la cual todavía no está preparado, ni siquiera biológicamente. Se le llena de chismes electrónicos y, desde los poderes del Estado, que deviene en totalitarismo ya sin ocultarlo siquiera, se le invita a corromper su inocencia con su pronta hipersexualización. Se mata al niño porque el niño siempre nos remite a lo prístino, a lo original. A Dios.
Pero luego, el adulto se niega a serlo, y con ello también se niega a la responsabilidad que supone mirar hacia arriba con los pies en el suelo; el adulto quiere ser adolescente y vivir en un permanente mariposeo estomacal. En esas condiciones de no aceptación del curso de la ley natural, la poesía ha caído mayoritariamente en manos de los marxistas: poesía social (¿?) y poesía carnal, tal cual como una novela rosa cuya prosa se ha dispuesto en lineas cortas y horizontales, como apiladas unas bajo las otras, para parecerse a un poema.
Finalizo con una anécdota personal. Soy un gran aficionado a la observación del cielo nocturno, pues bien, cuando más lo he disfrutado al punto de la maravilla es, cuando acompañado por mi esposa e hijos, estos se han puesto a relatar lo que veían (y yo no) con una carita de asombro absolutamente maravillosa, y mi esposa ha rematado: tienen razón, Jordi, escúchales que tienen razón y todo lo que dicen ver, está.
Un abrazo
Muchas gracias por compartir esas hermosas experiencias, que seguro que inspiran y dan ánimo a muchos, incluido yo mismo.
EliminarUn abrazo.
" A los poetas, a los verdaderos poetas, se les está permitido vivir por un tiempo en la Edad de la Inocencia, para que desde allí nos alumbren, nos consuelen, nos conforten con lo que ven y nos cuentan; con sus visiones poéticas y, por tanto, sobrenaturales, al través de su mirada trascendente y, a un tiempo, cristalina, que ve y comprende, fugazmente, lo único que Es y Existe."
ResponderEliminar"Acampan los bosques
precipítanse los arroyos
perduran las rocas
cae mansa la lluvia.
Aguardan los campos
brotan las fuentes
moran los vientos
medita la Gracia."
(M. Heidegger, de "Desde la experiencia del pensar").
Hermoso, por lo simple y profundo, poema. Muchas gracias por enriquecer el blog. Mucho habría que hablar también de la relación entre niño, poeta y filósofo.
EliminarUn saludo cordial.
qué belleza:"
ResponderEliminarGozo mezclado de nostalgia porque hemos perdido la luz del rostro del niño, aunque tengamos por delante la ardua empresa de la reconquista de la infancia espiritual. Toda nuestra vida debe ser una agonía para restaurar, en ti y en mí, el rostro del niño".....inolvidable Caturelli. Gracias también señor Fenollera, siempre exquisito y profundo.
Muchas gracias usted por su atención y amabilidad.
EliminarFeliz Epifanía del Señor.
Ya que de niños y poetas se habla, dejo una poesía oportuna a la fecha. Feliz Epifanía.
ResponderEliminarAlfonso Jesús Vivar
E P I F A N I A
Meditación
Día de Reyes magos, seis de enero.
De niño es preguntar: ¿Qué me trajeron?
De adulto comprobar: ¿Qué me dejaron?
Y es de viejos, incrédulos y avaros:
sospechar que los Reyes les robaron.
Yo considero estos zapatos míos
y los encuentro llenos de...vacío.
Mas ya sólo tenerlos es regalo,
en los tiempos que corren, nada malo.
Así que: ¡gracias por estos zapatos!
Y mientras me los pongo y me los ato,
descubro otro regalo y me enmimismo:
¿no es don poder calzarse por sí mismo?
Y al ir desenvolviendo reflexiones
crece mi gratitud por tantos dones.
Caigo en la cuenta, con sorpresa mía,
de que es un día de Reyes cada día. Porque al calzarse cada día los pies,
recibe el hombre, en don, cuanto hace y es.
Y lo que da la vida, aunque parezca malo,
es, bien mirado, todo de regalo.
Encuentro al despertarme... de mi engaño,
que es corona de gracias todo el año.
Y que la Epifanía manifiesta
que toda nuestra vida es día de fiesta.
Que nadie el Don de Dios, por tanto, mida
por los puntos que calza en esta vida.
Cuando regala, Dios tiene por norma
rebosar de abundancia toda horma:
deja lo mismo en la alpargata rota
que en los charoles y en las finas botas.
¿No vale más la vida que el vestido?
Descalzos nacen reyes y mendigos.
Fueron los Reyes Magos los primeros
en saberse, sin Cristo, pordioseros;
y en deponer ante los pies del Niño
su ofrenda de fatiga y de cariño.
Los primeros también que comprendieron
que Tú dejabas a estos hijos ruines
colmados de Jesús los escarpines.
[P. Horacio Bojorge]
Muchas gracias Alfonso.
Eliminar¡Feliz Epifanía del Señor!
Muchas gracias Miguel, por esta hermosa reflexión! A propósito del tema que trata y del libro que recomienda, dejo la siguiente cita:
ResponderEliminar"...Este acercamiento del niño a las cosas se da por cierta connaturalidad como acontece en el poeta. Hay una imaginación y unos afectos que permiten familiarizarse con las cosas, verlas y gustarlas sin acaso poder entenderlas. Esa cercanía de lo real nos comprueba el misterio, nos invita e impulsa hacia regiones inhóspitas del firmamento. Y si en este movimiento de traslación contemplamos dicho misterio, en uno de rotación nos descubrimos cada vez más pequeños. Así, el registro poético –inconsciente o no– va decantando en una mirada cordial que hace tan saludables a niños y poetas.
Esta familiaridad que decimos en ningún modo se hace rutinaria porque está sumida en un constante asombro. Quien se hastía de ver o gustar sucesos invariables ha envejecido, tal los fastidiosos de hacer siempre lo mismo. La rutina es pobreza de ser y una forma desabrida de envejecer aun siendo jóvenes. No deviene tanto de la repetición de hechos cuanto de una interioridad insípida e inconsciente incapaz de enfrentarse a su alrededor o a su diario quehacer. Es difícil explicar esto a los “hombres serios”, pues ellos piensan que el asombro sólo es digno de cosas rimbombantes y novedosas. Y no es que lo demás haya perdido encanto, es que ellos han perdido vitalidad. 'Si su mundo cotidiano le parece demasiado pobre, no le eche la culpa; cúlpese a sí mismo' le reprochaba Rilke a su joven poeta."
José A. Ferrari, ELOGIO DE LA NIÑEZ, Bs. As., Vórtice, p. 29.
Gracias a usted. “Elogio de la niñez” es un libro que hay que leer, porque, como libro de un buen poeta, encierra muchas verdades en sus pocas páginas.
EliminarUn saludo cordial.
Querido Miguel, ¡cuántas gracias he de darte por tu amistad y por estas maravillosas líneas! Has dicho muchas y profundas verdades, y las has dicho bien.
ResponderEliminarEs cierto; ya no hay lugar para los niños, los poetas, ni cualquier sugerencia o destello de belleza. Por eso ensalzamos tu labor, esta de salir al rescate de lo que el mundo cruel desestima y destruye. ¡Qué batalla singular!
Si supiésemos ver con ojos mejores, qué distinto sería nuestro derredor.
Mi abrazo y admiración,
J.A.F.
José, como siempre tan amable. Viniendo de ti estas son palabras que cobran especial fuerza.
EliminarUn abrazo.
¿Algún buen álbum de poemas para niños? Yo tengo dos, de 5 y 6 años (y una niña de meses que aún no tiene preferencias literarias). Me gustaría encontrar para ellos alguna recopilación de poemas asequibles a su edad por lenguaje y temática, y a ser posible bien ilustrados.
ResponderEliminarLo que usted pide, María (esa combinación de belleza literaria y pictórica), es una rareza, al menos en estos tiempos y en nuestro idioma. No obstante he tratado este asunto en varios post a lo que ha ayudado algún que otro comentario interesante de ciertos generosos lectores. Le invito a visitarlos: A vueltas con la poesía. Las antologías (https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2017/03/a-vueltas-con-la-poesia-las-antologias.html), ¿Por qué todavía les leo a mis hijas en voz alta? (https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2018/12/por-que-todavia-les-leo-mis-hijas-en.html), Primeras rimas y canciones (https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2017/01/primeras-rimas-y-canciones.html), Una ración de tonterías nunca viene mal (https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2018/07/una-racion-de-tonterias-nunca-viene-mal.html), Acercarse a la poesía (https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2017/02/acercarse-la-poesia.html), Acercándonos a los Clásicos II (https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2017/03/acercandonos-los-clasicos-ii.html), Jardín de versos para niños (https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2017/09/jardin-de-versos-para-ninos.html), y De libros, camas y niños (https://delibrospadresehijos.blogspot.com/search?q=camas).
EliminarEspero que le sea de ayuda.
Un saludo cordial.