«No hay fundamento más seguro para una hermosa amistad que un gusto mutuo por la literatura».
P. G. Wodehouse. Estricnina en la sopa (Las noches de Mulliner)
«El primer valor esencial de la novela policíaca radica en que es la primera y única forma de literatura popular en la que se expresa, de alguna forma, el sentido poético de la vida moderna».
G. K. Chesterton. Una defensa de las historias de detectives
Vuelvo a mis querencias literarias infantiles y juveniles. Esas que me inculcó mi familia o que simplemente viví u observé vivir, y que ahora trato de hacer llegar, de un modo u otro, a mis hijas. Y así, embarcado en esa regresión, me detengo hoy en una fuente casi inagotable de distracción y, al tiempo, en un medio de inocular en la mente de cualquier jovenzuelo, imperceptiblemente, el sentido de la observación y del detalle y de apuntalar allí los andamios más básicos del pensamiento crítico. Me refiero a Agatha Christie.
Como el recientemente comentado Wodehouse, Christie forma parte de mis recuerdos más agradables: tardes de verano devorando, con languidez pero con fruición, novela tras novela. Y no son pocas. Su producción casi casi alcanza a la de Wodehouse. Estamos hablando de 66 novelas y 12 libros de relatos (me estoy refiriendo a su obra fundamental y por la que es reconocida: el relato policial). Creo que he leído la mayoría. Mis hijas están empezando y yo no he terminado todavía, ¿qué les parece?
Pero la fecundidad artística no es la única relación entre Christie y Wodehouse. Ambos fueron (y son) escritores muy populares (aunque aquí la dama le toma ventaja al caballero: Agatha Christie es el escritor de ficción más exitoso de la historia, ocupando el tercer lugar por número de ventas, solo superada por la Biblia y por Shakespeare). Y ambos se profesaban admiración mutua. Christie dedicó a Wodehouse el caso nº 38 del detective belga Poirot (Las manzanas, 1969) con estas líneas:
«Para P.G. Wodehouse, cuyos libros y historias han iluminado mi vida durante muchos años. Además, para mostrar mi satisfacción por haber tenido la amabilidad de decirme que disfrutó de mis libros».
«Para P.G. Wodehouse, cuyos libros y historias han iluminado mi vida durante muchos años. Además, para mostrar mi satisfacción por haber tenido la amabilidad de decirme que disfrutó de mis libros».
Por su parte, Wodehouse también sentía por ella aprecio y admiración (en la novela Jeeves y el espíritu feudal, 1955, una de las múltiples tías de Bertie, tía Dahlia, va a todas partes con un ejemplar de Agatha Christie). De hecho, mantuvieron una relación epistolar donde dejaron muestras de este interés y afecto. En la que finalmente resultó su carta de despedida (de fecha 14 de enero de 1975, solo un mes antes de que Wodehouse muriera, a los 93 años), Agatha Christie finalizaba su misiva con estas conmovedoras palabras:
«Adiós por ahora y gracias por todas las risas».
Bien, vale, todo esto puede ser interesante, pero volvamos al tema de este blog: ¿tiene la obra de Agatha Christie algún interes educativo? se preguntarán algunos. Al fin y al cabo trata sobre crímenes y muertes.
La cuestión se resuelve fácilmente examinando todas sus historias (¿fácilmente?… ¡que son casi 100!). En cada una de ellas la estructura narrativa, el argumento y los detalles presentan los casos como un ejercicio intelectual, un juego de ajedrez entre el criminal y la ley, haciendo caso omiso a los aspectos violentos del crimen y la persecución. Eso las aleja de la violencia expresa, del sexo explícito y del morbo, propios de la novela criminal posterior a la segunda Guerra Mundial. Tampoco se centran en problemas sociales y políticos, sino que arrincona el por qué del crimen y fija la mirada en el quién y el cómo. Todo esto las hace asequibles y de fácil lectura y la convierte a ella una embajadora propicia para introducir a los adolescentes en relatos más maduros.
No obstante, no vayan a creer que estas historias son una suerte de ejercicio mental de los que pululan hoy encerrados en libritos de a un euro. No, hay un verdadero relato, con un sólido argumento y con toques de humor y pinceladas de dramatismo, con logros meritorios tanto en el desarrollo de las historias como en el dibujo de los personajes.
Además, hay otras razones, como señaló Chesterton con mucha agudeza:
«La popular novela de detectives tiene una profunda cualidad en común con el cristianismo; sitúa el crimen en un lugar del cual nadie sospecha: en toda buena novela de detectives el último será el primero, y el primero será el último. El juicio al final de cualquier historia tonta y sensacional es como el juicio al final del mundo: inesperado. Así como la historia sensacional hace que el aparentemente inocente banquero o el aristócrata inmaculado de quien no se sospecha sea en realidad el autor del crimen incomprensible, así el autor del cristianismo nos dijo que al final el cerrojo caería con una brutal sorpresa y que quien se ensalza será humillado».
«La popular novela de detectives tiene una profunda cualidad en común con el cristianismo; sitúa el crimen en un lugar del cual nadie sospecha: en toda buena novela de detectives el último será el primero, y el primero será el último. El juicio al final de cualquier historia tonta y sensacional es como el juicio al final del mundo: inesperado. Así como la historia sensacional hace que el aparentemente inocente banquero o el aristócrata inmaculado de quien no se sospecha sea en realidad el autor del crimen incomprensible, así el autor del cristianismo nos dijo que al final el cerrojo caería con una brutal sorpresa y que quien se ensalza será humillado».
Y no es esta una enseñanza menor sobre la humildad, aplicable a Christie y sus relatos, como paradigmas de las historias detectivescas. En todo caso, no acaban ahí los paralelismos, ya que las historias de detectives en general, al igual que el cristianismo, comienzan en un misterio y terminan con una revelación.
¿Libros recomendables? o, ¿por dónde empezar? Pues quizá Asesinato en el Orient Express (1934) no estaría mal: durante un viaje en el famoso ferrocarril, el detective Hercules Poirot queda atrapado con el resto de los viajeros en los vagones a causa de la nieve. Mientras la ayuda está en camino, uno de los pasajeros, el señor Ratchett, es encontrado muerto. La puerta de su cabina está cerrada por dentro y la ventana rota… También podría venir bien la primera novela de la escritora, El misterioso asunto de Styles (1920). Cuenta la historia de una viuda rica, Emily Cavendish, quien se vuelve a casar con Alfred Inglethorp. Emily, junto con su nuevo esposo y sus hijastros, vive en una finca en Styles (heredada de su primer marido). Una mañana la familia se despierta y encuentra a Emily muerta. Un clásico cluedo que hará devanarse los sesos a cualquier lector hasta que Hercules Poirot ponga todo en su sitio.
Tampoco puede faltar algún caso de la perspicaz e inocente señorita Marple. Cualquiera podría servir, pues toda la serie de Miss Marple (12 novelas y unos 20 cuentos) es igual de interesante. Las historias, basadas en su infalible habilidad para detectar el pecado gracias a su elemental pero profundo conocimiento de la naturaleza humana, se desarrollan en el ambiente apacible de los pequeños pueblos de la campiña británica. De tener que señalar un libro, sugeriría empezar por el principio, el de su primera aparición: Muerte en la vicaría (1930).
Y, cómo no, Diez negritos (1939), la novela más exitosa de su autora y la más vendida del género. Su único relato dónde no hay un detective. Diez personas, desconocidas entre sí, reciben la invitación de un misterioso señor Owen para pasar unos días en su mansión, situada en uno de los islotes de la costa de Devon. De repente, uno por uno, los diez invitados son asesinados en una atmósfera de miedo y mutuas acusaciones y recelos. La clave parece estar en una vieja canción infantil del mismo título que la novela, en la que, en cada estrofa, alguien muere de manera extraña tal y como sucede en la novela: «Diez negritos fueron a cenar, uno se ahogó y quedaron nueve», dice la canción. Es una obra increíblemente inteligente y a la edad de 13 o 14 años les deslumbrará.
En la lista no puede faltar el famoso Asesinato de Roger Ackroyd, de 1926 ––un clásico de Poirot––, que sorprenderá a cualquier lector, aunque la autora fuera tildada de tramposa en su momento. Por último, también son recomendables las historias del matrimonio de detectives aficionados Tommy y Tuppence Beresford.
Tanto Poirot como la señorita Marple, los grandes detectives de Agatha Christie, representan dos grandes tradiciones: el primero, con el uso de sus “pequeñas células grises”, continúa la senda del Arsenio Dupin de Edgar Allan Poe y del Sherlock Holmes de Conan Doyle; y la segunda, con el uso de la intuición y su comprensión empática de la herida condición humana, se incardina en la tradición del padre Brown de Chesterton.
Para terminar, parafraseando a la propia Agatha Christie en la última de las cartas que escribió a Wodehouse, podemos despedirnos de ella diciéndole:
«Adiós por ahora y gracias por todas las intrigas y misterios».
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