HACIA EL ASOMBRO A TRAVÉS DE LA POESÍA

«Calma en la tarde, Costa Azul», obra de Ivan Fedorovich Choultsé (1874-1939).



«Todas las cosas con las que tratamos nos predican. ¿Qué es una granja sino un evangelio mudo?»

Ralph Waldo Emerson


«Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido.»

Fray Luis de León



«Campos y bosques se inclinan ante mí y yo ante ellos. El ondular de las ramas en la tormenta me resulta nuevo y viejo. Me coge por sorpresa y, sin embargo, ya lo conocía. Su efecto es como el de un pensamiento superior o una emoción mejor, cuando creemos que pensamos justamente o sentimos debidamente». 


Es Emerson el que nos habla, con locuacidad y poesía, y lo hace rememorando algo que todos reconocemos, ¿o quizá no? Cada vez con más frecuencia hay niños que crecen cerca «del mundanal ruido» y lejos de «los lirios del campo». Y no nos engañemos, no son solo los niños.


Hoy día no es fácil ver la belleza en lo mundano y lo ordinario; porque, ¿qué es si no aquello que nos rodea y damos por sentado? ¿Qué hay más mundano y cotidiano que el sol, la luna, las estrellas, el mar o las montañas? Sin embargo, la vulgaridad se ha apoderado del hombre atrofiando su capacidad de captar los relieves y matices del mundo. Nuestros ojos se han achicado y nuestro gusto por lo bello se ha adormecido; no hay asombro. Se necesita un lazarillo para ayudar a los que nos hemos vuelto ciegos a ver las cosas tal como realmente son. Y, por paradójico que resulte, este apartamiento de lo natural viene de la mano del llamado ecologismo.


La puesta en marcha del programa ecologista ––llamado, sugestivamente, “ecología integral”–– busca una regresión a la barbarie mediante un abandono absoluto del concepto cristiano de hombre. Por un lado, rechaza la idea del hombre como heredero y mayordomo de la Creación («sirva cada uno a los demás con el don que haya recibido, como buenos administradores de la gracia variada de Dios», 1 Pedro 4,10) y por otro, abandona la concepción del ser humano admirador anonadado ante el poder del Creador («Cuando contemplo tus cielos, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que Tú pusiste en su lugar... ¿Qué es el hombre para que Tú lo recuerdes, o el hijo del hombre para que te ocupes de él?» Salmo, 8).


Al primero de estos aspectos me referí en su día (De libros, niños y naturaleza); al segundo, al del asombro y amor por lo creado, me refiero hoy. Es una cuestión de un relieve extraordinario porque si la creación es rechazada estaremos rechazando al Creador. 


Chesterton percibió esta cuestión con notable claridad; pero no voy a utilizar en este caso sus palabras, sino las que su amigo, Monseñor Ronald Knox, pronunció en su funeral: 


«Chesterton fue uno de los grandes hombres de su tiempo; su mejor cualidad era el don de iluminar lo ordinario y de descubrir en todo lo trivial una cierta eternidad. Fue como el hombre que da la vuelta al mundo para ver con ojos nuevos su propia casa…».


«Descubrir en todo lo trivial una cierta eternidad». Algo así podemos vislumbrar leyendo las odas horacianas: 

Beatus ille qui procul negotiis,

ut prisca gens mortalium

paterna rura bobus exercet suis


(Dichoso aquél que lejos de los negocios,

como la antigua raza de los hombres,

dedica su tiempo a trabajar los campos paternos) 


¿Podemos despertar en nuestros hijos el hambre de los aires bucólicos de que hablaban los poetas romanos y así abrir sus ojos al asombro y la admiración? 


Hay que llevarlos a los campos, ¡sí, llevémoslos!, ¡pronto!, ¡acerquémoslos a los «espinosos riscos» y a las «fragosas montañas»! Pero antes habrá que preparar su corazón para que puedan admirarlos y amarlos. 


Porque no solo el sublime misterio de los campos y los cielos es maestro de eternidad, el hombre, como aprendiz de hacedor de sueños, puede con su arte ser espejo del aliento místico de Dios. El arte, y la belleza que a su través nos muestra, aunque sea en fugaces destellos, es capaz de representar las cosas lo más verdaderamente posible, acercándonos un poco a la manera en que Dios las ha hecho. Así, de su mano, podremos acostumbrar nuestros maltrechos ojos a una nueva luz y podremos gozar de aquello que se nos ha ofrecido, preparándonos para la verdadera contemplación.  


El colega de Senior en el Programa de Humanidades Integradas (PHI) de la Universidad de Kansas, Dennis Quinn, en su ensayo La educación a través de las Musas (1977), nos habla de esto:


«El asombro no es un sentimentalismo azucarado sino, por el contrario, una poderosa pasión, una especie de temor, una confrontación feroz con el misterio de las cosas. A través de las musas el abismo temeroso de la realidad convoca por primera vez a ese otro abismo que es el corazón humano; y el asombro de su respuesta es, como han dicho los filósofos, el comienzo de la filosofía —no sólo el primer paso—; sino el «arche», el principio, del mismo modo en que el uno es el comienzo de la aritmética y el temor de Dios es el comienzo de la Sabiduría. Por lo tanto, el asombro da inicio a la educación y la sostiene en el tiempo». 


A su vez, un discípulo de John Senior, Alan J. Hicks, nos anima a introducirnos en esa «vida de las musas», si bien sin olvidar nunca el necesario contacto con la vida real. Él nos dice:


«La poesía, el arte, la música y la literatura no pueden sustituir la experiencia directa de las cosas. Es necesario, entonces, que dejemos nuestro trabajo y estudios, dejemos de lado nuestra tecnología y salgamos a la luz de las cosas. Sin embargo, al participar en la vida de las Musas, nos sensibilizamos a esa luz y entonces somos capaces de ver la realidad tal como es en su misterio oculto. En esta experiencia somos llevados a la maravilla, el principio inicial y sustentador de la sabiduría, el fin más alto de todos los esfuerzos educativos».


Por lo tanto, por supuesto que hay libros que pueden ayudarnos en esta labor. Hay libros así, que iluminan los misterios y las maravillas que se esconden en las cosas ordinarias y sumergen al lector en un mundo primigenio y salvaje pero idílico, en un edén perdido y reconocido a un tiempo, y la poesía es el camino apropiado para ello. «No dejes nunca de leer en voz alta hermosos poemas», le escribió Pavel Florensky su hijo mayor desde la soledad y el sufrimiento del gulag al que fue condenado. La poesía juega aquí un papel primordial. 


Y hablando de poemas, hay unos hermosos versos de Sara Teasdale (1884-1933) que habla de la belleza de lo creado:


La vida tiene cosas bellas que ofrecer, 

todas hermosas y espléndidas. 

Las olas azules blanqueando contra el acantilado, 

el ascendente fuego que vibra y canta 

y los rostros de los niños mirando hacia lo alto 

sosteniendo el milagro como una copa. 

 

La vida tiene cosas bellas que ofrecer, 

la música como una curva dorada

el aroma de los pinos bajo la lluvia, 

ojos que te aman, brazos que te acogen, 

y para el tranquilo deleite de tu espíritu 

sagrados pensamientos que siembran 

de estrellas la noche.


Mirar las estrellas en la noche y sentir entre emoción y vértigo. «Imágenes pastorales nos unen a nuestra condición más temprana, más pura, más natural, y al estilo de vida protegido que imaginamos, que recordamos de nuestra propia infancia». Desgraciadamente, eso está casi perdido. No lo perdamos del todo. 


Y termino con otro bello poema, esta vez de Gerald Manley Hopkins (1844-1889), deseando que para nuestros hijos vengan días como los por él soñados, en los que puedan admirar y extasiarse con la belleza de lo creado y en los que, disfrutando de poemas como este, puedan prepararse para esta contemplación:


LA NOCHE ESTRELLADA


¡Mira las estrellas! ¡Eleva tu mirada hacia los cielos!

¡Contempla toda la ardiente multitud en los aires asentada!

¡Oh villas refulgentes, redondas ciudadelas!

De oscuros bosques en la más honda umbría, veneros de diamantes, ¡los ojos de los elfos!

¡Y aquellas grises praderas, frías, donde el oro, el oro vivo yace!

¡Argénteo serbal que se cimbrea al viento! ¡Aéreos álamos en llamas encendidos!

¡Copos de palomas, flotantes, huidas al susto del corral en desbandada!

¡Ah, pero este cielo se compra, todo él es premio!

 

¡Compradlo, pues! ¡Pujad! ¿Con qué?: oración, paciencia, limosnas, votos.

¡Mira, mira: una invasión de mayo del huerto en la enramada!

¡Fíjate! ¡Un florecer de marzo en los sauzales con polvo de oro tapizados!

Estos son en verdad los graneros, más allá de los umbrales, las gavillas.

El relumbrante recinto al esposo oculta tras sus vallas;

Es la morada de Cristo, de Cristo, de su madre y de sus santos.


Lean a sus hijos «en voz alta hermosos poemas», como aconsejaba Florensky; háganlo, no se arrepentirán.


Comentarios

  1. Buenos días podría citar libros de poesías para niños mayores de 12 años. gracias

    ResponderEliminar
  2. Estoy encantada con su blog. Lo leo desde hace 2 meses. Comencé desde el final. Como veo q avanza mucho, ahora leo por el principio y sigo avanzando por el final. Me faltan horas del día para seguir disfrutando de esta exquisita información que llena mi corazón de belleza y de Dios.
    Muchas gracias por compartir tanto.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario