UN FIRME PROPÓSITO: CONJUGAR LOS INTERESES DE LOS NIÑOS Y LA LITERATURA

«Lección de astronomía». Obra de Steven Christopher Seward (1958-).




«El arte de enseñar es el arte de ayudar al descubrimiento». 

Mark Van Doren


«No emplees, pues, la fuerza para instruir a los niños; que se eduquen jugando y así podrás también conocer mejor las inclinaciones y disposiciones de cada uno de ellos». 

Platón. La República


«Pues la mente no necesita llenarse como un vaso, sino que, como la madera, sólo necesita encenderse para crear en ella un impulso de pensar con criterio y un ardiente deseo de encontrar la verdad».

Plutarco. A la escucha




Muchos de nosotros, a primeros de año, hacemos buenos propósitos. Como si no supiéramos –como bien sabemos– de la conveniencia y necesidad de hacerlos constantemente y en todo momento. Pero, aun cuando lo sabemos de sobra, lo del primero de año tiene el atractivo de todo nuevo comienzo. Y estando pues donde estamos, yo les presento un propósito adicional a los que se dispongan ya a emprender (aunque quizá sea un propósito que algunos hayan ya hecho suyo). Lo que les planteo es estimular en sus hijos la lectura, lectura de la buena, atendiendo y alimentando sus intereses personales y despertando alguno de sus anhelos más humanos.

Los padres lo sabemos bien. Los niños invertirán una inmensa cantidad de energía en las cosas que les interesan y en los objetivos que realmente les importan. Eso es así.

También es del conocimiento de todo estudioso de la naturaleza humana que, a los hombres, lo que nos mueve y nos impulsa a actuar es aquello que despierta nuestro interés. Y los niños viven desbordados en esta cuestión, rebosan en intereses, de muchos y variados tipos, nacidos de su innata curiosidad. Pero, como también sabe cualquier observador atento de lo humano, los intereses se amplían y crecen cuando hay oportunidad de vivirlos y material vital del que puedan nutrirse.

No obstante, y aunque hoy parece que el catálogo de experiencias y vivencias es mayor que nunca, existe el riesgo cierto, asociado a esa cultura reinante de la superficialidad fugaz, de que los niños se contenten con ser meros degustadores de toda esa enorme oferta, y que se limiten a rozar la superficie de las cosas sin profundizar nunca en ellas.

Por otro lado, como también sabemos, los intereses no surgen en el vacío. Los estimula la experiencia, como hemos dicho. Y si los padres no nos preocupamos de que en las vidas de nuestros niños haya bocados de realidad de la buena, de la que les ayuda a crecer, y nos olvidamos de despertar en ellos sanos intereses que les lleven a florecer como personas, otros ocuparán nuestro lugar, y les facilitarán las experiencias y vivencias que ellos consideren pertinentes, las más de las veces, no en pro del interés de los niños o del bien común, sino al servicio de sus muy particulares conveniencias. 

Por ello, es imperativo que nosotros, los padres, ofrezcamos a nuestros hijos algo más que smartphones, portátiles o videoconsolas. Que les demos una porción de realidad, de la pura y dura, de la que se exhala en los campos, de la que se respira en las calles y los parques, de la que se transpira en toda convivencia familiar sana. Y, que, además, como complemento vitamínico, a modo de reconstituyente o estimulante, les facilitemos la lectura de buenos libros, pues ellos, no solo serán uno de los destinos naturales de esas inquietudes, curiosidades e intereses nacientes, sino que los retroalimentarán en un sano círculo virtuoso que no tendrá fin. 

Y es que los libros son de capital importancia en esta cuestión.

Sabemos, por experiencia personal, que los intereses de cada niño se limitan, la mayoría de las veces, a aquello que ha tenido oportunidad de vivir o experimentar. Por supuesto, también sabemos que hay muchas cosas que podrían interesarles si tuvieran la ocasión de conocerlas. La tarea de los padres es, por lo tanto, no sólo alimentar los intereses que el niño ya posee, sino también abrir ventanas y puertas a su imaginación y conocimiento, creando para él nuevas vías de interés.

Y aquí, además de la fundamental experiencia vital del contacto con lo real, con la vida misma (tal olvidada hoy), está, para ayudarnos y ayudarles, la lectura. 

Los libros no solo ayudarán a los niños a responder a las preguntas que les asalten sobre lo que ven a su alrededor, sobre aquello que viven cada día, sino que, también, por razón de ese círculo virtuoso del que les hablé, podrán hacerles interesarse por cosas y personas ajenas a su propia experiencia. Y ayudarán a obrar en ellos un cambio, abriéndoles nuevos caminos de conocimiento y despertando en ellos nuevos intereses, que, a su vez, los libros ayudarán a colmar. Libros que, desde la aparente soledad de sus páginas, les susurrarán, en voz queda y suave, que la vida puede ser más de lo que parece a simple vista, ayudándoles, quizá, como decía el rey Lear, a «asumir el misterio de las cosas/Cual si fueran espías de Dios». 

Como padres, por tanto, no habrán de hacer otra cosa que aquello que aconsejaban sabiamente Plutarco y Platón: ayudar a sus hijos a descubrir las inclinaciones peculiares de su genio, encendiendo en sus corazones y sus cabezas un brillante fuego que haga nacer en ellos un amor por la verdad, la belleza y la bondad.

Así que, comiencen el año poniéndose a la tarea, porque es urgente y necesaria. Y no abandonen. Aparten a los niños de las pantallas; sáquenlos a la realidad; jueguen con ellos; ofrézcanles buenos libros; y lean, lean, ante, por, para y con ellos. Una tarea, por demás, apasionante y enriquecedora, que ellos siempre les agradecerán.


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