«La adoración de los pastores». Obra de William-Adolphe Bouguereau (1825-1905). |
«Gloria a Dios en lo más bajo,
Torrente de estrellas en avalancha,
Donde el rayo se cree el más lento
Y el relámpago teme llegar tarde:
Mientras los hombres se sumergen en busca de la hundida joya.
Persiguiéndola, cazándola, acosándola:
La estrella caída la ha encontrado en la cueva de Belén».
G. K. Chesterton. Gloria in profundis
Les he hablado muchas veces de la belleza, de su vital importancia y de su radical consustancialidad con nosotros. Anhelamos la belleza, la perseguimos sin descanso, intentamos hacerla nuestra, pero siempre en vano, pues no nos corresponde darle alcance en esta existencia terrenal. Intuimos su trascendencia y su identidad con nuestro destino, aunque no podemos comprenderla del todo.
Su cercanía primera se nos mostró en un lugar humilde y pobre, lejos de los fastos y los oropeles de la gloria mundana. El cardenal Newman nos remite, con sencillez y asombro, a esa belleza de la Natividad con unas breves palabras. Así nos dice:
«Lucas 2 describe la escena. Nos remite al Paraíso, a Adán y Eva y a los Cantares.
Podríamos imaginar que no hubo caída. Vemos a Cristo, como si no hubiera venido a morir, y a su Madre inmaculada; a los ángeles; a los animales, como en el Paraíso, obedeciendo al hombre.
Todos parecemos atrapados y transformados en su belleza —“de gloria en gloria”—, como San José».
A esa belleza han tratado los hombres, desde hace más de dos siglos, de rendir honor.
Buscando manifestaciones de esa mezcla arrebatadora y sublime de asombro, alegría y belleza, me he permitido, como ya he hecho antes, acercarles algunas muestras de este pobre hacer humano: creaciones artísticas que, como dice Tolkien, nacen «según la ley en la que fuimos creados». Son obras fruto del esfuerzo de artistas que, con su arte y su estilo, han tratado de mostrar ese acontecimiento inefable.
No son las más grandes expresiones que los hombres, en ejercicio de su arte, han alcanzado. Pero son hermosas en un sentido eterno, de humildad mundana y de muda adoración.
Ahí las tienen.
Albert Edelfelt (1854-1905).
Carl Heinrich Bloch (1834-1890).
Hugo Havenith (1853-1925).
Gustave Doré (1832-1883).
William Ladd Taylor (1854-1926).
William Brassey (1846-1917).
James Tissot (1836-1902).
Harold Copping (1863-1932).
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