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«Dos mujeres en la ventana». Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682). |
«De una broma a un asunto serio no hay más que un paso».
Alphonse Allais
El humor es, y siempre ha sido, una medicina espiritual necesaria, muy necesaria. En palabras de nuestro Juan Valera —escritas hace más de un siglo, pero que siguen siendo muy actuales—: «Hoy, que vivimos en una época triste, en una sociedad revuelta y algo desquiciada, y con los espíritus llenos de melancolía a causa, en gran parte, del aliento malsano que nos propinan los pensadores y filósofos pesimistas, lo jovial y alegre es más de desear que nunca como remedio para aquel mal». Por esta razón, he decidido traerles en estas fechas estivales un poco de este remedio, tan precioso, pero a la vez, tan escaso.
Para ello, me he aprovisionado en gran parte del producto cultivado en estos lares, a pesar de que, como afirmaba Wenceslao Fernández Flórez en su discurso de ingreso en la RAE: «En la literatura española no hay humor, sino mal humor», con la honrosísima excepción, como recalca él, del Quijote, pues —en sus propias palabras—: «Jamás el humor fue llevado a semejante altura, ni abarcó tantas y tan trascendentales cuestiones, ni tampoco sacudió con tan prolongada risa el pecho de los humanos». No obstante de entre este «malhumorismo», del que también hablaba Miguel de Unamuno, podemos, como verán, rescatar algunas muestras patrias que no están nada mal.
LA HUELGA GENERAL. Giovannino Guareschi (1908-1968)
Uno de los divertidos 347 cuentos ambientados en el Mundo Piccolo de Guareschi, en la ciudad imaginada de Ponteratto, pequeña localidad emiliana entre el Po y los Apeninos, donde el autor narra las humorísticas aventuras del sacerdote rural Don Camilo, en eterna lucha con su amigo-enemigo, el alcalde comunista Peppone. En este caso, durante una huelga comunista, Don Camilo y Peppone hacen de tripas corazón y trabajan codo con codo por el bien común del pueblo. Incluido en Don Camilo, Planeta, 1975.
LA NARIZ DESAGRADECIDA. Miguel Mihura (1904-1977)
El autor, como de costumbre, juega con el absurdo y su ingenio, esta vez sobre el telón de fondo de dos maestros: nuestro Quevedo y su soneto nasal, y el relato rinófilo del ruso Gógol. El resultado, un relato disparatado, lleno de desatino y gracia. Incluido en Antología, Mihura (1927-1933), editada por Prensa Española, 1978.
EL CRIMEN DE LA CALLE DE LA PERSEGUIDA. Armando Palacio Valdés (1853-1938)
El asturiano recoge la narración de un amigo que confiesa a otro un asesinato que, sin serlo, lo parece, y las penurias que tal estado le trae consigo sin merecerlo. Una nuestra del típico humor con personajes cotidianos y muy humanos del autor, con la ingenuidad inocentona del protagonista como hilo conductor. Incluido, con otros relatos, en el libro del mismo título editado por Bruguera, Club Joven, 1982.
LA BONITA Y LA FEA. Julio Camba (1882-1962)
El Camba viajero y cosmopolita se regodea brevemente, entre las páginas de su libro Londres (1916), en las fisonomías de las hijas de Eva de la Gran Bretaña, con su habitual gracia y maestría con la palabra. Divertidísimo, y en mi modesta opinión, muy cierto.
DE LAS VICISITUDES DESAGRADABLES DE UN VIAJE EN TREN. Wenceslao Fernández Flórez (1885-1964)
Otro gallego universal, el coruñés Fernández Flórez, nos trae aquí un gracioso y casi esperpéntico episodio de uno de sus libros más divertidos, El hombre que compró un automóvil (1932). Visto lo visto, la RENFE de hoy parece sentir nostalgia de aquellos tiempos y querer volver a las andadas.
UN MEDIO COMO CUALQUIER OTRO. Alphonse Allais (1854-1905)
Allais, es un literato desconocido que merece la pena conocer; para Umberto Eco, «uno de los maestros del relato», de humor aparentemente ligero y a menudo sarcástico, aunque a veces no se note. En esta brevísima historia, el francés, con «El cuento de la buena pipa», un oyente impertinente y ansioso, y un relator pausado y paciente, compone una delicia que ya no se estila. Incluida en, Vivir de risa. La Compañía de Los Libros, 2022.
LA CÉLEBRE RANA SALTARINA DEL CONDADO DE CALAVERAS. Mark Twain (1835-1910)
Saltando al otro lado del océano, uno de los relatos más divertidos de un siempre divertido Twain. El autor toma una anécdota mínima —una carrera de ranas— y la eleva a lo absurdo: un personaje obsesionado entrena a su rana como si fuera un atleta olímpico, asegurando que puede saltar «más que cualquier otra rana en todo el condado». La desmesura hecha humor. Incluido en El hombre que corrompió a Hadleyburg, y otros relatos (El Club Diógenes), de Valdemar (2010).
FANÁTICO. Alberto Moravia (1907-1990)
El primero de los relatos de su libro Cuentos Romanos, donde en medio del agobiante ferragosto romano, el autor nos entretiene con una suave sátira sobre una delincuencia paupérrima e incompetente, en la que lo patético anula el drama. El absurdo de la situación y las inesperadas reacciones de los protagonistas —impropias de su papel en el relato— dotan de una evidente comicidad a esta historia.
EL MÉTODO SCHARTZ-METTERKLUME. Saki (H.H. Munro) (1870-1916)
Con su habitual formalidad hilarante, el autor escocés nos presenta a una peculiar y aristocrática mujer que es confundida con una institutriz, y que decide seguir sacar partido al malentendido con sus anfitriones, educando a los niños de la casa con un método «revolucionario» que incluye recrear con ellos en el jardín famosos episodios de la historia. Incluida en Animales y más que animales, de Valdemar, 2003.
LA CARRERA DEL «GRAN SERMÓN». P. G. Wodehouse (1881-1975)
Para acabar, un Wodehouse. En esta ocasión, los amigos de Bertie apuestan sobre qué vicario pronunciará el sermón más largo. Como de costumbre, se desata el caos con sobornos, sabotajes y un vicario que no para de hablar; pero, también como de costumbre, nadie puede con Jeeves. Incluida en la obra El inimitable Jeeves (1924).
Espero que con estas lecturas se echen unas risas y que les hagan bien. Porque, como dice la cita de Carlyle con la que cierra el citado discurso Wenceslao Fernández Flórez:
«El humor verdadero, el humor de Cervantes o de Sterne, tiene su fuente en el corazón más que en la cabeza. Diríase el bálsamo que un alma generosa derrama sobre los males de la vida, y que solo un noble espíritu tiene el don de conceder».
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