¿CÓMO FOMENTAR LA LECTURA EN LOS HOGARES?

«Primera lección de lectura». Obra de Carlton Alfred Smith (1853-1946).




«Aprender a leer es encender un fuego; toda sílaba deletreada brilla».

Víctor Hugo. Los Miserables



«¡Oh, qué libros solían leer

aquellos niños de antaño!

Así que, por favor, por favor, te lo suplicamos,

ve y tira tu televisor,

y en su lugar puedes instalar

una preciosa estantería en la pared».

Roald Dahl. Charlie y la fábrica de chocolate



«Los niños se hacen lectores en el regazo de sus padres».

Emilie Buchwald




Hay en los niños una disposición innata hacia el asombro y la maravilla, una facilidad para dejarse llevar por los sueños y navegar bajo el timón de su imaginación. Nacen, además, con una mirada poética que los hace únicos. Pero si no cuidamos y alimentamos esos dones, pronto se marchitan, pronto se anquilosan. La lectura de buenos libros puede ser un medio privilegiado para cultivarlos. Sin embargo, no olvidemos que los niños no nacen sabiendo leer: hay que enseñarles.

Además, como también saben padres y maestros, aunque hayan aprendido las primeras letras, los niños evitan la lectura cuando esta se les hace ardua. Por ello, es importante trabajar dos frentes que se refuerzan el uno al otro: mejorar sus habilidades lectoras y alimentar su motivación. Un niño al que le cuesta leer tenderá a alejarse de la lectura; uno al que se le ofrezcan libros que no despierten su interés también lo hará. De ahí la necesidad de sostener simultáneamente estos dos frentes: la técnica y el deseo. La lectura, entonces, se convierte en una vía magnífica para dar curso y alimento a sus dones naturales.

El hogar es el primer escenario donde esto puede hacerse realidad. Pero requiere la implicación activa y consciente de los padres. No basta con un apoyo ocasional: hablamos de un compromiso personal, específico e insustituible. No se trata de colaborar de manera esporádica y marginal en actividades escolares —siempre convenientes, sí—, sino de asumir lo que solo los padres pueden hacer en casa. Han de reconocer la fuerza que tienen en sus manos y ejercitarla con diligencia, amor y constancia.

¿Y qué es eso que pueden —y deben— hacer los padres en el hogar?

El primer paso no es solo que los libros deban ser fomentados con entusiasmo por los adultos, que por supuesto es muy importante, sino, y sobre todo, que los niños vivan en ellos, con ellos, entre ellos, y para ellos. Los libros deberán estar siempre accesibles para el niño. Esto significa que deben estar literalmente en todas partes. C. S. Lewis, en su libro autobiográfico Cautivado por la alegría, escribió:

«Mi padre compraba todos los libros que leía y nunca se deshacía de ninguno. Había libros en el estudio, libros en el salón, libros en el guardarropa, libros (en doble fila) en la gran estantería del rellano, libros en un dormitorio, libros apilados hasta la altura de mi hombro en el ático, libros de todo tipo que reflejaban cada etapa pasajera del interés de mis padres, libros legibles e ilegibles, libros apropiados para un niño y libros que enfáticamente no lo eran...».

Y la escritora Eleonor Farjeon, nos cuenta a su vez lo siguiente:

«En la casa de mi niñez había una habitación que llamábamos “la pequeña biblioteca”, aunque cierto es que cada habitación de la casa podría haberse llamado así.

Nuestra sala de juegos, en el piso de arriba, estaba llena de libros. Abajo, el despacho de mi padre estaba lleno de ellos. Forraban las paredes del comedor, inundaban la sala de estar y subían hasta los dormitorios. Nos hubiera parecido más natural vivir sin ropa que sin libros y más contrario a la Naturaleza no leer que no comer».

Lograr esto es más sencillo de lo que parece, ya que se pueden adquirir libros de calidad por un módico precio.

Asimismo, hay muchas otras maneras de incorporar la lectura a la cotidianeidad del hogar y la familia. He aquí varias ideas para comenzar, algunas ya tratadas con mayor detalle en este blog, que, puestas en práctica con regularidad, integrarán la lectura en la vida diaria de los niños y, más aún, despertarán en ellos el amor por los libros. No requieren formación especial ni materiales sofisticados, solo dedicación y cariño. Se trata, simplemente, de convertir, a los ojos de los niños, la lectura y el trato con los libros en un comportamiento familiar más, una actividad que la familia practica y vive como algo natural.


Primero. Eviten que los niños tengan contacto con los malos libros

Esos que les muestran de forma inadecuada la cruda realidad del mundo de los adultos y les sugieren un perturbador conocimiento de asuntos que exceden su capacidad y naturaleza. Pero no sean excesivamente rígidos con los consejos ni severos con las prohibiciones. La prohibición genera curiosidad (ya lo decía Ovidio: «Lo que somos libres de hacer nos disgusta. Lo que está prohibido nos abre el apetito»). Que haya un equilibrio entre su libertad y la orientación parental.

Segundo. Comiencen temprano

Cuanto antes, mejor: cuando son bebés, e incluso antes, en el seno materno, exponiéndolos tempranamente a los sonidos y ritmos del lenguaje. Los libros sencillos de cartón, las rimas infantiles y las canciones de cuna crearán una base sólida de aprendizaje y deleite.

Tercero. Den ejemplo

Sabemos que los niños aprenden por imitación. Y también sabemos que el mayor y más influyente modelo de imitación somos nosotros, sus padres. Dejen que su hijo los vea leyendo. Ya sea un libro, una revista o el prospecto de un medicamento. Poco importa el soporte; lo esencial es mostrar que leer es valioso y placentero. Y recuerden, los niños prestan mucha más atención a lo que hacemos que a lo que decimos.

Cuarto. Conversen con sus hijos sobre lo leído

Antes, durante y después de cada lectura. Animen a sus hijos a pensar imaginativa y críticamente. Hagan preguntas que despierten su imaginación y juicio: “¿Por qué crees que decidió eso?”, “¿Qué hubieras hecho tú?”, “¿Qué pasará después?”. La conversación convierte la lectura en pensamiento vivo.

Quinto. Conviertan la lectura en un juego

Sobre todo con los más pequeños. Usen voces distintas, gestos, disfraces, todo lo que haga la historia más divertida y comprensible.

Sexto. Reconozcan y celebren cada avance

Desde la primera sílaba hasta la primera novela. Este refuerzo positivo es el más poderoso de los refuerzos: para un niño no hay mejor recompensa que el reconocimiento y la atención de sus padres; multiplicará su confianza y su motivación.

Séptimo. Cuiden las ilustraciones

Especialmente en los libros de los más pequeños. Deberán ser bellas y realistas. Platón y Aristóteles insistieron en la presencia de la belleza en la educación de los más pequeños, ya que, como expresión sensible de lo real, les atraería hacia lo verdadero y lo bueno. Es algo que, sin duda, está ligado al carácter sacramental del mundo. El famoso ilustrador Walter Crane, decía que «un libro puede ser el hogar del pensamiento, pero también de la visión», y así debe ser: el arte, aunque sea en pequeñito, ha de habitar también en los libros de nuestros pequeños.

Octavo. La poesía

Los niños vienen al mundo con un «tono poético» innato. La poesía, por tanto, es parte fundamental de sus vidas. No solo enriquecerá su imaginación y vocabulario, sino que también actuará como un medio privilegiado de expresión y comprensión del mundo. El poeta Robert Frost escribió una vez que «la poesía comienza en deleite y termina en sabiduría». Una exposición temprana y continua a la poesía puede cultivar en los niños un amor duradero por ella. Cuiden de que sea así.

Noveno. Fomenten actividades de lectura en familia y construyan hábitos de lectura duraderos. 

Estos podrían ser algunos ejemplos:

  • Practiquen —tanto como puedan y durante el tiempo que puedan— la lectura en voz alta, en familia. Y no se preocupen si al principio el juego y la distracción priman más que la lectura propiamente dicha. Ronald Knox contaba cómo su madre les leía en voz alta, a Stevenson, Kipling, Carroll o Lear mientras él y sus hermanos jugaban. No les imponía silencio ni atención. Knox, que guardaba ese recuerdo como algo muy especial, pensaba que había sido una velada y suave forma de infundirles el amor por la lectura. Les aseguro que será así. Se trata de una experiencia utilísima y enriquecedora, que va más allá de simplemente escuchar palabras; involucra el cuerpo y el alma del lector, creando una conexión profunda con el texto. Además, constituirá un momento de unión familiar que fortalecerá los lazos afectivos de los miembros de la familia y fomentará su comunicación.
  • Organicen aventuras de lectura temáticas: combinen libros sobre un tema determinado con actividades relacionadas con él. Por ejemplo, después de leer sobre animales, organicen una visita al zoológico o a un museo de Historia Natural.
  • Conviertan los libros en un regalo. Aprovechen los aniversarios, cumpleaños, santos y cualquier otra celebración familiar en una oportunidad para regalar y recibir como regalo libros. Difundan entre sus familiares y amigos la conveniencia de regalar con preferencia libros a sus hijos. Eso dará valor a los libros y podrá convertirse en una bonita costumbre que sus hijos harán suya algún día.  
  • Creen un club de lectura para niños: inviten a los amigos y/o primos de sus hijos a una sesión de lectura de cuentos, seguida de una manualidad o merienda relacionada. Este tipo de club puede ir creciendo en la profundidad y complejidad de las lecturas a medida que sus hijos crezcan, dejando de lado las actividades y dando paso a sesiones de comentarios y discusiones de tipo socrático. Es una manera maravillosa de construir una comunidad en torno a la lectura.
  • Establezcan un horario de lectura. Elijan bien: ha de tratarse de un horario que se adapte a las necesidades de su familia concreta, e intenten ser lo más inflexibles que puedan en su cumplimiento, de manera que termine por crear un rito. Con ello transmitirán a sus hijos el mensaje de que se trata de una actividad importante que no depende de otras. Del mismo modo, esta rigidez convertirá la lectura en una parte predecible del día y fomentará la adquisición del hábito.
  • Creen un ambiente de lectura propicio: un espacio cómodo, tranquilo, con acceso fácil a los libros, provisto de asientos confortables y una buena iluminación; y dejen que ellos mismos creen acogedores y personales nidos de lectura con mantas, cojines y cualquier otra cosa que les haga sentirse cómodos. Todo ello puede hacer que la lectura se sienta como algo especial y apetecible.
  • Provean a los niños de su propia biblioteca personal, donde no haya libros inadecuados y por la cual puedan curiosear, con libertad de elección sobre qué leer (permitirles elegir hace que la lectura parezca menos una tarea, aunque el haz sobre el qué elegir lo hayan reunido ustedes). Deberían sentirse dueños de sus libros, lo que está directamente relacionado con la adquisición del hábito lector. El número de libros no es lo más importante, sino el acceso y la relación personal con ellos. La idea de un niño que crece con su biblioteca es realmente hermosa.
  • Organicen visitas a librerías y bibliotecas: los viajes regulares para elegir y comprar nuevos libros crean entusiasmo y expectación, al tiempo que amplían sus horizontes de lectura. Y en cuanto a las bibliotecas, visítenlas con frecuencia. Esto hará que los niños acaben sintiéndose cómodos en estancias literalmente forradas de libros. Obtengan en cuanto sea posible carnets de biblioteca a nombre de sus hijos; les hará sentirse “importantes” y realzará su deseo y gusto por leer.
  • Anímenlos a que lleven consigo libros a todas partes, como si fueran parte de ellos mismos: en viajes turísticos, estancias familiares prolongadas, visitas al médico (las salas de espera son lugares increíblemente propicios), desplazamientos en autobús o metro (sobre todo en metro si viven en ciudades grandes; un lugar típico para leer). En el caso de desplazamientos en automóvil, es posible que los niños se mareen si leen; un sustituto posible, que no trabaja en absoluto contra la lectura, es la escucha de cuentos o narraciones pregrabadas; el mercado es abundante hoy en día en este tipo de formato.
  • Establezcan desafíos y objetivos juntos: ya sea leyendo un cierto número de libros al mes, abordando un nuevo género o aventurándose en un libro, de entrada, intimidante (por ejemplo, por su número de páginas). Los objetivos compartidos proporcionan motivación y una sensación de logro, lo mismo que su reconocimiento. Tolkien señalaba que es conveniente que los niños sean desafiados, que enfrenten retos adecuados a sus posibilidades e incluso, a veces, por encima de ellas. Y —como decía Montaigne— permitan también abandonar los libros que no les gusten. La libertad es parte del hábito.
  • Hagan tiempo para leer, reduciendo, sobre todo, el dedicado a las pantallas. Es preciso –y muy urgente– poner límites al uso de la tecnología digital. Esta reserva de tiempo ayudará a desintoxicarlos del exceso digital.

Y, sobre todo, traten de que los chicos disfruten con la lectura. Contágienles entusiasmo, conviertan el acto de leer en algo divertido. En su obra Las Leyes, Platón afirma que la enseñanza en los primeros años no debe imponerse por coacción, sino presentarse de manera lúdica, porque lo aprendido bajo obligación no permanece firmemente en el alma:

«Nada aprendido bajo la coacción permanece en el alma; por el contrario, lo que se aprende con juego y libertad arraiga mejor».

Algo sostenido igualmente por el poeta Horacio y su «Docere et delectare» («instruir deleitando»), que ratifica mucho más cerca de nosotros, Jorge Luis Borges:

«El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz».

Porque lograr que los hijos amen la lectura es una aventura exigente, sí, pero extraordinaria. No existen fórmulas mágicas: solo semillas que se siembran en sus corazones con paciencia y ternura. Si se cultivan con constancia, la pasión por la buena lectura crecerá con ellos. La labor es ardua, pero la recompensa es inmensa.


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