Sabemos que el origen de los cuentos
de hadas tradicionales se pierde en el tiempo. Sabemos igualmente que en un
determinado momento algunos hombres tuvieron la prevención y el acierto de
recolectarlos y guardarlos en libros maravillosos. Y también sabemos que hubo
un tiempo en el que, fascinados por aquellas historias, los hombres urdieron
otras no menos afortunadas. Aquí pasaré a referir algunas de ellas, aquellas a
las que mis hijas dedicaron sus más encendidos elogios y dedicación. Espero que
se las ofrezcáis a vuestros hijos y las degusten con provecho.
El Rey del Rio de Oro. John Ruskin. 1851.
Versión ilustrada por Elizabeth M. Fisher (1927). |
John Ruskin era un apasionado de los
cuentos de hadas y su estética. Sostenía que su exposición a las leyendas de hadas cuando niño afectó
decisivamente a su carrera como el crítico estético y cultural más importante en
la Inglaterra victoriana. En Tierra de
hadas (dos conferencias dictadas en 1883 sobre ilustradores como Kate
Greenaway y Helen Allingham), se pregunta sobre “su formación inicial” como
creyente en lo maravilloso: “escenas de California y las Montañas Rocosas podrían
ser más maravillosas que cualquier imaginario de Las Mil y una noches”,
pero aún así, “por mucho que lo intentara, el impacto temprano de los cuentos
de Grimm de 1823, ilustrados por George Cruikshank, es algo muy difícil de
exorcizar”.
La Rosa y el Anillo. William Makepeace Thackeray. 1854.
Edición de 1907 ilustrada por Gordon Browne (1856-1932). |
Thackeray escribió este cuento
deliberadamente, con la intención de desafiar y hacer frente también a lo que
Ruskin llamó “el frío glacial de la ciencia”. El libro se publicó en 1854 y fue
escrito para sus hijos durante la Navidad de 1853; es una fina combinación de cuento
de hadas y teatro de pantomima, a través de la cual Thackeray cuenta la
historia de un príncipe que ha perdido su reino, de una princesa que ejerce de doncella
en un castillo, de una malcriada princesa, de un hada bien intencionada, de un
príncipe feo, y de una rosa y un anillo mágicos.
Ilustración de la edición de 1907. |
La historia consigue enganchar al
lector ya desde el título. La vena satírica de Thackeray está presente, cómo
sino, pero el cuento es delicioso para los niños, con continuos malentendidos y
una jocosa sucesión de enredos y complicaciones, ya que la persona que tiene la
rosa o el anillo aparece ante los demás hermosísima al punto que todos se
enamoran de ella, y aunque inicialmente el hada da la rosa a uno de los
protagonistas y el anillo a otro, pronto ambos objetos cambian de mano para
regocijo del lector. A partir de los nueve años.
La Princesa Ligera. George Macdonald. 1864.
Ilustración y portada del prereafaelita Arthur Huhges (1832-1915). |
¿Qué podría acontecerle a una
pequeña princesa que no pesaba nada y flotaba tan fácilmente como una pluma?
Aquí Macdonald trama una fantasía humorística con una enseñanza moral sencilla
y directa.
El cuento narra cómo, el día de su
bautismo, una pequeña princesa recibe un hechizo de una maliciosa tía; a causa
de ello estará condenada de por vida a permanecer desprovista de gravedad,
tanto en el sentido físico (no puede sino flotar en el aire), cuanto en el
espiritual (es incapaz de cualquier sentimiento grave y profundo). Los intentos
para curarla de su mal dan lugar a situaciones divertidas. A los diecisiete
años la princesa descubre que sumergida en el agua el hechizo no le afecta,
razón por la cual pasa su tiempo bañándose en un lago cercano. Aparece en
escena un príncipe que se enamora perdidamente de la muchacha. Pero la malvada
tía comienza a vaciar el lago; para frustrar las torvas intenciones de la tía y
salvar a su amada, el príncipe, en un gesto heroico, decide sacrificar su vida.
Cuando la princesa ve al príncipe desaparecer bajo las aguas es bruscamente consciente
del amor que siente por él, lo que deshace el hechizo y el cuento termina
felizmente.
Sin duda la historia tiene varios
niveles de lectura y tras la diversión y la emoción, nos encontramos en el
relato una referencia alegórica al difícil paso de paso de la infancia a la madurez;
así el lector asiste a la vida de la princesa desde su nacimiento hasta el
descubrimiento del amor que marca su pasaje a la edad adulta. Desde los nueve
años.
La espina de pescado mágica. Charles Dickens. 1868.
Portada ilustrada por F.D. Bedford (1864-1954). |
Dickens era un escritor muy
versátil, capaz de escribir extensas novelas por entregas a la vez que breves historias.
En este caso se trata de un cuento de hadas curioso.
La princesa Alicia es la hija mayor
de un rey bastante pobre, el rey Watkins I, que tiene 19 asombrosos hijos. El
hada Gran Marina, una anciana “vestida de seda de la más rica calidad y con
olor a lavanda seca”, visita al rey Watkins cuando este acaba de comprar un
salmón y le ordena compartirlo con la princesa Alicia, a la que habrá de darle
una de sus espinas. La princesa deberá
frotar y pulir la espina hasta que brille como madreperla, ya que entonces esta
se volverá mágica y concederá un solo deseo, siempre que sea solicitado en el
momento oportuno.
Ilustración de F.D. Bedford. |
El relato es peculiar, primero
porque Dickens fingió, genialmente, que había sido escrito por una pequeña niña
de siete años llamada Alice Rainbird. En segundo lugar, porque la historia
tiene, cómo no, moraleja; cualquier adulto captará rápidamente el significado
que está detrás de la trama: que por lo general podemos resolver los problemas
a que nos enfrentamos y solo tenemos que pedir ayuda especial cuando realmente
hemos hecho todo lo que podemos hacer.
“Como con la gracia”, dijo una de
mis hijas, cuando comentamos en su día el cuento. “Nosotros tenemos que ser lo
más buenos que podamos, pero para ir al Cielo necesitamos la ayuda de Dios”.
“¡Eso es!” le dije, y pensé satisfecho para mis adentros: “parece que la
instrucción del padre Raúl da sus frutos”.
Con o sin moraleja, el cuento es
fantástico, divertido y, como podríamos esperar de Dickens, está muy bien escrito.
Además, la edición publicada recientemente en España cuenta con el atractivo de
las maravillosas ilustraciones de F. D. Bedford. Por ello lo recomiendo, tanto
su lectura colectiva en voz alta, como la lectura individual en niños de siete
años en adelante.
Hola Miguel, gracias por seguir con este noble trabajo. Quería consultarte si tienes algún correo electrónico para contactarme contigo o si deseas te paso el mío y tu me escribes a mí. Gracias.
ResponderEliminarEnzo
Muchas gracias por tu comentario y tu interés Enzo. Si quieres pásame el correo.
EliminarUn cordial saludo.
enzogonza@hotmail.com
EliminarHola. Lo felicito por este maravilloso blog. De a poco voy avanzando en los posts con gran deleite, aunque me cuesta seguirle el paso, je.
ResponderEliminarLe hago una sugerencia que nos puede ser de gran ayuda a los que no conocemos la mayoría de los libros que propone: podría consignar para qué edades son recomendados, así la empresa de conseguirlos se encauza de acuerdo al interés de cada quién.
Agradecido por su precioso trabajo.
Tiene usted razón Diego; tendré que revisar las entradas y dar una aproximación de edades, con la flexibilidad correspondiente.
EliminarGracias por los ánimos.
Un saludo cordial.
Estoy entusiasmada con su blog. Mi hijo tiene solo 5 años pero ya sigo sus recomendaciones, para mi deleite también. Gracias por esta labor
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