CONSTRUYENDO UN HÁBITO (VII). LA CONVERSACIÓN

Leyendo el Werther, óleo de de Wilhelm Amberg (1822-1899).


“Si nunca se habla de una cosa, es como si no hubiese sucedido.

Oscar Wilde


“Habla para que yo te conozca.

Sócrates


“No tengo ningún deseo de entablar diálogos con quien haya escrito más que leído.

Samuel Johnson

Uno de los placeres que trae consigo el acto de leer un libro es el compartir con los demás lo aprendido, lo experimentado y lo pensado tras o durante su lectura; me refiero a lo que en nuestra casa solemos llamar conversar sobre los libros

Es bien sabido que conversar es un hábito saludable y enriquecedor. Si “contar es encantar”, como decía Gabriela Mistral, “conversar es acoger”, señala el filósofo Humberto Giannini, y más aún cuando se trata de nuestros hijos.
La buena conversación refuerza y tonifica los lazos de los que en ella intervienen; por lo tanto, si mantenemos charlas con nuestros hijos nos uniremos más a ellos, y si, además, versan sobre libros y lecturas, ayudarán a consolidar la costumbre de leer que estamos tratando de hacer germinar en nuestro hogar, pues permitirá a los chicos socializar una experiencia que, como la lectura, es original y genuinamente solitaria (caso a parte sería la recitación en alta voz, igualmente relevante, de la que hablamos en la entrada Construyendo un hábito (I). La lectura en voz alta). Se trata de un saludable hábito de refuerzo y estimulo que es conveniente llevar a cabo. Nosotros en casa lo hemos hecho y seguimos haciéndolo de la forma y manera que les muestro a continuación, diferenciando tres momentos en esa conversación sobre los libros: antes, durante y después de la lectura del libro.


Las recolectoras de nueces, obra de William-Adolphe Bouguereau (1825-1905).

ANTES DE LA LECTURA 
Antes de comenzar a leer un libro resulta obviamente necesario elegirlo. Esta es una labor delicada que trae consigo, no solo un acto de discernimiento y una acción de la voluntad, sino también un aprendizaje sobre cómo llevar a cabo, de forma sensata y conveniente, tan delicados actos.  
De entrada nada de laissez faire, laissez passer; hay que ayudarles a elegir, y si bien nuestra ayuda habrá de estar siempre presente, deberá sufrir una transformación progresiva, y así, pasaremos de escoger nosotros en sus primeros años, a que elijan ellos en su etapa de adolescencia y juventud. Por ello, a medida que crezcan, nuestra labor en este proceso de elección irá disminuyendo y su autonomía aumentando, aunque nunca debamos ausentarnos del todo; tiene que haber una presencia, un acompañamiento, que terminará siendo tenue y velado. Simplemente hay que pasar de la acción de elegir, al consejo y la recomendación sobre qué libro seleccionar (a veces utilizando técnicas como la psicología inversa, o en ocasiones dejándoles cerca algún volumen que pensemos es interesante que lean y sepamos que les va a gustar).  


Muchacha con libro, de A. H. Watson (1896-1984) y Niña leyendo de Rosina Emmet Sherwood (1854–1948).
No obstante, deberemos respetar su gusto siempre que este se mueva dentro de ciertos limites. Los chicos están bajo nuestra supervisión y cuidado y es responsabilidad nuestra darles lo mejor, y aunque parezca una perogrullada, lo mejor es aquello que nosotros en conciencia entendemos que es lo mejor. Hay una educación estética, literaria y artística, y hay también una educación moral y religiosa y nosotros somos quienes debemos impartirla. Los libros que nuestros hijos elijan deberán ajustarse a los límites que previamente habremos prefigurado; así que, dentro de estas fronteras, y a partir de un determinado momento (los 9 o 10 años puede ser una buena edad), primero consejo y recomendación y, finalmente, libertad de elección, pues cada niño es un mundo.


La elección de los libros de Edouard Vuillard (1868-1940) y Eligiendo un libro de Wladyslaw Bakalowicz (1831-1904).
En todo caso, tras cada elección estará la mano invisible que comprará y proveerá la biblioteca familiar, la cual será movida, a diferencia de la Adam Smith, por una voluntad individual paterna que sopesará muy concienzudamente lo que estime más conveniente para los niños.
También en esta fase es recomendable facilitarles una escueta información previa al respecto de aquello que van a leer, dando unas breves pinceladas sobre el libro: hablar de quien lo ha escrito y en que momento fue publicado y realizar un breve comentario, tanto al respecto del pasaje histórico y del paisaje geográfico concretos en el que se desarrollará la trama, cuanto sobre la situación global del mundo en dicha época. Ello ayudará al niño a comprender mejor la historia y a imaginar más fielmente a los personajes, su aspecto, sus ropajes y su forma de desenvolverse.    
Por último, considero conveniente facilitar a los niños un pregusto de lo que se van a encontrar. Esto puede hacerse de diversas maneras. Por ejemplo, bucear en la memoria y compartir con ellos los recuerdos de nuestra propia lectura del libro (mejor cuanto más remotos sean. La infancia de los padres es un lugar maravilloso y mágico para los hijos). O bien realizar predicciones al respecto del contenido y la forma del libro y sobre que encontrarán en él. Es preciso seducirlos un poco, levemente, para abrirles el apetito literario.

DURANTE LA LECTURA
Es muy importante estar ahí, cerca, siempre cerca, sea para ayudarles con la comprensión de algún párrafo que les quede grande; sea para echarles una mano con el vocabulario (buen momento para enseñarles a manejar los diccionarios) o sea para comentar lo leído. Y aquí quiero detenerme un momento, porque uno de los momentos más deliciosos para mí sigue siendo el agitado y ameno diálogo que sigue tras cerrar el libro cada noche –una de nuestras conversaciones sobre los libros más encantadora–: ese intercambio de emociones; ese comentario crítico en pañales; esa disposición a contar la maravilla y el entusiasmo que les desborda; ese jugar a hacer predicciones (¿qué va a pasar? ¿no le pasará esto, no sucederá aquello, no? ¡no puedo seguir, estoy tan nerviosa!…). 


La hora del cuento en el jardín, obra de P. J. Meylan (1882-1960).

En otras ocasiones, intercalados con interrupciones y risas, se comparten opiniones que suelen terminar en debates. También hay lugar para las confidencias, sobre todo cuando una de las dos no ha leído todavía el libro que está leyendo la otra. La escena que suele darse en estos casos es la de mi trasiego, en un continuo ir y venir de una a otra cama, para escuchar los comentarios admirativos, apenados o ansiosos que, entre cuchicheos (a fin de no desvelar algún episodio fundamental de la trama), cada una de ellas me revela acercando su cabeza a la mía. O bien se escuchan cosas como, –¡Tápate los oídos, que voy a contarle a Papá algo que no puedes oír! 

Y no voy a hablar de sus conversaciones, que también las hay, por supuesto...     

Todo ello es delicioso e inacabable… Ver sus ojos brillantes, a veces sus lágrimas, en otras ocasiones sus grandes sonrisas y compartir esos momentos con ellas es algo maravilloso. Pero, ¡qué difícil es hacerles comprender que es tarde y que hay que dormir! He de serles sincero, espero que tal hábito no decaiga, que siga siendo gozoso y que se mantenga durante mucho, mucho tiempo. 

TRAS LA LECTURA (AL ACABAR EL LIBRO).  
Es momento del comentario final, del “me gustó o no me gustó”, del rechazo o el deleite, de la necesidad de buscar más y más (otro como este, por favor). Es la ocasión de establecer relaciones con otras obras, de comparar lo leído con ese y aquel otro libro, de volver a hablar del autor y de la época, ahora con mayor participación y conocimiento del niño lector. Es la oportunidad de constatar si se han colmado las expectativas, si han entendido el libro y de que manera y hasta dónde, si lo recomendarían a un hermano o a un amigo, si volverían a leerlo, si desearían que no se hubiera acabado, si querrían leer otro... De nuevo es el tiempo y el lugar para una conversación sobre los libros, encantadora e interminable. Y de nuevo constituye una delicia. 
Toda buena conversación se inicia con una pregunta. No importa cual sea esta; si es buena, inteligente o tonta. O si son ustedes o son ellos quienes la formulan. Solo es una puerta que atravesar. Pero es verdad que en nuestras conversaciones sobre libros siempre están presentes las clásicas, las preguntas de toda la vida: ¿qué te llamó más la atención? ¿qué personaje te gustó más? ¿con cual te identificarías y porqué? ¿te gustó el final? ¿cómo te habría gustado que hubiera terminado?, y muchas otras que seguro se les ocurrirán.


Interior con una madre leyendo en voz alta a su hija, Carl Vilhelm Holsøe (1863-1935) y Madre e hija, de James Jebusa Shannon (1862-1923).
De todas maneras, les recomiendo que entre esas preguntas incluyan algunas que permitan al niño establecer conexiones personales con la historia. Por ejemplo, una que casi nunca falta en nuestras conversaciones es: ¿qué hubieras hecho tú si te hubiera pasado lo mismo que al protagonista? Este tipo de pregunta ayuda a los niños a relacionar las historias con ellos mismos y con su mundo y nos permiten profundizar en la enseñanza poética que, imaginación en ristre, podrán llevarse a sus vidas al acabar el libro.
Así que conversen, conversen con sus hijos sobre, ante, para, tras, durante… salvo sin contra, charlen con ellos de libros con todas las preposiciones, y háganlo con sensibilidad, curiosidad y… con paciencia, mucha paciencia.
Finalmente les recomiendo una práctica que considero útil, cual es la llevanza de un libro de lecturas, que estimulará indirectamente la costumbre de leer, que les convertirá en dueños de sus opiniones y que les ayudará a forjar y consolidar sus recuerdos, pues como señaló Francis Bacon, “la lectura hace al hombre completo; la conversación lo hace ágil y el escribir lo hace preciso”.

Comentarios

  1. Maravilloso post, Don Miguel!!! Qué sería exactamente un libro de lecturas?

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    1. Antes de nada, ¡muchas gracias Elanor!.



      Por lo que respecta al “libro de lecturas”, me refiero a cualquier libreta o cuaderno, en el que el niño puedan recoger su impresión sobre el libro: redactar sus opiniones, y plasmar recuerdos de escenas o frases que le parezcan hermosas o memorables.. Sin rigideces formales ni exigencias o requisitos inexcusables, sino abierto a la imaginación e iniciativa del niño lector, Nada técnico ni académico. No se trataría de una libreta de comentarios de texto (¡horror!), pero tampoco de un deslavazado cuaderno de notas, irregular y desordenado. Habrá de tener una página/s por cada libro leído y podrá ser, bien frugal, bien adornado, según el gusto, el talento y el tiempo de que disponga cada chico.

      Un saludo cordial.

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    2. ¡Muchas gracias por explayarse en la respuesta! Tomo nota de todo.

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