POESÍA Y NIÑOS

«Niña leyendo». Dibujo de Rosina Emmet Sherwood (1854-1948).



«Aparece la musa y se despeja mi sombría inteligencia; otra vez libre, busco la unión entre los mágicos sonidos, los sentidos y los pensamientos».

Alexander Pushkin


«Enséñenles poesía a sus hijos; abre la mente, da gracia a la sabiduría y hace hereditarias las virtudes heroicas». 

Walter Scott



La poesía es esencial para los niños, no les quepa duda. Y lo es, no solo porque fortalece su imaginación y su memoria, o porque acrecienta su vocabulario y su capacidad de comunicación lingüística, sino también, y sobre todo, porque constituye un cauce privilegiado de expresión de la que es su efímera experiencia poética del mundo. Y sin embargo, a pesar de ese carácter esencial, y quizá por ello, su uso en estos días se haya tremendamente descuidado.

Y no crean que lo poético es algo extraño a la infancia; algo complejo y sofisticado; algo impropio y desaconsejable a esas edades. En absoluto. Porque, ocurre que los niños nacen con un tono poético. Vienen al mundo con una visión existencial pura que impregna todo lo que hacen, lo que dicen y lo que piensan. Y esta atmósfera en medio de la cual viven afecta a todo, incluso a la manera en que se comunican a través de mensajes directos y sin artificios, con la originalidad de la simpleza, en forma de pareados, de epigramas, en parrafadas a veces semi inteligibles, pero de una viveza y una profundidad que muchos artistas adultos se pasan la vida intentando recuperar.

Porque, lo poético no siempre se identifica con el verso, entendido como una técnica que permite hacer poesía, o como diría el poeta inglés William Wordsworth, que ayuda a encadenar «las mejores palabras en el mejor orden». Lo poético es mucho más que eso. Es una manera de conocer y de entender el mundo.

Y como en cualquier otro ámbito de la educación, los niños se inician en el lenguaje de la poesía con la ayuda de sus mayores. Necesitan el acompañamiento de sus padres o de sus maestros, su ánimo y sus consejos. E igualmente precisan escuchar, leer y escribir poesía. Pero sin que esta relación suponga un orden, ni una rígida ruta: la audición, la lectura y la escritura pueden convivir, deben convivir con los niños y, cuando sea posible, no deben abandonarse nunca. Aunque, es verdad, el mantenimiento de la práctica de la última de ellas –la escritura–, llegado un momento, dependerá en grado sumo de las Musas y no de la voluntad del presunto poeta. 

Pero, ese torrente poético innato que brota del alma de los niños puede y debe educarse hacia un modo de expresión mejor, aunque no más auténtico. Esta pérdida de autenticidad es el precio que el poeta ha de pagar para intentar conservar, al menos, parte de esa visión poética y poder expresarla.    

Escribía al respecto Juan Ramón Jiménez, citando al también poeta alemán Novalis:

«“Dondequiera que haya niños—dice Novalis—existe una edad de oro.” Pues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarlo nunca».  

Y a fin de que el niño, en esa «edad dorada», pueda encadenar, aunque sea de forma precaria, las mejores palabras en el mejor orden, deberá ser alimentado convenientemente en su acervo lingüístico y en sus patrones formales, con ritmo y pausa, con tono y rima, para poder dar cauce adecuado a ese innato sentido poético. 

Por esta razón, deberíamos leerles desde muy niños rimas y canciones, y luego, cuando ya sepan leer, que reciten versos y declamen poemas con nosotros. Quedará para más adelante el leer en silencio y con recogimiento. Y por supuesto, que no olviden el memorizar poemas, tal como le conminaba Pavel Florenski a su hijo mayor desde la soledad y el sufrimiento del Gulag:

«Hijo mío, nunca dejes de recitar en voz alta hermosos poemas».

Pero eso sí, han de ser poemas buenos y hermosos. Porque es tarea nuestra ayudarles a hacer brotar y a pulir ese gusto poético. Y para desarrollar plenamente este poder apreciativo, debemos poner a su alcance lo mejor de lo mejor. Luego, cuando crucen la línea de la sombra, ellos buscaran sus propios pastos, que sin duda serán buenos si en su momento se les alimentó debidamente, se cultivó su paladar poético y se les puso en el camino de encontrar el alimento intelectual adecuado.

Sin embargo, eso no es todo. Para que los pequeños se aficionen de verdad a la poesía será preciso que se diviertan jugando con ella, y que compartan esa diversión con nosotros o con otros niños. En alguna ocasión se tratará de la emoción causada al unir o separar ciertas palabras y, en otra, simplemente, de una combinación de sonidos y ritmos, aun cuando esté desprovista de significado y se trate de algo absurdo y sin sentido. Porque la poesía, y en mayor medida la poesía infantil, está íntimamente relacionada con el juego, al que suele acompañar rítmicamente, o incluso, en ocasiones, es ella misma un juego, un juego de palabras que el niño trasforma, haciéndolas suyas y aportándoles viveza y encanto. 

Ah, y una última cosa: nuestros hijos no deberán dejar de copiar poemas. Deberemos alentarles a ello, para que se dejen llevar por el estilo de los poetas que más les atraigan, por los poemas que más les gusten. Que hagan suyas palabras, versos, estrofas de otros. Que ensayen, una y otra vez, escribiendo, garabateando, torpemente al principio, con más destreza y fluidez después, los versos y poemas que vengan a sus corazones o que retengan guardados en su memoria. Que jueguen con las palabras, con las rimas, con las metáforas y las evocaciones, con la música y el ritmo de los grandes poetas. Ser imaginativo no puede significar, ni para los niños ni para los adultos, el ser totalmente original. Esto es un error moderno que solo nos ha traído fealdad y pobreza artística. Escribir poesía, en palabras de Matthew Arnold, es sencillamente «la forma más bella, impresionante y ampliamente eficaz de decir las cosas», y solo escribiendo es como alguno de esos pequeños quizá descubra algún día que las musas le estaban aguardando. El resto, al menos, se acercará a la poesía, lo que no es poco.   


P.D.

Las antologías son una fórmula muy válida de acercar la poesía a los niños, pues, aunque grandes poetas han escrito piezas, para, o al alcance de los niños, en general estas se encuentran dispersas entre otros versos que seguramente no les atraerán. Se trata, por tanto, de buscar esas piezas, de reunirlas, y eso lo hacen muy bien los antólogos. Así que a continuación paso a referirles algunas buenas antologías, que creo, son lo mejor para empezar.


-Cordialidades (1941) de Antonio Fernández. 

-Poesía infantil (1951) de Federico Torres. 

-Versos para niños (1954) de Antonio Fernández. 

-Selección de poesía para niños (1961) de Juan-Miguel Romá. 

-Antología de la literatura infantil en lengua española (1966) de Carmen Bravo-Villasante.

-Al corro de la patata, por Carmen Bravo-Villasante.

-Pito, pito, colorito: folclore infantil, por Carmen Bravo-Villasante.

-Colorín, colorete, rimas y canciones infantiles tradicionales recopiladas por Carmen Bravo-Villasante.

-Arre moto piti poto, arre moto piti pa, de Carmen Bravo-Villasante.

-China, china, capuchina, de Carmen Bravo-Villasante.

-Trabalenguas y otras rimas infantiles, de Carmen Bravo-Villasante.

-Una, dola, tela, catola, de Carmen Bravo-Villasante.

-Pinto, pinto, gorgorito (retahílas, juegos, canciones y cuentos infantiles antiguos), de Raquel Calvo Cantero y Raquel Pérez Fariñas.

-Gira, girasol (una reproducción de un antiguo y encantador libro de Ernest Nister con canciones infantiles españolas).

-Canciones infantiles, de Elena Fortún y María Rodrigo (La escritora Elena Fortún y la pianista y compositora María Rodrigo escriben al alimón este libro en 1934, bellamente ilustrado por Gori Muñoz. Recuperado recientemente por la editorial Renacimiento).

-Romances españoles, anónimo

-Poesía (Disparatario), de Edward Lear.

-Jardín de versos para niños, de R. L. Stevenson.

-350 poemas para niños, de la biblioteca Billiken.

-Elogio de la niñez, de José A. Ferrari.

-400 poemas para explicar la fe, de Yolanda Obregón.

-El silbo del aire (1965) de Arturo Medina.

-Poesía española para niños (1997) de Ana Pelegrín.

-Canto y cuento (1997) de Carlos Reviejo y Eduardo Soler. 

Casi todas son unas estupendas antologías, variadas y aptas tanto para niños (especialmente las antologías recopiladas por Bravo-Villasante) como para adolescentes.


Igualmente, les remito a mi blog de selección de poesía, La memoria poética


Entradas relacionadas con el tema (alguna de las cuales contiene enlaces a antologías personales):

La poesía  

Primeras rimas y canciones  

A vueltas con la poesía. Las antologías  

¿Por qué todavía les leo a mis hijas en voz alta?  

Acercarse a la poesía 

Tiempo de Navidad, infancia y poesía  

Una ración de tonterías nunca viene mal  

De libros, camas y niños  

Jardín de versos para niños  

El niño y el poeta 

De los gatos y los libros

Hacia al asombro a través de la poesía  

El olvido de la memoria (y su rescate a través de la poesía) 

Volver a la poesía  

Poesía una vez más  

La importancia de la poesía. Poesía y verdad  



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